Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Raúl 
          Hernández  | Héctor Figueroa |  Autores | 
             
             
            
            
             
             
            POEMAS 
              CESANTES de Raúl Hernández
              LA PASIÓN DE VER 
            por 
              Héctor Figueroa
             
            
            
            "El poeta moderno 
              no tiene lugar en la sociedad porque, efectivamente, no es "nadie". 
              Esto no es una metáfora: la poesía no existe para 
              la burguesía ni para las masas contemporáneas. El 
              ejercicio de la poesía puede ser una distracción o 
              una enfermedad, nunca una profesión: el poeta no trabaja 
              ni produce (....) La poesía no se cotiza, no es un valor 
              que puede transformarse en dinero como la pintura. La burguesía 
              cerró sus cajas de caudales a los poetas. Ni criados, ni 
              bufones: parias, fantasmas, vagos." 
            (Octavio Paz, en su 
              libro "El arco y la lira", 1956)
             
          
          No he aquí palabras difíciles, pedantería 
            de charlatán pseudoneobarroco, barroso. He aquí la sencillez 
            del que sabe sabe, y que a fin de cuentas siempre será el mejor 
            estilo, hablar de lo que uno conoce, partiendo por su propio idiolecto, 
            no prestado, no arrendado, aunque no le entendamos, aunque no le cachemos, 
            
aunque 
            no nos guste a veces.
He aquí lo explícito, mas no lo prosaico. Estos son 
            poemas bajo el velo de lo fino, de la sutileza, de la sensualidad. 
            Como es sabido, en literatura, muchas veces la claridad es un misterio 
            (Carver, Chéjov, Bolaño).
          He aquí lo de todos los días, lo cotidiano real, lo 
            corriente, pero bajo un lente de aumento, instantáneas de un 
            foco preciso, certero, mágico. Blanco y negro o en color, da 
            lo mismo, la fotografía es poesía, la poesía 
            es fotografía. El poeta, un fotógrafo. No es casualidad 
            que uno de los primeros fotógrafos y retratistas del mundo, 
            Lewis Carrol, soportando una época de color sepia, fuera capaz 
            de heredarnos, literariamente, una de las historias más poéticas 
            y mágicas: "Las aventuras de Alicia en el país 
            de las maravillas". Aventura absurda, lógico-racional 
            y fantástica, y que puede ser leída, esta sí, 
            tanto por niños como adultos, y lo mejor, alejada de cualquier 
            mesianismo y sin la intención de pasar gato por liebre, como 
            ocurre con esos dos compinches llamados C.S Lewis o J.R.R. Tolkien, 
            que pretendieron concientizar la mente del lector y homenajear, de 
            paso y veladamente por supuesto, a un león cristiano o al dogma 
            de una virgen María que no es tal, respectivamente.
          Pero sigamos con la anáfora "julera" que estaba 
            utilizando: he aquí la iluminación o satori a 
            la que se refiere la filosofía zen, he aquí una poesía 
            hecha de frases al voleo, de fragmentos de conversaciones o monólogos 
            sustraídos del aire y del tráfago de la city y el barrio, 
            he aquí la importancia del verso medido, de la pausa y el encabalgamiento, 
            he aquí la importancia de la 2da, de la 3ra persona gramatical 
            o la impersonalidad a la que se refería Eliot en poesía. 
            Sólo hay que pensar, a modo de ejemplo, en la novela de Georges 
            Perec, "El hombre que dormía": la importancia y efecto 
            que esta tiene al estar escrita en segunda persona y no en primera.
            Este último libro de poesía publicado por nuestros amigos 
            de la editorial "La Calabaza del Diablo", se acopla, se 
            moldea perfectamente con lo que el novelista y poeta francés, 
            Michel Houellebecq, dejó dicho en sus "Interventions" 
            (o "El mundo como supermercado", en español): "La 
            poesía es el medio más natural de traducir la intuición 
            pura de un instante. Existe, sí, un núcleo de intuición 
            pura que puede traducirse directamente en imágenes o en palabras. 
            Mientras vivimos en la poesía, vivimos también en la 
            verdad (...) La poesía no es solamente otro lenguaje; es otra 
            mirada. Una manera de ver el mundo, todos los objetos del mundo (tanto 
            las autopistas como las serpientes, las flores o los aparcamientos)"
          Se sabe. Y el que no lo asimile es un estúpido: en literatura 
            la originalidad no existe. Como señalaba el fantástico 
            argentino ciego, cada escritor, cada autor, rescata del olvido, consciente 
            o inconscientemenete, a su predecesor. Y entonces, ¿qué 
            tenemos? Tenemos que Ronaldinho es a Maradona lo que Maradona es a 
            Pelé y este último a Garrincha, Eusebio, etc. ¿Para 
            qué hablar entonces, Bloomianamente, de la angustia de las 
            influencias? No hay tal angustia; hay compartimentos, tierra llana 
            o fértil, maleza o flores que se corresponden. André 
            Breton, Gonzalo Rojas o Huidobro por ejemplo, ¿qué serían 
            sin su Apollinaire? Rimbaud, Mallarmé, sin su Baudelaire y 
            este a su vez sin su Edgar Allan Poe? La poesía será 
            hecha por todos, o no será, como dijo Isidore Ducasse, ese 
            niño que pretendía lo terrible y que en sus Cantos de 
            Maldoror alcanza imágenes extraordinarias, bien logradas, junto 
            a muchas otras, hay que reconocerlo, bastante infantiles. Sí, 
            el conde de Lautrèamont y sus Cantos de Maldoror, con el cual 
            no se concebiría en todo caso, la truculencia de una novela-best 
            seller como lo llegó a ser American Psyco, del taquillero 
            Breat Easton Ellis, padre putativo de Fuguet.
          Querámoslo o no, las familias existen, y están ahí, 
            hermanos, tíos, padres. Otros, sin ambigüedades ni complejos, 
            comparten la tradición de un Lezama Lima, de un Neruda o Enrique 
            Lihn por ejemplo. Raúl Hernández, en este libro al menos, 
            comparte la atmósfera de los poetas objetivistas norteamericanos, 
            y en Chile, de un Armando Uribe Arce, Claudio Bertoni o Millán, 
            que han hecho del poema breve su quintaesencia. Y todo esto, sin trauma, 
            sin angustia, pues estamos hablando de Raúl Hernández, 
            poeta chileno que maneja de manera lúcida el filtro de la inteligencia, 
            de la poda y el andamiaje.
          
