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Ramón Díaz Eterovic desnuda a su singular detective

Heredia, el hombre que sabe demasiado

Por Leonardo Sanhueza
Las Ultimas Noticias, Domingo 3 de Abril de 2005.

 

Orgulloso por el éxito de “Heredia y Asociados”, la serie televisiva inspirada en su famoso sabueso literario, el escritor habla de los encantos de la noche, de los misterios del sudor y la suerte, y de los bares donde él y su personaje
acostumbran reconfortar el esqueleto.

Afuera del City Bar, en Compañía entre Bandera y Ahumada, el micrerío rompe los tímpanos de los transeúntes. Adentro reinan la calma y el silencio, acompasados en el periódico resoplido de la puerta giratoria, en las copas que tintinean sobre las bandejas y en el murmullo uniforme de las conversaciones, que se realizan en voz baja, como debe ser.

En este mismo bar, tiempo atrás, el detective Heredia pidió un Lenin -vodka triple, limón, cherry, azúcar y hielo- y preguntó por su amigo el Escriba, Ramón Díaz Eterovic, quien suele escuchar sus historias para convertirlas luego en novelas policiales. El Escriba había pasado a tomarse un Jack Daniel’s el día anterior, aprovechando la ocasión para contar que se haría una serie de televisión con las aventuras de Heredia. El detective, incrédulo ante la noticia, comentó: “Si alguien quiere que yo actúe, tendrá que sacudir la billetera con energía. No cobro menos que Marlon Brando”.

Para Ramón Díaz Eterovic, que es el principal escritor chileno de género policial y autor de la decena de novelas que le han dado vida al popular detective criollo, está muy bien que el investigador haya tomado a la chacota su imposible participación actoral en la serie “Heredia y Asociados”, que actualmente transmite Televisión Nacional, con Claudio Arredondo en el papel de Heredia. “A mí me gusta el Heredia que hace el Claudio. Cuanto más lo veo, más me convence”, dice.

-Es un tipo sencillo, común y corriente, medio gordito.
-Eso es lo que me gusta, que sea un chileno normal. En algún momento estuvo contemplado Álvaro Rudolphy para el papel, pero él es más pinturita, más galán, y eso le da otra connotación. La niña bailarina también me gusta harto, porque siendo muy atractiva es común. Te da la idea de que te la puedes encontrar en un topless de Santiago Centro: no es ninguna bomba rubia o medio siuticona.

-¿Conoces detectives de verdad?
-No. Mi experiencia al respecto es literaria, salvo por una vez que me robaron la casa y tuve que tratar con un par de detectives. Bueno, en la última feria del libro se me acercó un señor que había sido comisario, y estuvimos hablando como una hora. Pero no tengo un conocimiento del oficio del detective.

-¿Lo mismo ocurre con las armas, por ejemplo?
-Lo mismo. Leo, investigo. Para definir las dos pistolas que ha tenido Heredia, lo hice casi visualmente: me compré unas revistas. Al principio usaba una Walter, pero la perdió en “Para ángeles y solitarios”. Ahora tiene una Beretta. Pero la elección es más bien estética.

-Un detective podría decirte que esa pistola no sirve para nada.
-Perfectamente. También podría decirme que Heredia no usa los procedimientos adecuados. En ese sentido, Heredia es un aficionado, es un tipo que ha aprendido solo. Él siempre dice que confía más en su fórmula S y S: el Sudor y la Suerte. Confía mucho en la tincada. Heredia, más que un profesional policía, es un metiche, un testigo.

-En ese sentido, la literatura también es detectivesca.
-La literatura es una pesquisa. Una novela es una investigación en el fondo de uno mismo. En mis novelas, nunca tengo muy claro hacia dónde voy, sino que es un descubrimiento que voy haciendo a medida que escribo. Parto de una trama básica, muy general, que la mayoría de las veces se me distorsiona, porque aparecen cosas que tú no controlas. Veo mucha similitud entre escribir una novela e investigar un crimen.

-¿Cómo es tu relación con los lectores?
-Es muy gratificante la complicidad que surge con los lectores. Entran en el juego. De repente creen que Heredia puede ser de carne y hueso. Hay gente que recorre los bares de Heredia o va a preguntar al edificio de Bandera con Aillavilú si hay una oficina de un investigador privado. Una vez me llamaron unos tipos que estaban apostando un asado por el nombre de pila de Heredia: uno decía que no tenía nombre, el otro que sí tenía pero que era un nombre medio extraño.

