Gonzalo Garcés baja del pedestal a Roberto 
            Bolaño y se permite disentir con una de las obras más 
            vivas que se han escrito en nuestra lengua. El punto de partida es 
            "Entre paréntesis", la recopilación de crónicas 
            literarias que muestra los amores, odios y polémicos puntos 
            de vista del autor de "Los detectives salvajes".
          No seamos tontos: discutamos con Bolaño. No perdamos la ocasión, 
            no lo despilfarremos, no seamos tontos: ahí está una 
            de las obras más vivas que se han escrito en nuestra lengua; 
            no la 
pongamos 
            en un pedestal que no ha pedido. En especial este volumen, que reclama 
            a gritos el disenso y hasta la trifulca.
          En mayo de este año la editorial Anagrama reunió, editados 
            por Ignacio Echevarría, los ensayos, artículos y discursos 
            publicados por Bolaño en sus últimos cinco años 
            de vida. Ahí está casi Bolaño en persona: opiniones 
            contundentes, retratos de amigos, relatos de viajes, España 
            y Latinoamérica y sueños. Si es cierto, como recuerda 
            Echevarría, que la lectura puede ser una forma de autobiografía, 
            yo precisaría que Entre paréntesis cifra, específicamente, 
            la historia de una voz literaria, la vibrante voz que los lectores 
            de Bolaño conocen. Lo que sigue es un intento de establecer, 
            a través de la discusión de las ideas de Bolaño, 
            algunos puntos clave de esa historia.
            
          
          "Derivas de la pesada"
          La conferencia "Derivas de la pesada", que 
            en su momento provocó no poco revuelo, abre el libro. Bolaño 
            se propone ahí definir las líneas dominantes de la literatura 
            argentina desde Borges. Éste sería un paréntesis 
            apolíneo dentro de una tradición violenta, dionisíaca, 
            "pesada". Muerto Borges quedan tres caminos: Osvaldo Soriano, 
            leve cóctel de humor y tramas policiales, Roberto Arlt, que 
            serviría como sótano de la literatura, pero no como 
            cocina o como biblioteca, y Osvaldo Lambor-ghini, el más cruel 
            de todos, que habría hecho mejor trabajando como pistolero 
            a sueldo. Los tres, según Bolaño, son reacciones antiborgeanas; 
            ninguno, sostiene, sirve para fundar una escuela literaria. Conclusión: 
            hay que releer a Borges.
          Puntuado por desplantes y rabietas, el texto es furiosamente cómico. 
            Al hipotético discípulo de Soriano le dice Bolaño: 
            "¿Pero vos sos tonto, piltrafilla, vos tenés agente 
            literario?" En otro punto matiza, comedido: "No tengo nada 
            en contra de las autobiografías, siempre y cuando el que la 
            escriba tenga un pene en erección de treinta centímetros". 
            Pero, pasada la risa, el imprudente lector que busca una crítica 
            real de la literatura argentina se queda perplejo. Raro, para empezar, 
            ver al autor de Nocturno de Chile o Amberes reclamando más 
            equilibrio apolíneo. Extraños también ciertos 
            accesos de rabia, como éste, memorable: "El San Pablo 
            de Arlt, el fundador de su iglesia, es Ricardo Piglia. A menudo me 
            pregunto: ¿qué hubiera pasado si Piglia, en vez de enamorarse 
            de Arlt, se hubiera enamorado de Gombrowicz?... Con esto no quiero 
            decir que Arlt sea un mal escritor, al contrario, es buenísimo, 
            ni tampoco pretendo decir que Piglia lo sea, al contrario, Piglia 
            me parece uno de los mejores narradores actuales de Latinoamérica. 
            Lo que pasa es que se me hace difícil soportar el desvarío 
            -un desvarío gangsteril, de la pesada- que Piglia teje alrededor 
            de Arlt.".
            
          
          Contrafactual
          Palabras típicas de Bolaño en su potencia y también 
            en su arbitrariedad. ¿Qué hubiera pasado si Piglia se 
            hubiera enamorado de Gombrowicz? Para empezar, Piglia sí se 
            enamoró de Gombrowicz, tanto o más que de Arlt, como 
            comprueba cualquier lector de Formas breves. Pero esto es secundario. 
            La verdad es que Bolaño se apoya en premisas falsas. Primero, 
            la suposición de que la literatura argentina actual es, en 
            sus líneas dominantes, antiborgeana. Basta citar tres o cuatro 
            nombres para desmentirlo, empezando por ese borgeano insigne que es 
            Ricardo Piglia (una cosa es lo que un escritor admira, otra, sus influencias 
            reales, que hay que encontrar en su estilo y no en sus declaraciones). 
            Y esto, de todos modos, importa menos que un hecho que Bolaño 
            no podía ignorar, a saber, que una obra, un escritor, una escuela 
            literaria, no son el producto de una decisión razonada. Su 
            rumbo no depende del modelo elegido, al contrario, un modelo se elige 
            porque articula un anhelo que ya existe. No basta releer a Borges 
            para escribir en una línea borgeana, pero esto Bolaño 
            también lo sabía. En realidad uno siente que refutarlo 
            en los hechos es estéril porque, en el fondo, habla de otra 
            cosa.