            "Lo bueno, si breve, dos 
            veces bueno"
          ¿Lo bueno, si breve, dos veces bueno? Está 
            claro que no siempre es así. Todo es según según. 
            Pero en el caso del libro que ahora comentamos, este famosísimo 
            aserto o sentencia de Baltazar Gracián, le da en el blanco, 
            cae de cajón. 
          Poemas Cesantes, un tipo o estilo de poesía que no 
            deviene canto, o, como decía el amargado Lihn, en un corrillo 
            de vacaciones. No encontrarán aquí tampoco una fiesta 
            sonora ni una entronización de la aliteración, como 
            se da por ejemplo, en estos versos de Miguel Naranjo, excelente poeta 
            chileno que nadie pesca: "no desertar de atacama el desierto 
            no más cruzaré conmigo a cuestas pampas valle punas 
            / sin chachacoma coca chicha challa ni mi palomitay". 
            No, aquí no hallaremos sonoridades aimaraes o gongorinas. Con 
            sus poemas de un laconismo extremo, breves y concisos, Raúl 
            Hernández parece de la estirpe de los nacidos en Laconia, país 
            de la Grecia antigua, ya que el hablante de sus poemas, y en específico 
            estos poemas, es un hablante escueto, seco, estricto. Esta no es una 
            poesía enfática.
          Ezra Pound, el autor de uno de los poemas breves más famosos 
            ("In a station of the metro"), en su manifiesto imaginista 
            de 1909, afirma: "Es preferible presentar una "imagen" 
            a lo largo de toda una vida que producir obras voluminosas." 
            Estoy seguro que en Poemas cesantes, el lector se maravillará 
            ante el hallazgo de más de una imagen. 
          El poema breve, como el chiste corto, se caracterizan desde siempre 
            por el acto de una acción de significado retardada, tanto en 
            el pensamiento como en la sensación del oyente. El chiste corto, 
            el poema breve, hace click en nuestras cabezas sólo después 
            de unos segundos, después de un rato o luego de una segunda 
            lectura. Por supuesto que con esto no quiero decir que la vulgaridad 
            de un chiste corto (genitalidad incluida casi siempre) sea comparable 
            a la magia de un haykú, pues estamos hablando de mundos lingüísticos 
            absolutamente diferentes. Mi analogía sólo tiene que 
            ver con cierto mecanismo y efecto que se corresponderían en 
            ambos ejercicios, pues aunque los dos puedan dar la hora, un reloj 
            suizo jamás será un "water resist" coreano, 
            hecho de plástico desechable y veraniego. Discúlpenme 
            los coreanos.
          
