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PEDRO LEMEBEL, “ESCRITOR, CRONISTA Y PERFORMER” Y SUS ESCRITOS
SOBRE CIUDADES SIN CALMA


“Culo y corazón nunca me han faltado”

Por Julián Gorodischer
Página12
Jueves, 31 de Agosto de 2006


El cronista chileno anticipa fragmentos de Eres mío niña, que leyó en el II Encuentro de Pensamiento Urbano, produciendo un revuelo en la sala atestada y reivindicando la definición de Roberto Bolaño, quien lo señaló como “El mejor poeta de mi generación”.


La corte de seguidores no lo apabulla: aunque se queje de no tener traductores locales y no haya fecha, todavía, para la edición local de sus crónicas de Adiós mariquita linda, el chileno Pedro Lemebel acredita una multitud de fanáticos en Buenos Aires, que esta vez le reclaman la firmita sobre una novela de Roberto Arlt (¿?), un pañuelo de papel, su propia novela Tengo miedo, torero y su libro Loco afán. “Escritor, cronista y performer” lo define el programa del II Encuentro de Pensamiento Urbano del gobierno porteño, que lo invitó a conferenciar en el Teatro San Martín sobre “cronistas de lo ajeno”. La refundación de la crónica –quedará claro después– necesita cerrar filas: aquí se dejará afuera al periodista de pelotón, ese cronista beige que –dirá Lemebel– “tiene que dar cinco vueltas sobre sí mismo” para absorber un aroma cualquiera.

Si como afirma la escritora María Moreno (a cargo de las presentaciones), “la crónica, ese género más o menos vituperado en pos de la gran investigación y el periodismo escrache, vuelve a estar de moda”, Lemebel es el padre de esta flamante generación de narradores: ni cronista zumbón ni pequeño héroe de los suburbios, enemigo de la crónica como espejo de la realidad e involucrado en la cruzada por la visibilidad de travestis y “maricones” sin reservarse ni un rinconcito de intimidad, como quedará claro después de su lectura de la crónica inédita en la Argentina Eres mío niña.

El mercado local de la crónica –si lo hay– parece más interesado en la no ficción angloparlante (desde Robert Greenfield viajando con los Rolling Stones a las entrevistas-performance de Chuck Palahniuk) que en las descarnadas historias de sidarios y prostíbulos de un cronista que logró canibalizar –según Moreno– todos los estilos latinoamericanos. La opción es escucharlo interpretar, acompasado por la música de rap a tono con su relato de “intercambio de fluidos” entre el narrador y un joven rapper chileno, como si lo estuviera viviendo en el recuerdo y celebrado con tres ovaciones inducidas por su amigo y guía porteño, el poeta Fernando Noy, desde la platea y al grito reiterado de ¡Qué diva!. “Error de género, verdad del deseo”, da el pie María Moreno para que comience el show de Eres mío niña (de la cual se anticipan aquí algunos fragmentos):

Casi al alba lo tropecé, Alameda abajo, orilleando la cuneta de un bostezo. Agachado en el suelo, buscaba cortas de cigarrillos, esos filtros a medio consumir que arrojan los fumadores cuando suben a un micro. De lejos era un chico hip hop con la pretina del ancho jean bailándole en sus estrechas caderas... ¿En qué andas a esta hora?, dije al azar, mirando el lomo cordillerano recortado por el amanecer. Aquí ando, cagándome de frío, buscando money y camita caliente, murmuró evaporando las letras de su entumido fumar. ¿Cuánto me cobras? ¿Por qué?, preguntó, bajando la cabeza rapada con cintillo NY que coronaba sus ilusiones. Por acostarte conmigo....

Las crónicas del nuevo libro de Lemebel, continuidad perfecta de sus anteriores relatos de Loco afán y De perlas y cicatrices, trazan una geografía de los márgenes: discotecas, callejones sin salida, prostíbulos, sexo oral a punta de navaja, masturbación al perro, redadas y resistencias a la dictadura pinochetista, enfrentamiento y sumisión a la agresión callejera, encantos y frivolidad del agrupamiento en un gay town... Pero las de Adiós mariquita linda podrían ser un grupo aparte que “hace sistema –categoriza en diálogo con Página/12– con un peregrinar inmigrante hacia Santiago, que es como la capital del dinero, como la Babel. Tenemos mucha música peruana, mucho deseo peruano, mucha comida peruana. Y le hace bien a mi ciudad esa inmigrancia; la transforma en un deseo plural... Quién más que yo para protagonizar las crónicas... Culo y corazón nunca me ha nfaltado”. Y así se hará: el cronista se atribuye los vicios, pecados y virtudes de las faunas de sus relatos.

