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Hombre mirando sobre un muro
Presentación de “A este lado del muro”, de Marco López Aballay. (Ed. Casa de Barro 2018)

Por Patricio Serey



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En medio de la vida y la muerte se anida un pájaro negro, fúnebre, adicto a la carroña: La enfermedad. En su ensayo “El cuerpo herido. Algunas notas sobre poesía y enfermedad”, dedicado a su madre muerta de cáncer, Denise León inicia argumentando “que los cuerpos enfermos no llegan a trascender, como individuos, al espacio social en el que viven o sobreviven”, sean estos salas de espera, hospitales, hospicios, habitaciones solitarias, o simplemente la intemperie; lugares donde el cuerpo enfermo es una cárcel, los “huesos fríos barrotes” y la piel un muro donde se tatúa la “enfermedad del dolor” y sus múltiples significados. Es aquí justamente, en la medida que el cuerpo es un lienzo irradiado por el dolor y la impotencia, es “cuando más cerca se está de la palabra”, es cuando más asediado se está por las representaciones simbólicas que le ayudan (al cuerpo) a luchar contra la nada, contra la ausencia que lo acecha.

Pero a Este Lado del Muro (Ed. Casa de Barro 2018), quinto libro de Marcos López Aballay (Petorca, 1968) y el segundo de poesía, no es la escritura desesperada de un paciente acorralado por la enfermedad, ni mucho menos pretende ser un Diario que fecha la sintomatología de la agonía frente a la inminencia de la muerte. Esto lo digo, de entrada, para despejar de plano cualquier sospecha sobre alguna supuesta intención de reducir esta escritura a una despedida poéticamente glamorosa, debido a la contingencia médica que padece el susodicho y que aquí, supongo, todos conocen.

A Este lado del muro, se presenta más bien como una escritura sumaria, donde el dolor, la enfermedad, la fragilidad del cuerpo, la soledad (enfermedad metafísica), son parte de la extrañeza que el destino le ha impuesto como cotidiano al hablante. No ha de extrañarse entonces que veamos, al autor, por lo tanto al hablante de estos textos, como un enfermo pro, o sea un enfermo profesional, que ha logrado, con relativo éxito, subsistir a las debacles del cuerpo físico, gracias quizá al otro cuerpo, al de la literatura, al cuerpo de la poesía. Ambos reales, ambos vivos, pero muy conscientes de su fragilidad como así mismo de su deseo de trascendencia. Cito un fragmento de “Hielo” de López:

“eres llama que alguien apaga,
eres pieza de loza:
crujen tus brazos y piernas al caminar.
Eres materia gris que pinta las paredes
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . / en una cárcava*
Hielo en la profundidad de la carne.”

Un elemento interesante, e “inquietante”, de estos textos tiene que ver, justamente con el destino, el intento de sopesar la posible trascendencia del cuerpo enfermo en la poesía. Me explayo en esto: Podemos llegar a entender la naturaleza científica de la enfermedes del cuerpo y su sintomatologías, el dolor por ejemplo, a través de un diagnóstico médico, o mejor con ayuda de una enciclopedia  especializada que describa detalladamente los vericuetos de dicha enfermedad, su sitomatología y cómo el cerebro humano produce la molestia del dolor como alarma para revelar finalmente una posible patología para poder trabajar en su posterior cura. Pero así como el dolor puede ser el síntoma de una efermedad física, ésta, a su vez, puede ser síntoma de alguna dolencia de tipo metafísica. Y ahí la medicina, sobre todo la tradicional, siempre estará al debe.  Al respecto no podría dejar de citar al poeta chileno Enrique Lihn en su “Diario de Muerte”, tratándoselas de ver con el agudísimo dolor físico causado por un cáncer pulmonar que lo llevó a la muerte en julio de 1988, cuyo proceso escritural es una épica a la resistencia humana contra la muerte; o más bien una épica de la inteligencia y la sensibilidad humana por tratar de entender, por intentar penetrar el misterio. Lihn Escribe: “Nada tiene que ver el dolor con el dolor / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación / las palabras que usamos para designar estas cosas están viciadas / no hay nombres en la zona muda”.

Asumiendo la imposibilidad de describir y entender el dolor en todas sus dimensiones, finalmente, con estos versos, que denotan la desesperación, pero a su vez la acepatación de esa imposibilidad, Lihn llega más cerca que cualquier manual médico a entender la naturaleza metafísica del dolor humano y su imposibilidad de transcripción.

En este mismo intento por trascender al dolor humano es que Marco, nos trasmite por medio de su poema 1970, lo siguiente:

“junto al dolor
una silla de ruedas nos condujo al fondo del útero.
Cuando retornamos aún no entendíamos la lección
otra vez el sauce y su risa sarcástica
la cortina y su flamear
silencio
un Ave María
un altar
escaleras al cielo sobre mi cabeza.
Con el tiempo la lectura nos indicó lo correcto:
jamás sabremos la autenticidad de cada momento.”

En la comprensión de dolor físico se encuentra tal vez alguna clave para entender además lo que se mantiene oculto a la razón, el dolor humano como guía para trascender a lo espiritual. Por eso quizá también escribimos; no para sacarnos el dolor, o para superarlo, sino para traducirlo, para descifrar ese mapa que nos devolverá insistentemente al mismo lugar una y otra vez.

A este lado del muro, es eso y por supuesto más de lo que se pueda plantear y tantear con estas pocas palabras. Es también reflexión, la búsqueda de la esquiva sabiduría de quien no tiene nada que perder, porque nunca buscó ganar algo. Entonces vuelve en el tiempo, “ a ese desorden de horas del reloj que nadie sabe girar”, reconstituye recuerdos, reinventa, anota, se reconcilia con sus traumas, con el alumno rapado que se obnubila diariamente con lo desconocido, con sus seres amados, con el hijo que nunca tuvo o nunca fue, con la fragilidad de su cuerpo y la enfermedad. Pero sabe que el lenguaje es también un muro; muro que a veces proteje, que aisla, pero que también sirve como promontorio donde asomarse a lo ignoto para orientarse y no perderse en las sombras de la vida cotidiana. O sea que también podríamos leer “A este Lado del Muro” como cartografía, una guía turística que describe alegóricamente los vericuetos de este lado del muro y especula sobre el misterio del otro lado, allá a lo lejos, a la manera del “Bardo” de la transición Budista Tibetana, una especie de GPS metafísco para no perderse en las transiciones de un supuesto eterno retorno.



 

 

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