Crítica
 

 

Armando Roa

 

 

 

Para no morir tan despacio
Armando Roa Vial
Dolmen Ediciones, Santiago 1999, 92 págs.

Relatos de un ensayista

 

por Ramiro Rivas O.

Armando Roa Vial (1966), poeta ("El hombre de papel y otros poemas", "El apocalipsis de las Palabras/ La Dicha de enmudecer"), antologador (dos secciones poéticas), ensayista ("Elogio de la melancolia"), narrador y traductor, ahora nos entrega un conjunto de relatos. Si nos atenemos a la aseveración de Cortázar que dice que en Francia, cuando un cuento excede de las veinte páginas, toma el nombre de "nouvelle", este libro estaría conformado por una novela corta y siete cuentos.
El primero, "El adiós inconcluso de Federico Borrel", marca y determina todo el resto del contexto narrativo. Tanto a nivel escritural, como temático. Articula, paso a paso, con excesiva morosidad y autoflagelantes reflexiones excistenciales, los reiterados y fallidos intentos de suicidio de un artista. La vida para el protagonista de la historia, carece de significaciones positivas, y es analizada como un proceso en paulatino deterioro. El desarrollo lineal de la anécdota, mediante un narrador en tercera persona que no elude la omnisciencia en determinados estratos narrativos, crea una doble textualidad, al injertar elementos discursivos más propios del autor que del personaje, atentando contra la credulidad del texto. Las constantes intromisiones de ese relator altisonante, en lugar de enriquecer el contenido, lo debilitan. Nos referimos a frases como las siguientes: "La vida, como el genio, tiene una faz y una contrafaz, genera esplendor y también esparce destrucción en torno a sí, "La voluptuosidad corruptora de la vida no se dejaba comprimir bajo las palabras..."
El resto de los cuentos mantiene una marcada homogeneidad con el primero, lo que permite la intercambiabilidad de las funciones de los sujetos. En "Diario de un hipocondriáco", el personaje, obsesionado por enfermedades inexistentes, opta por el suicidio. En "El sueño", se revierte la sicosis suicida por el placer patológico de entregarse a un mismo sueño día tras día, abandonando todos los deberes. El desenlace, no obstante, adquiere mayor novedad y el texto más configuración de cuento. "Carcoma" funciona como un diálogo entre un ateo y un sacerdote. Los lugares comunes deslucen una posible revelación que nunca se concreta. Mayor tensión narrativa encontramos en "El debate", en donde un conferencista diserta sobre el bien y el mal, en tanto aguarda diabólicamente a que su oponente dialéctico sea picado por una araña venenosa. "El ascensor", a pesar de recurrir a un arquetipo temático, el encierro y el consiguiente pánico, conduce a un cierre no previsible y de mayor intensidad. En ":Francisca", el típico profesor enamorado de la alumna, posee más estructura cuentística, cierta atmósfera verosímil, pero desmerece con un final demasiado plausible. El más inquietante, quizás, lo constituye "Advertencia al lector". Un leve halo borgeano recorre las pocas páginas que conforman este texto. Relata las vicisitudes de un novelista que es acosado por un personaje al que le ha dado una muerte dolorosa. En su desesperación, el sujeto le transfiere su enfermedad al creador, sellando un círculo de destrucción.
En general, los cuentos pecan de cierta monotonía narrativa, un deliberado intento por exponer temas trascendentes que tienden a la disgregación conceptual, en desmedro de la unidad expositiva. La perspectiva de novelista propositivo, que es válido en ese género, en el cuento se transforma en lastre. Bien dijo Quiroga que "un cuento es una novela depurada de ripios". Y agregaríamos, en este caso, de forzadas significaciones.



Rocinante, enero 2000.

 

 

 

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