La 
              caída inminente, historia subjetiva de la catástrofe 
              moderna en el Canto del macho anciano de Pablo de Rokha
              
              
              
              Por Richard 
              Astudillo Olivares
              
              
            La catástrofe 
              es el progreso, el progreso es la catástrofe
              Walter Benjamin
            SORPRESIVA BAJA 
              DE LA POBREZA PESE A LA CRISIS-PORVENIR DE CHILE ARREMETE CONTRA 
              SENSUAL TELESERIE-CONQUISTABA SEÑORAS Y LOLAS DE BUEN VER-ACUSAN 
              A BANCOS DE NO TRASPASAR BAJA DE INTERÉS-CHILE ENFRENTA GRAVES 
              PROBLEMAS PSIQUIÁTRICOS
              Raúl Ruiz, Cofralandes, collage de periódicos
             
          
          El extenso Canto del macho anciano (1961) de Pablo de Rokha, 
            texto calificado como uno de los "más personales y patéticos" 
            del poeta, reúne una serie de flujos escriturales que remecen 
            los estatutos de los que entendemos comúnmente por sujeto literario 
            o "yo" poético. El Canto postula la sincronía 
            entre la vitalidad de la memoria individual de un hablante, en sus 
            diversas versiones, y el tiempo de la praxis de un proyecto poético 
            sostenido en medio de un contexto político-económico 
            que modifica la producción de palabras y discursos. En esta 
            dinámica, observo
 
            la búsqueda por situar la historia de la creación poética 
            dentro del devenir social, aspecto que se relaciona directamente con 
            la propiedad intertextual del Canto respecto a los hablantes 
            de la obra precedente del autor, como bien observa Nómez. El 
            canto articularía, desde esta perspectiva, la historicidad 
            del sujeto, su sexualidad, su trabajo (su poesía), su memoria, 
            no como permanencia sino como sostenido tránsito a través 
            de imágenes y temporalidades conflictuadas por la posición 
            estática del discurso en su presente, estación que coincide 
            con la inminente muerte y el establecimiento del Imperialismo norteamericano 
            mundial, dos inseparables caras de la catástrofe.
            
            El macho anciano, construido a lo largo del texto, posee una heroicidad 
            deudora de la genealogía rural campesina, mundo mítico 
            o edad dorada de la provincia agraria que contrasta con el tiempo 
            apocalíptico del presente. Su linaje está copado por 
            una casta de ancianos trágicos "expulsados de los hogares 
            y las ciudades", instituciones sancionadoras de la improductividad 
            e infertilidad. El intento por posicionarse en la historia, por parte 
            del viejo, lo lleva a "narrar" desde el subjetivismo la 
            singularidad social del derrotado (explotado, alienado, expulsado, 
            asesinado), inusitada focalización propia de lo que Walter 
            Benjamin denomina "narración de la lucha de clases":
           
            Hay que pasarle a la historia el cepillo 
              a contrapelo. La historia de la cultura como tal es suprimida: tiene 
              que ser integrada a la historia de la lucha de clases. Ejemplo de 
              representación histórica genuina: "A los póstumos" 
              (Poema de Brecht). Pretendemos de los póstumos no 
              la gratitud por nuestros triunfos, sino las remembranzas por nuestras 
              derrotas. Eso es consuelo: el único consuelo que puede haber 
              para quienes no tienen esperanza de consuelo (Benjamin 88)
          
          Más allá del sujeto atormentado, el anciano constituye 
            la única voz que puede historizar la sostenida explotación 
            colonial de un continente, donde él mismo se ubica como objeto 
            desechado por el aparato productivo (literario, social). Su condición 
            "funeraria" no es únicamente fruto de su cercanía 
            con el "abismo existencial". El tono del viejo se corresponde 
            con la "remembranza de las derrotas" del proletariado. Su 
            "festividad" radica en evitar el tono solemne y aséptico 
            de la historia de los vencedores repleta de muertos y esclavos, cuerpos 
            que han sido ocultados por siglos de emblemas, efemérides y 
            fiestas patrias identitarias republicanas. Su escritura, como su corporalidad, 
            es la puesta en relieve del cataclismo humano de una sociedad "partida 
            en clases". Como afirma Benjamin, el funeral y la catástrofe 
            escenifican una crítica frente a la barbarie de la civilización 
            y el tiempo unidireccional de la modernidad. El "ángel 
            de la historia" que mira hacia atrás, cargando los cadáveres 
            y las banderas negras de las luchas pasadas, está presente 
            en el proyecto de realismo social y popular rokhiano.
            
