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ENTREVISTA: PEDRO LEMEBEL

“La rabia es la tinta de mi escritura”


Por Flavia Costa
Suplemento Ñ, Diario Clarín de Buenos Aires.
Sábado 14 de agosto de 2004

 

Cronista de los márgenes, símbolo del activismo gay y la resistencia contra la dictadura pinochetista, el artista visual y escritor chileno Pedro Lemebel es un autor no muy difundido pero ya central en el mundo cultural latinoamericano. Esta semana visita Buenos Aires y Ñ lo entrevistó antes de su llegada. Además opina el ensayista mexicano Carlos Monsiváis.



Pedro Lemebel es una leyenda viviente. Y también una de las "rarezas" mayores —porque su obra es relativamente poco conocida aún y porque su "rareza", en tanto escritura, es excelente, sustancial— de la literatura latinoamericana de estos tiempos. La imagen que fue llegando (al principio en cuentagotas, últimamente cada vez más fluida) de este escritor y artista visual chileno es la de un creador excéntrico. Un agitador furioso. Un rebelde lírico, travesti y militante que enfrentó la dictadura pinochetista a fuerza de ejercer su diferencia (política y sexual, ética y estética) y aún hoy arremete con sus libros contra las ideas conservadoras y todavía hegemónicas sobre lo normal, lo deseable, lo visible, lo que quisiéramos creer —y revelar— de nosotros mismos.

Todo eso es cierto, pero hay más. Al menos desde mediados de los años 80, cuando dejó de dar clases de arte en un secundario estatal y creó junto a Francisco Casas el colectivo de arte las Yeguas del Apocalipsis, y más tarde se dedicó de lleno a la escritura, Lemebel ocupa un lugar único, a la vez marginal y céntrico en su país ("el mejor poeta de mi generación", dijo de él el novelista Roberto Bolaño). Y desde allí irradia su furor crítico, su escritura torrencial, más allá de las fronteras. Así lo demuestra, por caso, el hecho de que la influyente ensayista Jean Franco lo incluyera ya en 1994, junto a Carlos Monsiváis y Edgardo Rodríguez Juliá, entre los más destacados cronistas-testigos de la región.

Ocurre que Lemebel es un prosista filoso e insobornable. Sus crónicas —amalgama de literatura y periodismo— revelan un oído muy fino para el habla de la calle y un humor burlón para encontrar el adjetivo apropiado (la "casita flacuchenta", los "templos homo-dance"), el vocativo perfecto ("Quizá se puso Loba Lamar por el cochambre mojado de su piel oscura, por el luche aceituno de su pellejo estrujado por los marineros"). En conjunto, esos textos mixtos son otra prueba del interés de Lemebel por fugarse de las posiciones cómodas, instituidas, y fluir con libertad entre las identidades y los géneros. Además, en ellos se muestra especialmente atento a no cortejar a las cofradías bienpensantes (basta ver el Manifiesto que leyó en Santiago de Chile en 1986 y que se publica en estas páginas).

En los próximos días, Lemebel llegará a Buenos Aires a brindar tres conferencias: una especie de retrospectiva de casi dos décadas de intervenciones provocadoras. También viene a saludar la salida (tardía reedición local) de La esquina es mi corazón, que editará Interzona. Y a preparar el terreno para la llegada de Zanjón de la Aguada, su último libro de crónicas que se publicó el año pasado en Chile y todavía no tiene fecha de salida en la Argentina.

Poco antes de viajar desde Santiago, Lemebel comentó a Ñ que este nuevo volumen tenía una intención fundamentalmente social y política, "un sondeo a los lugares maltratados por la soberbia neoliberal chilena". Y que no hay casi relatos del mundo homosexual: "Casi no lleva puchero trolo; apenas una crónica que evidencia el reconocimiento a las locas sureñas o nortinas que acogen a los conscriptos en sus largos y ociosos domingos lejos de casa. El resto son girones desteñidos de mi social popular, homenajes a mujeres 'duras de matar', políticas, amas de casa, barristas, chilocas rojas que dejaron su huella indeleble (no invisible) en el calendario del poder".

Cuando se publicó en Chile, el año pasado, el libro estuvo varias semanas en los rankings de más vendidos y, según las palabras del propio autor, "fue más pirateado que el Condorito". Si bien sabe que ese reconocimiento es merecido, Lemebel es un cíclope con ojo de sospecha y entonces desconfía: "no se puede desconocer que hay una calentura mercantil por estos temas", dice, como para no conceder nada, ni siquiera a sí mismo.

