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El juego y el fuego

Por Mauricio Electorat
La Tercera Cultura, Sábado 7 de Octubre de 2006

Bolaño y el padre. Vaya tema. En fin, al grano, o sea a Últimos Atardeceres sobre la Tierra, relato incluido en Putas Asesinas, que es, acaso, uno de los mejores cuentos que he leído. Un cuento de una violencia soterrada y magnífica, que se va expandiendo poco a poco por el texto como un gas letal. Un cuento que expande un gas letal sobre la relación padre-hijo, sobre el padre que no es (necesariamente) padre y el hijo que no es (precisamente) hijo. Y sin embargo son, básicamente, eso: padre e hijo. Al menos en el cuento, fuera del cuento quién sabe. Un cuento también sobre el abandono y sobre la soledad esencial -la del protagonista del cuento, pero también la suya, la mía, la de los otros personajes-, que es acaso la única verdad: que estamos solos y que, como dice Teillier, respiramos y dejamos de respirar. Punto. ¿Hay mejor tema para un cuento? ¿Aborda "otro" tema la literatura? No es necesario escarbar mucho para comprender que estos son nervios, o arterias principales, en la obra de Bolaño: el abandono, la errancia y la búsqueda del, o "de un", o "de unos" padres. En Los Detectives Salvajes, por ejemplo, esto es manifiesto. Arturo Belano y Ulises Lima organizan sus vidas como una verdadera pesquisa, en busca, en este caso, de una madre: la poetisa Cesárea Tinajero. Y, a despecho de la teoría freudiana, una madre, en este caso y en otros, puede ser un padre, es decir, un punto alfa, un origen que brinda una explicación del mundo. Esa es la tentativa desesperada de Belano, Lima, García Madero y los otros poetas y "detectives salvajes": encontrar al padre, o a la madre, encontrar al escritor, a la escritora, que los justifica a ellos mismos. ¿Pero no es esta acaso la "pesquisa", la aventura, la motivación de todo escritor? ¿Para qué se escribe si no es para dialogar con los padres literarios que uno mismo se ha elegido, para contestarles, para rebatirlos y, a lo mejor, para desbancarlos, cuando no "desbarrancarlos"? Así, siguiendo la huella de esos "padres" ("veo un río veloz brillar como un cuchillo", dice Gonzalo Rojas cantando a su padre-padre), todo escritor "entra" en literatura y, con suerte, con talento, con arrojo, agrega algo. Ese algo es una "obra" que hará posible que ese escritor sea a su vez "padre" de otros escritores. Ese es el juego, Y el fuego. Bolaño, que en escasos 10 años se transformó en "padre" literario de varias generaciones, lo supo mejor que nadie. Pocos escritores han tenido una conciencia tan lúcida del oficio y de su transmisión o aprendizaje. Esto, que es anterior a toda escritura, es su primera gran lección.

 

 

 

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Por Mauricio Electorat.
La Tercera Cultura, Sábado 7 de Octubre de 2006.