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La espantosa Vida de B
"Putas asesinas". Roberto Bolaño. Barcelona, Anagrama 2001. 227 pp.

Por Roberto Contreras
Taller de Crítica Literaria Mariano Aguirre. 2002

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A esta altura no cabe duda de que Roberto Bolaño (1953) es el protagonista de toda su obra.

O al menos de gran parte de ella. Convirtiéndose en un divertido ejercicio, casi en la misma medida que una reflexión innecesaria, rastrear cuánto de autobiografía y ficción se entrecruza, separa o es negada en el curso de sus libros. Puntales que se encuentran tanto en su narrativa como en su poesía. Caleidoscopio de lectura donde muchos y el mismo personaje saben entrar pero nunca consiguen salir. Es Arturo Belano, su transparente alter ego, protagonista de Los detectives salvajes (1998) y convidado de piedra en muchas de sus historias, tanto como el escindido personaje B o uno que, aunque en primera persona y sin llegar a nombrarse, se las arregla para siempre ser identificado con: el errante en México de los setenta, joven poeta maldito, aguerrido veinteañero buscando hacer la revolución en su país como parte de aquella "fracción numerosa de luchadores latinoamericanos errantes", los que de a poco "murieron por una quimera de mierda"; el preso político en Concepción salvado de posibles torturas por dos detectives (agentes DINA) ex compañeros de liceo; el enamorado de su mujer e hijos a los que dedica sagradamente cada una de sus publicaciones. En definitiva, el escritor prolífico, premiado y radicado en España desde 1977, lejos del horroroso Chile natal.

Estos son los antecedentes —narrados en los más disímiles registros— que nos permiten leer a esa vera efigies (verdadera imagen), y a veces llegar a reconocer no exentos de profundas claves literarias, por ejemplo: a aquel fundacional Borges borgeano, o más sutilmente aproximarnos a apenas nominado K, tan propio de ciertos pasajes de Franz Kafka. Una suma de analogías que cuesta aceptar como un simple juego de correspondencias, cuando éste sólo se empeña en convertirse en un único y real personaje: "Soñé que era un detective viejo y enfermo y que buscaba gente perdida hace tiempo. A veces me miraba casualmente en un espejo y reconocía a Roberto Bolaño".

Putas asesinas, su última y segunda entrega de relatos luego de Llamadas telefónicas (1997), repite ese protagonismo y tiene la virtud de concentrar tres de las constantes que ha tenido hasta ahora su producción literaria: 1) el terror cotidiano, 2) los recorridos literarios y 3) algunos momentos en la vida de B. Trece historias visitadas por su sombra, donde la literatura —aunque suene a paradoja— es la reina de la fiesta.

Los primeros, narran las situaciones más horriblemente cotidianas. Si normal puede ser la violencia patibularia en "Los últimos atardeceres en la tierra"; las sesiones chamánicas de un futbolista africano en el increíble cuento "Buba"; el pueril relato de un hijo-huérfano de los rodajes porno del cine sudamericano en "Prefiguración de Lalo Cura"; la mirada voyeur de un muerto a su cita necrófila con un conocido modisto parisiense en "El retorno"; una sicotizada fans futbolera con claros visos de masoquismo o ciertas prácticas snuff (homicidios en pantalla) en "Putas asesinas", o aquel sombrío recorrido de extramuros tras la huella de un escritorcillo que "no era Rimbaud, sólo era un niño indio", confirmando qué bien se nutren la brillante escritura con el origen miserable —el arte con la pobreza—, sobre todo cuando la mirada paternalista logra evidenciar a los ojos todo su morbo y ridículo, por un lado, de un escritor desamparado (de la escritura y una reciente novia) y por otro, de un dentista homicida incapaz de asumirse pederasta. Ambos, como muchos personajes de Bolaño, borrachos y extraviados en las turbias noches del D.F. en el cuento "Dentista". Sin duda, de esta parte, las páginas más logradas y sólidas.

El segundo apartado, es la reedición de los guiños literarios, común para sus lectores y acaso atípicos para quienes no lo son y que posiblemente sólo les parezcan la vanidad de un escritor hablando (¿cómo no?) de escribir y de sus lecturas. El recuento reúne otra vez lo que en Tres (poesía, 2000) fuera "Un paseo por la literatura", haciendo aparecer nuevamente a Belano en "Fotos" para hablar de escritores muertos, rastreados en La poésie contemporaine de langue francais depuis 1945: un compendio de textos y fotografías donde se mistifica a los buenos poetas y se desea a las mujeres hermosas: "Con Nadia follaría hasta el amanecer (...) y con Venus follaría hasta las tres de la mañana, y luego me levantaría, encendería un cigarro y saldría a caminar". Contraria a la valoración que hace con Neruda en "Carnet de baile", que podría tener como subtítulo las 69 razones porqué no me gusta —o dejó de gustarme— el vate nacional: "62. Si Neruda hubiera sido cocainómano, heroinómano, si lo hubiera matado un cascote en el Madrid sitiado del 36, si hubiera sido amante de Lorca y se hubiera suicidado tras la muerte de éste, otra sería la historia. ¡Si Neruda fuera el desconocido que en el fondo verdaderamente es!". Sin embargo, en esa saga de homenajes, sorprende gratamente la nueva y extensa aparición de Lihn. Quien ya fuera materia de sueños en el poemario Tres. Esta vez bajo el título obvio de "Encuentro con Enrique Lihn". Donde junto con recordar su amistad epistolar con el poeta, Bolaño se ufana en ese encuentro imaginario a expensas del desaparecido, concediendo aplausos y estocadas a su generación ("En su carta hablaba sobre lo que él creía serían los seis tigres de la poesía chilena del año 2000. Los seis tigres éramos Bertoni, Maquieira, Gonzalo Muñoz, Martínez, Rodrigo Lira y yo. Tal vez fueran siete tigres. Pero me parece que sólo eran seis. Y difícilmente hubiéramos podido los seis ser algo en el año 2000 pues por entonces Rodrigo Lira, el mejor, ya se había suicidado y llevaba varios años pudriéndose en algún cementerio o sus cenizas volando confundidas con las demás inmundicias de Santiago"). O a aventurar una improbable imagen suya, en ese nimbo que son los sueños de Bolaño: "Su cara no era la misma que aparece en las fotos de sus libros, había adelgazado y rejuvenecido (...) En realidad Lihn ya no se parecía a Lihn sino a un actor de Hollywood, un actor de segunda línea de esos que aparecen en las películas hechas para la televisión o que jamás estrenan en los cines europeos".