-Tú viviste en el barrio de Heredia, ¿no?
-Viví una época cerca del cuartel de Investigaciones, en una calle chica, Vicuña Subercaseaux se llama. Paseaba mucho por Mapocho abajo, por Bandera, Estado, Puente. Cuando comencé a escribir las novelas de Heredia pensé que era un barrio apropiado para él, porque tiene mucho colorido, mucha vida. Es un barrio donde hay una matriz popular que se mantiene, algunos restaurantes, las calles, la Vega.

-Heredia vive en una cultura que está desapareciendo. Está muriendo el estilo de sus bares, el estilo del City, el de La Unión Chica.
-Defiendo el bar como un espacio social de encuentro, de amistad, de convivencia. La Unión Chica fue mi gran escuela literaria. Allí conocí a muchos poetas, escritores que fueron importantes en mi formación, importantes como amigos, importantes en su actitud frente a la vida. Allí pasé unos doce o diez años, en los que nos veíamos muy a menudo con Rolando Cárdenas, Iván Teillier, Jorge Teillier. De repente caían Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Francisco Coloane. Se veía la cosa literaria como algo de amistad, algo fraternal. Celebrábamos los libros que publicábamos, los discutíamos, los comentábamos.

-Algo más social y menos individual.
-Yo siento que los escritores ahora están más retraídos en su propio mundo. O tal vez yo me he puesto más viejo y no frecuento espacios donde lleguen escritores. Quizás tengo una imagen nostálgica de una cosa que era menos competitiva, donde no había una idea tan brutal de lo literario como una carrera, un abrirse paso hacia cierta nombradía, que tampoco sé muy bien lo que significa. Ahora casi todos los escritores hablan de ventas, de ranking. El fenómeno de la venta ha desplazado la discusión literaria.

-Y casi todas las discusiones.
-Claro. Un lugar como el City te facilita la charla, es mucho más enriquecedor que una fuente de soda que tenga un televisor a todo trapo y que esté llena de gente gritando. La pérdida de capacidad de diálogo tiene que ver con la pérdida de los espacios públicos, pero también con ciertos miedos, como el miedo a polemizar. Yo creo que uno de los grandes aportes de Roberto Bolaño, por ejemplo, fue combatir la hipocresía de la sociedad chilena. Fue muy valioso en ese sentido. Oye, parece que se cayó un viejito allá afuera, le dio un mareo, un desmayo.

Una ventana del City se ha quebrado estrepitosamente y, por el forado, se ve la cabeza de un anciano que intenta levantarse en la vereda. Los garzones del bar salen a socorrerlo. El anciano entra por la puerta giratoria, apoyándose en su bastón y en el brazo de un mesero, y los silenciosos parroquianos, al ver que todo está en orden y que no hay finados que lamentar, vuelven a sus conversaciones. “¿En qué estábamos?”, pregunta Díaz Eterovic. “Ah, sí. Bolaño tuvo el mérito de haber instalado la figura del escritor que es capaz de hablar en voz alta y decir lo que piensa, en una sociedad donde las cosas siempre se matizan y se dicen a medias aguas, para no quedar mal con nadie”.

-El mundo nocturno es otro de los espacios que a ti te interesan.
-La noche tiene todo un encanto. La ciudad se ve de otra manera. La gente es más espontánea, más libre.

-¿Qué papel juega allí la bailarina de topless?
-Desde el punto de vista de un personaje como Heredia, la bailarina es un lazo de fraternidad y humanidad, un punto de encuentro. Heredia es alguien que vive muy solo, que enfrenta la noche a la intemperie.

-Pero el amor con bailarinas es una utopía.
-Claro, es una fantasía, un sueño.

-Por suerte a Heredia lo espera en casa el gato Simenon.
-El gato Simenon es la conciencia de Heredia. Cuando pensaba cómo desarrollar el diálogo interior, me pregunté qué pasaba si lo hacía creando otro personaje, en este caso un animal. Yo veía mucho eso en mi mamá, en mis tías, que hablaban con las gallinas, con los perros, con los gatos. Simenon además termina siendo el único amigo de Heredia. A veces se tiran pullas, reniegan uno del otro, pero en el fondo son amigos y se necesitan.

-¿Tú tienes gato?
-Sí, tengo uno.

-¿Y cómo se llama?
-Balzac, ja, ja, ja.


 

 


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Fuente: Las Ultimas Noticias
Domingo 3 de Abril de 2005.