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MELANCOLÍA Y MISTERIO DE UNA CALLE

Por Gonzalo A. Gálvez Espinoza.
Quilpué, primavera 2006.

 

 

Time present and time past
are both perhaps present in time future,
and time future contained in time past.

[El tiempo presente y el tiempo pasado
están quizás presentes los dos en el tiempo futuro,
y el tiempo futuro contenido en el tiempo pasado.]

(Thomas Stearns Eliot, Los cuatro cuartetos, Burnt Norton)

 

I

Si alguien me dijera que nunca ha leído un poema de Rubén Jacob, y resultara imposible recurrir en ese instante a uno de sus libros, de los que ya van quedando escasos ejemplares en librerías, yo le diría: Melancolía y misterio de una calle, de Giorgio de Chirico. Este cuadro, que pertenece a la primera etapa del pintor italiano, y que fue terminado en 1914, es la imagen que sirve de portada al libro de Rubén Jacob, The Boston Evening Transcript, tanto en su edición de 1993 como en la de 2004. Pocas veces se da tan elegante correspondencia entre texto e imagen, y en el Boston, este diálogo es algo más que sugerente.

Rubén Jacob, nació en Santiago de Chile en 1939, aún cuando no fue aquella la ciudad donde transcurrió su infancia, sino en Angol y Limache. Recién en el año 1993, después de una vida dedicada al oficio de leer, como señala la contratapa de su primera publicación, y gracias a la pertinente insistencia de sus amigos lectores, aparece The Boston Evening Transcript (Valparaíso, Ediciones Carpe Diem, 1993). El libro circuló con ferviente devoción entre sorprendidos lectores, y se abrió un camino de sobrios pero genuinos reconocimientos. En 1996, Jacob hizo su segunda entrega: Llave de Sol (Viña del Mar, Ediciones Altazor, Serie Divergente, 1996). Ocho años después, en 2004, y ahora gracias a Ediciones Altazor, el Boston fue reeditado, y comenzó otro silente peregrinaje, alejado una vez más de las fanfarreas y de los altisonantes discursos literarios (The Boston Evening Transcript, Viña del Mar, Ediciones Altazor, Serie Divergente, 2004).

Tanto The Boston Evening Transcript como Llave de Sol, evidencian de modo inapelable el maduro oficio de la escritura que Jacob logró en el silencioso paso de tantos años; y, a pesar de tratarse de apuestas distintas, y de lograr cada uno una marcada individualidad, hay una convergencia en la voz, en la reflexión, en la manera de entender el mundo a través del lenguaje. Ambos libros dialogan fecundamente con otras creaciones, tanto de los dominios de la literatura como de los de la música; y en un juego de máscaras, sus versos se muestran disfrazados con distintos estilos e intensidades: en el Boston, a través de la cita y el intertexto, y en Llave de Sol, a través de la música que, sugerida en el texto, se vuelve sonido en la imaginación. La escritura de Jacob se reconoce, pero sus libros no se confunden.

II

El Boston es melancolía y misterio de una calle; una calle donde caben a un mismo tiempo todos los tiempos, una calle donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, una calle donde the way up is the way down and the way forward is the way back [la subida es la bajada y el camino adelante es el camino de vuelta]. Escrita la primera parte a modo de variaciones sobre un poema de T. S. Eliot, el Boston reconoce desde el inicio, y abiertamente, esos versos matrices sobre los que irá reescribiéndose. Jacob transparenta su tributo, pero es capaz mantener distancia con el autor inglés, teniéndolo apenas como referente, como un estímulo para la propia obra.

Rubén Jacob titula su libro tal como un poema de Eliot, aparecido en Prufrock and Other Observations, y publicado en 1917, y es a partir de ese poema, "The Boston Evening Transcript", que construye su propia obra, haciéndola dialogar y enmudecer con los versos de Eliot, acercándola y distanciándola en un hábil oficio.

Boston era, a principios del siglo XX, una ciudad cosmopolita habitada por un importante número de extranjeros, y una ciudad donde la literatura y el periodismo gozaban de buena salud. Así lo demostraron revistas como North American Review y Atlantic Monthly, y los diarios Boston Herald, Boston Globe y Boston Evening Transcript. Pero lo cierto es que poco importa la existencia real o imaginaria del periódico al que alude Eliot, y partir del cual Jacob irá escribiendo su propio libro. Lo que importa es que Jacob, cual músico escuchando la obra de otro músico, toma un pasaje dado por Eliot, y lo reproduce como una versión variada, y por variada, nueva.