- Usted enseñaba arte en un liceo. ¿En qué momento decidió que quería escribir; que ésa era su forma natural de expresión?
- Lo decidí cuando me pagaron la primer crónica que publiqué en la revista Página Abierta, a fines de la dictadura. Para los pobres, esto de escribir no tiene que ver con la inspiración azul de la letra volada: más bien lo define e impulsa el estruje de la supervivencia. No creo en una forma natural de la expresión. No nací con una estrella en la frente, como dice Violeta Parra.

- Antes y después, ¿por qué elige hacer performance, radio, video, etcétera? ¿Hay una decisión política detrás de la elección de cada material?
- Para mí siempre hay una decisión política que detona la puesta en escena de mis irrupciones en el campo cultural. Es más, los géneros —escritura, visualidad, activismo— se contaminan de acuerdo a la pulsión de mis afectos y resentimientos. Por otro lado, lo performativo de mi trayectoria político- cultural existió siempre, lo coliza (de "loca", homosexual, en Chile) se me notaba desde el satélite. Siempre fui un cuerpo notorio en su deseante sexualidad transversal. Nunca salí del closet, en mi casa humilde no había ni ropero. La palabra performance, cuyo significado desconocía, la entendí como un pasaje a Nueva York: a la larga el tiempo me dio la razón.

- ¿Le costó pasar de la crónica —un género en que se mueve extraordinariamente bien— a la novela? ¿Intentó escribir poesía?
- Mira: la novela Tengo miedo torero fue un desafío, un ejercicio de provocación frente al protagonismo mesiánico de los novelistas machos. Y me resultó, ni trascendental ni como proyecto de mundo, apenas una balada guerrillera y romanticona como un eco trasnochado de la obra de Puig. Nunca escribí poesía, en Chile era un género colonizado por las próstatas locales, y aunque Bolaño dijo que yo era el mejor poeta de mi generación sin ser poeta, su noble intención me significó la envidia de los faunos líricos nacionales.

- Muchas veces ha denunciado que la tradición literaria chilena es machista, misógina, homofóbica. Ahora, ¿no es un fenómeno latinoamericano? ¿Cómo se vive esa realidad en el Chile de hoy?
—Cuando se habla de homofobia, literaria o no, me parece poco grato: te podría contestar que todas las fobias se dan la mano. Al final los nacionalismos se colorean de intolerancia en odios comunes. Aunque en ciertas latitudes como en México y Brasil se agudiza la intolerancia criminal contra las diferencias sexuales. Con respecto a Chile, la catedral literaria se yergue sobre las plumas del closet; a mí me aceptan con una risa torcida, debe ser porque la crónica marucha no compite con los géneros sacralizados por el canon literario. Me toleran con una náusea educada, se refieren a mí como "ese refinado escribidor de manos tan blancas".

- ¿No ha cambiado eso un poco en los últimos años? Pienso en la influencia decisiva de su propia escritura, pero también la del colombiano Fernando Vallejo, o en otro sentido la poeta argentina Diana Bellessi?
- Tanto como que cambió no me parece, aunque estos textos que mencionas tuvieron mayor difusión y académicos recorridos. Ahora las vocales mestizas, trolas, callejeras, cuneteras entran a la academia por la puerta del servicio y ponen su culo sucio en el salón letrado. También no se puede desconocer que hay una calentura mercantil por estos temas, donde cierta morbosidad de lo políticamente correcto mete su espéculo curioso. Uno no deja de ser un polizón en la nave de las letras, pero hay que entrar y salir sin que se sepa por dónde y cuidar que no suenen las alarmas.

- ¿Se reconoce en este sentido parte de una tradición, una "familia", un sistema literario?
- Mira: a mí nunca me gustaron los pesebres navideños, yo no tenía personaje en ese bautismo, quizá el cuarto Rey mago que llegó años después, tan tarde que el niño ya tenía barba. También podría haber sido el buitre que no fue invitado a la fiesta, pero se las ingenió para camuflarse de paloma. Pero me preguntabas sobre mi inscripción en la familia literaria. Inevitablemente en esta rancia parentad soy como una tía o madrina bastarda, un forastero sin referentes en lo que toca a mis relaciones con otros escritos. Quizá Carlos Monsiváis y Néstor Perlongher son primas lejanas con las que he tenido una afectiva y compinche correspondencia.

- Tiempo atrás comentó que en su escritura dominaba la rabia, que quería temperar mejor esas furias para contruir otro corpus de escritura: ¿qué le gustaría escribir si pudiera temperarlas?
- Cuando digo temperarlas, también estoy diciendo calentarlas a fuego lento, la rabia es la tinta de mi escritura, pero no la rabia hidrofóbica del hombre perro, puede ser una rabia con pena, rabia con cuentas pendientes en el tema Detenidos-Desaparecidos, una rabia macerada y en espera de su pronta ebullición. Sigo pensando que lo mejor que he escrito es La esquina es mi corazón, que ahora publicará en Argentina una editorial independiente. Me gustaría escribir una nueva versión de este libro, un regreso a esa crónica emplumada de espinas, tal vez menos barroca, más bien "al pan, pan y al vino, vino".

