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NERUDA, EL POLÍTICO
De anarquista a militante


Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio, viernes 9 de julio de 2004.


Neruda sigue siendo un desconocido. A pesar de biografías, memorias y libros de crónicas, queda una vasta región por explorar en su carrera política, llena de luces, sombras e interrogantes.

Quien lea por primera vez alguna de las cartas que Neruda le escribió al escritor argentino Héctor Eandi, a comienzos de los años treinta, sentirá algo parecido a lo que deben experimentar los arqueólogos cuando creen descubrir el eslabón perdido. En esas cartas que abarcan desde su periplo consular por el extremo Oriente hasta su retorno a Chile, respira todavía un Neruda primigenio, nunca visto, pero que ya prefigura, de algún modo, al Zoon politikon (animal político) en que se convertirá años más tarde.

"Yo fui anarquista hace años —escribe—, redactor del periódico síndico-anarquista Claridad, en donde publiqué mis ideas y cosas por primera vez. Y todavía me queda esa desconfianza del anarquista hacia los fines del Estado, hacia la política impura. Pero creo que mi punto de vista, de intelectual romántico, no tiene importancia. Eso sí, le tengo odio al arte proletario, proletarizante. El arte sistemático no puede tentar, en cualquier época, sino al artista de menor cuantía. Hay aquí una invasión de odas a Moscú, trenes blindados, etc. Yo sigo escribiendo sobre sueños".

Hasta aquí el Neruda de Residencia en la tierra, el ácrata fugitivo de la baja clase media sureña; el bohemio desdichado que alguna vez firmó sus prosas con el seudónimo incendiario de Saschka Yegulev, antihéroe nihilista de Leónidas Andreiev.

Pero en la misma carta, fechada el 17 de febrero de 1933, se anticipan los pasos que vendrían: "Una ola de marxismo parece recorrer el mundo, cartas que me llegan me acosan hacia esa posición, amigos chilenos. En realidad, políticamente, no se puede ser ahora sino comunista o anticomunista. Las demás doctrínas se han ido desmoronando y cayendo. Pero esto es para los que son políticamente, esto es, existen civilmente".

Veto a inmigrantes

España fue la encrucijada propicia para las definiciones. La España de García Lorca, Delia del Carril y la calles ensangrentadas de Madrid. Llegaba la hora de tomar partido. Desde entonces el ciudadano Neruda no sólo participó en actos públicos de apoyo a la República —contrariando la prescindencia política que le exigía su cargo diplomático— sinó que abrazó con pasión de converso las directrices del Partido Comunista, al que adhirió hacia 1937, con una fidelidad de la que no lo apartaron ataques ni persecuciones.

A partir de entonces, desde su doble condición de diplomático y militante comunista, Pablo Neruda sirvió, al mismo tiempo, a dos patrones: El Estado y el Partido. Con desigual obediencia, por cierto. Amonestado frecuentemente por la Cancillería chilena, se las arregló, sin embargo, para dejar satisfechos a los dos aparatos burocráticos. Utilizando estrategias, en ocasiones, pintorescas; en otras, francamente cuestionables, propias de esa "política impura" que detestó en su juventud.

Así, por ejemplo, cuando el gobierno del Frente Popular le encargó gestionar la inmigración de refugiados españoles "útiles" a la sociedad, es decir, profesionales y trabajadores calificados (los comerciantes y cambistas eran cuidadosamente excluidos por su probable origen "semita"); Neruda llenó los cupos principalmente con militantes comunistas. En una carta del 19 de junio de 1939 le escribe a José Manuel calvo, Secretario General del Comité Chileno para la ayuda de los Refugiados en Francia: "(...) yo me he negado a la entrada de anarquistas, Méjico los recibía hasta hace poco y ahora no sabe qué hacer". Su criterio, se jacta el cónsul chileno, ha influido en la política inmigratoria de ese país. De esta manera Neruda rompió el cuoteo que él mismo había acordado con los partidos políticos del gobierno español en el exilio.

Las cifras que recopila el investigador David Schidiowsky son elocuentes: "Un 86% de las solicitudes de sectores, en su mayoría anarquistas, son rechazadas, mientras que las de otras organizaciones políticas fueron aceptadas casi en bloque. El porcentaje de anarquistas que al final llega a Chile es de 0,9% del total, lo cual demuestra el éxito de las maniobras de los comunistas y Neruda" (en Las furias y las penas. Pablo Neruda y su tiempo, 2003).

Nadie puede negar a estas alturas el aporte que significó para Chile la llegada del Winnipeg. Acusar a Neruda de haber traído un cargamento de facinerosos, tal como caricaturizó la prensa conservadora de esos años, sería una infamia. Sin embargo, no se puede dejar de pensar en la suerte que corrieron en la Francia ocupada por los nazis miles de refugiados anarquistas, gitanos y judíos. Los historiadores y biógrafos suelen pasar de largo sobre estas cosas. Los políticos les dedican un minuto de silencio.

