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Los recuerdos como arte:
La memoria recobrada de Pedro Gandolfo
De memoria. Un breve elogio. Universidad de Valparaíso. 72 págs.

Por Juan Rodríguez M.
Revista de Libros El Mercurio. Sábado, 31 de diciembre de 2016



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Hace unos meses, un campesino le llevó a Pedro Gandolfo (Maule, 1959) "unas pálidas fresas" hasta su cabaña; fue una experiencia fortuita que su memoria unió al recuerdo de los duraznos "algo tibios por el sol" que alguna vez le regaló su padre. "En mi biografía, la memoria juega un papel significativo, porque soy miembro de una familia de inmigrantes italianos", cuenta al teléfono el crítico, columnista y ensayista. "Le doy mucha importancia a la tradición, al vínculo con mis ancestros, y desde que regresé a vivir acá, a Maule, me he dado cuenta de que la memoria de las personas que vivieron aquí, la memoria del lugar, es muy nutricia para mí".

Esa cercanía con la memoria se le manifestó a Gandolfo en 2015, al preparar su discurso de incorporación a la Academia Chilena de Ciencias Sociales Políticas y Morales. Empezó a revisar sus textos y descubrió que el tema era una constante. Fue el primer paso de lo que ahora es el ensayo De memoria, publicado por la editorial de la Universidad de Valparaíso. Como lo indica el subtítulo, el libro es un "breve elogio" a esa facultad que puede dar continuidad a dos momentos distantes en el tiempo y el espacio; como le ocurrió a Gandolfo con las fresas y los duraznos: desde "el pasado una acción puede colmar de sentido un breve gesto acaecido en el futuro", escribe. La memoria, explica ahora, es "una facultad que te permite establecer una continuidad no solo en tu vida, sino que de espíritu, lo que para mí es muy importante".


El tiempo perdido

De memoria es un camino que lleva hacia Proust. Pero antes de llegar ahí, hay que conocer el punto de partida: la constatación por parte de Gandolfo de que hoy existe una inflación de la memoria en el ámbito público -la "memoria colectiva"-, cuya contrapartida es un "ofuscamiento" de la memoria individual; que se remonta tan atrás como la historia, la escrita al menos: "Con la escritura primero, el libro manuscrito y el libro impreso después, luego los chips (...) y, finalmente, con la Internet, esa red fantástica que la comunica y multiplica por doquier, parece que ha llegado la hora de la jubilación", se lee en el ensayo. De nuevo al teléfono, Gandolfo explica que con el pasar de los siglos, especialmente desde el Renacimiento, "la memoria va siendo arrinconada, pierde el brillo que tuvo en la antigüedad clásica, cuando no había escritura, antes de Homero. Y lo que yo trato de hacer es ver cómo Proust recupera y le otorga a la memoria un brillo y un papel fundamental. Esa es mi tesis: Proust repone la idea antigua de que Mnemosyne es la madre de las musas y por lo tanto la fuente de la creatividad; pero lo reelabora en términos contemporáneos".

La referencia, por supuesto, es a los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido. La obra en la que Proust narra -algunos dicen que teoriza- la memoria involuntaria, esa que trabaja a favor del arte y no del hábito. Una memoria que parece una reserva de trascendencia, una suspensión, la estabilidad de todos los días: "Es una emoción universal, que alguna vez en la vida todos la vamos a sentir", dice Gandolfo. "Describe, también, lo que otros autores consideran como los momentos epifánicos; Roland Barthes, por ejemplo, habla de los momentos de verdad. Una obra de arte no está construida solo a base de ellos, pero los tiene que recoger para que tenga sentido para mí".

¿Todo arte es una búsqueda del tiempo perdido?
— El fluir del tiempo, la dimensión temporal es tan constitutiva al ser humano, y a su vez, se da la paradoja de que puede pasar inadvertida, ser invisible. De manera que encuentro que existe un vínculo, en toda indagación artística, con un viaje de exploración hacia la memoria. La memoria es el órgano del tiempo, y creo que en algún momento todo artista tiene que plantearse cuál es su trato con este gran señor en el que estamos insertos, con el tiempo y su pasar.