          Contexto topográfico 
            de estos Poemas cesantes
          Creo haber hablado ya de estos textos como una práctica del 
            objetivismo norteamericano, pero habría que agregar, que también 
            practican la sensualidad del haykú japonés. Ambos techos 
            o contextos bien logrados, textos bien logrados....textextex textos, 
            textos. La palabra texto, ¿qué nos ocurre con la palabra 
            texto? ¿nos agrada, nos desagrada? Jesús, perdón, 
            Raúl Zurita la odia, los universitarios pedantes la ocupan 
            harto, ¿dejaremos de usarla por eso? No, por respeto a Roland 
            Barthes y su "Grado cero de la escritura" y sus ensayos 
            acerca de la fotografía y la literatura, no dejaremos de usar 
            la palabra texto, texto, texto.
          Sigamos. El periplo o viaje, inmóvil o transeúnte, 
            del personaje protagonista de este libro, te hará pensar en 
            un mapa, específicamente el mapa de Santiago, o del "Gran 
            Santiago", 
como 
            le gusta pronunciar y llamarle ahora a nuestro rey Ricardo Miterrand 
            Lagos, junto a su casta tecnócrata de súbditos refocilados, 
            y que ahora pretenden seguir mamando de las tetas de una gordita.
          La Topografía de estos poemas cesantes: el barrio sur, Franklin, 
            Santa Rosa y sus desolados paraderos, la Avenida Sebastopol. Y de 
            provincia: Cartagena, Las Cruces, Valparaíso.
          Sí, ya sé, Plaza Italia pa rriba plaza italia pabajo, 
            pero qué le vamos a hacer, ahí está. Sólo 
            imagínense un rato, arriba de un helicóptero o un aeroplano, 
            sobrevolando Santiago. Fácil cachar desde el aire la famosa 
            mala distribución del ingreso y los desiguales planes urbanísticos. 
            Avenidas hiperiluminadas, prodigiosos jardines y áreas verdes 
            por un lado; calles lóbregas, mal iluminadas, hacinamiento, 
            pobreza y vastos rincones de sitios eriazos y maleza por el otro.          
          He aquí también el uso de la toponimia como recurso 
            irónico, pues fíjense en los nombres, que al igual como 
            en la novela póstuma de Bolaño, cuando este habla de 
            las maquiladoras o fábricas textiles, en Poemas Cesantes 
            tenemos, por ejemplo, el salón unisex "Led Zeppelin", 
            el bar "Johanny" o el "Of Willy Bar". Todos lugares 
            con nombres gringos.
          Santiago de Chile, Ciudad de México Distrito Federal. Latinoamérica 
            está repleta de estos carteles o topónimos gringos en 
            las calles, sobre todo a sus afueras. Ya lo dijo el poeta Jorge González 
            hace tiempo: "Latinoamérica es un pueblo al sur de...." 
            Al respecto, una salvedad, habría que señalar que lo 
            más decente, lo más digno de Estados Unidos en estos 
            momentos, no es su colonia hispana y guayabera de Miami ni el guatón 
            Francisco. Lo más decente, la reserva espiritual actual de 
            E.E.U.U tiene nombre y apellido: Noam Chomsky.
          Estos poemas hablan, también, de cuando uno anda sin niuno, 
            de cuando uno es enano y anda sin niuno, por ejemplo, ante la máquina 
            de torniquetes del metro, donde los de la "tierra media" 
            pueden o intentan pasarse por abajo. Cito el poema: Con mucha delicadeza 
            / y cuidado / y sin que nadie se de cuenta / cruzas agachado / la 
            máquina de torniquetes / del metro. 
          Hace más de dos mil años, la primera poeta del mundo, 
            Safo, también presentaba a su hablante de manera sutil e irónica. 