Suponer, por otro lado, que los "feroces anarquistas ibéricos", como los llamó un cronista, hubieran representado un peligro para Latinoamérica no es más que un prejuicio que la historia no tuvo oportunidad de comprobar. Al menos en México, no fueron precisamente anarquistas los españoles que practicaron los peores actos de violencia política.

Nombrado cónsul de Chile en Ciudad de México, el año 1940, Neruda le otorgo una visa a David Alfaro Siqueiros para salir rumbo Chile, cuando éste permanecía en la cárcel por el intento de asesinato de León Trotsky. Sobre este bien conocido hecho se han tejido dos leyendas: una negra y otra folclórica. Según aquélla, Neruda estuvo directamente implicado en el complot para asesinar al ex líder de la revolución soviética; el propio Neruda, en cambio, minimiza los hechos hasta reducirlos a una anécdota pintoresca en su libro de memorias Confieso que he vivido: "alguien" había "embarcado" a Siqueiros en una "incursión armada"; el pintor cayó preso, Neruda lo visitó en la cárcel y salieron varias veces de juerga gracias a la buena voluntad del alcaide, planificando entre copa y copa su liberación.


Liberación de Siqueiros

En realidad, ese "alguien" era un comando de ex combatientes de la guerra civil española y un agente soviético, todos bajo el mando de Siqueiros, ex soldado de la revolución mexicana (con grado de capitán) y de las brigadas internacionales que lucharon por la República española. La noche del 25 de mayo de 1940 irrumpieron en la casa de Trotsky disparando sobre la cama en la que dormía junto a su mujer. Sin embargo, fallaron. Siqueiros se convirtió en prófugo de la justicia. En la huida fue muerto Sheldon Harte, secretario de Trotsky, que lo habría traicionado abriéndoles la puerta de su casa. Un segundo atentado, cometido el 20 de agosto de 1940 por un asesino solitario (agente español al servicio del Comintern soviético) acaba con la vida de Trotsky, quien agoniza hasta el día siguiente, precisamente cuando Neruda asume sus funciones consulares en México.

En una nota del 25 septiembre, Siqueiros le pide ayuda desde la clandestinidad. La carta —que se conserva en la Casa-museo La Chascona— le es entregada al poeta por la mujer de Siqueiros. Angélica Arenal, quien además le lleva un recado hasta hoy desconocido. Pocos días más tarde Siqueiros es detenido por la policía en Jalisco. El nuevo cónsul chileno lo visita en la cárcel. Se inicia una batalla judicial para obtener su excarcelación a cambio de su salida de México. Intervienen el presidente de ese país, su embajador, el de Chile y ambas Cancillerías. Neruda le extiende una visa. Como ya es habitual en la carrera funcionaría del autor, telegramas van y vienen de la Cancillería chilena, que trata de impedir por todos los medios el viaje del artista mexicano. Se suceden órdenes y contraórdenes, acuerdos ambiguos y desmentidos tajantes. Finalmente Siqueiros llega a Chile y pinta el famoso mural de la Escuela México en Chillan, motivo oficial de su viaje. Neruda —que no podía faltar en la pintura— escribe en sus memorias: "El gobierno de Chile me pagó este servicio a la cultura nacional, suspendiéndome de mis funciones de cónsul por dos meses".

En realidad fue uno solo.


La CÍA y el Premio Nobel

La temeridad de Neruda le costó bastante más que una suspensión temporal de su cargo. Retrasó su Premio Nobel en siete años. El rumor de que había participado en el homicidio de Trotsky fue una de las mejores cartas que utilizaron sus enemigos para indisponerlo con el jurado de la Academia sueca. Un libro reciente, La CÍA y la guerra fría cultural, de Francés Stonor Saunders, asegura que la agencia de inteligencia americana venía desarrollando una campaña contra el poeta desde 1963, cuando se enteró de que su nombre sonaba fuerte para el Nobel del año entrante. Incluso encargó un informe a tres escritores pertenecientes al Congreso por la Libertad Cultural: Julián Gorkin (ex comunista español exiliado en México), el francés Rene Tavernier y un misterioso "amigo de Estocolmo". El documento, hecho llegar a personas influyentes, afirmaba que era "imposible disociar a Neruda artista, del Neruda propagandista político", lanzando la acusación de que el escritor utilizaba su poesía como "instrumento" de un compromiso "total y totalitario"; era el arte de un estalinista "militante y disciplinado". Se inflaba el hecho de que en 1953 se le hubiera concedido a Neruda el Premió Stalin de la Paz, por un poema a la muerte del Camarada, en lo que se calificaba como una demostración de "servilismo poético".