Jacob concibe sus poemas precisamente como un músico, conciliando, a través de la forma, los contrastes de ritmos y sonidos, y liberando de este modo al poema de la ineludible sanción del tiempo. Los poemas del Boston están insinuados, variados, y, finalmente, resueltos. Cada texto comienza con una primera estrofa de cinco o seis versos, y continúa luego con una segunda estrofa que multiplica generosamente los versos iniciales. Es la forma en que Jacob articula su lenguaje: nos presenta la melodía y luego la altera en su repetición. El Boston no está libre de anécdotas, pero las supera, precisamente, porque a través de la forma musical se vuelve ácrono - como si quisiéramos liberarnos del tiempo a través del lenguaje - o, y tal vez sea ésta la característica, simultaneísta, como si todo ocurriera en un tiempo que es a la vez todos los tiempos y todos los lugares. If the street were time [si la calle fuera el tiempo], escribe Eliot en su poema de 1917, y Jacob entiende que esa calle es por donde transita su poesía, una calle donde cabe la melancolía de la memoria, y el misterio de la expectativa.

Desde La Rochefoucauld a Baudry - Lacantineire, desde personajes de Beckett a pueblos como Comala, todo y todos son puestos al final de esa calle que es el tiempo; todos transitan y a la vez permanecen. Una vez más el cuadro de Chirico: esa sombra al final de la calle son todas las sombras del mundo; y esa niña que juega con el aro, en oposición al misterio de la sombra, es la prima Harriet a quien Eliot le ha entregado el diario, la prima Gaby a quien Jacob le ha entregado un libro, nuestra prima a quien le hemos entregado una fruta madura o un aro para que juegue en la calle que es el tiempo. Y, aún sin darnos cuenta, o sin entenderlo del todo, tanto en el cuadro de Chirico, como en los poemas de Jacob, habitamos también nosotros, observadores y lectores de un mundo al que somos sutilmente invitados. El Boston es un poema sobre el reconocer que sólo a través del tiempo se vence al tiempo [only through time time is conquered]. El universo contenido todo, como en el Aleph de Borges, y que será citado al final del Boston, en un solo punto: la calle, el tiempo. A través de los poemas, cada cosa se nos va volviendo infinitas cosas, y nos vamos representando la existencia, el universo entero, a través del lenguaje al que Jacob nos convida. Para nosotros, ignorantes de las ciencias exactas, de las matemáticas y los números, representarnos el universo por el lenguaje es lo único posible que nos va quedando.

Y en esta convergencia de voces en una sola voz, de siglos en un solo instante, y de lugares en un solo punto, Jacob juega con la cita, con la referencia y la intertextualidad. Y es lógico que así sea, pues este gran poema que es el Boston, si pretende concentrarlo todo, debe ser un coro a muchas voces. La lectura del libro requiere un lector atento, no tanto para desentrañar con precisión todas las alusiones culturales que el autor disfraza, labor por lo demás agotadora e inútil, sino más bien para participar de ese espíritu de reunión que atraviesa el libro, para reconocer con relativa soltura las distintas líneas melódicas de la sinfonía. La comprensión del Boston no depende por entero de la lectura de los libros o autores que le sirven de fuente; por el contrario, cada poema es claro y autosuficiente. Como en una fuga de Bach, la obra es belleza por sí misma, sin que sea necesario para conmoverse y admirarla, tener conocimiento sobre qué es el sujeto, el contratema o el estrecho. Saber de Beckett, del mismo Eliot, de Borges, del otro Borges, o cualquier otro, sirve para descifrar con relativa exactitud los poemas de Jacob, pero no son condición necesaria para reconocer la excelencia de los mismos.

A pesar de lo dicho, Jacob, inteligentemente, supo tomar distancia de Eliot, y de modo elegante lo utilizó como pretexto para su propia escritura. Como diría Bloom, "la angustia de las influencias cercena los talentos más débiles, pero estimula al genio", y así lo hemos podido comprobar en la especie. Sin embargo, la prudencia que se logró en la obra, no ha podido mantenerse en la vida tras la obra. Eliot, como Jacob, son representantes de ese escondido grupo de poetas que no cayó en la trampa de la bohemia ni en las vestiduras de les poètes maudits. Por el contrario, han preferido (o bien han tenido) que optar por la máscara de serios, dividiendo el tiempo entre la rutina y las horas del silencio y la creación. Jacob, abogado con estudios en la Universidad de Chile, sede Valparaíso, fue profesor de derecho constitucional, y hasta el día de hoy ejerce su profesión en la ciudad de Quilpué. Mas, a pesar de este accidente vital, Jacob se aleja de sus distinguidos colegas cuando se reconoce, antes que todo, como el poeta que es, artesano y vigilante del lenguaje. Demostrando con excelencia la primacía del oficio sobre la profesión, Jacob se mimetiza, en la variación XVIII del Boston, con el lenguaje técnico del mundo jurídico. "No permanecerá huella señal o rastro / ni siquiera una información para perpetua memoria / ya no ha lugar / todo está prescrito / (…) en todas las instancias hemos perdido". De este modo, Jacob demuestra que el lenguaje es una declaración de su propia voluntad creadora que, manifestada en la forma escogida del poema, se articula, se supera y se transforma.