Recordar el futuro

"Un aspecto de la decadencia del sentido de la memoria es pensar que solo está referida al pasado", explica Gandolfo. "Si uno revisa las fuentes clásicas, la memoria miraba hacia los dos lados del tiempo. Se refiere tanto a recuperar lo pasado como a elaborar un rostro para el futuro". Hay memoria en emociones como el deseo, la añoranza, la nostalgia o la preocupación; "con la memoria -esa sería la tesis-elaboramos el objeto de la ensoñación". Tal como ocurre en El tiempo recobrado -dice Gandolfo-, el último tomo de En busca del tiempo perdido. Allí Proust hace que su narrador salte hacia el futuro, se reencuentre veinte años después con su mundo, y lo sobreviva hasta el año treinta y tanto (Proust murió en 1922); de modo que la búsqueda del tiempo perdido "es un juego de anticipación, no solo de recordación".

Gandolfo cree que el gesto biográfico sin más no da el ancho, o la profundidad; que no necesariamente es buena literatura. Lo dice a propósito de la "autoficción" y su supuesto auge: "A veces percibo que ello conduce a un exceso de ensimismamiento y a una incapacidad de salir de casa, por decirlo de algún modo, a un literatura monofónica en la que la subjetividad del autor deja casi sin relieve al mundo y la voz del otro". Además, recuerda que, "desde luego", usar episodios de la vida del autor es algo común a la literatura de todos los tiempos; y que también la escritura de un autor sobre sí mismo tiene antecedentes tan remotos como las Confesiones de San Agustín y los Ensayos de Montaigne.

Entre los autores contemporáneos que hacen un uso creativo y no ensimismado de la memoria, Gandolfo prefiere a "Orhan Pamuk ( EstambulEl Museo de la inocencia), la trilogía autobiográfica de John Maxwell Coetzee; Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia o Una vez Argentina, de Andrés Neumann". ¿Y en estos lados? "Esta vertiente autobiográfica ha sido bastante próspera para la narrativa chilena actual", responde (aunque advierte que "no es, en modo alguno, la única"). "Mencionaría la trilogía Historia de una absolución familiar, de Germán Marín; Autobiografía por encargo, de Cristián Huneeus; La edad del perro, de Leonardo Sanhueza; Formas de Volver a casa, de Alejandro Zambra; Volver y Un golpe de agua, de Paula Carrasco; por nombrar algunos, ya que se me siguen viniendo títulos a la cabeza. Bosque Quemado, de Roberto Brodsky, es otro.

¿Cuándo es atractiva la "autoficción"?
— El punto interesante y novedoso de la 'autoficción' se da cuando deliberadamente el autor modifica su vida, la reescribe, miente de manera consciente, aunque sea de modo parcial, es decir, novela su existencia. Me parece que esta es una apertura novedosa de la literatura contemporánea, ya que introduce una atractiva ambigüedad en la escritura acerca del yo, como si los bordes entre ficción y no ficción se tornaran imprecisos cuando hablamos de nuestras historias y estas se unieran en un solo tapiz con los mitos y ficciones. Proust es pionero, ya que pensaba que la vida tal como se relata en una biografía o memoria tradicional no es la 'vida verdaderamente vivida', porque habitualmente nos mentimos acerca de nosotros mismos y no hay nada más difícil que dar con las verdades que tocan aspectos fundamentales de la propia existencia. Así, 'la vida verdadera' es la narrada por la literatura. En palabras de Vargas Llosa, sería preciso mentir para alcanzar la verdad.

¿Usted tiene buena memoria?
— (Se ríe) Al contrario, yo comparo mi memoria con mi vista. Tengo buena vista para leer lo cercano, pero mala para ver de lejos. Y eso, llevado al plano de la memoria, hace que a veces tenga muy buena memoria inmediata, para recordar un nombre, un número de teléfono. Pero a mediano y lejano plazo la tengo más débil; y eso, creo yo, es un incentivo para tratar de estar pendiente, para ir reelaborándola. Hay una frase que me gusta mucho de Samuel Beckett, que dice que en aquel que recuerda todo y no olvida nada, la memoria pasa a ser como una enciclopedia, un instrumento de referencia y no de descubrimiento. Para que la memoria sea un instrumento de descubrimiento de sí mismo y de los otros, es necesario que esté montada y emplazada en un trasfondo de olvido. El que no olvida nada, no recuerda nada de verdad; sería como Funes, el memorioso absoluto, que en realidad replica un solo día de su vida.


 

 

 

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