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Escritura y existencia en "El arte de la navegación" de Patricio Morales Lizana

Por Naín Nómez
Profesor Emérito USACH


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Desde la partida, este nuevo poemario de Patricio Morales (es el cuarto) hace referencia a las obras anteriores y a un periplo de vida inquietante y llena de avatares. Si bien los poemas no parecen de una complejidad abrumadora, si están signados por un doble o triple sentido que hace al lector dudar acerca de si lo que está leyendo debe interpretarse linealmente o da pábulo para otras lecturas anexas o torcidas. Esta primera impresión, se complejiza con la dedicatoria, que a su vez sintetiza todo el contenido del libro y con los epígrafes (son siete), que se van distribuyendo temáticamente para servir de pórtico y palanca de cambios (shifter) a los cambios de dirección en la escritura. De los 3 comentarios que aparecen en la obra, relevo aquí dos de ellos: el de Roberto Espinaza de la contratapa y la presentación que hace Arnaldo Donoso, con el título “Un parteaguas para la poesía”. Comento ambos brevemente.

 

Patricio Morales Lizana



El breve comentario de Espinaza, apunta a un tema central que involucra la lectura de todo el poemario: hay un movimiento que se inicia con el naufragio del poeta y el barco que se hunde. El sujeto-poeta se ahoga y renace. Los poemas también se ahogan y renacen. Todos    estos actos (cambios, transformaciones, procesos), traducen los estruendos del corazón, a juicio del crítico.

Por su parte, Arnaldo Donoso, hace de este libro una estación de tránsito, que alude a los textos anteriores de Morales y probablemente a lo que vendrá.  También al hecho de que en este libro, el poeta se impregna de la superficie marina a través de los blancos de la página y la imagen del barquito de papel. En el centro de su comentario, está la estructura tripartita del libro, que a su juicio, instala tres relatos maestros que se bifurcan en diversas identidades y registros. El conjunto de poemas se constituye así en un desplazamiento por el mar y por el lenguaje, en donde la poética se transforma en una serie de islas donde el poema (el barco) encalla y descansa. Podemos deducir de esto, que para Donoso, el poeta se forma en El arte de la navegación a través del naufragio permanente de sí mismo y también a través de la poesía de los demás, apuntalada en los epígrafes.

¿Qué más se podría decir de este interesante poemario?

El “arte de la navegación” ¿es el arte de navegar por el mar, por la vida, por la escritura?

Resulta casi obvio que en estos poemas navegamos por los avatares de la existencia. No sólo los poemas dan cuenta de eso sino también los epígrafes. El que encabeza el libro, cuyo autor es Jaime Quezada, tiene como lexemas centrales las imágenes del “camino”, el “mar” y el “sol”, que equivalen a la salida del viajero, el hundimiento en el mar y luego el reencuentro con la vida, la reaparición. En eso, las tres secciones del libro con sus recovecos e islotes lingüísticos, plantean estos movimientos de un sujeto que bucea en sí mismo, en la naturaleza y en la escritura para tratar de encontrar una guía, una especie de salvación que parece inalcanzable. Siguiendo esta línea de reflexión, la sección I “En dirección al fondo…”, aparece como el sumergirse en la verticalidad marina, el llegar a lo más profundo del Yo o volver a la tradición para elaborar el presente. El epígrafe de Omar Lara que alude al naufragio, pero también a “flotar en el mar”, corrobora esta visión de sucumbir, pero también flotar, es decir, sobrevivir. Así la primera parte de la sección está llena de elementos de pérdida y desastre: “derrota”, “fracaso”, “sed”, salto al vacío.  “Así, el leit motiv de “nos fuimos a fondo” (26), va acrecentando el movimiento hacia las profundidades del mar, que muestra también la imposibilidad de la existencia (“Nunca más”, 28) y un movimiento hacia la dilución y la muerte (“arena”, “despojo”). En esta caída (del sujeto, del amor, del texto), lo que permanece son “los estruendos del corazón” (30), que te llevan a aferrarte “al primer madero”, “no tragar saliva”, “no mirar al sol” (30). La última parte de la primera sección (la más larga), incursiona en la escritura como salvación frente a la caída y a la pérdida del amor, aunque el naufragio sobrevendrá de todas maneras.

