Proyecto Patrimonio - 2014 | index | Raúl Heraud | Andrea Cabel | Autores |

 

 



 

 

Acerca de “La Piedra elemental” de Raúl Heraud

Por Andrea Cabel



.. .. .. .. .. .

Contrario a lo que se piensa, las piedras también coronan y simbolizan el poder y la riqueza. Ocurre por ejemplo con la piedra de la coronación de Westminster, que sirvió para la consagración de los reyes de Irlanda. Y ocurre por ejemplo, con diversas historias escocesas en torno a la Piedra de HYPERLINK "http://es.wikipedia.org/wiki/Piedra_de_Scone" Scone que indican que estas han sido utilizadas tradicionalmente para las coronaciones de los reyes de Escocia en la Alta Edad Media, y han identificado esta piedra con la piedra de Jacob, piedra de profunda vinculación religiosa. Estas historias también tienen un lugar destacado en la monarquía británica y el israelismo británico. No bastante, la piedra es también (entre muchas otras acepciones) un símbolo de la madre tierra. Y según muchas tradiciones, las piedras preciosas nacen de la roca tras haber madurado en ella. Pero la piedra está viva y da vida. Los hermetistas buscan la «piedra» como los caballeros el Grial. Y esta no puede verse ni encontrarse, y sólo los elegidos por casualidad o inspiración la hallan. Nutridas de las múltiples significaciones míticas, religiosas, culturales y literarias que tiene la piedra, este poemario nos invita a presenciar una lucha. Quizás la lucha más dura que uno pueda enfrentar, la de estar vivo.

El poemario consta de tres partes, de tres formas de sentir la dureza de la desesperación. La primera parte llamada la piedra blanca, nos narra el comienzo de una historia, nos presenta a los personajes, nos habla de la poesía, nos sitúa en un lugar: Lima. La segunda parte, “Piedra salvaje”, es el momento en el que se asuman los rostros de los enemigos: los hermanos, la esposa, el cuerpo desmembrado de quien narra siendo comido por sus propios familiares convertidos en ratas. Luego él mismo se describe por dentro. Él se nos presenta como “El hombre elefante”. Como el Merrick que nació con terribles malformaciones y que se vio obligado a trabajar en circos por su fealdad. Vivía así del espectáculo que generaba su desgracia. El cuerpo que se persigue y que busca vivir es nuestro narrador, un hombre que muere y nace otra vez sin mayor expectativa que la de cumplir un ciclo vacío. Junto a este hombre que sufre su propia condición humana, están poemas que nos aclaran la medula del poemario, como “Dead man walking” y “Lázaro en un bar de Lima”. Ambos poemas nos hablan de “un enemigo que vive en mí como una bestia de mil rostros”, y que dan un matiz importante al texto: la religión como un espejismo. La revelación de un hombre sin fe. Finalmente, “Piedra ensangrentada” la última sección del libro, continua la ruta del poeta. Y comienza nombrándose “poeta”, “pobre poeta”, y se asienta en Lima y en referentes fijos, establece con rebeldía su verdad. Luego reincide en la figura del cielo como un lugar de muerte continua, en vez de ser un lugar de renacimiento y vida eterna, y reincide a través de una muchacha, con quien tuvo un amor vencido. De este poema es interesante la mención que se hace de babel. La confusión de idiomas, o de voces, de sonidos que se intercalan buscando un significado nos atrapan nuevamente en la trama principal: la lucha de él, consigo mismo. Así, el poema finaliza con el mismo tono confesional en el que se dirige directamente al lector, dejando clara su sentencia: “no toda la poesía salva”. Y uno puede morir en ella, esclavo de su artificio y complejidad, puede morir incluso, a tal punto, que reconoce su propia muerte en el papel.