El informe cumplió su objetivo a medias: el Nobel de 1964 no lo ganó Neruda, sino Jean-Paul Sartre, también comunista. En cuanto a las aseveraciones del texto, pronto quedaron demodé: el fervor estalinista de Neruda, que había florecido en el Canto general (1950) y madurado apoteósicamente en Las uvas y el viento (1954), dejó lugar, a partir de las revelaciones del XX Congreso del Partido Comunista Soviético (1956), a posturas revisionistas que se plasmaron en poemas pertenecientes a Memorial de Isla Negra (1964), de notorio sabor autocrítico. Observadores tan distintos como Luis Alberto Mansilla y Jorge Edwards coinciden en señalar que, por lealtad al Partido, Neruda se negó a hacer públicas sus críticas.

Sí lo hizo entre amigos de confianza, quienes fueron testigos de su repudio a los crímenes de Stalin y el culto de la personalidad denunciados por Kruschev. A pesar de ser un militante obediente, que aceptó intervenir en cuanta campaña política lo involucró su partido, ya fuera como senador, candidato a la Presidencia de la República o propagandista de otros correligionarios, Pablo Neruda conservó una chispa de rebeldía juvenil en el fondo de su corazón.

Mario Ferrero resumió esta doble faz del poeta en una anécdota:

"De un lado, el Neruda político, serio, reconcentrado, muy posesionado de su papel de líder; del otro, el Neruda poeta, admirador de las muchachas bellas, juguetón, alegre, desaprensivo (...). Al poeta no le gustaban las reuniones del Comité Central, a las que debía asistir por obligación: lo cansaban, hasta solía quedarse dormido. Entonces le encargaba a Juan (Araya) que inventara un llamado telefónico y en el momento preciso ingresaba éste a la sala y decía: `al compañero Neruda lo llaman urgente desde la Embajada de Cuba´, Neruda salía y ambos se iban sonrientes, como dos niños traviesos, a beber un botellón en algún boliche solitario donde se pudiera hablar de poesía, de barcos, de pájaros y mitos".


Propuesta a Mario Góngora

Pero hubo quienes sólo conocieron la cara menos luminosa del militante Neruda. En 1939, al principio de su corta temporada como miembro del Partido Comunista, el futuro historiador Mario Góngora recibió una propuesta desconcertante: el poeta al que admiraba y leía desde su adolescencia le pidió que no revelara públicamente su nueva militancia y que, haciéndose pasar todavía por miembro de la Falange, hablara en un mitin defendiendo la postura republicana en la guerra civil española para causar un mayor impacto en el auditorio. Góngora rechazo de plano tal consejo y se enemistó con Neruda para siempre, aunque siguió trabajando para su nueva tienda política. El incidente, que la historiadora Patricia Arancibia Clavel recoge en su libro Mario Góngora en busca de sí mismo (1995), y que le fue relatado por Jorge Marshall Silva (tío del ex vicepresidente del Banco Central), testimonia el maquiavelismo al que podía llegar Neruda. El mismo un comunista encubierto hasta 1945.

Al margen de estas manipulaciones de la pequeña política, Neruda era capaz de un inesperado pragmatismo a la hora de defender los altos "fines del Estado" que despreció en su juvenil carta a Eandi. Como embajador de Chile en Francia, nombrado por el gobierno de la Unidad Popular, le cupo un rol fundamental en la renegociación preliminar de la deuda externa chilena y el pago de compensaciones tras la nacionalización del cobre. El poeta y diplomático sabía que los acreedores norteamericanos tenían todas las de ganar y buscó a los mejores abogados franceses, sin importar su filiación política. Menos conocido es el papel que jugó en las tratativas para intensificar las relaciones entre la Comisión Chilena de Energía Nuclear y su equivalente francesa, encaminadas a obtener uranio enriquecido para el Ejército de Chile. Empeño en el que todavía perserveraba, en julio de 1973, el Encargado de Negocios en París, Jorge Edwards.

Esta es una de las vetas menos exploradas por los biógrafos del poeta, con excepción de Schidlowsky, quien subraya la necesidad de investigar más al respecto. ¿Y por qué no también dilucidar, de una vez por todas, sus desencuentros con Cuba? ¿O su tensa relación con Julio Cortázar? ¿O el por qué de las exaltadas acusaciones que le hizo Juan Gelman en 1970? En relación con esos años, ¿cómo entender los ataques de la extrema izquierda cuando recibió el Nobel? ¿Y por qué lo defendió a brazo partido Antonio Skármeta?.

Cualquiera de estas interrogantes puede ser un buen punto de apoyo para sacar a Neruda del lugar común al que lo han relegado los guardianes de su memoria. Un viejo anhelo expresado alguna vez por José Donoso: "Nadie ha escrito aún un Neruda sin miedo, a lo Bloomsbury; a lo más, envidiosas condenas o aburridas hagiografías".

 

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Pablo Neruda: De anarquista a militante. Neruda, el político.
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