- Dijo una vez que no le interesaba desarrollar el amor en sus relatos. Sin embargo, hay en su escritura una distancia no irónica, sino sentimental con sus retratados; como si al escribir sobre las travestis, las locas de barrio, las mujeres maltratadas, los resistentes a la dictadura, estuviera protegiendo a sus criaturas. ¿Es así? ¿Con qué ánimo afectivo aborda sus personajes?
- Sí, es una buena descripción del lado tierno de mi triple filo. Son tardíos homenajes, abrazos y besuqueos en la cicatriz de la memoria, pero también hay una insistencia urgente en la dignificación de estos temas. No es sólo literatura entendida como decorado amoroso, más bien, como dice Beatriz Preciado, de visita por estos sures, "dinamitar" las trabas de su hipócrita inclusión.


Poeta de los bajofondos

Cronista de las intemperies, a lo largo de sus libros Lemebel se sumerge en territorios geográficos, estéticos e ideológicos donde pocos se atreven. Así, por ejemplo, en La esquina es mi corazón denuncia tanto la hipocresía de la noción de "milagro chileno" —un milagro para pocos montado sobre la miseria de los más— como el uso de los censos y las estadísticas en Chile: "una radiografía al intestino flaco chileno expuesta en su mejor perfil neoliberal, como ortopedia de desarrollo".

Y en Loco afán aborda el más sufrido grupo entre los homosexuales: el de los travestis pobres, con su glamour desarrapado ("el plumaje raído de las locas torcidas"), al tiempo que critica con dureza "el modelo importado del status gay", que tranza con el poder, no lo confronta en pos de obtener un casillero honorable en los formularios oficiales.

- Es interesante su crítica al modelo de gay que se acomoda al poder, el homosexual que "acuña su emancipación a la sombra del capitalismo victorioso". ¿Alguna vez pensó que ser gay o ser travesti podían ser en sí mismas formas de resistencia?
- Te aclaro que lo gay no es sinónimo de travesti, marica, trolo, camiona, marimacho o transgénero. Estos últimos flujos del desbande sexual aparecen encintados como multitudes "queer" (raras) después de que lo gay obtuvo su conservador reconocimiento. Quizá son estas categorías las que pueden alterar el itinerario de los azahares gay tan cómodos en el status de la legalización. Nunca fui tan ingenuo ni tan iluso como para jactarme de que la elección erótica me convertía en la condesa de la resistencia, siempre supe que existía la homosexualidad fascista y burguesa ahorcada en la corbata de su auto-represión.

- ¿Cómo ve el lugar de las mujeres, los homosexuales, los travestis, en el campo cultural y sobre todo literario latinoamericano? En la mayoría de los casos, se los sigue considerando "freaks", excepciones, curiosidades...
- Pienso que inevitablemente estos caldos venéreos son difíciles de digerir para la institucionalidad literaria, sobre todo cuando estos discursos categorizados de freak van más allá de sus reivindicaciones habituales. Quiero decir que mientras los maricas poeticemos la maricada está todo bien, en su lugar, en el rincón que le asigna la democracia oficial. Pero cuando se opina sobre etnias, aborto, derechos reproductivos, libertad de culto o políticas económicas, la licencia freak queda cancelada.

- ¿Qué está escribiendo ahora?
- Un libro de crónicas titulado Bésame otra vez forastero, que en la Argentina editará el sello Mondadori. Es un ramillete de escritos amorosos sobre los inmigrantes peruanos, argentinos, ecuatorianos que llegan a Santiago atraídos por el resplandor neoliberal. Y para no reiterar la caricatura de vieja pederasta, también le lleva el enamoramiento por una mujer, alguna persona mayor y un perrito callejero falto de cariño.

- Carlos Monsiváis escribió que la suya es una literatura "de la ira reinvidicatoria". ¿Es la literatura un arma política que pueda oponerse a la realidad y crear una realidad nueva?
- Algo de eso ocurre con ciertos libros, lentamente: a la larga algunos discursos sedimentan transformaciones. Aunque la biblioteca de Alejandría nunca fue un efectivo polvorín. No basta con la letra ni con rezar. Hay que potenciar otras formas de activismo desmantelador. Hay que pensar que en Latinoamérica la escritura se introdujo a sangre y fuego, y ese residuo de violencia aún se resiste a ser leído con letrada domesticación.

- ¿En qué quedó hoy toda esa fuerza de oposición que tuvieron las Yeguas del Apocalipsis?
- La irrupción de ese colectivo de arte en el que yo participé, hoy en día se puede reconocer en nuevas emergencias de la militancia minoritaria. Guardo un afecto especial por ese activismo, algo ingenuo, algo romántico, pero de batallante visibilidad.

