El epígrafe de Lamartine —"Mientras más conozco al hombre/ más quiero a mi perro"— abre este curioso libro del poeta y videísta Jordi Lloret (Santiago, 1957). Un poemario que tiene como sujetos a una treintena de perros que bajo la forma del monólogo dramático nos entregan su testimonio encabezado por un "Soy...". Acaso un proyecto ingenuo, pero efectivo al introducirnos en el imaginario canino con la precisión de quien observa y convive con los canes, como si fuera uno más y con la frescura de quien cuenta, en apariencia, sabiendo qué son y qué piensan los "personajes", componiendo un libro unitario.

Jordi Lloret
Ladridos es la bitácora de una jauría que, a ratos sin conocerse y correspondiendo cada poema a un nombre de pila, establece lazos para contar su historia: peleas en callejones, correrías tras los autos, insufribles levas, comilonas carniceras, carcelazos fiscales y el encierro doméstico. Con un marcado realismo descriptivo apenas se detiene a reflexionar sobre la condición animal, más preocupado de hacer vivencia lo que acontece en la ciudad y sus anónimos habitantes: los perros de la calle.
Con versos ligeros, cotidianos, nostálgicos y sugerentes, Lloret nos recuerda a cierto Bukowski, a Bertoni y hasta a Kafka, Arreola o Auster, si pensamos en la opción de hacer hablar a un perro en sus textos. Pues en su nivel narrativo, estos poemas no hacen de la moraleja un remate moralizante como exige la fábula o un reconocimiento sensiblero como lo haría un panfleto en defensa de los desprotegidos animales. No, su apuesta está recrear lo conocido, sin más alegorías que lo visto. Siendo tal vez sus intertextos un logro al superar el esquema perro-hablando-en-función-de sin mayor sentido, dando una nueva oportunidad al perro y su presencia en el lugar común o en el hito histórico: "Soy el famoso perro del hortelano./Capaz de matar/por los restos de un asado/y luego quedarme sentado/sin tocarle,/molestando a los otros para que tampoco se lo coman./Soy el que no come ni deja comer" (Osobuco); "Soy el perro del pintor Velázquez/en el que se fijan los niños, algunos jóvenes/(...) Sería capaz de despertarme/y abrir los ojos/mirando como lo hace mi señor/directamente a los ojos del espectador" (Menino); "Cuando Cortés decidió quemar las naves/ahí estaba yo, un Alano de Toledo/elegido por él mismo/(...)Maté a dentelladas a varios traidores a decenas de morenos./El incendio se reflejó en mis ojos triunfante/por las edificaciones de piedra/de la laguna de Tenoxtitlán" (Rey).
Un libro sin más profundidad que la presentación fiel del origen y búsqueda azarosa del destino de unos quiltros nacionales o perros ilustres. Algo que en su fidelidad cobra un sentido personal, cuando Lloret reconoce en un paréntesis su propia experiencia de escritura: "(Estoy echado/al lado del poeta/que escribe/hace varios días/sobre nosotros/y que de vez en cuando/me mira/ora riéndose/ora llorando)".
Sólo queda leerlo acusando las pocas pretensiones, pero valorando la familiaridad y sencillez del recuento, en un contexto donde los perros dan que hablar y la polémica prende cuando menos se espera. Revísese los de taxidermia, las matanzas en universidades, los exterminios municipales. Algo que Lloret sabe y se propuso rescatar desde la voz de los que nunca lo tendrán. Sobran las palabras.

(Estoy echado
al lado del poeta que escribe
hace varios días
sobre nosotros
y de vez en cuando
me mira
ora riéndose
ora llorando)
Merlet
Logré salvarme de la redada feroz
y con dos amigos
logramos llegar al cerro mauco.
Vivimos en silencio
en lo más alto de este valle
del Aconcagua y nuestra mirada
no rebota en kilómetros.
Pero el hambre
pone la música en nuestro estómagos.
A veces caen algunos ratones o pájaros.
Los días felices algunos conejos
y mucha melancolía.
El otro día
vino una pareja buscando
restos antiguos
e intentaron hacer un asado
pero soy un hijo de ladrón
necesitado y veloz.
Soy mestizo
hijo de padre policial
y de perra desconocida.
Mi dueña me quiere
y creo que está muy sola por el arribismo de su marido.
Era de esos que cuando le dieron un cargo político
dejó su región de origen
se compró un Peugeot con vidrios oscuros
y comenzó a hablar de vinos finos
sin tener idea.
En un almuerzo con sus amigotes
mi amo se dio cuenta de que no podía jactarse
de tener un perro de raza
y me vino a botar
por aquí cerca de la carretera panamericana.
Soy el famoso perro del hortelano.
Capaz de matar/ por los restos de un asado
y luego quedarme sentado
sin tocarle,
molestando a los otros
para que tampoco
se lo coman.
Soy el que no come
ni deja comer.
Fama impuesta
por vagos envidiosos
por ser el perro
del carnicero.
La verdad es que
en el patio de la carnicería
tengo huesos de lujo