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 EUGENIA ECHEVERRIA, UN ADIÓS EN SILENCIO


Por Reinaldo Edmundo Marchant



El 26 de abril falleció la escritora Eugenia Echeverría.

Una enfermedad algo ignota, esclerosis lateral amiotrófica, relacionada con el daño a la neurona motora, se le presentó intempestivamente modificando de forma implacable su vida. La dolencia degenerativa la fue inhabilitando, quitándole la capacidad de movimiento, la fuerza muscular y aquella energía vital que se le conocía.

Recluida en su hogar, pasó largos cuatro años, donde las visitas fueron escasas, la ayuda mínima – salvo la que le brindó un grupo de escritores mexicanos, con quienes, junto a Poli Délano, creó la Casa de Chile, en México, para los exiliados durante la dictadura-, de reconocimiento a su vasta labor literaria ni hablar: fue en este triste entorno cuando comenzó a escribir “El cuerpo sorprendente”, Bravo y Allende Editores, 2008. Un poemario tremendo, lleno de vitalidad, sarcasmo, valentía.

Fueron pocos los escritores que se enteraron de la muerte de Eugenia Echeverría. Nada nuevo en este país, por lo demás.

La noticia tampoco tuvo la difusión que merecía. La escritora Virginia Vidal alertó a los que pudo y Raúl Allende, su editor y albacea de una numerosa obra inédita que dejó la poeta, se preocupó de publicar este valioso libro, que revela una ironía descarnada, que conmueve, induce a la rebeldía, que entrega vida a un cuerpo inmóvil, revelándose ante la quietud de la visita indeseable.

Eugenia Echeverría es autora de una particular obra, que empieza con los volúmenes “Las Cosas por su Nombre”, Editorial Zigzag, 1967 y “Cambio de Palabras”, Editorial Universitaria, 1972, textos celebrados unánimemente por la excelente crítica literaria que existía en esa época. Vivió 28 años en México, país donde sus libros merecieron halagos que aún perduran y que le permitieron a la escritora chilena gozar de un respeto que en Chile le vino a cuenta gota.

Eugenia Echeverría incursionó con éxito y talento en la prosa y poesía; también será recordada por la fresca genialidad de sus óleos, que fueron exhibidos en salones e institutos de México, Chile y Latinoamérica. En sus lienzos trasunta su carácter festivo, brioso, imaginativo, desbocado de alegría y colores vivos.

Echeverría fue uno de esos escasos artistas múltiples, que vivieron para el arte y la cultura.

Su cuento, “Como si mi corazón tuviera una ventana rota”, ha sido argumento para distintos videístas, traducido a varios idiomas, figura en las más exigentes antologías de Chile y el extranjero; a su vez, buena parte de su poesía fue musicalizada por roqueros y su famoso relato, “La noche que Chillanene salió a vender su alma” (Grijalbo, México, 1991), fue adaptada al ballet y al teatro de marionetas.

Por el tono, la fuerza interior y el torrente espiritual, “El cuerpo sorprendente” recuerda con fuerza al Diario de Muerte de Enrique Lihn: ambas obras poéticas contienen una estremecedora belleza, la metáfora de la enfermedad es la íntima historia de cada vate, no existe retórica, dramatismo, el tono irreverente salpica ambos poemarios, y también el orden de las cosas resulta un hermano común.

La autora de “Galanario” (Bravo y Allende Editores, 2003), desde la lenta agonía, canta: “Ni en el momento más oscuro/en el abandono o el miedo, en esos sótanos/se me pasó por la cabeza que mi cuerpo me atraparía”. Sin embargo, jamás el lector siente que está atrapada. Ahogada o medio de un túnel. Eugenia Echeverría no abandona la claridad y la sonrisa, y se mofa de la descomposición, permite que “Mis manos bordan, enhebran la aguja/pulgares e índices/aplicados entraman hilos de colores”, porque “Nada muy importante/son los simples cinco dedos de la mano izquierda”.

Un libro que remece, que no deja indiferente, revela a una artista extraordinaria, que no sólo dedicó su vida a la creación literaria y a la pintura, sino que tuvo la delicadeza de sufrir en silencio, de dictar sus últimos libros – varios de ellos todavía inéditos-, de no quejarse de nada y por nada, por último, de demostrar que, para algunos poetas, la cercanía de la muerte no es cosa de otro mundo.


SELECCIÓN DE POEMAS

DÍAS DE MAYO

Mi cuerpo empieza a independizarse.
No quiere despertar, no puede levantarse.
Vamos, le digo, hay que trabajar.
Con esfuerzo me incorporo, lo visto, le doy café.
Pero no responde
Permanezco inanimada
pasa la mañana
pasa el día como si se disolviera.

 


DÍAS DE AGOSTO

Ir y venir por los consultorios
sentarme frente a especialistas que consultan el computador
y después me dicen usted tiene una enfermedad catastrófica
vaya preparándose para lo peor.
Ir y venir por los consultorios
por laboratorios
salir a la calle. Hay transeúntes,
ruido, automóviles, semáforos.
La ciudad es fea, insoportable.
Los augurios, también.

 


¿QUÉ PASA?

El cuerpo dando signos de independencia,
decidido a entorpecer las pequeñas cosas cotidianas,
los dedos se niegan a abrochar los botones de mi abrigo
el cierre de mi pantalón
no abre el monedero, no encienden fósforos
y las manos, ellas dos con su perfecta estructura
dejan caer vasos,
crashhh, al suelo los vasos y los platos, también los cuadernos
y yo le digo manos, qué pasa, pero no escuchan,
me dejan perpleja, alarmada.

 


OCURRIÓ EN FEBRERO

Señores, la señora se va de bruces
su cara se golpea contra el suelo.
Está sola.
Suena el teléfono, alguien toca la puerta.
Ella se arrastra hasta un sillón,
se agarra, logra incorporarse y echarse encima.
Está sola.
El teléfono dejó de llamar
la persona que tocaba la puerta se fue
y ella, llorando,
se pregunta si vale la pena seguir.

 


NO

La gente no sabe nada,
no entiende lo que no entiende
tampoco escucha.
La gente, esas islas.

 


HAY NOCHES FELICES

Soñar con los amigos en una fiesta de jardines,
y reírse, y correr escapando del aguacero
como tantas veces en Tepoztlán,
y llegar corriendo a casa,
trepar las escaleras, saludar a Leonel que pinta en su estudio
y te dice dónde andabas con este aguacero,
ven a tomarte un café.

 


¿QUÉ FUE?

Qué fue de la erótica
de la entusiasta
de la insaciable
de esa loca que bailaba.

 


MANOS, ESCRIBAN

Manos, escriban
¿qué sería de nosotros si no escribimos?
si el teclado es difícil
trabajemos con el lápiz
retornemos a la caligrafía de los cuadernos escolares
escribamos, manos, se los imploro.
Pero no saben escuchar las desobedientes.

 


NOTICIAS

Renunciamos al bastón
mi mano derecha ya no trabaja
Mi mano derecha ya no equilibra la cuchara
ya no escribe
es incapaz de sostenerme en el bastón.
Ahora dependo de los demás.
He dejado de ser persona.

 

 

 

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Eugenia Echeverría, Un adiós en silencio.
Por Reinaldo Edmundo Marchant