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Pedro Lemebel y la loca del Frente


Entrevista por Faride Zerán

Rocinante N°30, abril de 2001

No es la épica grandilocuente la que estimula la escritura hasta ahora fragmentada de Pedro Lemebel, autor de Loco Afán, La esquina es mi corazón, De perlas y cicatrices, entre otros textos que recogen sus dotes de cronista con talento y sin censura.

Al menos en ésta, su primera novela Tengo miedo torero, su prosa recargada se desborda sin aliento, sin pausas para ir develando una pequeña historia de amor entre un homosexual y un militante frentista, en los meses previos al atentado a Pinochet.

Ella, la loca del frente, borda manteles; Carlos, el guerrillero, conspira, mientras en las calles de Santiago los gases lacrimógenos y las piedras contestarías, las barricadas y la cortina musical de Radio Cooperativa, reconstruyen la atmósfera del descontento.

Entre el miedo y el arrojo transcurre la trama de esta crónica novelada de los ochenta en la que se baten en un paradójico contrapunto el candor y humanismo que trasunta la relación de amistad y amor entre el guerrillero y la loca, y la fiereza subversiva de la propia escritura de un Lemebel irreductible, pese al éxito que lo envuelve tras haber sido editado en España, México, Argentina y otros países.

-Lemebel se fue p'al frente y no se cuando vendrá...., me río cuando dice serio que se trata de una historia con elementos autobiográficos... ¡o qué te crees, niña!, replica mientras cuenta que la epopeya o la gran historia no le sienta a sus letras que son tan fugaces, puntualiza, como un peo de laucha.

-Lemebel ya es marca registrada fuera de Chile. ¿Cómo siente el éxito alguien que intenta mantenerse en los márgenes para no ser cooptado?
-Quizás cuando se habla del éxito o del renombre que se publicita y corre de boca en boca, se está hablando de un producto fácil de asimilar o que resulta atractivo para el consumo caníbal de estos tiempos. En mi caso, creo que ese éxito es una marquesina piñufla que me sirve a veces para mirar con desdén a los homofóbicos que en otras épocas me escupían. Pero como dice Juan Gabriel, "aún estoy en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente", paseo donde mismo, compro en el mismo almacén donde la vieja me insiste que le regale algún libro, y yo le contesto que mejor me lea en el Clinic o en Rocinante, porque yo nunca fui tan adicto a los libros , me gustaba más leer revistas o tiras románticas del corazón. Y de seguro que esta señora sólo quiere el libro como un ftiche, esperando que algún día tenga valor, por eso me insiste que se lo regale autografiado. Entonces creo que lo que panfleteaba por ahí como mi éxito, es nada más que un centelleo del nombre, con una aureola de raro, provocativo, exótico. Y esto es fácilmente cooptable como discurso marginal, ese es el peligro que en forma permanente estoy esquivando. Pero no creo que resulte tan fácil asimilarme en el kárdex de lo "políticamente correcto". Hay un reflejo mío que siempre me descalabra en el ascenso a la fama. Tal vez, un zaz con triple zeta, un flato a destiempo que deviene fleto, una arcada inevitable frente al rostro apolítico del animador de tv, una traición a mansalva que hace decir a los productores: viste, yo te dije que a este tipo no había que invitarlo porque muerde la mano de quien le da de comer. Y esa construcción cultural me fascina, como discurso del hambre resentida.

-Tu fuerte es la crónica breve a la que adhieres tu mirada crítica y un estilo kitch, recargado en el que se juega la palabra subversiva sin concesiones. ¿Cómo se alimenta esa pluma? ¿De qué miradas, de qué lecturas?
-Creo que el mayor sustento de mi escritura es mi día apurado, enervante por las mil piruetas que debo hacer para contestar entrevistas, resolver asuntos domésticos, enamorarme y desenamorarme de lo que se me cruza y a veces me deja impávido. Porque aunque parezca difícil, aún me sorprendo, y a veces también me dejo arrastrar por una ola de inocencia frente a unos ojos impertinentes. Pero con respecto a lo literario, no me interesa esa batalla envidiosa de los literatos chilenos. Parecen conejas pariendo libros fomes solamente con el afán escalador de moldear su nombre en relieve. Por eso no creo tener referentes locales en esta manga de eunucos letrados, tan fufurufos campaneando el trago en el Mulato Gil en la fonda del Tavelli. A veces mi escritura se anida fugazmente en la evocación de algún texto compungido que me hizo desprenderme de mí, dejar de ser yo en ese instante de comunión con algún nombre: Berenguer, Perlongher, Puig, Monsivais... En su mayoría maricas y mujeres, ¿te das cuenta?