- ¿Le preocupa que la conversión de Lemebel en una marca, un nombre de moda, le quite eficacia política a sus palabras?
- Siempre es una sospechosa preocupación aparecer en la portada de este suplemento. Inevitablemente mi rostro impreso en estas páginas, mira hacia el ayer, el patiparreo mochilero y traficante de mis años de anónimo inmigrante vendiendo chucherías bajo el obelisco, recién llegado Alfonsín. Esa memoria no se complace con la categoría de marca y menos, de nombre fashion. De alguna manera, este protagonismo escritural puede cambiar, uno nunca sabe, y puedo volver a codearme con los piratas y rostros morochos que despliegan su comercio gitano en esas plazas de europeo arrabal.

 

 

Así escribe: "Zanjón de la Aguada"


Actualmente, cuando los alcaldes hacen alarde en sus campañas con nuevos métodos policiales para prevenir asaltos y choreos. En estos tiempos donde la delincuencia perdió su aventura romántica de quitarle al rico para darle al más pobre, al estilo Robin Hood o Jesse James, quizá porque los protagonistas del robo social son apenas unos mocosos que arrancan la jubilación a los abuelos cuando salen del banco. Más bien parecen lauchas ladronas, quitándoles bicicletas a los cabros chicos y mochilas a los escolares, ni parecidos a los chicos malos de antaño, los choros rapiña de Zanjón, que novelaban su vida transgrediendo la brutal desigualdad económica que retrataba sin color la radiografía humana de aquel desnutrido paisaje.

Ahora, cuando la pobreza disfrazada por la ropa americana ya no quiere llamarse pueblo y prefiere ocultarse bajo la globabilidad del término "gente", más plural, más despolitizada en las encuestas que suman electrodomésticos para evaluar la repartija del gasto social en las capas de menos ingresos. Y todo es así, para un mejor vivir están las líneas de crédito que permiten soñar en colores, mirando el catálogo endeudado de un bienestar a plazo. Para mejor pasar estos tiempos, mejor rematar neuronas como espectador de la pantalla donde el jet-set piojo se abanica con remuneraciones millonarias, pasándolo regio, mascando una aceituna en el desfile de modas con su ocio fashion, sacándole la lengua a la teleaudiencia sonámbula y roticuaja que pone una olla sobre el aparato de tevé para recibir la gotera que cae del techo, que suena como monedas, que en su tintineo reiterado se confunde con el campanilleo de las alhajas que los personajes top hacen sonar en la pantalla. Pero al apagar el aparato, la gotera de la pobreza sigue sonando.

Fragmento de "Zanjón de la aguada", en el libro homónimo que editó Seix Barral en Chile y aun no llegó al país.


 

Lemebel básico

Santiago de Chile, 1955. ARTISTA VISUAL Y ESCRITOR


Antes de ser el autor de algunas de las crónicas más valientes, barrocas y lentejueladas (para usar uno de sus increíbles adjetivos) de América latina, Pedro Lemebel se llamaba Pedro Mardones y enseñaba arte en un secundario. En 1982 ganó el Concurso nacional de cuento Javier Carrera y en 1986 publicó su primer libro de relatos, "Los incontables". Poco después adoptó su apellido materno "como un gesto de alianza con lo femenino" —explicó en una entrevista más tarde— y "para abandonar la estabilidad de la institución cuentera y poder aventurarme en la bastardía del subgénero crónica". En 1987 creó con Francisco Casas el colectivo "Yeguas del Apocalipis", donde cruzaba performance, video y fotografía. Como cronista, publicó "La esquina es mi corazón" (1995), "Loco afán" (1996), "De perlas y cicatrices" (1997), con textos escritos para la radio, y "Zanjón de la Aguada" (2003). Debutó en 2002 como novelista con "Tengo miedo torero".


Calendario Lemebel

Esta semana, Pedro Lemebel hará tres actividades públicas en Buenos Aires:
Miércoles 18 a las 18.30 en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415).
Viernes 20 a las 19 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (Puán 480).
Sábado 21 a las 17.30, en el Centro Cultural Konex (Av. Córdoba 1235; retirar entradas una hora antes).
En las tres oportunidades, lo presentará Florencia Preatoni.
Además, en las próximas semanas la editorial Interzona publicará "La esquina es mi corazón" (que no llegó al país en su momento).

 

 

 


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Pedro Lemebel: Entrevista: "La rabia es la tinta de mi escritura"
por Flavia Costa, suplemento Ñ,
Diario Clarin de Buenos Aires,
Sábado 14 de agosto de 2004.