El texto va elucubrando sobre los diversos modos de naufragar en un ritornello que proyecta el viaje y el naufragio como un modo de vida del ser humano, como un destino que se repite: zarpar, navegar, naufragar: “la angustia de jamás llegar a puerto” o de “irse a negro” (34), El naufragio se produce porque el corazón está amarrado y es necesario soltar sus amarras: “¡Suelten las amarras del corazón!” (35). Es por ello que no hay faro que guíe, porque no se ve el amor ni el dolor y lo único que queda es irse a fondo, una especie de descenso en el maelstrom hasta las últimas consecuencias. Al naufragar el amor lo que queda es la tristeza, que impregna a los náufragos de todo: amor, vida y de la propia escritura poética. Los tres náufragos del poema se integran en el naufragio del protagonista de los poemas, quien bucea en la memoria intentando recuperarse del naufragio y volver a emprender el viaje, cuya aventura puede ahora tener otro destino.

La segunda sección (bastante más breve) titulada “Cartografías”, está precedida por un epígrafe del poeta Tomás Harris, quien señala que las lluvias y los años han generado el olvido de las ciudades para el navegante. Como toda cartografía, se trata de un mapa horizontal del recorrido del navegante por los mares, que consta de 5 partes, de las cuales la más extensa es la última. En la primera, el sujeto-poeta escribe sobre sí mismo en un país extranjero y rememora su propio naufragio. En la segunda, encabezada por un epígrafe de Juan Gabriel Araya, que alude a la mismidad de las playas, se vuelve sobre el sentimiento de naufragar en el mar y en el amor, en donde carta y ruta quedan a la deriva, se extravían. La tercera parte es una cartografía del sentimiento que continúa extraviado y donde el sujeto se deja llevar por las olas, entregado al oleaje y perdiendo la ruta. En la parte cuarta, se busca retornar y reencontrar el amor y en la quinta, encabezada por un epígrafe de Naín Nómez, que alude a la suerte y a la duda, el navegante debe continuar en el juego de partir y navegar de nuevo. Para ello, hay una larga preparación que se inicia en el umbral de la casa (la tierra) para volver a navegar (el mar). Para el sujeto, hacerse a la mar es dejar atrás los recuerdos de la vida cotidiana, pero especialmente los del amor. Para ello sirve la escritura que permite como en una bitácora dar cuenta de la experiencia del náufrago. El poema se adelgaza hasta desaparecer casi en la página en blanco y se abre hacia un futuro incierto, que es otra manera de reencontrarse consigo mismo.

La última sección del libro, titulada “La mar en calma”, parece mentar cierta madurez técnica y artística del poeta, que equivale a salir del fondo del océano donde se naufragó y flotar, como indica el epígrafe de Sergio Parra: “ya no volveríamos directamente al fondo” (75). Esta sección final, compuesta por tres partes, incluye en su primera parte otro epígrafe, esta vez del poeta Juan Cameron, que retoma un tópico de la vida cotidiana: lavar camisas en la artesa. La representación del recuerdo de una cotidianeidad ausente ahora, se centra en el reencuentro con la mujer y el amor, lo que equivale a volver a la playa y al mar como cobijo. La segunda parte retoma el recuerdo de la cercanía corporal del amor cotidiano, que en la memoria se hace extraordinario. Por último, la parte tercera unifica de manera fragmentaria la relación casa-barca y pasado-presente. La casa está en el comienzo del viaje, al igual que el barquito de papel que aparece dibujado en la primera página.                       

Pero también es la perspectiva del poeta desde donde se desarrolla todo el imaginario del poema. Así El arte de la navegación se transforma en el texto en el arte de navegar en la poesía y en la existencia humana a través del amor y el “estruendo del corazón”.

 



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