Pero vamos más al fondo de este complejo poemario. Para empezar “La piedra elemental” se nutre y se nos revela con un fuerte aliento narrativo manifiesto de versificaciones largas. Estos versos le pertenecen a dos autores. A uno, que escribe este diario, en el que nos cuenta sus secretos, sus aspiraciones, sus dolores más íntimos y a otro, que es la voz que contiene al poeta. Ambas voces se invaden, y el poeta enloquece a quien trata de seguir una vida rutinaria, una vida llena de ingredientes comunes. Este poemario resulta ser la excusa, la razón por la cual este personaje decide descubrirse el rostro. Estamos ante un poemario que desentraña el tema del doble, y que soluciona cortazarianamente la lucha entre “el farsante” y “él”.

Si la otredad constitutiva (Sausure, Sarte, Said) nos enseña la importancia del Otro diferente, en este poemario, como en el cuento “Lejanas” de Cortázar, o en “Axololt” del mismo autor, estamos ante un sujeto poético que no logra desprenderse del otro sujeto que vive en él y que más bien intercambia experiencias, vidas, cuerpos, y que cuestionan sobre todo, dos temas. El amor y a la fe.

El poeta, como se nombra el mismo: “vive en el fondo de las tazas, en el reverso de los espejos (7) es un impostor que viste como el, que habla como el, que engaña al resto y que no le tiene miedo a la muerte, porque esta es “una palabra hueca, un animal inofensivo, un discurso lacaniano” (8) y no es en vano que se menciona a Lacan. De hecho, no hay nada ingenuo en cambiar el ritmo del poema incrustando este nombre.

Para Lacan , la experiencia analítica es una experiencia de palabras, se trata de cosas dichas, palabras que a un sujeto le fueron dichas, o palabras que no le fueron dichas pero que esperaba que fueran dichas, siempre palabras, pero palabras que de alguna manera dejaron una marca en el sujeto. Por ese motivo existen las sesiones analíticas, porque se buscan las palabras que dejaron marcas en el sujeto, por eso aunque intente hablar de cualquier otra cosa, en definitiva de lo que viene a hablar es de aquellas cosas que lo marcaron. Esas marcas que han dejado las palabras en el sujeto nos remiten a lo que Lacan llamó el discurso del amo. En este encontramos que un sujeto ha sido sujetado, marcado por palabras que le vienen del Otro. Hablando freudianamente, se ha “identificado”, a significantes del Otro, entonces tenemos estos significantes amos, que son palabras que marcan al sujeto sobre otro sujeto en falta en ser, un vacío. Y este poemario es la prueba de la existencia del discurso del amo, y por ende, del discurso que se busca llenar.

Una forma de enfatizar en este punto es analizando el comienzo, en donde el poemario centra la médula de su poética: “todo poema es un disparo en la sien, una interpretación casi siempre errónea de uno mismo”. (5) Aquí el poeta, profundo cuestionador de su realidad interior lanza un ovillo que debemos seguir para entender el paisaje caleidoscópico que se nos presenta. Atendamos al verso. Es posible que todo poema acabe y comience en una historia personal, en la interpretación de uno y de su mundo, y esto siempre es complejo, cambiante, circunstancial. Ciertamente, el juego de perspectivas está echado. Luego de lanzar la primera pista, comienza una historia escrita a modo de diario. Y resulta especial encontrar escrito este poemario con temática del doble, a respiración narrativa y con la postura de los diarios, espacios donde uno olvida la ética general y desahoga los más íntimos pensamientos. Más aun, en la historia del sujeto poético, llamado poeta, hay varios personajes importantes: personaliza a la muerte, quien “anida en su casa” (9), varias muchachas que conoce, y “Beatrice”. Ella tiene una identidad, y no solo actitudes, emociones, como las otras muchachas que son más bien agentes pasivos de los cambios y peregrinajes del sujeto escindido. Beatrice, aunque no tiene un parlamento en su vida, tiene un nombre y desde su silencio, usa la voz del narrador para ser “la lógica con que se enfrenta al vacío, la locura con la que ama despertar”. Ella además tiene un pasado, una historia como el narrador mismo. De hecho, aparece un momento (38) en el que nos enteramos algo de la vida de los demás, y salimos de la dualidad que encierra el narrador. Es decir, ella genera una agencia en el sujeto subordinado a sí mismo. Es por ella que él puede mirar a otro diferente y no solo mirar al “otro igual” que lo subordina. Ella posee “extraños animales que huyen en estampida de su corazón” (38) Se podría decir que ella le da vida, pero eso sería contradictorio con la narrativa que nos plantea, diríamos mejor, que el amor, que ella en sí, le dan lenguaje. Es decir, diferenciación, otredad de lo distinto, marcas nuevas. Porque el centro de este sujeto es como un anillo, con un centro hueco (lacan) que se intenta llenar incluso con su dualidad y que sin embargo, persiste vacío.

