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Una antología de Pedro Lastra:
La actividad del recuerdo

Por Grínor Rojo
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 18 de junio de 2006



Pedro Lastra no es sólo un destacado profesor y crítico, sino también un poeta. Y muy bueno, según demuestra la antología "Leve canción", publicada en Ecuador.

A Pedro Lastra lo conocemos en Chile como profesor y como crítico, maestro sabio, cuyo juicio erudito solicitamos y aceptamos sin recelos. Pero Pedro Lastra es también un poeta, y un muy buen poeta. En países que no son Chile, saben menos de su magisterio intelectual y más de su poesía, que ya va para la decena de libros, desde 1954,cuando apareció el primero, La sangre en alto. Ahora nos llega esta antología, publicada en Ecuador, que reúne más de setenta poemas y que nos permite formarnos una idea de conjunto sobre lo que en este costado de su escritura él ha venido haciendo a lo largo de los años.

Evocaciones

Poesía eminentemente lírica, la de Lastra sigue el consejo de Wordsworth y se asienta sobre todo en la actividad del recuerdo: la evocación sosegada, la canción nostálgica y hasta melancólica, la huella de los paisajes difusos, los ademanes que se iluminan y desvanecen en el escenario inestable de la memoria. Desde "Mano tendida", el primer poema del libro ("Se borronean las líneas de esa mano/ esperándote..."), hasta el último, "Acción de gracias", es probable que éste dedicado a la poesía misma ("No alcanzaron los días/ para encontrar algunas palabras/ que me hablaron de ti en lugares distantes,/ inquietas soledades"), es siempre el tiempo y sus efectos —que no se limitan al desgaste consabido, ya que también suelen traducirse en plenitud de vida quieta—, lo que traspasa los versos. En ciertos momentos, el recuerdo es elegiaco, como en "Noticias del maestro Ricardo Latcham muerto en La Habana", en "Noticias de Roque Dalton" y en "Palabras a Víctor Jara"; en dos o tres, él aparece como testimonio de la diferencia forastera, "Datos personales", "Informe para extranjeros", "Los días contados" (pienso en "La extranjera", de Mistral, a propósito de esto); en algunos, como descripción entre parriana y teillieriana del aura de los objetos viejos, "Reivindicación del astrolabio", y en muchos, como sedimentó de lecturas, de Nerval, de Plinio, de Enrique Lihn, de Omar Cáceres, de Cervantes. Pero no obstante sus méritos quizás no sean esos poemas los más logrados del volumen. Mis preferencias se inclinan más bien por aquellos textos por lo general muy breves (la brevedad es condición de la lírica, es lo que decía Staiger), en los que Lastra, proustianamente, recorta un gesto, un detalle, un momento huidizo y único en la línea del tiempo.

En este último sentido, "Estudio" ("Es extraña tu mano levantada en el aire/... nace una sombra del aire de tu mano"), "Instantánea" ("Su luz veloz me sobrevive/ ya no luciérnaga ni río"), "Aurora boreal" ("Fugacidades, iluminaciones:/ tiempo del agua en la clepsidra/ y de la arena en el cristal") y alguno más son pequeñas gemas de una justeza casi perfecta. El secreto hay que buscarlo en la precisión y economía lingüísticas. Si uno escucha un par de versos como "Caer y recaer/ en las mismas alianzas y celadas del sueño" ("Sísifo"), uno siente que así, y sólo así, es como "eso" tenía que ser dicho; que esos versos no pueden parafrasearse; que la unidad entre el contenido y la forma, la experiencia y la palabra es en ellos tan estrecha que no tolera la escisión.

Como es casi de rigor en una antología como esta, hay en ella un poema titulado "Arte poética", que habla del "cielo ilegible" en que el poeta inscribe lo suyo y de la noche como el tiempo adecuado para esa inscripción. Sin embargo, el penúltimo texto del volumen, "Los lugares perdidos", es, a mi juicio, aún más un "arte poética" que el que ostenta ese título. Se trata, expresamente, en este caso, de un poema sobre la memoria, que es como el mar, "incesante, instantáneo" y que independientemente de sus contenidos, que pueden ser "un hombre y una mujer", cada uno "en su propio escenario", reclama la indispensabilidad del recuerdo como el "siempre jamás,/ la morada/ donde alguien convive con su dios y su sino". La memoria deviene, al fin de cuentas, como vemos, en el espacio de la reintegración del ser consigo mismo. Me atraen, finalmente, los hermosos poemas de amor que contiene el libro de Lastra. Nombro cuatro solamente, pero podrían ser más.

Poemas de amor

Ellos son: "Los enamorados", el díptico "Copla" ("Dolor de no ver juntos/ lo que ves en tus sueños"), "Balada para una historia secreta" y "Madrigal". Es curioso, pero tengo la impresión de que "Balada para una historia secreta" es algo así como un juego de variaciones jazzísticas sobre el "Poema 15" de los Veinte poemas... de Neruda. Dice Neruda, como todos aprendimos en el colegio, "Me gustas cuando callas porque estás como ausente,/ y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca". Dice Lastra, por su parte: "Estabas y no eras/ hablabas y el silencio:/ nunca eres más bella que cuando sé que eres/ la que no está conmigo". En ambos casos, el motivo de fondo es el de la amada ausente, cuyo modelo canónico se encuentra en Poe y que recorre la historia de la poesía moderna hasta hoy. Pero, como quiera que sea, la erótica de Lastra es bastante más cristalina que la del necrofílico Poe y menos machista que la del joven Neruda. Exaltada y desbordante en el primero de los tres poemas que acabo de mencionar, de aspiración temeraria en el segundo, de melancolía adolescente en el tercero y de exorcismo de la muerte en el cuarto, sus modulaciones son variadas pero sin aspereza. Coronan estos poemas de amor una obra estimable sin duda, que yo pienso que debiera darse a conocer en el medio chileno con un entusiasmo mayor que el que se pone en el conocimiento de otras más bulliciosas, pero que no es raro que pesen harto menos.

 

img: Jimmy Scott

 

 

 

 

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