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La apuesta poética de Arriagada-Zubieta
“El Greco” (Buenos Aires Poetry, 2021)

Por Sergio Sepúlveda
Publicado en El Mostrador, 27 de marzo de 2022



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Es uno de los referentes internacionales de la poesía nacional y en su último libro “El Greco” (Buenos Aires Poetry, 2021), nos invita a viajar por ciudades que guardan en su pasado los versos de soledad, vacío y desolación. Su escritura, repleta de imágenes originales y perdurables, nos plantea la búsqueda incesante de la verdad elemental y la necesidad de crear una poesía que nos saque del letargo de vivir.

Leemos para encontrar lo que no tenemos y para recrear esa materia etérea que se ilumina en nuestro interior cuando nos enfrentamos a la belleza. Me gusta pensar que la lectura de un libro no necesariamente debe ser entretenida, sino significativa y perdurable. Los poemas deben calarnos hasta los huesos y deben dejar una huella en nosotros.

Mucho se ha dicho que Chile es un país de poetas —nuestra tradición más arraigada, sin dudas, mucho más que la narrativa—, pero también es cierto que existe una uniformidad de escritura que genera un mar de escritores iguales. En este escenario, Rodrigo Arriagada-Zubieta (Viña del Mar, Chile, 1982), se impone con una obra original que incluye entre sus títulos principales Extrañeza (2017), Hotel Sitges (2018) y Zubieta (2019).

El poeta radicado en España —crítico literario, traductor y director de la colección Pippa Passes de la editorial Buenos Aires Poetry—, editó en 2021 el libro “El Greco” (Buenos Aires Poetry), donde marca una distancia considerable con la poesía nacional actual. Sus versos se alejan del excesivo sentimentalismo y nostalgia para recrear a un hablante lírico centrado más en el lector que en el propio discurso. La apreciación del autor, por supuesto presente, queda relegada a la densidad de la realidad y de los elementos descritos.

Otra de las cualidades de Arriagada-Zubieta es el ritmo de los versos. Los poemas se conforman como una gran unidad donde el sonido de las palabras nos conduce a mundos interconectados. La textura de las imágenes es apreciable en “Antiguos molinos de viento”, donde escribe “Y así nos dejamos engañar/ por la bella estación que se avecina/ como si nos alejáramos sigilosamente del desastre”.

Existe también la búsqueda de la belleza a través de una pureza alejada del academicismo y del barroquismo intelectual. Uno de los mejores versos de El Greco dice “El único paraíso es el que conduce al infierno/ Dios vendió parcelas al día siguiente del Génesis /y es un anciano que duerme/ un sueño sordo de insectos /Nuestras plegarias son inútiles. / Sólo los iniciados conocen el camino/ de las estrellas y el sol boca abajo”.


Ciudades invisibles

Los buenos poemas siempre van más allá del lenguaje y lo racional. Acotarlos a una explicación determinada limita su alcance. En el caso de Arriagada-Zubieta los lugares generan un hermetismo que nos sitúa dentro del poema. En “Ciudad Santiago”, el poeta escribe “A primera hora/yo fumaba cigarrillos en el balcón/solo en el desierto ante la nada. /Los pobres de espíritu/temblaban tras las cortinas/incapaces de asomarse/porque no soportaban/ese vacío en que siquiera cabía la náusea”.

Existe una pugna interna entre develar la estructura escondida de las ciudades y, a la misma vez, mostrar lo que habita en la superficie y en la rutina. En el mismo poema leemos “Había ruido de balizas/y de seres inquietos en literas inmundas/como fetos desesperadamente ahogados/por dar cuerpo a la soledad inevitable. /Todo estaba perdido. Tanta alucinación”.

Regreso a la reflexión inicial. La poesía debe quebrar nuestra coraza y a veces debe rompernos el corazón. También debe darnos esperanzas y porqué no una nostalgia llevadera al final de la tarde. Los versos de “El Greco” son significativos porque permanecen y porque buscan la verdad más allá de berrinches políticos rimados y poemas oportunistas. Sin dudas, hay que leer y releer la obra de Arriagada-Zubieta.

 

 

 

 

ANTIGUOS MOLINOS DE VIENTO

Antiguos molinos de viento
ni gigantes ni desaforados
palos secos en un paisaje
de gallos carnívoros y niños sin tránsito.

Eviten que yo sonría
con el sonido de neumáticos resbaladizos
y gire la vista hacia los intercalados anuncios
que ofrecen una estúpida felicidad.

Y así nos dejamos engañar
por la bella estación que se avecina
como si nos alejáramos sigilosamente del desastre.

Déjenme despreciar el polen y el grano,
la primavera sólo ofrece nalgas
y senos de muchachas en flor
como si fuera una hazaña enteramente nueva.

Antiguos molinos de viento
ni librescos ni dignos de  felice recordación.

Yo quisiera imaginarme más allá de todo bosque
mirando el rio Tajo
como si de él aguardara amor y aventura.

No poseo la juventud de Rimbaud
pero aún tengo al mundo por rival
y donde todo parece ordenado:
árboles, flores, burgueses jadeantes
que ahogan los calores,
bien pudiera seguirlos a sus hogares,
revolver en su cocaína como una chica coqueta
sopla un beso con manos delicadas,
seducir a sus mujeres asfixiantes de noches sin sexo
y arrojarlos al insomnio con los ojos
solitarios de monstruos.

Antiguos molinos de viento
no hay quijotes ni doncellas.

Reconozco tras las máscaras
que estos majos y majas son los mismos
que estaban en los campos de Castilla,
en el camino de Kerouac,
y en Cibeles quemando combustible
al traqueteo de la rueda.
Apenas pedazos de hombres
pintados por Goya desde siempre
en cualquier paisaje donde uno más grande
somete a otro en nombre de la libertad
hablando del ganado y de cosas
que cuestan la vida a la imaginación.

Ellos sólo han cambiado de trajes,
exaltan la belleza de las máquinas,
se narcotizan en bursátiles pantallas
y pretenden hacernos olvidar
que el martirio más terrible
debe seguir su curso
como en un puente de Eliot
o en algún sitio sucio donde los perros
continúan su vida de perros
y la prostituta se vuelve a restregar el culo
frente a un lavabo.

Antiguos molinos de viento
no los quisiera recordar
como un simple montón de palos
desplomándose en el cielo.

No permitan que las tabernas luzcan
como el único frontispicio de las maravillas
ahí donde nadie teme a la muerte
y el corazón se enfría inadvertido
ante un alto coro de vasos.

Levántense y den batalla.

Nuestras pinturas
tienen menos piezas de artillería,
bayonetas y monstruos rugientes
pero más ciudadanos inválidos.

Antiguos molinos de viento
denme una imagen que disputar
con certeza alucinante a los sonámbulos.

En el peor de los casos se dirá
que he muerto de locura
y seré alguien, al fin.

 


 



 

 

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