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NICANOR PARRA Y ADIÓS A CHILE

Por Roberto Bolaño
Publicado en A la intemperie: Colaboraciones periodísticas, intervenciones públicas y ensayos. 2019




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Mi amigo Marcial Cortés-Monroy me lleva a visitar a Nicanor Parra. Para mí, Parra es desde hace mucho el mejor poeta vivo en lengua española. Así que la visita me pone nervioso. Bien pensado, no debería ser así, pero la verdad es que estoy nervioso, por fin voy a conocer al gran hombre, al poeta que duerme sentado en una silla, aunque su silla, en ocasiones, es una silla voladora, a propulsión a chorro, y en ocasiones es una silla taladradora, subterránea, en fin, que voy a conocer al autor de los Poemas y antipoemas, el tipo más lúcido de la isla-pasillo por la que deambulan, de punta a punta y buscando una salida que no encuentran, los fantasmas de Huidobro, Gabriela Mistral, Neruda, De Rokha y Violeta Parra.

Al llegar nos abre la puerta Corita. Un poco desconfiada, Corita, aunque se nota que no es mala persona. Después nos quedamos solos y al poco rato escuchamos unos pasos que se aproximan a la sala. Aparece Nicanor. Sus primeras palabras, después de saludarnos, son en lengua inglesa. Es la bienvenida que ofrecen a Hamlet unos campesinos de Dinamarca. Después Nicanor habla de la vejez, del destino de Shakespeare, de los gatos, de su primera casa en Las Cruces, que se quemó, de Ernesto Cardenal, de Paz, a quien estima más como ensayista que como poeta, de su padre que tocaba instrumentos musicales y de su madre que fue costurera y que con los restos de tela fabricaba camisas para él y para sus hermanos, de Huidobro, cuya tumba se ve desde el balcón, al otro lado de la bahía, sobre un bosque, una mancha blanca como una cagada de pájaro, de su hermana Violeta y de su hija Colombina, de la soledad, de algunas tardes en Nueva York, de accidentes de coches, de la India, de amigos muertos, de su infancia en el sur, de los choritos que cocina Corita y que en verdad están muy buenos, del pescado con puré que cocina Corita y que también está muy bueno, de México, del Flandes indiano y de los mapuches que combatieron del lado de la corona española, de la universidad chilena, de Pinochet (Nicanor es profético en lo que respecta al fallo de los lores), de la nueva narrativa chilena (pondera a Pablo Azócar y estoy completamente de acuerdo), de su viejo amigo Tomás Lago, de Gonzalo de Berceo, de los fantasmas de Shakespeare y de la locura de Shakespeare, siempre aparente, siempre circunstancial, y yo lo escucho hablar en vivo y en directo y luego lo veo en un video hablando de Luis Oyarzún y siento que estoy cayendo en un pozo asimétrico, el pozo de los grandes poetas, en donde sólo se escucha su voz que poco a poco se va confundiendo con las voces de otros, y esos otros no sé quiénes son, y también se escuchan sus pasos que resuenan por toda esa casa de madera mientras Corita escucha la radio en la cocina y se ríe a carcajadas, y Nicanor sube al segundo piso y luego baja con un libro para mí (que tengo, desde hace años, la primera edición, Nicanor me obsequia la sexta) y que me dedica, y entonces yo le doy las gracias por todo, por el libro que no le digo que ya tengo, por la comida, por las horas tan agradables que he pasado con él y con Marcial, y nos decimos hasta luego aunque sabemos que no es hasta luego, y luego lo mejor es irse cagando leches, lo mejor es buscar una salida del pozo asimétrico y salir disparados y en silencio mientras los pasos de Nicanor resuenan pasillo arriba y pasillo abajo.

 


 



 

 

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Nicanor Parra y adiós a Chile.
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