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EL FINAL DE LA FIESTA

Por Maurizio Medo

Una de las denominaciones más felices para Latinoamérica la encontramos en el libro "PUTAMADRE" de Héctor Hernández Montecinos.

Escribe el poeta:

En La Manicomia hay un río que se llama
Océano Pacífico
Y una ciudadela que se llama Latinoamérica

La idea de una "ciudadela", desprovista de fronteras ideológicas, unida toda por la vera de un río llamado "Océano Pacífico" ilustra a cabalidad el movimiento de correspondencias que pareciera forjarse por nuestro continente. Si hago mención a la ideología de las fronteras es porque éstas, en el Reino de Poesía, con el paso del tiempo, parecieran perder esa carga significativa (geográfica, social y política) para presentarse como un guiño cartográfico, un ademán en los mapas cuya función única es la del decorado. Pese a que La Manicomia es un laberinto abigarrado de pabellones, cada cual con sus nichos, todos sus moradores poseen un espejo fractal en donde la parte equivale a la totalidad. Así aquel espejo que nos entregaron con el nombre de c-h-i-l-e, ese otro que recibimos bajo el nombre de p-e-r-ú y ese bautizado m-é-x-i-c-o al reflejar las incidencias de uno simultáneamente refleja al otro. Todos somos hijos del dolor y en nuestras parcelas, llámense Lima, Quito, Buenos Aires, Ciudad de México o Santiago, vivimos ese frío que arrecia en la noche donde nuestras semejanzas nacen incluso de nuestras diferencias. Somos, podríamos decir, por determinación del tiempo que nos ha tocado vivir los últimos ángeles de los que habló Baudelaire.

Creo que Pablo Paredes, nacido un día 1 de Febrero del 1982, año en que parece nadie bailaba dentro del dramático espejo Chile, también lo entiende así. Al menos así lo insinúa en "Frío en la noche latina", su ópera prima en la que ya va construyendo la escenografía de la "fiesta" de la cual hoy somos partícipes. La búsqueda en la memoria textual y real, biográfica y colectiva, sirve para argumentar la fábula de una transición. En este fabular la subjetividad del yo es emplazada por el arquetipo del niño, quien se encuentra dividido entre el desciframiento de la realidad y la urgencia escritural. Pero este niño no constituye una representación personal. Como en "El fin de la fiesta" alegoriza más bien la conciencia empírica de una colectividad, la que pareciera querer nombrar aquello que le rodea tal como si estuviera "viéndolo" por vez primera con una terrible dificultad por corresponder los nombres con las cosas buscando convertir la palabra en la misma cosa. Si a través del son latino de Pablo se puede evocar a Juan Ramón Jiménez ("que tu palabra sea la cosa misma") no es vano recordar también que para Novalis las cosas no existían hasta ser trocadas en poesía: La poesía es lo verdadero, lo absolutamente real. Este es el nudo de mi filosofía. Tanto más verdadero cuanto más poético. Lo reafirmo "El fin de la fiesta" alegoriza la conciencia empírica de una colectividad pero al encarnarla la inventa. "La poesía no es un simple adorno que acompañe a la realidad humana, ni un simple entusiasmo pasajero, no es tampoco una exaltación o un pasatiempo. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por tanto no puede considerarse sencillamente como una manifestación cultural y menos aún como la expresión del alma de la cultura", recalcaba Heidegger parafraseando al viejo Hölderlin desde otra dicción. Creo que de alguna manera, desde la contemporaneidad más insolente, PP lleva a cabo esta aventura. Lo fundamental no es soportar la historia de un Chile que asoma seccionado en tres cuerpos (El del transcurrido en un primer universo, el "vivido" en otro de manera más conciente y el que se nos abre hoy como un pálido sol entre las nubes cordilleranas); tampoco pretende expresar el alma de la cultura (Por el contrario, la enfrenta, la mancha de un tizne contracultural. La alta cultura, la de los salones, la cuica, baja - como los dioses de Parra- para oír tanto el close to me the cure como el cántico pop-kitsch de Gloria Trevi) Pablo establece un condicionamiento a las esferas culturales cribándolas y tomando de ellas los elementos que puedan estar en sintonía con una estética personal que al mismo tiempo se esboza como una ética y una ideología. Ahora bien esta manera de mirar el mundo y la "utopía de la realidad" no es uniforme ni estática - por ello me refería al "tránsito"- a un estar "entre" extremos. ¿Cómo así? Hernández lo grafica mejor que yo: Entre una dictadura fría y una tibia democracia, entre una modernidad folclórica y una ¿post? modernidad macroecónomica y global, entre el día como régimen de visibilidad panóptica y la noche como indiscernibilidad de las subjetividades. El estar sin ser de ninguno de los extremos no priva a Paredes de una conciencia sobre lo que enfrentará. Por el contrario, desde mi perspectiva lo dota de otra anfibia. A través de la memoria, propia como ajena, "conoce" al dedillo de las realidades que le circundan volviendo su transición en otra realidad intermedia. El estar en tránsito genera una impertenencia. Es. No está en. Parece inmerso en un lugar sin dónde ni cuando que despierta y de manera abrupta distingue todos los lugares y todos los tiempos. Esta sapiencia no surge desde la lógica de la adultez ni de la intuición primordial de la niñez. Acontece desde la misma naturaleza de su ser nómada, ubicuo. Como Gabriel Celaya parecería confesarnos: Tampoco yo sé bien quién habla en mi conciencia. Pero vaya que habla, vaya que nos perturba y nos desorienta (si una poesía nos conduce a la certeza sin hacernos pasar por el caos ¿de qué nos sirve?) Es por ello que uno de los primeros gestos en "El final de la fiesta" es el de la simulación de la urbe. Ésta en la obra de PP si bien hace de Santiago la reconocible (por la caracterización de sus personajes, por sus sociolectos y alocuciones, por la especificación de sus más inmediatos receptores) también representa a todas las urbes de todos los países donde habitó la tragedia. Ahí es que se sumerge dotado con la lucidez de su condición anfibia para luego emerger purificado como un niñito bueno entre los otros malos, o viceversa. Pablo sabe que encara un espacio dramático, abierto como una herida pero, al mismo tiempo, no se permite caer presa del desencanto que enfrenta. Por el contrario, se da maña para mostrárnoslo a través de un traveling biográfico, televisado como si estuviera "fuera de" pero también dando cuenta de una agudísima conciencia política con la que reconfigura las cenizas de cuerpos que nunca aparecieron, las hablas minoritarias y los territorios que la gente de bien nunca conoció (Hernández dixit) Lo biográfico es la máscara con la que Paredes evoca la historia del pabellón Chile.