–Escribirlas fue sacarme esa espina de la migrancia, porque yo también estuve acá en Buenos Aires de inmigrante en otro tiempo, vendiendo chucherías y pañuelos gatito aquí afuera en la puerta del San Martín. He pasado aquí mucho tiempo, y nadie me cogió. Por fea he tenido que pagar impuesto en esta ciudad de los hombres tan lindos. Después he tenido mi revancha, un poquito.

Mientras se zampaba el único pan añejo que habían dejado los ratones antes de marcharse, lo escuché tararear una frase musical que acompañaba con un chasquido de dedos. Y luego sacó de su mochila un arsenal de casetes que puso en el equipo, y allí comenzó la pesadilla del rap concert... Parecía un muñeco fracturado en el vaivén elástico de su breakdance. Por el show no te voy a cobrar, va de regalo. Es fácil, ¿querís aprender? No creo que pueda, ya estoy un poco vieja, ya no bailo... me baila, agregué con algo de pudor. EeEeeeeeepa, jua jua jua, no creo que este pedazo te baile sonrió tocándose la entrepierna, otra vez dura... Eres mío, niña, creí escuchar en el ensamble apasionado de su acezar. Eso parece una letra de rap, dije interrumpiendo el concentrado balance. Pero él ya no me oía, estaba en éxtasis, ametrallándome con la catarata seminal de su eléctrico punzón.

La ciudad de Eres mío niña, o de cualquier otra crónica de Lemebel, no se filtra como escenario de la acción, sino como entidad autónoma. “Santiago, ciudad que cambia permanentemente –dice– para parecerse a Manhattan, pero como de telgopor, como una escenografía. En esa ciudad no se habla del aborto, y la Ley del Divorcio salió con fórceps. Los maricones tenemos un barrio... Allá sobra la plata; es una ciudad triunfal. Y yo vivía en unos bloques periféricos de las afueras de Santiago. Cuando me llegó la fama, me fui al gay town.”

¿Barroco?, le preguntan interceptándolo en un pasillo, única forma de capturar su atención por segundos. “Agrégale caca, marihuana y un poco de deseo homoerótico.” ¿Y sobre Buenos Aires? ¿Qué narraría? “Siempre voy a volver. Pero ya no es por la estética de los machos; son los afectos”, dice rodeado de festejantes. “Tengo una historia animaleja con un perro, que ni San Francisco de Asís lo pensó. Se llama Noche Coyote, y cuenta la masturbación que le hice a un perro, pobrecillo, que estaba ahí tirado a la noche como yo. Por qué no le iba a dar un placer al pobre perro muerto de frío. Fogwill, el escritor argentino, me dijo: Y solamente una paja le hiciste a ese pobre perro, ¡mezquino!”

–¿Pero eso ocurrió en Buenos Aires?
–No, en Santiago.

–Le preguntaba por Buenos Aires...
–Bueno, contaría historias de la avenida Santa Fe. O de la zona de los taxi boys. No hay un lugar concentrado porque está todo más estallado. En cada barrio hay pequeños gay towns. Cada casita es un pequeño gay town, con sus florcitas...

Lo dejé ir sabiendo que la libertad del péndex era su equipaje, su más preciado tesoro... Alguna convivencia gay y burguesa se veía venir, y los dos nos aterramos de ese futuro. Por eso, después de un tiempo de Penélope esperante, guardé su letra de rap, sus dibujos graffiteros y, noctámbula como siempre, regresé al callejón insomne de las marilobas. Y ahí, en esa penumbra estoy ahora, como perra canosa, rastreando los rincones orinados por si percibo en el rosal del aire la huella herida de su bamboleante caminar.

Como si la prosa leída ilustrara el sonido del hip hop en el ambiente, la lectura de Eres mío niña lo consagra como un “inspirado”, según le dedica la escritora Matilde Sánchez . El suyo es el contraste entre “los lugares sitiados por la dictadura –define María Moreno– y los marcados por la resistencia... En una parte, drama y destrucción; en otra, un maná estético”. El termina su crónica leída dando prueba de aquella definición que le regaló el escritor Roberto Bolaño, su compatriota: “El mejor poeta de mi generación”, lo llamó.

 

Fotografía: Francisco Pereda

 

 

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