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LA BOTILLERÍA DEL CORAZÓN

Presentación de El final de la Fiesta de Pablo Paredes

Por Javier Riveros Basoalto

El 20 de diciembre fue presentado en La chascona el segundo poemario de Pablo Paredes "El Final de la Fiesta", Calabaza del Diablo. Las presentaciones estuvieron a cargo del poeta Raúl Zurita y el dramaturgo Javier Riveros Basoalto


Nunca supimos si era una suerte o un suplicio el final de una fiesta, nunca supimos enfrentarlo bien, siempre fue un conflicto enorme entre gente demasiado borracha y demasiado triste, también eufórica, nunca hubo la necesidad de detenerse, había que bailar y emborracharse, era fundamental tomar tanto alcohol como fuera posible y salir a gritarle a la gente, a pegarle a las micros, a los autos, a las cortinas metálicas, esperando ansiosos ese sonido súper escandaloso, vagar por la calle de fiesta en fiesta desafiando a todo el mundo, hacerse amigo de los perros de la calle, reír desesperada y fuertemente para reivindicarse delante de no se sabe muy bien quien, para dejar constancia de que una también puede divertirse, aunque el exceso te este haciendo cagar, excederse es divertirse, eso se sabe.

El final de la fiesta es un momento de profunda incertidumbre, de soledad, de tristeza, de enajenación, de deseo sexual insatisfecho, de desamor, de regreso, es la prueba a la que se somete la conciencia, el optimismo, el equilibrio, es un triste limite al que se va en un viaje feliz y frenético, en un viaje lumínicamente perfecto. Es una preparación hermosa hacia una catástrofe.

Si bien la fiesta en sí es algo absolutamente maravilloso, en donde abunda lo superficial casi libremente, llegando uno a estremecerse de lo bellos que aparecen los amigos con sus elaborados vestuarios, bebiendo asquerosos tragos de alcohol, hablando y sonriendo, haciendo todos un discreto espectáculo de si mismos, es también la fiesta una situación absolutamente horrorosa, donde paulatinamente los que parecían ángeles comienzan a no serlo más, algunos, quizás, nunca lo fueron y ellos son los mejores intérpretes, que como una actriz vanidosa exigen admiración, estos pequeños monstruos no somos cualquier monstruo; son los chicos y chicas que vinieron de visita, que escaparon por la noche del suburbio a la ciudad, es decir, al centro, de vez en cuando al barrio alto, que obtuvieron sus entradas a las fiestas de las buenas familias porque hicimos la gracia de pensar y que fuimos aceptados en un extraño intermedio entre amigo y mascota, entre amor y rareza para exhibir, no supieron las buenas familias que el alcohol... nadie les dijo o no pudieron imaginar que el alcohol ... nadie les dijo que la fiesta de los pobres es con cuática, con llanto, con persecución, con asesinato.

Al final de una situación tan particularmente amable, tan en función de la diversión, tan confusa, tan sexual, tan vanidosa, tan desbordada, tan aparente como lo es la fiesta la que ha sido pobre se desespera, hay un desajuste, un engaño, algunas se sienten traicionadas, otras quieren repetir una y otra vez la sensación placentera y feliz de ese baile coqueto maraco, maraco vulgar, alargarlo eternamente, y se quedan bailando solas tan hermosamente patéticas, tan inconformes.

No deberían existir los finales de fiesta, quizás no deberían existir las fiestas, o nosotros en ellas, quizás deberíamos acostumbrarnos a lo moderado, a lo quieto, Y eso es tan improbable, porque ahí estamos una y otra vez como adictos desesperados por una nueva dosis, como ninfómanas histéricas que no han tenido sexo, esperando alguna sorpresa nocturna que nos haga creer que estamos siendo protagonistas de un acto maravilloso, donde no existe el dolor, ni el fracaso, ni la humillación, donde no somos los feos de la fiesta, sino todo lo contrario, donde no somos la fea que nadie quiere sacar a bailar, donde no somos el niño feo pero simpático, ni la gorda fea pero amable que nadie mira porque nadie quiere mirar. Quizás sea por eso que el alcohol es tan apreciado y quizás también sea por eso que la madrugada es tan humillante.

En el fin de una fiesta podemos ver nuestro propio fin, nuestra terrible pequeñez, podemos sentir tan clara tan detalladamente toda la tristeza que se acumuló, todo el polvo que traía nuestro corazón, nuestros pulmones, todo el mal desarrollo de nuestro cuerpo, toda esa mala alimentación, ese pésimo desarrollo queda estrepitosamente expuesto y seguimos bailando y nuestra ropa ya no sirve, no puede cumplir su función porque no camufla y los lindos efectos lumínicos tampoco porque la terrible luz del sol se mete por todas partes y ahí esta una en evidencia, todo lo exhausto, horrible, borracho y pobre que se puede ser, bailando quien sabe qué mierda centroamerialgo, tratando una vez más de pertenecer. Y al no pertenecer nos devolvemos todas y todos a nuestras respectivas casitas miserables donde nos esperan nuestros respectivos perros y gatos miserables y nuestras respectivas familias miserables. Y nos preparamos para la próxima vez y nos ayudamos entre todos y seguimos intentándolo, teniendo siempre la certeza de que nuestros amigos tendrán la botillería de su corazón abierta toda la próxima noche.



FIESTA DE QUINCE

Te invito a mi fiesta de quince, mi casa es esa con las plantas muertas y los perros horrorosas gárgolas que va a matar el parvovirus, figuritas de yeso, niñitas de yeso cubriendo la fractura de mi casa ésa, vamos a bailar y después nos vamos a dar besitos: las luces de mi fiesta simulan varicela, las luces de mi fiesta simulan. Un amigo moviendo las prótesis, ocupando los recovecos, las sillitas sin música, las divas de mi fiesta simulan, las reinas se echaron en mi cama y yo descubro el olor del trapero. A nadie le importa la torta, mi mamá se murió en una torta, ven y trae a todos y todas, la botillería de mi corazón está abierta toda la noche.


De El Final de la Fiesta, Pablo Paredes ............ ........

 
 

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La botillería del corazón.
Presentación de "El final de la fiesta" de Pablo Paredes.
Por Javier Riveros Basoalto.