            La figura básica de la construcción temporal y sintáctica 
            de la historia de los derrotados en de Rokha, es la imagen, retórica 
            que interviene y atenta contra la linealidad del desarrollismo económico. 
            La imagen como afirma Nietzsche y Benjamin es el soporte de la aparición 
            de lo intempestivo en la historia, discurso dislocante que se resiste 
            a imitar la mirada consensuada de la oficialidad: cuando todos celebran 
            el triunfo de la modernidad, el anciano derrotado amarga la fiesta 
            social-demócrata con un último aliento:
           
            La imagen del pretérito que relampaguea 
              en el ahora de su cognoscibilidad es, con arreglo a su determinación 
              ulterior, una imagen del recuerdo. Se asemeja a las imágenes 
              del propio pasado, que se le aparecen al hombre en el instante de 
              peligro. Estas imágenes vienen, como se sabe, de manera involuntaria. 
              La historia en sentido estricto, es, pues, una imagen surgida de 
              la remembranza involuntaria, una imagen que le sobreviene súbitamente 
              al sujeto de la historia en el instante de peligro (Benjamin 
              92)
          
          El peligro en el Canto no se despliega por la carga de enfermedades 
            y dolencias físicas, sino por la compleja pervivencia de la 
            patología de la explotación en la historia. Debido a 
            esto, la memoria del anciano se llena de recuerdos fragmentarios que 
            evitan la relación ordenada de hechos y lugares. Si el tono 
            para narrar la historia de la caída debe distinguirse de la 
            historia burguesa, la forma de aproximación a las circunstancias 
            de la subjetividad proletaria deber ser del todo distinta a las representaciones 
            acostumbradas. El hablante opta en esta querella por: "el gran 
            lenguaje de imágenes inexorables, nacional-internacional, inaudito 
            y extraído del subterráneo universal" (de Rokha 
            43). La repetida mención al cementerio terrenal tematiza la 
            situación de los asesinados que emergen en el texto pronosticando 
            la utópica venganza. Lo telúrico de los versos, con 
            abundantes derrumbes, fosos, fosas, abismos, acantilados, fuego, sombras, 
            terremotos, erosiones, huracanes, temporales, gusanos, alcantarillados, 
            cadáveres y basurales con los más variados objetos, 
            marca la crisis interna de la historia de la modernidad tras las "nuevas 
            fachadas" del orden moderno "feudal". A la adopción 
            de la imagen como figura corresponde una sintaxis de la acumulación 
            y el desorden:
           
            Las atribuciones del historiador dependen 
              de su conciencia agudizada de la crisis en que ha caído, 
              en cada caso, el sujeto de la historia. Este sujeto no es ¡de 
              ninguna manera! un sujeto trascendental, sino de la clase oprimida 
              que lucha en su situación más expuesta . . . Al recuerdo 
              involuntario no se le presenta jamás -y esto lo diferencia 
              del arbitrario- un decurso, sino solamente una imagen. (De ahí 
              el "desorden" como el espacio de imágenes de la 
              involuntaria remembranza) (Benjamin 93)
          