Se nos deja entre líneas, con Beatrice, que nuestro narrador guarda algunos parecidos con el Dante de la Divina comedia, sumido en un infierno eterno, distante del cielo habitado por mas vacíos, y soledad. La soledad poblada de cerebros abiertos. Este punto es interesante, se reitera en varios versos la apertura de la cabeza, posiblemente como enfatizando en la dualidad de la voz que habla, como también, en la carencia de dirección y como también en la violencia con la que la poesía trastorna el espacio. (15) En todo caso, ambas mitades rotas del centro de su emoción, pertenecen a unas preguntas múltiples. Qué es el amor, qué es la muerte, qué es estar vivo, quién eres tú, quien soy yo. La pregunta permite la intención de un dialogismo que se extiende hasta el lector, a quien le deja una nota como poema final.

Por otro lado, este sujeto escindido, el poeta amante de Beatrice, tiene claro lo que es escribir poesía para él (11) de hecho, en gran parte escribir poesía es lo que desarrolla a lo largo de las páginas, de los paisajes pintados por las manos de Sérvulo, y de las otras imágenes que él mismo pinta como la de Dorian Gray. Pero no solo eso, también se incrusta una voz en quechua. Son palabras escritas en un diminutivo constante que dan otro ritmo a la palabra “rock and roll”, y nos entrega una lengua de fuego, una tristeza desnudando las flores de este dios que desea matar o seducir a la muerte. Existe una fascinación en ambos hombres, ya que ambos se mantienen al borde de un precipicio, observando su hipotética caída, pensando en ella, escribiendo sobre ella, y pensando en evitarla, queriendo seguir vivos para presenciar el paisaje que es la vida desde esa distancia. Es interesante también el paisaje que recrea como otro ingrediente del libro. Es Lima en diferentes momentos, uno es en el año 96, cuando Lima sucia, triste, gris y cargada de negaciones lo deja “desahuciado, con el cerebro plomeado por el alcohol y alguna droga blanda” (12), otro es Lima con calles deprimidas de apagones y bombas, Lima como un mendigo al final de una calle, Lima como un niño muerto en la cama de un hospital (15) .La Lima que luego cobijaría a todos los argolleros parnasianos, a los sagrados traficantes de la palabra, como el los llama (31).

El sujeto poético que nos narra su propia historia y con ella, la historia que ve pasar frente a sus ojos, siente la traición, (21) recibe su propio cuerpo hecho trozos. Siente la soledad y la decepción. Está cargado de una locura que domina sus mitades y que al final, es la que vence. Ya que, quien se adjudica como el autor del libro, es la unión de ambas voces vencidas por la del poeta, por esa voz que se superpone a la del hombre rutinario que aparenta felicidad. Y ambas mezcladas y dominadas por la poesía, finalizan este caleidoscopio de voces.

Este poemario, cargado de polifonía e intertextualidad, propone la unión como solución a la escisión en el sujeto narrador. La poesía aparece como un personaje principal, como una fuerza capaz de desdoblar las pasiones y de movilizar las más fuertes luchas. Es esta, como sus sueños, una herida que nunca cicatriza (37) una forma de involucrarnos en sus desencantos y en sus más hondas caídas. Un poemario, que se salva en su lenguaje, propio y personal, y que golpea sus propias marcas para encontrarnos a nosotros, sus lectores, en este espacio en el que no se nos niega el sol.



 



 

Proyecto Patrimonio— Año 2014 
A Página Principal
| A Archivo Raúl Heraud | A Archivo Andrea Cabel | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Acerca de “La Piedra elemental” de Raúl Heraud.
Por Andrea Cabel