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El consejo de Rilke


Por Carla Cordua
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 9 de Octubre de 2005


Los hombres hacen diversas cosas para enfrentarse a la muerte: algunas de ellas delatan un propósito tan transparente que despiertan compasión; otras expresan un terror más que comprensible. Estas dos actitudes son descifrables pero las hay también oscuras y que bordean el sinsentido. Declararle la guerra a la muerte, proponerse infligirle derrotas con el fin de hacerla retroceder y privarla de un trozo de su territorio, presupone haberle atribuido una personalidad imaginaria. ¿Es una estrategia confusa o el fruto de una belicosidad sin perspicacia?

Algunas de estas iniciativas sobresalen por su brillo poético; son invenciones raras, hallazgos sugerentes, insinuaciones que la prosa intenta rara vez porque prefiere no formularse el problema.

Los moralistas antiguos buscaron no meterse con la muerte misma, sino enseñar a dominar el miedo a ella. Epicteto confió en la autodisciplina y el sentido del decoro ante lo que nos fue asignado por Dios o por la naturaleza. Séneca estuvo de acuerdo con él pero observó que estas medidas, lejos de remediar la mortalidad, sólo nos cambian a nosotros. Para conquistar el miedo a morir propuso pensar continuamente en la muerte. ¿No es el remedio peor que la enfermedad? Montaigne se lo reprochó a Séneca diciendo que la actitud del rústico, que no piensa en la muerte más que en el momento de morir, le parecía preferible: "Si esto fuera estupidez, aprendamos todos de ella".

En sus Elegías Duinesas, el poeta Rilke trata, como en otras obras, de la muerte en términos a la vez memorables y misteriosos. Un personaje de sus elegías se llama el Ángel, y el poeta piensa reclutar su ayuda ante la muerte. Pero la superioridad del Ángel sobre los hombres lo hace inaccesible: como no comete el error humano de separar tajantemente entre la vida y la muerte, no comprende el terror frente a ésta. Este Ángel está inspirado en figuras islámicas, sostuvo Rilke. Los hombres, sujetos a la tenaz apariencia de que existe una contrariedad entre la vida y la muerte, no vemos que son complementarias. Pero Rilke creyó que se puede aprender la propia muerte. Aconsejaba llevar siempre consigo la descripción de una muerte. El pasaje que contiene tal consejo revela, sin embargo, que Rilke sabía más sobre poetas que sobre la muerte.

"Por lo demás, comprendo ahora bastante bien que se pueda llevar a través de muchos años, guardada en el fondo de la billetera, la descripción de la hora de la muerte de una persona. Ni siquiera tendría que ser una muy especial pues todas tienen algo casi inverosímil. ¿No podemos acaso imaginarnos que alguien guarde una descripción de la muerte de Félix Arvers? Ocurrió en el hospital. Murió de una manera suave y serena y por ello la monja creyó quizás que ya había ido más allá de donde en realidad estaba. Ella dio en voz muy alta ciertas instrucciones para encontrar esto o lo otro. Era una monja bastante inculta; nunca había visto escrita la palabra 'corredor', ineludible en ese momento. Por eso pudo ocurrir que dijera 'corridor', creyendo que se llamaba así. Al escucharla, Arvers postergó su muerte. Le pareció necesario aclarar esto primero. Se despejó completamente y le explicó que se decía 'corredor'. Entonces se murió. Era poeta y odiaba la imprecisión; o tal vez sólo le importaba la verdad".

 
 

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El consejo de Rilke.
Por Carla Cordua.
Fuente: Artes y Letras de El Mercurio
Domingo 9 de Octubre de 2005.