          La memoria articulada por recuerdos no tiene orden ni decurso en 
            de Rokha. El hablante del Canto opta por mirar hacia el pasado 
            porque el mismo presente de la caída está revestido 
            de la acumulación de imágenes, objetos y discursos apocalípticos 
            (una de las características del hablante rokhiano): "todo 
            lo miramos en pasado y el pasado, el pasado, es el porvenir de los 
            desengañados y los túmulos" (de Rokha 29). La misma 
            historia es concebida como acumulación de recuerdos dirigidos 
            no por la simple arbitrariedad sino por la superposición de 
            despojos "actuales" analogables a los del pasado: "Nuestros 
            viejos sueños de antaño / son llanto usado y candelabros 
            de espantajos / valores de orden y categorías sin vivencia" 
            (de Rokha 29). Lo subjetivo se monta sobre un pasado inerte marcado 
            por cadáveres desprovistos de materialidad. El mismo recuerdo 
            reproduce el pulso de la historia. La única posibilidad que 
            cabe en el presente es reinstalar con insistencia la clausura de un 
            pasado criminal que el dogma del progreso no repara ni reconoce. De 
            ahí la insistencia del hablante por situar sus recuerdos en 
            una materialidad que sobrevive solo como palabra recordada y sueños 
            pasados que no poseen orden material salvo el lingüístico: 
            "Busco los musgos, las cosas usadas y estupefactas, lo pospretérito 
            y difícil, arado de pasado e infinitamente de olvido, polvoso 
            y mohoso como las panoplias de antaño, como las familias de 
            antaño, como las monedas de antaño" (de Rokha 24)
          El anciano se presenta como general caído que comparte los 
            padecimientos del proletariado: "entiendo al proletario como 
            hijo y padre de esa gran fuerza concreta de todos los pueblos / que 
            empuja la historia con sudor heroico y terrible" (de Rokha 28). 
            Nuevamente la proyección de lo subterráneo en la escritura, 
            vuelve a constituir el vértice fundamental de la épica 
            de la catástrofe. La explotación es el cadáver 
            que carga a cuestas la modernidad, cadáver que comparte en 
            vida el reino del inframundo terrenal con todos los explotados de 
            la historia. El proletariado en cuanto fuerza subterránea recuerda 
            que el proyecto moderno no se concreta si se prescinde del yugo que 
            controla a la negada potencia de la economía.
            
            Los recuerdos familiares del viejo aglutinan innumerables imágenes 
            de una tierra anárquica y rural (espacio presocrático 
            dionisíaco "donde se trillaba y traducía a Heráclito") 
            atravesada por forajidos, cuatreros, mujeres que montan caballos y 
            ladrones de montaña que portan armas y se enfrentan con altanería 
            a la posibilidad de la muerte. En otro flujo de su memoria el hablante 
            se reconoce como el adolescente y joven "borracho, bestial, lascivo 
            e iconoclasta" que fue, al que ahora solo resta convertirse en 
            carroña. El espacio añorado en esta vertiente es la 
            provincia campesina: "anhelo ya la antigua plaza de provincia 
            / la lluvia como, naturaleza animada / la heroicidad vital del patriarca 
            (conductor de pueblos) que lo iguala al descubridor gobernador y fundador 
            de ciudades" (de Rokha 31). A pesar de todos estos simulacros, 
            el anciano reconoce el carácter intempestivo de la memoria: 
            "no va a retornar ninguno de los actos pasados o antepasados 
            que son el recuerdo de un recuerdo" (de Rokha 27), convencimiento 
            que hace de la propia "obra" una cripta de la ruina. En 
            última instancia el hablante sabe que sus recuerdos son construidos 
            por la fragilidad de su "narración" como meros hechos 
            subjetivos: "Viviendo del recuerdo, amamantándome del 
            recuerdo, el recuerdo me envuelve y al retornar a la gran soledad 
            de la adolescencia, / padre y abuelo, padre de innumerables familias, 
            / rasguño los rescoldos, y la ceniza helada agranda la desesperación 
            / en la que todos están muertos entre muertos" (de Rokha 
            25).
            
