La editorial Carbón Libros ha lanzado la colección “Marginalia”, una serie de textos en los que diversos autores nacionales[1] reflexionan sobre el arte de escribir. En este contexto, el libro que reseño en estas páginas es Heredia y otras pistas sobre el policial (2024), trabajo que está dedicado a la obra del escritor Ramón Díaz Eterovic.
Antes de adentrarme en el contenido del texto reseñado, advierto que el editor incluyó en las páginas iniciales una breve biografía de Ramón Díaz Eterovic. Esta carilla presenta antecedentes biográficos del autor, sus hitos literarios más importantes, algunas distinciones y premios, además de las adaptaciones televisivas que se realizaron de sus obras[2]. Este esbozo biográfico es especialmente interesante, ya que proporciona a los lectores un contexto mínimo y fundamentado sobre la vida y la carrera literaria de Díaz Eterovic, lo cual enriquece la comprensión de las páginas posteriores.

Ramón Díaz Eterovic
La estructura de Heredia y otras pistas sobre el policial se organiza en tres secciones bien definidas. La primera parte se titula “Rastros de una pesquisa” (9-54), en ella Díaz Eterovic explora las influencias literarias que marcaron su escritura narrativa. A continuación, en “El crimen de escribir” (55-96), se ofrecen dos ensayos en los que el autor reflexiona sobre el origen, evolución y posición del relato policial en las letras nacionales. Finalmente, en “Heredia, la soledad no es un buen negocio” (97-139), el escritor comenta algunas particularidades de su oficio y, además, comparte con los lectores algunas recomendaciones para escribir novelas policiales.
Respecto de la primera sección del texto reseñado, me parece interesante resaltar algunos de los temas que Díaz Eterovic explora en esta parte, por ejemplo, en “Deshacer entuertos. O el Quijote en los códigos de la novela policial” (11-15) se ofrece un análisis comparativo entre el Quijote y el relato policial en el que se destacan similitudes entre el protagonista de Cervantes y los personajes detectivescos, ya que ambos sujetos novelescos comparten motivaciones similares, esto es, “sus deseos de justicia y verdad”, además de “su desconfianza en las autoridades de poder” (12). Por otra parte, tanto el Quijote como los detectives van acompañados de lo que Eterovic llama “amistades de los opuestos”, ya que mientras que el Quijote tiene a su lado a Sancho, Sherlock Holmes cuenta con la compañía del Dr. Watson. Estos paralelos se extienden a la figura del detective Heredia, el personaje central de la narrativa de Díaz Eterovic, un sujeto novelesco que, al igual que el Quijote, está “dispuesto a meterse en las patas de los caballos ante la menor provocación” (14).
En esta misma sección, Díaz Eterovic menciona sus influencias literarias en el ámbito de la escritura policial. Primero, explora los escritores europeos que impactaron su narrativa, destacando La extraña confesión de Chéjov(pdf) (1884) como precursora de la corriente psicológica en los relatos de crímenes (16). También resalta a Georges Simenon como una figura de gran importancia en su desarrollo literario, a razón de esta admiración decidió llamar “Simenon” al gato que acompaña al inspector Heredia (20). El listado con las influencias de Díaz Eterovic se completa con los estadounidenses Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross Macdonald (26-7).
Los siguientes apartados de esta primera sección ofrecen antecedentes sobre la evolución de la novela negra en la literatura chilena. Luego se dedican algunas páginas a desarrollar la relación que mantuvo Pablo Neruda con el relato policial. Posteriormente, se presenta un extenso, pero fascinante texto, sobre el escritor e inspector René Vergara, quien no sólo desempeñó funciones policiales, sino que además revitalizó los fundamentos de la novela criminal. Según Díaz Eterovic, este autor le otorgó una identidad única al relato policial chileno al lograr capturar el “aire de los callejones, las barriadas y los personajes marginados del sistema” (43). Finalmente, se discute la influencia de Luis Sepúlveda en el género policial chileno, junto con reflexiones sobre las contribuciones que realizaron Manuel Vásquez Montalbán (narrador catalán) y Rubem Fonseca (narrador brasileño) a la narrativa criminal.
