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VOLODIA  EN COLOMBIA

Por Reinaldo Edmundo Marchant

Cuando Augusto Pinochet  fue detenido en Inglaterra, Volodia Teitelboim venía aterrizando  al aeropuerto El Dorado, en Santafé de Bogotá.  Con el ex ministro de Allende y en ese momento embajador de Chile en Colombia, Aníbal Palma, lo habíamos invitado a participar en diversas actividades académicas y presentaciones  de sus libros.

Como colega y agregado cultural, lo recibí y lo saqué  por una puerta contigua del aeropuerto: Volodia temía cruzar esas puertas que detectan metales, producto de los by pass que le habían puesto en su operación al corazón y que en otras ocasiones le generaron complicaciones.

Apenas pisó suelo colombiano, lo puse en antecedente de la reciente detención del dictador chileno. La noticia lo impactó sobremanera y pudo corroborarla en los constantes noticiarios que daban a conocer el hecho que ya tenía carácter mundial.

En el trayecto le conté que habíamos recibido de la cancillería nuestra, una nota donde se nos pedía evitar comentarios de prensa sobre la detención de Pinochet. Volodia comprendió ese tipo de procedimiento: su hija, Marina, es diplomática y, en este minuto que redacto esta nota, ella viene viajando de Polonia a visitar a su padre enfermo, país donde se halla acreditada y cumple funciones  del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Las instrucciones de la cancillería,  por supuesto,   no fueron de nuestro agrado. Aníbal Palma estuvo años relegado en Dawson y la noticia era una invitación para el desahogo. Los medios de comunicación llamaban insistentes a la misión diplomática, requiriendo la opinión del embajador. Sin embargo, teníamos a Volodia, en vivo y en directo… Se convirtió en la mágica solución.

De común acuerdo,  todos, preparamos una conferencia de prensa, en un lugar meditado  para el destape. Llegaron la mayoría de  los medios. Hablaría  sobre la detención del dictador,  un  aclamado escritor, ex senador y diputado de la república de Chile, abogado,  eximio ensayista, exiliado en Moscú durante el gobierno militar y ex secretario general del Partido Comunista, de paso en Colombia, Volodia Teitelboim…

Volodia se ubicó en el centro de una mesa, solo, rodeado de cámaras y radios, y dijo todo lo que quiso sobre uno de los más grandes tíranos que estúpidamente había sido detenido en Europa. Habló de los detenidos desaparecidos, del exilio, de los feroces mecanismos de torturas, de su experiencia personal y de miles de camaradas. Con “el Pibe Palma”, infiltrados, no dábamos más de felicidad.   Nos sentíamos totalmente representados.  Las opiniones de Volodia naturalmente repercutieron en Chile.  Nadie nos pudo acusar que transgredimos la norma impuesta. 

Con esta bella actividad, que nunca estuvo en el programa oficial, comenzó   la estadía de Volodia  en Colombia. Por la noche, junto a la colonia chilena, celebramos en un boliche de un exiliado el apresamiento del dictador. 

Los siguientes días fueron de presentaciones extraordinarias. Los libros que había escrito sobre Neruda, Gabriela Mistral y Jorge Luis Borges, gozaban de un gran prestigio. Además, se le conocía como una inmensa figura política y cultural de Chile. Días atrás, habíamos visitado  con el embajador Palma a Gabriel García Márquez, y nos señaló que Volodia era el mejor ensayista literario que había leído.

Las actividades que realizó en universidades y en el Convenio Andrés Bello, donde dio una clase magistral sobre este grandioso  personaje, contaron con una asistencia fuera de lo común. En lo personal, me llamaba la atención la simpatía que generaba en los jóvenes, quienes ya conocían su obra literaria. 

Durante su permanencia en Colombia, Volodia pernoctó en mi departamento. Los únicos momentos que no conversamos, era cuando realizaba  su  inevitable siesta de la tarde. Conversar con él era escuchar a la historia misma. Había conocido a Stalin y a  grandes personajes de la política y cultura mundial del siglo XX.

Un día domingo, lo llevé a un pueblo sabanero, Cajicá. Deseaba que conociera la Catedral de Sal y aquellos hermosos parajes que rodeaban a una de las geografías más bellas que he visto. Nos detuvimos en la plaza del pueblo. La música alegre resonaba por todos los rincones, y los bailes de los niños eran de una emoción difícil de explicar. En eso estábamos cuando se acercó un hombre donde estaba Volodia. Se identificó como Sergio Godoy, oriundo de Iquique. Había llegado a esos lugares como consecuencia del exilio. Presentó a su familia colombiana. Luego tuvo palabras de agradecimiento para Volodia: estando él en Brasil, el año 1974, a través del programa “Escucha Chile” de Radio Moscú, que dirigía Teitelboim, se enteró por boca del escritor chileno que su hermano Alberto Godoy había sido asesinado por la dictadura militar…

Con una sencillez a toda prueba, le agradeció la aquella  información  que vino a conocer  lejos de su tierra patria. “Fue una manera de ir sabiendo el destino de nuestros seres queridos”, explicó.

El episodio dio pábulo para pasar la tarde en Cajicá, donde Volodia recordó los años que pasó al frente de Radio Moscú y las crueles noticias que llegaban de Chile. Tiempo más tarde, en las numerosas ocasiones que  lo visité en Santiago, recordamos los hechos referidos: la conferencia de prensa que dio sobre el cautiverio de Augusto Pinochet, los masivos eventos en que participó y aquel humano episodio de nuestro chileno exiliado, que habitaba en Cajicá.

¡Loor a este hijo de inmigrantes judíos, erudito de alto vuelo y pluma,  de inteligencia extraordinaria, Premio Nacional de Literatura, un personaje histórico inolvidable de Chile y del mundo!

Reinaldo Edmundo Marchant
Escritor

 

 

 

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