            La caída de la historia en la modernidad se corresponde con 
            la pérdida de la actividad sexual del viejo: "Fallan las 
            glándulas / y el varón genital intimidado por el yo 
            rabioso, se recoge a la medida del abatimiento" (de Rokha 24). 
            La vida del anciano desde este apunte de intimidad coincide con la 
            ruina de sus deseos. Antes que un sujeto rebelde o un artista popular, 
            el viejo se afirma como sujeto deseante. Las constantes menciones 
            a la viuda, a la mujer perdida, tematizan el principio de una líbido 
            apagada que se acrecienta con la soledad y el abandono: "porque 
            es terrible seguirse a sí mismo cuando lo hicimos todo, lo 
            quisimos todo, lo pudimos todo y se nos quebraron las manos" 
            (de Rokha 25). La ausencia de vitalismo mueve la pulsión del 
            anciano desde su cuerpo al contexto social, espacio que anula la posibilidad 
            de la revolución, como si la falta de actividad sexual afectará 
            las energías para preparar, marchar, vociferar y levantarse 
            contra la injusticia y creer en la utopía. La explotación 
            económica sexual reaparece en la figura de una "existencia 
            que se arrastra como puta envejecida" que ya no puede ejercer 
            su oficio y en la dueña de casa que pierde su juventud sometida 
            al trabajo doméstico.
            
            La muerte ocupa en el Canto la rigidez de un cuartel que uniforma 
            a los cadáveres en ejércitos de esqueletos. La lucha 
            por sobrevivir de la enfermedad, según el viejo, es una guerra 
            que logra destruir todas las banderas del conflicto social y político. 
            En cuanto célula de una clase, el hablante asume que la lucha 
            del proletariado y la suya propia están perdidas (presumiblemente) 
            de antemano. En su pugna vital se mueve "sabiendo que perderé 
            la guerra eterna" contra la muerte (como al épica del 
            narrador derrotado de Benjamin). La muerte es una instancia antiheroica 
            que hace dudar de todos los credos políticos y religiosos: 
            "de todo lo rojo y terrible de las empresas o las epopeyas o 
            las vivencias ecuménicas que justificarán la existencia 
            como peligro y como suicidio; un mito enorme, equivocado rupestre, 
            de rumiante fue el existir" (de Rokha 24). La autoafirmación 
            de esta versión del "yo", llega a la conclusión 
            de que la vida no es otra cosa que una cadena de repeticiones constantes 
            de muertes y desapariciones donde la explotación económica 
            solo es una parte de la omnipotencia de la muerte sobre lo fértil 
            y lo productivo. La propia vida funcionaría bajo los preceptos 
            de una producción capitalista.
            
            El objeto final en la sucesión de recuerdos del anciano es 
            la escritura como empresa personal y el libro como producción 
            "artesanal". El texto poético deviene en materia, 
            peñasco que se suma a las ruinas acumuladas por la catástrofe. 
            La metáfora fundamental de las imágenes del Canto 
            es el libro como memoria individual que se colectiviza. El libro-objeto 
            constituye la expresión material del "mareo" incorpóreo 
            de lo vivido que no se ha perpetuado en el presente, permaneciendo 
            solo como ruina testimonial para la posteridad:
           
             
              Como quien arroja un libro de botellas 
                tristes a la Mar-Océano
                o una enorme piedra de humo echando sin embargo espanto a los 
                acantilados
                .................. de la historia
                o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
                voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
                contra la muralla negra
                (de Rokha 23)
            
          
          La literatura en el Canto es el documento que le permite a 
            la memoria recordar su ensoñación con lo imperecedero 
            y el choque con la materialidad finita. La poesía según 
            el anciano buscó el "autorretrato" de todo lo heroico 
            de la sociedad cuando los mismos objetos y sujetos narrados eran triturados 
            por la invariable destrucción histórica: "trompetas 
            botadas, botellas quebradas, banderas ajadas, ensangrentadas por el 
            martirio del trabajo mal pagado . . . / llorando estoy, botado, con 
            el badajo de la campana del corazón hecho pedazos, / entre 
            cabezas destronadas, trompetas enlutadas y cataclismos (de Rokha 27). 
            El proyecto poético fracasado en el texto, más allá 
            de la obvia cita biográfica se comprende y completa si se repara 
            en el espesor teórico de la propuesta de de Rokha. La poesía 
            alegre y triunfalista no da cuenta de los padecimientos históricos 
            del proletariado. La estética política del hablante 
            se funda, en consecuencia, en la imperfección de una empresa 
            malograda o "labor a medio terminar". Nietzsche respecto 
            al poeta imperfecto afirma:
          