            Cito: "Imposible / Tocar el cielo no pretendería 
            yo, con mis dos codos de estatura." Estas dos líneas tienen 
            mucho de autorretrato, pues, como se sabe, Safo fue, en lo físico, 
            menuda y bajita. Causa gracia el poema de Hernández, pues uno 
            no se imagina fijándose en ese tipo de detalles a escritores 
            "de la talla" de un Pablo Torche, ese joven y agudo narrador 
            chileno, autor de los libros de cuentos "Superhéroes" 
            y "En compañia de actores".
          Cómo hablar de la precariedad, del estado indigno del que 
            no tiene dónde ir porque no hay plata, en definitiva, cómo 
            hablar de la pobreza, pero sin reclamar, sin llorar. Bueno, los textos 
            de Raúl Hernández que hoy salen a la superficie logran 
            aquello. Cero queja. Estos Poemas Cesantes son como una angustia 
            hecha cubitos de hielo, son poemas cool, fríos, como el sonido 
            del saxo alto de Lee Konnitz. Esta poesía está facturada 
            con una fría inteligencia, pero con el cálculo de la 
            emoción.
          Cesantía rima con carestía. Los poemas, como los cesantes, 
            siempre serán deficitarios, enclenques, económica y 
            socialmente inválidos. El lenguaje es inválido. Y esto 
            lo sabemos pre, gerundio o post-Wittgenstein y su famoso "Tractatus". 
            Los poemas son cesantes por antonomasia, pero dentro de nuestro tiempo 
            horizontal, son la más bella ociosidad, deteniendo y creando 
            un tiempo paralelo, o como diría Bachelard, un tiempo vertical.
El cesante, como el poema, no están sujetos a la rueda del 
            eje productivo, su condición es el de la invisibilidad, la 
            inexistencia. La poesía es marginal, siempre lo será. 
            A nuestras sociedades libre mercadistas le incomoda, no saben qué 
            hacer con ella, por eso la ignoran, o la esconden, sencillamente no 
            les gusta, como tampoco les gusta divisar, pasados los Mall y los 
            Hipermercados, aquellos blocks de viviendas básicas o aquella 
            basura o maleza que se encuentran y se acumulan, en las orillas o 
            a las entradas de nuestras antisépticas carreteras concesionadas.          
          El cesante, una cifra para las estadísticas regional y nacional, 
            el poema, ni siquiera una cifra. No sé en qué pensar 
            cuando la poesía se me presenta como un acto resignado. Terrible 
            constatación, terrible verdad de estos poemas cesantes. Y bueno, 
            la poesía no sirve para nada, para nada práctico al 
            menos, pues a pesar de su clave secreta, la carilla de un poema no 
            nos permite sacar dinero de un Redbanc. Pero la cuestión es 
            que también pensamos lo contrario, que la poesía es 
            de lejos, la mayor riqueza, inclusive en su mudez y maleza, en su 
            afirmarse o sostenerse de aquellas muletas artificiales en las que 
            se ha convertido el lenguaje, un lenguaje gastado, corrupto, musgoso, 
            como la pata de palo del pirata. 
          Habría que señalar, finalmente, que se agradece la 
            poesía sin estridencia, humilde, breve, sencilla, el ejercicio 
            de la imagen y el instante, que en este libro al menos, practica el 
            poeta Raúl Hernández. Envidiamos y admiramos su mirada, 
            sutil, fina, su foco de atención, el zoom preciso de sus poemas 
            objetivistas. 
          Digamos que el trabajo poético de Raúl Hernández
            . ............ .............. ......................... 
            .......... es pulento,
            y no se hable más.