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"2666" o la escritura que continúa

Por Víctor Barrera Enderle
Ensayista y crítico mexicano



En definitiva, la próxima aparición de 2666, la novela póstuma de Roberto Bolaño, será todo menos un acto rutinario de difusión literaria. Desde antes de constituirse en un libro impreso, está obra ya estaba cargada de una significación mayor: la de ser el testamento ¿Es realmente el final de la narrativa de Bolaño? No. Ni testamento ni culminación. En realidad, "2666" representa el momento de más alta maduración en la escritura de Bolaño. Un cruel e irónico destino se encargó de convertirla, antes de tiempo, en legado. "2666" no es una obra final, es un proceso literario, y como tal se requerirán varias lecturas para comenzar a dimensionar todas las posibilidades significativas del texto. He aquí un primer acercamiento.

Por fortuna, los herederos de Bolaño y sus editores, contraviniendo sus últimos deseos y adoptando una actitud cercana a la de Max Brod, decidieron publicar la novela en un solo y voluminoso tomo, en lugar de las cinco y espaciadas novelas propuestas por el autor. Decisión afortunada: las cinco partes de 2666 más que unidas por situaciones, personajes y estrategias de la narración, están conectadas por el mismo abismo, esa inmensa sensación de vacío que los personajes y las voces de Bolaño crean con suma maestría, y la cual se resume en un espacio literario, pero sobrecargado de realidad: Santa Teresa. La primera parte, "Los críticos", es la biografía de una medida y moderna pasión literaria. Cuatro críticos literarios de fin de siglo, uno francés (Jean Claude Pelletier), otro español (Manuel Espinoza), otro más italiano (Piero Morini) y una crítica inglesa ( Liz Norton), comparten una obsesión: el misterioso escritor alemán Benno von Archimboldi. Poco se sabe de este autor, salvo su nacionalidad, su fecha de nacimiento (1920), y una certeza: su prosa es la más significativa de la narrativa alemana de la postguerra (ese espacio fantasmal, forjado entre los escombros de la locura nazi y una férrea voluntad de olvido). El cuarteto, cimentado, además, por un triángulo amoroso y la presencia misteriosa de Morini, es la versión metropolitana de los "detectives salvajes" de la novela homónima de Bolaño, pero sin lo salvaje: a diferencia de Ulises Lima y Arturo Belano, que buscan visceralmente a su escritora, Cesárea Tinajero (una Archimboldi latinoamericana), sin distinguir de manera racional la diferencia entre realidad y literatura, los cuatro críticos europeos se desenvuelven entre la dinámica de las academias del primer mundo: congresos especializados, departamentos de literatura alemana, viajes de investigación y una búsqueda sin éxito: desean encontrar a Archimboldi y colocarlo en el pedestal que merece. Una sospechosa pista los lleva a Santa Teresa, en Sonora (lugar, por cierto, a donde dirigen sus pasos los "detectives salvajes" en busca de Tinajero), al norte de México: imaginaria ciudad fronteriza e industrial, sede de una horrenda serie de asesinatos de mujeres. Trasmutación literaria de Ciudad Juárez, Chihuahua (en realidad, Bolaño sólo movió esta ciudad unos cuantos kilómetros al oeste, enterrándola aún más en el desierto y la desolación) Pero, ¿qué hace un escritor como Archimboldi -anciano ya- en un lugar como ése? Sus pesquisas los conecta con Almalfitano, un ex exiliado chileno y ahora profesor en la Universidad de Santa Teresa. Amalfitano había traducido, durante su exilio en Buenos Aires a Archimboldi. De los extraños caminos de su vida, de relación con el mundo y con su hija Rosa, trata la segunda parte. Una gran porción del desencanto de la intelectualidad latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX (ésa que padeció golpes de Estado, tortura, exilio, aniquilación de los ideales y otros tantos dolorosos etcéteras) se refleja en la inapetencia del profesor chileno.

"La parte de Fate" es un impresionante relato de los márgenes, de las desdichas y miserias que unen y desunen la frontera México-Norteamericana. Se centra en Oscar Fate, un periodista negro de Nueva York, especialista en asuntos políticos concernientes a la comunidad afroamericana, que, por causas de fuerza mayor, se ve en la necesidad de cubrir una pelea de box en Santa Teresa: tanto Fate, como los críticos metropolitanos y Amalfitano se topan de repente con la Realidad: esa cadena de muertes; esas muchachas que mueren incansablemente ante la indiferencia de las instituciones y las personas. El viaje los cambia, los sacude y los desilusiona en peor sentido que esta palabra pude tener: es el tiro de gracia de la época actual, su seña y estigma.

La cuarta parte, "Los crímenes", es una inusual y sorprendente forma de ejercicio literario. La creación revela su fase oculta, su pulsión de muerte. Ya Bolaño había dado un increíble anticipo de esta perspectiva narrativa en su ensayo breve "Literatura + enfermedad = enfermedad". Aquí un interminable desfile de mujeres anónimas recupera su identidad (verdadera o falsa, poco importa) y vuelve a morir, pero esta vez de manera personal (como hubiesen querido Rilke y Villaurrutia, poetas nostálgicos de la relación pre-moderna entre el mundo y los hombres): la muerte es la más extraordinaria fuerza vital y, por lo mismo, es insoportable. Pero es, también, el desfile de un mismo asesinato: la mujer, excluida de la sociedad, sin derechos labores, sin identidad social, es muerta una y otra vez. Ellas son las muertas de la globalización, las que marcan el deslinde entre el primer y el tercer mundo. ¿El culpable? ¿La corrupción, el narcotráfico, la desigualdad, el machismo, la marginalización, la xenofobia? Lo que queda: un inmenso abismo, una carga siniestra que parece mover la historia de la humanidad. Tras las muertas de Santa Teresa parecen esconderse los más oscuros misterios del mundo: las infinitas muertes acaecidas al margen de la Historia: las masacres de las conquistas, las matanzas de esclavos, los holocaustos. Con ellas la lógica racional se pierde, se confunde y, mientras tanto, el abismo sigue creciendo.

La quinta parte se refiere a Archimboldi, y, en muchos sentidos, es la historia que tan afanosamente buscan reconstruir los críticos metropolitanos. Es el relato de su muerte como alemán de entre guerras y su resurrección como escritor fantasma en un mundo en ruinas. También es la parte que termina de "conectar" (de manera abierta, aclaro) a las otras partes entre sí. La biografía de un escritor que se encamina hacia el abismo.

Y sin embargo 2666 es sobre todo un vasto proyecto narrativo que nos presenta, además del misterio del título, a un narrador sospechosamente omnisciente. En realidad él es el mayor misterio de la novela: ¿quién narra? Su voz, a ratos, adquiere un falso acento peninsular, que causa la impresión de estar leyendo una mala traducción española, pero es sólo un guiño, un desconcierto. El narrador, como Archimboldi, es un fantasma (¿Arturo Belano?), quizá un sobreviviente de un desolado mundo (tal vez el mundo de 2666, ese cementerio olvidado referido -como bien nos recuerda Ignacio Echeverría en la nota final de la novela- por Auxilio Lacouture, la extraordinaria protagonista-narradora de Amuleto) Pero es esa escritura extraña, enigmática, la que nos atrae, la que nos hace reparar de nuevo en esta novela para continuar leyendo y, así, prolongar el aliento narrativo de su autor, a quien seguiremos descubriendo en cada lectura. La última obra de Bolaño está aún por llegar.

 

 


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Roberto Bolaño: "2666" o la escritura que continúa,
por Víctor Barrera Enderle,
17 de octubre de 2004.