          ¿Qué es, a fin de cuentas, lo que irrita a Bolaño? 
            Creo que el entusiasmo de Piglia por Roberto Arlt contraría, 
            por analogía, el proyecto narrativo de Bolaño. No voy 
            a hablar de Arlt, ni a discutir lo que Piglia escribió realmente 
            sobre él; me interesa lo que Arlt significa en el vocabulario 
            de Bolaño. Sangre, excrementos, bastardía, vida inmediata, 
            infierno latinoamericano: eso es Arlt, eso es la pesada. Y Bolaño 
            como escritor parte de ahí, pero va hacia otra parte. Bolaño, 
            al escribir que "la literatura de la pesada tiene que existir, 
            pero si sólo existe ella, la literatura se acaba", ¿no 
            mira de reojo al joven rabioso que escribió las páginas 
            casi ilegibles de Amberes? Lo dice con todas las letras, por otra 
            parte: "Yo soy una rata apolínea", cosa que, como 
            sabe cualquier rata, es todo un programa: arduo, tal vez inalcanzable, 
            pero que como testimonio de su esfuerzo o como rastros de la lucha 
            puede dejar, por el camino, ficciones tan espléndidas como 
            Los detectives salvajes, Estrella distante, Nocturno de Chile.
          Bolaño y Borges
          El punto de inflexión en la transformación de Bolaño, 
            el espejo que atraviesa para escribir sus grandes libros, es Borges; 
            esto es, el Borges peculiar de Bolaño, que a veces poco se 
            parece al que otros hemos leído. Y aquí, de nuevo, Entre 
            paréntesis funciona como crónica velada. A lo largo 
            del libro abundan los pasajes críticos sobre autores cuya misma 
            heterogeneidad, dicho sea de paso, recuerda un poco a los catálogos 
            borgeanos: Rodrigo Rey Rosa, César Aira, Ponç Puigdevall, 
            Ivan Turguéniev, Philip K. Dick, Günter Grass, Enrique 
            Lihn, Jaufré Rudel, por mencionar a unos pocos. Pero al hablar 
            de ellos Bolaño a menudo es vago. Al cabo de un tiempo el entusiasmo 
            parece ceder a la fórmula: "Uno de los mejores narradores", 
            "sabe asomarse al abismo", "se adentra en la oscuridad 
            con los ojos abiertos", sobre demasiados dice lo mismo y en el 
            mismo tono. De quien no escribe jamás generalidades, en cambio, 
            y de quien tiene siempre algo sugerente que decir, es sobre el propio 
            Borges. Y no sólo al abordar su obra. Hay giros, hay efectos, 
            de la clase que un buen crítico detecta, que Bolaño 
            toma del argentino, como el modo de terminar ciertas piezas fervorosas 
            con una frase distraída, gris: buen ejemplo es la que dedica 
            a "Los cachorros", de Vargas Llosa, otro de los mejores 
            textos del libro.
          ¿Qué aportó Borges a la escritura de Bolaño? 
            Sobre esto hay toda una confesión. Cuenta Bolaño que 
            el primer libro que compró al llegar a Europa fue la Obra poética 
            de Borges. "Esa misma noche comencé a leerlo hasta las 
            ocho de la mañana, como si la lectura de esos versos fuera 
            la única lectura posible para mí, la única lectura 
            que me podía distanciar efectivamente de una vida hasta entonces 
            desmesurada" ("El libro que sobrevive", Pág. 
            185). En otra parte define cierto libro de Borges como "una historia 
            en donde la épica sólo es el reverso de la miseria, 
            en donde la ironía y el humor y unos pocos y esforzados seres 
            humanos a la deriva ocupan el lugar que antes ocupara la épica". 
            El libro en cuestión es Historia universal de la infamia, que 
            es a su vez el antecedente reconocido de una novela de Bolaño, 
            la primera que quiso ver publicada por una editorial importante: La 
            literatura nazi en América. La definición de Bolaño, 
            como antes la polémica con Piglia, no le hace demasiada justicia 
            al libro de Borges (¿"Esforzados seres humanos a la deriva", 
            Billy the Kid y Tom Castro y la viuda Cheng?), pero se ajusta como 
            un guante a otro libro de Bolaño: Los detectives salvajes.
          No estoy diciendo que Bolaño sea un epígono de Borges, 
            ni siquiera que haya entre las ficciones de uno y otro filiación 
            visible; parece claro, en cambio, que Bolaño encontró 
            en Borges el emblema que necesitaba para enmarcar a su pesada propia, 
            al caos latinoamericano que era su tema, dentro de otra metáfora 
            más serena: la literatura misma. Por eso La literatura nazi 
            en América, que es una historia del caos bajo la especie de 
            un manual de literatura, es el libro con el que Roberto Bolaño 
            sale al ruedo; por eso, quizá, Bolaño se convirtió 
            en un "escritor sobre escritores", en el cronista de un 
            extraño infierno o laberinto en donde los demonios llevan la 
            máscara de escritores mexicanos, chilenos, españoles, 
            argentinos.