La segunda parte del texto reseñado lleva por título “El crimen de escribir” (55-96). En estas páginas Díaz Eterovic presenta dos ensayos que abordan diversos aspectos del relato policial chileno. El primero, “Crimen, poder y verdad en la novela criminal chilena” (57 y ss.), explora las distintas etapas que se distinguen en el desarrollo del género policial en la narrativa chilena. Según Díaz Eterovic, el relato criminal transita por tres fases bien definidas: una primera etapa de imitación de modelos ingleses, seguida por una adaptación del género a la idiosincrasia nacional, y, finalmente, una reinstalación del relato policial mediante la novela negra (67). El escritor argumenta que las novelas de esta última etapa se asemejan a la novela social del siglo pasado, ya que ambas comparten el objetivo de “reseñar […] los conflictos político-sociales” de su época (62).
El siguiente ensayo que se incluye en esta sección se titula “Procesos migratorios en la narrativa criminal chilena” (75 y ss.). Aunque las ideas discutidas por Díaz Eterovic en este trabajo son similares a las del ensayo anterior, el valor de estas páginas radica en el análisis detallado que se ofrece sobre algunas novelas policiales actuales que exploran los efectos de la migración en la sociedad chilena actual. Este ejercicio exploratorio será del agrado de aquellos lectores que acogen de buena manera las sugerencias literarias[3].
El tercer apartado del texto reseñado lleva por título “Heredia, la soledad no es un buen negocio” (97). Estimo que esta sección es la más atractiva de todo el libro reseñado. En estas páginas los lectores encontrarán la única entrevista que ha concedido el inspector Heredia a lo largo de su carrera. Este diálogo ficcional será especialmente apreciado por los seguidores más fieles de Díaz Eterovic, quienes han disfrutado de las más de veinte novelas protagonizadas por este detective privado. Además, se presenta un encuentro ficticio entre Heredia y su colega Pepe Carvalho, el célebre inspector que protagoniza las novelas de Manuel Vásquez Montalbán.
Posteriormente, Díaz Eterovic analiza los diversos soportes en los que el inspector Heredia ha cobrado vida, por ejemplo, en series televisivas, novelas gráficas, documentales, cuentas de Facebook, entre otros formatos (112).
Finalmente, se incluye un “Pequeño manual para escribir novelas negras” (135-9). Este apartado no solo es fascinante desde el punto de vista literario, sino que también se distingue por la prosa ágil que característica la escritura de Díaz Eterovic. Las líneas finales de esta guía capturan magistralmente la ironía que define la narrativa de este autor: “es la realidad, la cabrona realidad la que siempre supera y es más cruel que la ficción” (139).
En suma, Heredia y otras pistas sobre el policial es un texto que debiese tener muy buena acogida entre los aficionados al género policial. No obstante, es necesario señalar algunos detalles pendientes en la diagramación del trabajo, aspectos menores pero que podrían mejorarse con facilidad. Se observan algunas palabras incompletas y otras con problemas en su escritura, una dificultad menor pero que marca una diferencia importante al momento de evaluar una publicación. Además, sería útil que el editor incluyese la fecha y lugar en que fueron publicados originalmente textos y columnas que se incluye en este libro, pues esta información podría ser invaluable para los investigadores o estudiantes que exploran con interés académico la obra de Díaz Eterovic. Considero que estas dificultades se pueden remediar con facilidad en futuras reediciones, un asunto que tampoco se debe descuidar en los próximos tomos que se publiquen en la colección Marginalia. A pesar de estas dificultades, no se eclipsan los méritos y el valor literario de Heredia y otras pistas sobre el policial.