            Su obra no expresa nunca plenamente lo que 
              en suma debería expresar, lo que le gustaría haber 
              visto: parece que hubiese presentido una visión, nunca 
              la visión misma: pero en su alma permanece una sed inmensa 
              de esa visión, y de ella extrae su elocuencia no menos inmensa, 
              nacida del deseo y la avidez. Mediante ella, eleva a quien le escucha 
              por encima de su obra y de todas las "obras". . . Su gloria 
              se beneficia del hecho de no haber alcanzado realmente su meta 
              (Nietzsche 92)
          
          En Nietzsche la escritura es un deseo que pretende la concreción 
            de un ideal que no llega materializarse en la historia. El deseo del 
            poeta imperfecto está puesto siempre fuera del texto. Al anciano 
            le repugna la estabilidad de la escritura porque no da cuenta del 
            conflicto social extratextual. La teorización de la imperfección: 
            "Del error de la vida nace la poesía" hace transitar 
            al texto literario "animadamente" como una extremidad más 
            del extremo vitalismo del hablante: "Tranqueo los pueblos rugiendo 
            libros, sudando libros, mordiendo libros y terrores contra un régimen 
            que asesina niños" (de Rokha 45).
          La literatura en el Canto deviene en catástrofe del 
            mundo mítico perdido: "¿Para qué nos sirve 
            todo el arte de nuestras obras artísticas si hemos perdido 
            ese arte superior que es el arte de las fiestas? Antaño todas 
            las obras de arte se alzaban en la gran avenida de las fiestas de 
            la humanidad, como signos y movimientos conmemorativos de sus instantes 
            de máxima felicidad" (Nietzsche 103). La mitificación 
            del pasado festivo, en de Rokha como en el filósofo alemán, 
            son parte del argumento de condena a la institucionalidad moderna 
            y la laicización y pérdida de la religiosidad del arte 
            contemporáneo. La caída del arte es otra arista de la 
            ruina social: "cae la tarde en la literatura y no hicimos lo 
            que pudimos / cuando hicimos lo que quisimos con nuestro pellejo" 
            (de Rokha 26). La poesía que se suponía era la "tabla 
            de salvación" de la humanidad, es otra forma más 
            de alienación del sujeto que debe destruirse, apartarse del 
            mundo para dar cuenta de la catástrofe. Dentro del mismo campo 
            literario se viven las dinámicas propias de la industria capitalista 
            fascinada con los productos y novedades plausibles de ser explotadas 
            económicamente: "los nuevos estilos contra los viejos 
            estilos / arrastrándolos del infierno de los cabellos" 
            (de Rokha 29). La estética es parte de la historia del progreso; 
            en su lógica de la destrucción los productos literarios 
            deben morir para permitir el ingreso de lo nuevo a la vitrina. La 
            explotación del hombre deviene en angustia individual en el 
            proceso creador, ya que el artista popular no obtiene (como el obrero) 
            una justa paga o retribución por su trabajo (quizás 
            este es el momento de la obra de Rokha en que la autorreferencialidad 
            lo convierte en proletario): "amamantamos con fracasos que son 
            batallas completamente ganadas en literatura, contra literatura" 
            (de Rokha 30).
            