-Para Jean Franco la crónica es un género literario que captura el ánimo de los tiempos sin subordinarse a ellos... Hablemos del ánimo de este tiempo, hoy y aquí.
-Cuando me acuerdo de Jean Franco, no puedo evitar su evocación cariñosa y tremendamente querida. Tampoco puedo olvidar la referencia política que ella vio en mis crónicas, sobre todo en estos tiempos de repugnancia y cambalache: "todo es igual, nada es mejor, un izquierdista y un torturador"... Me apesta la mueca educada de estos días, el apretón de manos entre Pamela Pereira y la garra uniformada. Pareciera que la buena fe de esta abogada quiso tomar la mano de su padre detenido desaparecido y en su reemplazo palpó el sudor putrefacto de la impunidad. Pareciera que sólo bastara que la derecha y los milicos dijeran "lo siento" con fingido remordimiento para que el gobierno, la curia católica y la Concertación se deshicieran en alabanzas por ese gran gesto. Entonces la excusa del criminal, no solamente blanquea el crimen sino que lo eleva al rango de súper patriota. Un ejemplo de virtud que todo el país debe reconocer y admirar. ¡Dime si estas mariguancias con la justicia en este Chile actual no son repulsivas! Y aunque uno reconozca que hay gestos, miradas bajas y hasta fachos arrepentidos, desgraciadamente, como dice el poema de Perlongher, también hay cadáveres. Y esa verdad no la repara el mea culpa nervioso de Pía Guzmán diciendo que no sabía. En realidad, esta pregunta me avinagra el estómago, me hace renegar de la nacionalidad sabiendo que el cerdo Romo anda suelto mostrando a todo el país su caradura de chileno.

Amor homosexual

-Tengo miedo torero es tu primera novela o gran crónica del Chile de los 80, de las protestas, de la lucha contra la dictadura... ¿Cómo viviste la experiencia de esa escritura que ya no está sometida a los minutos de la radio o a los centímetros de una columna?
-Como bien dices, puede ser que este libro sea una breve novela o una extensa crónica que comencé a escribir en los peludos años ochenta. Primero fueron veinte páginas que olvidé entre mis abanicos y cosméticos, y sólo las retomé en los noventa para darle algún destino que resultó novela o nouvelle, como dicen los siúticos. En realidad, nunca fue mi intención sacralizarme en la catedral literaria con una novela que, pareciera ser el sueño de todo aspirante a las letras. Yo sólo quise incrustar una historia de amor homosexual en esos años alambrados de la dictadura. Es más, no se si continuaré con esta escritura de largo aliento porque mi decir escritura! es fragmentado, entrecortado, tartamudeante, a pedazos, como han sido todos mis libros de crónicas. No creo en la gran historia, no le sienta bien la epopeya a mis letras, que son tan fugaces como un peo de laucha.

-Puig, y El beso de la mujer araña, o Senel Paz, el escritor y guionista de Fresa y Chocolate pueden ser antecedentes literarios más recientes para ubicar la relación entre el travestí y el guerrillero, entre Carlos y la loca del frente. Sin embargo, nuevamente es tu escritura la que hace la diferencia: más subversiva que el amor entre ambos; más explosiva que las bombas que se lanzan en esos tiempos.
- Puede ser, creo que es fundamentalmente en la parodia del dictador y su mujer, allí la historia del romance guerrillero-marica se duplica, se politiza ampliando su espectro tensional un poco cliché del macho izquierdista y la loca enamorada del revolucionario. También hay un contexto político-cultural que retrata una época donde un país anestesiado de bombas lacrimógenas soñaba oxígeno y futuro. Pero inevitablemente los dos referentes de Puig y Senel Paz esbozan un prediseño de mi novela, así como también creo que el lenguaje en que está escrita aporta algunos tics barrocos a la geografía maricucha y literaria del continente.


