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La escritura maldita de Estrella distante

Por Andrés Urzúa de la Sotta


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“Un poeta maldito
no se corta las venas,
                                         se baña con la sangre
                                                    de los caídos”.
Bruno Vidal

“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”.
Theodor Adorno

Las relaciones entre poesía y horror, o más bien entre literatura y barbarie, no son para nada nuevas. Basta recordar, a modo de ejemplo, uno de los poemas más antiguos y famosos de la humanidad, La Ilíada, en cuyo telón de fondo se derrama la sangre de la Guerra de Troya.

Sin embargo, la concepción de la figura del poeta o del escritor como precursor del horror, y por tanto la complicidad de la literatura en el ejercicio de la violencia, sí parece un descubrimiento novedoso. A diferencia del aedo, que por medio de las musas canta las glorias de la guerra desde el púlpito inmaculado de la palabra, el héroe de Bolaño, o al menos el de Estrella Distante, no es el relator imparcial de la violencia, sino su protagonista. Carlos Wieder no se dedica a cantar la violencia desde el discurso poético, sino a ejecutarla. “La nueva poesía chilena” a la que se refiere Bolaño en el texto no es un fenómeno literario ni lingüístico, sino un acto de exterminio, propio de un asesino en serie y de un contexto histórico y político donde se ha legitimado la violencia. Pero, a la vez, esta nueva poesía chilena, cruel e indolente, no sólo representa  la barbarie del aparato militar de la dictadura chilena y del psycho killer que habita en Wieder, sino que contagia, casi como un virus, todo el espectro de la realidad, incluida la figura del poeta y de la literatura:

“Me sentí de pronto feliz, inmensamente feliz, capaz de hacer cualquier cosa, aunque sabía que en esos momentos todo aquello en lo que creía se hundía para siempre y mucha gente, entre ellos más de un amigo, estaba siendo perseguida o torturada”[1].


Ahora bien, ¿por qué Bolaño parece empecinarse en vincular a la figura del escritor  con la barbarie? ¿Qué significaciones puede albergar ese gesto? ¿Qué responsabilidades le caben al escritor, a la escritura y a la palabra literaria en el proceso del horror?

Ante la clásica pregunta de Adorno, acerca de cómo escribir después de Auschwitz, Bolaño parece responder sin titubeos: asumiendo la complicidad de la literatura en la barbarie. Para el autor de Los detectives salvajes los poetas no son santos y la literatura, al parecer, es una enfermedad:


“Latinoamérica es como el manicomio de Europa. Tal vez, originalmente, se pensó en Latinoamérica como el hospital de Europa, o como el granero de Europa. Pero ahora es el manicomio. Un manicomio salvaje, empobrecido, violento, en donde, pese al caos y a la corrupción, si uno abre bien los ojos, es posible ver la sombra del Louvre”[2].


La realidad latinoamericana para Bolaño, y quizás toda la realidad contemporánea, es un manicomio de enfermos cuya principal enfermedad es la violencia. Y los escritores, para el autor, no están ajenos a esa realidad. A diferencia de los discursos políticamente correctos que suelen emparentar el oficio de la creación literaria con lo divino e inmaculado, Bolaño propone una figura de poeta donde la sangre convive con la sensibilidad creativa:


“Enemigo de las simplificaciones, crea sujetos facetados, poliédricos: Wieder, el poeta que escribe versos con la cauda de su avión en Estrella distante, es tan represor como artista. En él la creatividad coexiste con la depravación”[3].


Y es justamente esa porfía, esa resistencia a lo políticamente correcto y al lugar del poder y de la victimización, una de las características más radicales de la personalidad literaria de Bolaño. No es casual que en Estrella distante se aluda al Zurita que escribió en 1982 una serie de poemas de connotación divina en el cielo de Nueva York. A través de la figura de Carlos Wieder, quien escribe —en el segundo capítulo de la novela— pasajes de la biblia en el cielo de Concepción, Bolaño parece criticar, o siquiera parodiar, el mesianismo de Zurita y el espacio de poder y reconocimiento oficial (y derechamente fascista) en el cual el autor de Purgatorio se instaló:


“Aquella su primera acción poética sobre el cielo de Concepción le granjeó a Carlos Wieder la admiración instantánea de algunos espíritus inquietos de Chile”[4]

“Una carrera que por aquellos días, los días de las exhibiciones aéreas, recibió el espaldarazo de uno de los más influyentes críticos literarios de Chile (…) En su columna semanal de El Mercurio Ibacache escribió una glosa sobre la peculiar poesía de Wieder. El texto en cuestión decía que nos encontrábamos (los lectores de Chile) ante el gran poeta de los nuevos tiempos”[5].


Incluso sería posible pensar la obra performática de Wieder, es decir los asesinatos en serie, como una suerte de repudio constante por parte del autor a los experimentos neo-vanguardistas de Zurita durante el período dictatorial. Quizás el propio Bolaño se haya preguntado: ¿qué hace un poeta escribiendo versos en el cielo de Nueva York a comienzos de los ´80, mientras en Chile corre la sangre de la dictadura? ¿Qué hace Zurita masturbándose, quemándose el rostro y llorando por su cuerpo herido en una época tan siniestra?  
   
Acerca de esas obscenidades del espacio literario, de la cruel vanidad de los autores, de las relaciones de la literatura y de los poetas con el poder y con el fascismo, y sobre todo de la violenta responsabilidad que le cabe al escritor cuando se presta para esa danza, parece concientizarnos Bolaño:


“Los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos”[6].


Pues finalmente estas claras diferencias con Zurita y con todo aquel que persigue el poder y el mesianismo, no son sólo asuntos éticos, sino también estéticos. Para Bolaño, en consonancia con el legado de Parra y en oposición radical a la vertiente olímpica de la poesía chilena (en la que caben sobre todo Neruda, Huidobro y Zurita), el poeta tiene una premisa inalienable: debe ocuparse no del cielo, sino del infierno terrenal:


“Huidobro me aburre un poco. Demasiado tralalí alalí, demasiado paracaidista que desciende cantando como un tirolés. Son mejores los paracaidistas que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas”[7].    



 

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Notas  


[1] Bolaño, Roberto. Estrella distante. Barcelona: Anagrama, 1996. P. 12.

[2] Braithwaite, Andrés. Bolaño por sí mismo. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2006. P. 15.

[3] Braithwaite, Andrés. Bolaño por sí mismo. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2006. P. 17.

[4] Bolaño, Roberto. Estrella distante. Barcelona: Anagrama, 1996. P. 20.

[5] Bolaño, Roberto. Estrella distante. Barcelona: Anagrama, 1996. 21-22.

[6] Braithwaite, Andrés. Bolaño por sí mismo. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2006. P. 64.

[7] Braithwaite, Andrés. Bolaño por sí mismo. Santiago: Ediciones Universidad Diego Portales, 2006. P. 64.




 

 





 

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La escritura maldita de "Estrella distante" de Roberto Bolaño.
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