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Triste historia

Una Novela de Turgueniev


Por Roberto Bolaño



Cuando tenía dieciocho años leí un libro de Ivan Turgueniev cuya historia me persiguió durante otros dieciocho años. No quiero decir con esto que cada día pensara en la novela y en el destino tragicómico del principal de sus personajes, pero lo que en ella se relataba cada cierto tiempo parecía cernirse sobre mí como un asesino en serie o como una pregunta recurrente. Ni siquiera recuerdo su título. Entre los libros de Turgueniev que tengo en mi biblioteca no está. Creo, pero no estoy seguro, que se trata de Rudin. Sin ninguna duda es una de las novelas más tristes que he leído en mi vida. Su argumento es el siguiente: un joven llega, a una casa de campo, en realidad un palacio, propiedad de uno de los hombres más ricos de la región. No recuerdo por qué aparece allí. probablemente ha sido contratado por el rico propietario como preceptor de sus hijos. Por supuesto, el joven viene de Moscú o de San Petersburgo. Ha leído y está al tanto no sólo de la última moda de la ciudad sino que también hace gala de ideas avanzadas. En una palabra: es un intelectual y además es hermoso como un héroe romántico y entre clase y clase inocula a los jóvenes con el virus de la aventura y la revolución, un poco a la manera de los primeros capítulos de El siglo de las luces, de Carpentier, salvo que en el libro del cubano los jóvenes están solos, en cierta forma son huérfanos y los huérfanos, ya se sabe, están a medio paso de la aventura y de lo que sea, y en el del precursor Turgueniev los jóvenes alumnos no son huérfanos, todo lo contrario, y además la revolución les queda a miles de verstas de distancia.


Primeras dudas

Por supuesto, esta lejanía a los jóvenes rusos no les importa, y menos aún le importa a la mayor de los dos hermanos, una joven guapa y despierta que empieza a soñar con una vida bohemia en París en compañía, claro, de su preceptor. Al principio el joven intelectual moscovita (pongamos que es moscovita) se siente complacido por el amor que le demuestra su alumna, pero luego, ante las perspectivas reales de futuro que se despliegan si esa relación prosigue, empieza a dudar. Primero, duda de que el amor de ella sobreviva a las estrecheces cotidianas de una vida a salto de mata, aunque esa vida se desarrolle entre París y Venecia o entre París y Ginebra. Después duda de sí mismo, pues una cosa es predicar y querer el cambio tanto político como de costumbres, y otra muy diferente intentar llevarlo a cabo. Acto seguido sopesa la reacción que puede tener el padre de la muchacha, que lo aprecia como preceptor y como intelectual y que no dudará, llegado el momento, en prestarle ayuda mediante sus influyentes amigos de Moscú (o de San Petersburgo) para que el joven consiga un trabajo mejor y se "labre un futuro seguro y puede que hasta brillante, pero que en modo alguno tolerará que su hija se case con él. Finalmente piensa en sí mismo, en lo que quería antes de llegar al campo (la ayuda del rico propietario, etc.), y en lo que tendrá si, haciéndole caso a su corazón, escapa con la heredera desheredada.

En líneas generales, ahí está toda la novela, similar en ciertos aspectos a Rojo y negro, de Stendhal, aunque ciertamente inferior a ésta. Por descontado, el joven y hermoso intelectual opta por la seguridad (por su seguridad) y rechaza con elegante elocuencia a su joven enamorada, la cual, según recuerdo vagamente, no tarda en casarse con su anterior novio, un memo integral probablemente rico, lo que demuestra que la muchacha romántica no era muy inteligente o que se trataba de una masoquista inveterada o ambas cosas. Pero entonces, cuando ya todo está irremediablemente consumado y el lector espera el punto final, viene lo mejor de la novela.


Vil e infame

El joven intelectual descubre de golpe que está, de verdad, enamorado de la heredera. Y también se da cuenta de golpe de que su actitud ha sido vil e infame. Creo, aunque no estoy seguro, que le escribe una carta a la joven y después intenta suicidarse en los extensos jardines que rodean la mansión. No lo consigue y en una sola noche descubre su amor y su cobardía. Al q día siguiente, sin cartas de recomendación, se marcha del campo. En Moscú, reintegrado al mundo, desaparece. Nadie sabe nada más de él. Pasan treinta años. El último capítulo o los últimos párrafos de la novela muestran con profunda simpatía una barricada en París defendida por los pobres, por los desheredados, pero también por aventureros y bohemios llegados de los rincones más alejados de Europa. El ejército carga contra la barricada. Un viejo de pelo blanco, y en el que se adivinan los restos de una perdida apostura, envalentona a los defensores desde lo más alto de la barricada. Una bala lo derriba. Unos desconocidos o tal vez unos amigos lo llevan a su pobre habitación de extranjero. El viejo agoniza hablando en ruso y Turgueniev nos sugiere que no sólo ha encontrado el valor sino también el puente en llamas que une las palabras y los gestos.

Hasta la última frase esperé, cuando tenía dieciocho años, a que apareciera de pronto su antigua enamorada para acompañarlo en su muerte. Pero la enamorada no apareció jamás.

 


«Blanco y Negro Cultural», suplemento
del diario ABC

 

 


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Roberto Bolaño: Una novela de Turgueniev.
Fuente: "Blanco y Negro Cultural", suplemento del diario ABC,
octubre de 2003.