Homenaje a la radio

-En esta novela hay varios homenajes, y uno destacado es a la radio, al periodismo independiente de esos años marcado por la Cooperativa y los despachos de Manola Robles y Sergio Campos, a quienes aludes explícitamente. ¿Por qué, qué significaron esas voces, esa cortina musical, esos despachos?
-La Cooperativa, al igual que la casa en que ocurren los hechos representan un tipo de personaje, en especial la radio Cooperativa que forma parte del imaginario colectivo en la urgencia de ese tiempo. Para nadie que haya vivido los ochenta el timbre radial, lo mismo que las voces de Sergio Campos o Manola Robles, les puede resultar ajenos. Aunque también había otras radios más puntudas, como la Umbral. Pero es posible que ese postrero homenaje a la radio Cooperativa de aquel entonces sólo sea un arranque nostálgico de la memoria, pensando en lo que es esta emisora actualmente.

-Pero en definitiva estamos hablando de la memoria de un tiempo poco rescatado por la literatura chilena, los ochenta con su carga de heroísmo y miedo; de atentados fallidos, de asesinatos, de muerte y de vida... Hay un Chile vivo en ese libro que va más allá de la nostalgia.
-Fíjate que son muchas las deudas que se tienen con los años ochenta, a pesar de todo se dieron interesantes producciones culturales o contraculturales. En la música juvenil, Los Prisioneros todavía no han sido superados, lo mismo que el teatro o las artes visuales. Además, el gran auge que tuvo la poesía, pañuelera y todo pero útil como discurso de desacato. Falta una revisión de esos años, más bien reflotar ciertas pasiones del descontento que ahora están ahorcadas por la corbata funcionaría. Recuerdo a muchos creadores de ese momento que luego, llegada la democracia, pasaron a mejor vida. Es decir, fallecieron como artistas. No quiero ser un nostálgico con olor a mariguana, copete y naftalina ochentera, pero indudablemente en esa ciudad la pulsión dionisíaca encendía las noches de revolucionario sexo cunetero. Me acuerdo de un poema del pije Huidobro: "abro la puerta de los ochenta, y el pensamiento se me va"; alcanzo a escuchar a la poeta tatiana Cumsille recitando raja su "animalito rockero"; veo a "Las yeguas del apocalipsis", nunca bellas pero preciosas en su frenético cabalgar; distingo alguna acción callejera y colectiva del Coordinador Cultural, y después me veo arrancando de los pacos tiritona en los tacoaltos...En fin, ¡cómo no haber amado esos años!


La loca del frente

-Volvamos al libro, la loca del frente, ese travestí que se enamora y sabe que arriesga la vida en ese amor... que sospecha que la usan pero que junto a sus manteles bordados para las señoras de militares no vacila en ocultar las armas... ¿Es sólo una persona enamorada?
-Más que un personaje, la loca del frente quisiera ser un imaginario homosexual algo anticuado y fósil de la subjetividad coliza. Por eso no tiene nombre, porque en ella se agolpan todos los nombres del travestismo o del folclore maripozón. Es una contradicción como estereotipo. Por un lado, arriesgada a toda pólvora, pero por amor, o calentura, no se bien. Por otro, es una pluma en el vendaval del atentado. No quise personificar demasiado a la loca del frente, precisamente para repartir su gran capacidad amatoria o deseante.

