Han pasado más de 30 años desde que publicó por vez primera Morir en Berlín. En 1993 los hechos representados acaecían en una época próxima y familiar. Hoy en cambio al lector, tras décadas, puede resultar más difícil imaginar la atmósfera y el paisaje de la Alemania Oriental de la segunda mitad de los ochenta.
Pero Carlos Cerda, quizás por tratarse de una narración con una base biográfica importante, logra un realismo en extremo verosímil. El paisaje urbano de Berlín Oriental, el ir y venir de la ciudad y la cultura social y política que rodea la acción. Berlín dividida, su arquitectura fragmentada, modernista, ruinosa.

Carlos Cerda
La narración describe a una comunidad penumbrosa de exiliados chilenos en Berlín durante la segunda mitad de la década del ochenta. Cerda se aproxima a los personajes con la perspectiva de un antropólogo, con una mirada de un observador cariñoso. El grupo se autodenomina el "guetto" y sus miembros alojan en el mismo sector de la ciudad, el lugar que les asignó el gobierno de Alemania y que ellos no pueden modificar, porque en ese sistema es el partido el que decide el lugar donde se vive.
El "guetto" está sujeto a reglas que rigen la convivencia interna de la comunidad, reglas que tienen su origen en la institucionalidad del partido. En el mundo del exilio se busca mediar la relación entre los exiliados con los nativos por medio de una estructura jerarquizada, que encuentra en la Oficina su órgano específico.
El encargado de la Oficina, que atiende los asuntos de los exiliados chilenos, es un exsenador, don Carlos, personaje clave de la trama, cuya propia muerte es la que da sentido al título del libro.
El mundo de los exiliados chilenos en Alemania del Este está marcado por el desencanto, la desilusión y la resignación, lo cual no suprime la posibilidad de momentos de goce. Este estado de ánimo ambiguo, mezcla de ilusión y desencanto, es un protagonista silencioso de esta novela, pues no solo permea a los personajes, sino también, de alguna manera, al paisaje de la Alemania.
La novela no solo describe el exilio chileno en Alemania Oriental, sino que, además, toma una posición sobre el sistema sociopolítico, que subyace a las reglas, estructuras, instituciones que desfilan por estas páginas. La crítica se dirige contra la discriminación social, la persecución de la disidencia política, la injusticia.
La novela está atravesada por un
sentido del absurdo que recuerda el humor kafkiano de "Ante la ley". El poder para los exiliados deviene burocracia y su ejercicio se transforma en un proceso. El mecanismo narrativo se mueve por dos vías: por la visas y por las solicitudes. A esas dos direcciones, sea desde el gobierno alemán, sea desde el gobierno chileno, cualquiera de las dos dictaduras, el exiliado en Berlín se ve enfrentado al rostro del poder que suprime la libertad y la disidencia. La actitud alemana y la actitud chilena, a pesar de la diferencia ideológica, vista desde cierta distancia, son semejantes. En la novela, el sistema de "los socialismos reales" tiene como contraparte no una democracia, sino en un trasfondo poderoso la dictadura chilena. Cerda trama con mucha delicadeza los dos sistemas políticos.
De un lado, Lorena sufre la ruptura de su matrimonio. Ella decide, entonces, emigrar a México, donde la espera un atractivo trabajo. Para poder trasladarse requiere de visa de salida para ella y sus hijos. También los padres de Lorena, que han viajado súbitamente desde Santiago a Berlín, requieren a su turno visa de entrada. Del otro lado, don Carlos, el jefe de la Oficina, ya desahuciado, planea ir a terminar sus días en Chile, y para ello se requiere que se levante su prohibición de ingresar. El libro, que está hábilmente tramado, por medio de este ir y venir de visas y también a través de las sucesivas solicitudes de ingreso, instala la libertad de traslación, la libertad para elegir el lugar donde se vive en el centro de la libertad humana. El exilio, esto es, la prohibición de permanecer y de regresar, tiene un parentesco con la prohibición de salir, a esa suerte de exilio interior que significaba una Berlín amurallada.
La novela de Carlos Cerda posee nítidos méritos formales planteados con sutileza y tino. La novela no trata de debatir un asunto, porque eso sería seguramente una lata. El éxito narrativo radica en la habilidad del autor para poner en acción personajes de gran verosimilitud y empatía. Cerda emplea varios narradores con soltura, quizás el más notable y pertinente es el "nosotros", ya que sintoniza con el grupo, el "guetto" y la atmósfera colectivizante que emana desde el Estado. Con una escritura fluida, mediante diálogos agudos, prosa muy equilibrada con arrebatos líricos de gran belleza, Morir en Berlín mantiene su vitalidad, oficio y capacidad para emocionar intactos.