parece que estuve ocho años solo
moviendo la patita
en una cuna que fue de otro,
gracias por bailar conmigo
que tengo el cuerpo horrible,
como un mapa físico de Chile

Sin duda una historia dramática, como suele acontecer con aquellas que nos narraron y que hoy Pablo empieza a narrarle a la futura Violeta Paredes.

Pero no se crea que El Final de la Fiesta es la denuncia del dolor a través de una secuencia de fotogramas. Su singularidad reside en la destreza para fabular sobre el mismo, en ironizarlo con aparente frivolidad, a pesar de que la realidad le torture con arrurrús en su horripilancia.

LONDON CALLING, la ciudad se inunda y vivo cerca del río. London le decimos a esto. Los carteles dicen especial de Madonna en la Blondie. El paradero 18 está mojado y nuestros muertos cruzan en carrito por el olor a caca, uno podría pensar que llueve caca, pero uno sabe que por acá la caca brota. LONDON CALLING. Todavía tengo casets porque los casets no son delicados, uno los tira fuerte y no se rompen. LONDON CALLING y vivo cerca del río, calcetines mojados en el cumpleaños de Javier Riveros. Soy un caset delicado

Lo que impresiona de la fiesta de Pablo, aparte de un lenguaje incontaminado por la cultura borgesina el cual fluye como "nuestro lenguaje", es decir aquel desprovisto de artificios "de laboratorio", es la interpolación que obra con los niveles de esa realidad torturadora, los que trasciende hasta alcanzar la realidad de la realidad comunicándonosla a través de elementos provenientes del linaje parriano- especialmente en su última "parte", de acuerdo con Rodrigo Flores- echando mano a iconos de los mass media, alternando lo simbólico con la arbitrariedad significativa, distorsionando "las" géneros así como la capacidad para tutear con tiernos diminutivos a lo más terrible. Gran ironía. Como la de bailar entre los muertos ennichados en la historia y la tristeza de los potreros santiaguinos. Siempre bailar aunque no haya más esperanza que la sola esperanza

Porque a este movimiento social se le trunca la cadera social, se desarma y parece un armazón tembloroso, pero no bailarín. Porque este movimiento que sembraron los quedados en la patria y cosecharon los idos y vueltos de la patria, es un movimiento triste, pero no bailarín. De qué sirvió que acompañaran las palmas: mosquitas revoloteando un hedor. Hay una tristeza en los potreros santiaguinos, hay una tristeza en la niña/pobre/entre/pierna/pichí mirando el meneo tiesón de este movimiento social.

El saber ironizar desde el dolor, la parodia urdida con el dolor en el Reino de Poesía es lo único que nos permite derrotarlo y celebrar juntos la gran victoria del lenguaje. En esta noche, llamada Pablo Paredes Muñoz (créete el cuento), "El Final de la Fiesta" encarna esa victoria en una época como ésta, donde como lo nota magistralmente Raúl, vivimos la agonía de las lenguas y a los poetas nos ha tocado el papel de cargar con sus poemas muertos para dejarlos frente a las orillas de un océano que estará o no estará, sin saber si sus palabras muertas cruzarán o no cruzarán. Por ello no me queda más que enviar éstas con la alegría de ser partícipes de los hallazgos de Pablo, en abrazar una nueva obra que con su intensidad nos abriga durante el frío de las noches latinas, junto a Putamadre, a la Ciudad Lucía, a Cobijo y tantas otras que se gestan en nuestros Chiles y nuestros Perús.

 
 


 


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El final de la fiesta, de Pablo Paredes.
Por Maurizio Medo.