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Acto de despedida:
Sobre "Cariátide" de Laura Flores Moraga
Auto publicación. Quilpue. 2023, 60 páginas

Por Pablo Molina Guerrero
Publicado en ELIPSIS, 24 de septiembre de 2023



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En una entrevista realizada en el marco de Formas de volver a casa, le preguntan a Alejandro Zambra sobre la necesidad de escribir, él responde: “Pienso que sobre todo se escribe para comprender, para acercar lo que solamente intuimos”. De una u otra forma quien escribe, no lo hace nunca en abstracto, siempre existe un pie en la experiencia personal o en lo que se ha escuchado. Se trata de volver atrás, rememorar o quizás recordar que, etimológicamente hablando, significa “volver a pasar por el corazón” y quizás, este verbo sea el meollo del texto al que nos referiremos.

Cariátide es un fotolibro autopublicado de Laura Flores Moraga, encuadernado a mano con hilo rojo y con cubiertas impresas en risografía. Como libro objeto destaca por su diseño e incorporación de elementos foráneos a la arquitectura clásica del libro, como por ejemplo, papeles de otros gramajes y texturas, marcas de timbres, tela y una versión a escala de portada y contraportada de una libreta de identificación, que a primera vista engaña a través de su visualidad y textura simulando al objeto original.

Este proyecto tuvo una primera versión como parte del Taller de fotolibros impartido por Cristóbal Gaete, Raúl Goycoolea y Karina Aliaga en Valparaíso desde octubre de 2021 a enero de 2022, donde destacaba por su fragilidad y sus composiciones. En esta nueva versión, Flores aumenta los textos e imágenes y como ya se señaló, hay un juego con las texturas y las materialidades que le entrega al fotolibro un carácter más casero y relacionado a su temática.

 

 

Cariátide está compuesto de un prólogo firmado por el padre de la autora, cuatro textos que exploran la memoria familiar paterna y un epílogo. Es en cierta forma un adiós corporizado al hogar de los abuelos de Flores, lugar de la infancia al que se retorna constantemente a través de los años. “La última vez que entro es un acto de despedida. La miro, me detengo y me inunda la nostalgia de los días domingo cuando la fiesta se había terminado y ya era hora de volvernos a Quilpué” (p. 15). Cada párrafo está inundado en saudade –esa palabra portuguesa de difícil explicación que está a medio camino de la alegría y el dolor por el recuerdo de una presencia ausente–, que en este caso lo que se extraña es el hogar de la infancia con los abuelos y la sensación comunitaria de las familias grandes que se reúnen. ¿Habrá algo más punzante que volver a un lugar preciado ya vaciado por los años?

 

 

Laura Flores escribe sobre su abuela jugando al perfil. Se identifica e intenta desentrañar su vida: “Saca su cuadernito de líneas y en su pequeña intimidad escribe las penas más las pocas alegrías de la época” (p. 37). Sin embargo, quedan dudas. Retroceder en la genealogía no siempre es fructífero: “Hay documentos que faltan / Hay historias que me faltan –y luego remata– algo no cuaja en mi linaje / y me incomoda no encontrarlo” (p. 46). Inténtelo usted lector y trate de llegar lo más atrás que pueda en su línea familiar, quizás no pueda llegar más allá de sus tatarabuelos. La invención de la fotografía –evidentemente– ayudó a conservar un recuerdo visual y físico de los ancestros, sobre todo para quienes no tenían suficiente dinero para mandar a hacerse un retrato al óleo. A pesar de que poseemos sus imágenes, es más complejo recordar el tono de voz de quienes hemos amado, esa tersura se nos escapa.

Un último punto me gustaría relatar respecto a Cariátide. No hay imágenes de rostros que nos permitan decir, ése es Manuel, ésa es Elena. A lo sumo existen fragmentos de cuerpos. Lo visual en el fotolibro está establecido como un inventario de objetos. Composiciones realizadas en cámara por Flores o recomposiciones de los archivos fotográficos o documentales, pero por sobre todo imágenes de texturas, como diciéndonos que el camino hacia los recuerdos de infancia está demarcado para el tacto u otros sentidos y la visión no es más que un elemento secundario en el recordar. Quizás el sonido de una máquina de coser, el “aroma a sopa” (p. 58) o el graznido de los queltehues nos lleven directo a los brazos de la abuela ausente o ya por simple asociación, pasar de las flores en el jardín, a las flores en las cortinas, a las flores en su vestido. ¿Las figuras maternas no son acaso las cariátides, o sea, los pilares de cada hogar? Recordar es un juego del que no siempre podemos salir indemnes.

 


 

Laura Flores Moraga (1989). Viña del Mar y Quilpué la vieron tomar té en platillo. En su memoria infante habita el sonido del cacho del heladero, las zapatillas con luces y el ave invisible de un árbol de navidad. De oficio diseñadora, con estudios en Archivos y Arte. A veces escribe.

https://flordemorada.com/




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