III

La tardía aparición pública del trabajo de este poeta nos permite, si no aseverar, al menos sospechar una solemne vinculación con el silencio. Imágenes y ritmos que decantaron en el inconsciente de Jacob durante más de cincuenta años, un día, y gracias al talento de quien les cobijaba, se armaron y tejieron para hacerse expresión sensible. Y en esa opción de las manifestaciones, todo este mundo latente quiso hacerse escritura antes que música, seguramente, porque era ahí donde crecía con mejor cuidado el talento de Jacob. Pero, aunque escoger es siempre renunciar, no por volverse palabra se despreció del todo el intento por volverse sonido. En carta escrita por Thomas Mann a Theodor W. Adorno, en 1945, aquel escribe: "Es curioso: mi relación con la música tiene cierta fama, siempre he podido hacer música literaria, siempre me he sentido un poco músico, y he transferido la técnica del tejido musical a la novela". Bien pudiéramos predicar lo mismo de Jacob, con la salvedad necesaria de leer poesía donde el alemán dice novela.

El libro Llave de Sol, demuestra que la melomanía de Jacob va mucho más allá de citas y evocaciones de compositores y obras musicales. En Jacob, la voz poética va descubriendo su propia tesitura y, en virtud de ella, se va disponiendo en el poema tal como las figuras en el pentagrama. Llave de Sol es entonces una doble opción: por un lado, supera por segunda vez esa natural inclinación de Jacob hacia el silencio y el autoexilio del círculo de poetas; y por otro, pone en explícita tensión el lenguaje de la música y el propiamente literario, aun a riesgo de fracasar diciendo lo que no fracasa por no decir. La música, con melodías, ritmos y armonías, evita el riesgo de la palabra, y Jacob, lo que hace, es precisamente forzar a aquella a hacerse escritura y a expresar tanta o más realidad que la obra evocada. Lo que Llave de Sol hace es mostrarnos, cual si de un pentagrama se tratase, un cúmulo de signos que, dispuestos como están, hacen sonar en la memoria la sorda nota que sugieren. Ése es el intento: "quizás todavía es la fecha / para ensayar una escritura rayada / por lo oboes y los cornos ingleses", dice el poeta en Adagio lamentoso.

Bach, Mozart, Wagner entre otros, van reinterpretando, a través de Jacob, sus propias obras, y ya no son ellos, sino nosotros mismos, los intérpretes y oyentes del concierto sugerido. Como dijera Ernst Toch en Die neue Rundschau acerca del ya citado Thomas Mann: "El registro de lo musical en la imagen de conjunto como también en sí tiene todos los signos de una musicalidad de iniciado y hace feliz al músico a través de su representación en palabras". Del mismo modo, podemos extender a Jacob el apelativo de iniciado en la música, porque, aunque desde la poesía, nos ofrece un concierto de contrastes donde las melodías de la memoria, el tiempo y la esperanza van insinuándose, desarrollándose y resolviéndose con análoga excelencia a lo que ocurre en el Boston; pero, sobretodo, donde los tempi aparecen en concordancia con la velocidad de los textos, haciendo de cada uno de ellos un movimiento autónomo de la gran sinfonía que es el libro.

Llave de Sol es un intento bien logrado de hacer poesía más allá del límite de lo ya expresado. "Y solamente resta una queda palabra / latiendo con desánimo / entre mi ausencia / y el sedimento del tiempo / ¿Escucháis el dolor de ese corazón / en su voz?", puede leerse en el poema Aria. Jacob pronuncia una palabra en el silencio que inunda el aire después que la orquesta ha terminado el concierto. Du Sprache wo alle Sprachen enden [Tú, lenguaje donde termina todo lenguaje] diría Rilke en su poema An die Musik [A la Música], y Jacob, desafiando al poeta praguense, pone, más allá de la música, a la poesía.

Pero a pesar de esta marcada individualidad de Llave de Sol, los motivos del Boston van apareciendo más o menos evidentes; y no sólo el universal tema del tiempo, sino también la calle que es el tiempo: "en medio del camino a solas / por donde vamos desapareciendo / sin música de cámara / en donde ya no estamos / por donde ya no andaremos / en el lugar que ya nadie / ya nadie / hablará de nosotros". Es la memoria o el silencio del tiempo quienes olvidarán a esos transeúntes puestos al final de la calle; es la melancolía de saber que todo, tal como la música, fluye, phanta rei, pasa y no vuelve otra vez a pasar por el mismo punto; es el misterio de no saber qué quedara en medio del camino cuando ya nadie hable de nosotros.

 

 

 

 

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Melancolía y misterio de una calle.
A propósito de la poesía de Rubén Jacob.
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