            El entierro personal y de la historia en el "yo" poético 
            y sus plurales se asumen como materia de la catástrofe, acto 
            mesiánico que "somatiza" en el cuerpo físico 
            y escritural la enfermedad social. La poética del equívoco, 
            el error y el tiempo perdido, acelera la desconfianza en la escritura 
            de un hablante que "vive lo que escribe": "el hombre 
            que rompe su época y arrasándola, le da categoría 
            y régimen, / pero queda hecho pedazos y a la expectativa" 
            (de Rokha 26). Como mesías, "el poeta" toma en sus 
            manos los males de la "República literaria", pagando 
            los pecados "de los "grandes poetas" que se venden 
            "a la ruleta", al dinero y viajan en "transatlánticos" 
            (imagen que reacentúa la relación entre la vanguardia 
            literaria y el contexto político imperialista). El anciano 
            fustigador de la estética burguesa acusa a la creación 
            contemporánea de fabricar "literatura basura", en 
            cuyo canon se cuenta: "la literatura agarrada de los calzoncillos 
            de "Dios" (la poesía religiosa y patronal), la literatura 
            agarrada de los estropajos del sol (la poesía que imita la 
            moda), la literatura del éxito (los best sellers o super ventas) 
            y la literatura que sigue los criterios de la mafia de académicos 
            "formalistas, onanistas o figuristas" que rechazan el "Arte 
            Grande y Popular". Los actores del campo cultural, según 
            el viejo poeta, son cómplices del arte burgués ya que 
            se "revuelcan en el pantano desclasado del idealismo mientras 
            el común denominador humano se muere de hambre". La literatura, 
            en el poeta, es otra muestra de la barbarie de la civilización, 
            ya que como producción se ajusta a las reglas del mercado como 
            cualquier otra mercancía. La poesía en particular, dentro 
            de las manifestaciones artísticas, es una máquina negra, 
            un ataúd que entierra a los autores en el anonimato más 
            absoluto.
            
            El hablante pluridimensional del Canto del macho anciano se 
            mueve en las distintas dimensiones de la subjetividad, no obstante 
            todas sus versiones convergen en la contradicción permanente 
            entre la desazón individual, social y la utopía de liberación. 
            Su perspectiva vitalista lo lleva a configurar el papel político 
            de todos los actos: comer, caminar, escribir, trabajar, asesinar, 
            copular y discutir. Esto explica el constante retorno del texto sobre 
            la materialidad corporal gastada por el paso del tiempo, "el 
            dolor de los reumatismos", "el caminar sesentón", 
            en repetidos segmentos. Al devenir de imágenes-recuerdos de 
            la adolescencia y el campo mítico fértil, se le enfrenta 
            la caída de la lucha social y literaria. El enemigo se desdobla 
            en lo político y lo artístico porque el hablante asume 
            la escritura de la historia subjetiva como tarea de la práctica 
            política. Resistir a la muerte, equivale a resistir al imperialismo 
            y al nihilismo moral de la creación del arte por el arte sin 
            moral. 
            
            El poema es identificado por el hablante como materia de sus deseos 
            móviles: "salen del hombre nacional hacia la entraña 
            de la explotación humana" rebotando por Latinoamérica. 
            La utopía para los tiempos futuros: "el levantamiento 
            general de las colonias, los azotados y los fusilados de la tierra 
            encima de los explotadores y la caída de la esclavitud contra 
            los propios escombros de sus verdugos" (de Rokha 39), constituye 
            el deseo que se anuncia de soslayo a lo largo del poema, deseo que 
            no llega a concretarse ni manifestarse salvo como incierta posibilidad; 
            como si la caja negra estuviera destinada a los lectores de un futuro 
            igualmente incierto, pos-apocalíptico y negro quizás.
           
          
           
          Bibliografía:
          - Benjamin, Walter. La dialéctica 
            en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Santiago de Chile: 
            ARCIS-LOM, 2000.
            
            - Nietzsche, Fiedrich. La gaya ciencia. Madrid: Edimat, 1999.
            
            - Nómez, Naín. Pablo de Rokha, una poesía 
            en movimiento. Santiago de Chile: Documentas, 1988.
            
            - Rokha, Pablo de. Canto del macho anciano; Epopeya de las comidas 
            y las bebidas de Chile o (Ensueño del infierno). Santiago 
            de Chile, Universitaria, 1965.