-Pero me llama la atención el personaje que construyes en Carlos, porque el arquetipo de un guerrillero no es precisamente su lado tierno o su ausencia de prejuicios de macho frente a un travestí. ¿No hay una mirada más bien utópica de Lemebel? ¿Acaso no has sufrido en carne propia la agresión de los machos de izquierda que te gritan maricón?
-Tienes razón en parte, siempre es utópica y colorida la mirada enamorada del homosexual sobre el chico hetero. Pero él no es el típico macho militante de izquierda. En parte, se permite el vértigo seductor de la loca, hace un paréntesis en su aguerrida misión y se deja embaucar por el teatro exagerado del homosexual. Carlos es tremendamente tierno en su trato con la loca, es inmensamente fino y, al parecer, ese es el punto de encuentro de los dos aunque a la marica le moleste que sea un chico educado y universitario. Tal vez porque los chicos universitarios sólo practican la tolerancia y rechazan la lujuria.

-Sigamos con la memoria, no es cualquier episodio el que retratas en Tengo miedo torero, sino el mismísimo atentado a Pinochet, el año 86.¿Por qué?
-No digas atentado me dijo un frentista de esos años. ¿Y cómo le digo?, contesté.- Emboscada -me respondió. ¡Imagínate! ponerle a ese hecho un nombre de western. Mira, yo no elegí el suceso porque de alguna manera me vi envuelto en el fragor de aquella historia. Además, hay algún amigo del Frente que mataron un tiempo después y me parece que este libro recupera enamoradamente su
memoria. También develo el ansia de tiranicidio que teníamos muchos en este país, muchos que después condenaron el atentado.


Condón de dinosaurio

-¿Esa suerte de idealización de la relación entre el homosexual y el guerrillero no tiene que ver con la influencia de Gladys Marín, con quien tienes una gran amistad?
-La relación del homosexual y el guerrillero nunca es tan pacífica, la tensión está en ese sexo urgido que no ocurre o que está a punto de ocurrir si sale bien el atentado y poder celebrar a toda cacha caliente. Además, no tiene que ver con mi amistad con la gladucha porque ya tenía escrito el libro cuando nos conocimos.

-Entonces estamos ante un relato que recoge una experiencia autobiográfica. ¿Es así?
-Algo hay de autobiográfico. En esos años yo arrendaba una casa muy monona y un día llegó un joven tan buenmozo a pedirme que le guardara unas cajas con libros. ¡Y eran tan pesadas! En ese tiempo de urgencias los chicos del Frente no tenían prejuicios, porque no había tantas casas de seguridad. Yo fumaba pitos y a ellos no les gustaba, decían que por eso nos podían pillar. Un día llegaron con un tubo de acero enorme, me dijeron que eran unos manuscritos o algo así, y yo pensé que era como un condón de dinosaurio y lo puse a la sombra, por si acaso. Parece que ese fue el rocket que no estalló. ¡A lo mejor, yo lo chingué! Pero todo es mentira y ficción, el que piense otra cosa es simplemente pura fantasía, explosiva, como toda fantasía...

-A propósito de travestí y las medidas del alcalde Lavín, quien luego de perseguirlos en el barrio San Camilo, ahora los quiere transformar en microempresarios. ¿Qué te parece?
-Pienso que el alcalde cara de hostia quiere desexualizar a las chicas travestí de San Camilo, neutralizarlas en los lugares asignados socialmente para los homosexuales como son las peluquerías. El encanto del sexo travestí es ese tornasol malandra y clandestino que lo poetiza en su engaño transexual. Es lo mismo que los chicos dawn que los ponen de mozos. Este alcalde pareciera haberse equivocado de ciudad: el quería ser alcalde del Reino de Hoz, de país de las maravillas...Pero en todo disfraz mojigato y eucarístico se esconde un masturbador de confesionario.

-Lo último, ¿ como crees que será recibido en Chile Tengo miedo Torero?

-Espero que sea recibido muy bien, que se venda como tortilla de coliflor y que afuera hagan la película, que me contraten de actriz principal y que el Sub Comandante Marcos sea el guerrillero, aunque está un poco madurón, pero no importa.

 

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Pedro Lemebel y la loca del Frente.
Entrevista de Faride Zerán.
Fuente: Revista Rocinante N°30, Abril de 2001.