Cierra la serie, una rápida retrospectiva a la biografía del escueto B (apenas aparecido en Estrella distante y más conocido como protagonista en varios relatos de Llamadas...). Joven envejecido que navega, acaso perdido en el naufragio de un padre procaz que lo legitima cada tanto, como una forma de ver repetirse en él su fracturada y nómade vida. Dios y creatura. Los verdaderos hilos de una ficción demasiado íntima y (sólo a ratos) verosímil. Columna que instalada en el seno de sus libros, siempre se auxilia en el lector. Acaso el amachado de Cortázar, pero también el más post- moderno de los componedores de fragmentos. Libros descompaginados, sin remiendo, donde todas las afirmaciones son usadas en su contra, pero siempre suenan bien: "Aquí debería acabar este relato, pero la vida es un poco más dura que la literatura".

Algunas instantáneas de la traslúcida cronología de B: "Hay cosas que se pueden contar y hay cosas que no se pueden contar, piensa B a partir de este momento él sabe que se está aproximando el desastre (...) B recuerda cuando volvió de Chile, en 1974, y fue a verlo a su casa. Su padre se había roto un pie y estaba leyendo en la cama el periódico deportivo. Le preguntó cómo le había ido y B le contó sus aventuras. Sucintamente: las guerras floridas latinoamericanas. Estuvieron a punto de matarme, dijo. Su padre lo miró y sonrió. ¿Cuántas veces?, dijo. Por lo menos dos, respondió B. Ahora su padre se ríe a carcajadas y B trata de pensar con claridad" ("Los últimos atardeceres en la tierra") O: "B recuerda, como si estuviera viendo en un cine, campos perdidos en donde él, adolescente y en el hemisferio sur, buscaba, distraído, un trébol de cuatro hojas. Después piensa que tal vez ese recuerdo pertenezca efectivamente a una película y no a su vida real (...) ¿Adónde vamos ahora?, dice M. A Bruselas, dice B. M se queda pensando Durante un rato y finalmente dice que no le parece una buena idea. No obstante enciende el motor. Aquí ya no tengo nada más que hacer, dice B. Esa frase lo perseguirá a lo largo de todo el viaje de regreso como los faros de un coche fantasma (...) Sin sorpresa, o al menos eso deja entrever, observa cómo se quita la peluca y la deja sobre la tapa del inodoro. Tiene el pelo cortado al cero y sobre su cuero cabelludo se distinguen dos costurones relativamente recientes. B enciende un cigarrillo y le pregunta cómo se hizo eso. La puta está bajo la ducha y no le entiende. B no repite la pregunta. Tampoco abandona el baño. Al contrario, se recuesta sobre las baldosas blancas y contempla el vapor que sale del otro lado de la cortina con una sensación de placidez y abandono, hasta que ya no distingue la peluca, ni el inodoro, ni su mano que sostiene el cigarrillo" ("Vagabundo en Francia y Bélgica"). Sobran los ejemplos.

Frente a tanta autoreferencia sólo queda la certeza, si no la única justificación, de que al menos estamos todavía lejos de sentencias destructivas del tipo: "Borges representa todas las cosas que odio", como anunciara con falso hastío el intelectual argentino. En la medida que Bolaño ama demasiado su imagen literaria, con una imbatible autoestima, casi como el más cruento de los héroes trágicos. Apostando, está claro, al único personaje que puede resistir(lo) sin destruirse a sí mismo.

Luego de diez libros es absurdo discutir calidad. Nada más queda asumir la estridencia, el efectismo, el talento con que ha venido concretando uno de los proyectos literarios más atractivos en habla hispana. Ser perseguidor y perseguido del detective y criminal que ¡debe encarnar! todo escritor latinoamericano que quiera perdurar un nuevo milenio con cierta cuota de decencia, honestidad y febril originalidad, necesaria no sólo en las letras. Boceteando así, aunque sea para sus fieles lectores, el bullado mito que lo ha convertido en un epígono de sí mismo, capaz de fundar a sus propios predecesores: los fantasmas de una tradición literaria imaginaria donde apenas deambulan dos o tres nombres tan conocidos como irreales. Ánimas en la Tierra Prometida o Tierra de Matanzas, donde de vez en cuando todavía se hace buena literatura. Bordes de abismo en donde Bolaño se acoda para seguir hablando, libro tras libro, sólo de Bolaño. De la espantosa vida de B, como escritor o como hombre o ya lo mismo da.



 



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