          Los sueños
          Pero volvamos a Entre paréntesis. A esta altura debería 
            estar claro que el lector de esta recopilación no necesariamente 
            aprenderá algo nuevo sobre literatura, pero se irá, 
            como quien dice, con la imagen de un hombre. Mejor dicho: un hombre 
            que oscila entre una rabia inspirada y cierta contemplación 
            aristocrática, un hombre que por momentos parece hablar desde 
            un campo de batalla donde ceder un solo palmo puede ser fatal y por 
            momentos parece embelesado por las conexiones carnavalescas entre 
            los elementos de la realidad y por momentos, sencillamente, se duerme 
            y sueña. ¿Con qué sueña? Con sus aventuras 
            pasadas, que son de algún modo las de una generación, 
            y con libros. Las opiniones que entonces expresa tienen la urgencia, 
            y también el aire levemente desfasado, de las cosas dichas 
            en sueños. Así en otra de sus crónicas breves: 
            "Los libros, sobre todo si uno los confunde con almohadas, a 
            veces provocan pesadillas. Pese a todo: duermo y leo. La literatura 
            chilena, me digo en medio del sueño, para muchos escritores, 
            para muchos críticos, para muchísimos lectores, es una 
            pesadilla sin vuelta atrás" ("La literatura chilena", 
            Pág. 116).
          Torico
          Las opiniones literarias de Bolaño, vistas de cerca, no suelen 
            ser demasiado inconformistas; sí lo son sus desplantes, sus 
            digresiones, su sentido mosqueteril de la amistad, su humor, la sentencia 
            disparatada que hace añicos un razonamiento y que, a cambio, 
            instala en primer plano una sonrisa burlona que puede ser, o no, la 
            de Bolaño. "Generalmente las obras que enloquecen a este 
            tipo de mecenas son los falsos autorretratos" (Pág. 194). 
            O: "Ellroy es capaz de bailar la conga mientras el abismo le 
            devuelve la mirada" (Pág. 207). Pero cuando Bolaño 
            parece más fulgurante, más solitario, más fuera 
            de nuestro alcance, es cuando sueña de veras. Hay tres sueños 
            inolvidables en tres piezas del libro. El primero en la desgarrada 
            "Fragmentos de un regreso al país natal", donde Bolaño, 
            en el avión que lo lleva a Chile, sueña que la noche 
            es otro avión, que viaja empotrado en otro avión más 
            grande. Después el Discurso de Caracas, que no es un sueño 
            en absoluto, pero cuyas imágenes se organizan a la manera de 
            un sueño, con un Cervantes envejecido que es de algún 
            modo los huesos de jóvenes generosos sembrados por toda Latinoamérica 
            y la honra del escritor y un coro de treinta mil grillos que reúne, 
            más allá del olvido, a todo lo anterior. Y la mejor 
            de todas, "En busca del Torico de Teruel", donde Bolaño 
            sueña que el Torico camina a su lado y le pregunta si cree 
            que Teruel existe. Antes de que Bolaño pueda contestar afirmativamente, 
            el Torico se da vuelta y dice: "No, mejor no me lo digas".
          Si hay un viaje, es imposible no sentir que esto es el final. Un 
            final no violento, pacífico tampoco, ni triste ni feliz, sólo 
            enigmático. Bolaño hasta el último día 
            siguió repartiendo palos, bromeando y a veces recordando que 
            él también alguna vez estuvo en la pesada, pero el momento 
            último de un gran escritor, cuando su perplejidad ante el misterio 
            rebasa lo personal y se convierte en la perplejidad de todos, en Bolaño 
            involucra siempre a un hombre dormido. Ahí está el cura 
            Ibacache dando vueltas en su cama. Ahí está, otra vez, 
            la ventana al final de Los detectives salvajes. ¿Qué 
            hay detrás? Un hombre que sueña que lo ha visto todo 
            y lo ha perdido todo y de pronto entiende todo lo que había 
            que entender, pero antes de poder decirlo el sueño termina.
            
          
          Los otros paraguas
          Negociemos: pongamos que Bolaño, parafraseando a otro expatriado 
            insigne, el irlandés Joyce, puso a dormir a la literatura en 
            castellano. La hizo mirarse en el espejo de la literatura misma, que 
            ocultaba el caos, y después la puso a dormir. Llueve en España 
            mientras termino esta nota. Cuando llegue el otoño boreal proliferarán 
            los autores noveles, otros leerán Entre paréntesis, 
            otros paraguas se encontrarán con otras máquinas de 
            coser sobre las mesas de novedades. La literatura duerme y sueña, 
            y a ellos, a nosotros, a los por venir, les toca despertarla.
          Gerona, agosto 2004........  
          
           
          Roberto Bolaño
            "Entre paréntesis. Ensayos, artículos y conferencias 
            (1998-2003)"
            Editorial Anagrama, Barcelona,
            2004, 372 páginas.