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Gonzalo Rojas, Premio Cervantes 2003

Con la poesía, más vivo el vivir

por Roberto Hozven







La imaginación y el coraje lo hicieron llegar a ser el que es: un poeta que traspasados los ochenta es un "viejoven" que escribe cada día al amanecer cuando el duchazo frío le enciende las arteriolas del seso. Mientras el mexicano Christopher Domínguez nos muestra en las páginas de su diario a un Rojas entonado recorriendo el sur profundo, el profesor Hozven subraya cómo su poesía pertenece a la familia de los dinamiteros verbales.

 

"¡Qué divertido es esto/ de nacer y de morir!" - escribe el poeta Gonzalo Rojas, hoy poeta laureado con insistencia (Premio Cervantes 2003, Octavio Paz 1998, José Hernández 1997, Reina Sofía y Premio Nacional de Literatura 1992) y ayer poeta del exilio y del transtierro, lo que es igual a poeta sin partidos, burocracias salvacionistas o consignas políticas. ¿Cuál ha sido el secreto de su permanencia poética? ¿Por qué nos sigue alumbrando como pocos, en este ejercicio difícil del diario vivir?

La palabra de Gonzalo Rojas es poética, creadora, por su porfía en el diálogo entusiasta. Hay un Gonzalo Rojas que entusiasma conversando. Así fue como inauguró en Chile y en América hispánica los diálogos americanos (hoy día cotidianos, ayer inexistentes) que él comenzó en la Universidad de Concepción entre 1958 y 1962. En esos "Encuentros Internacionales de Escritores" las voces encendidas de Neruda, Fuentes, Rulfo, Carpentier, Roa Bastos, entre tantos más, establecieron puentes y vasos comunicantes en nuestro tradicional insularismo y desconocimiento recíprocos. Con ellos, el conversador y político Gonzalo Rojas (político, sí, en el sentido de fraternidad orientadora hacia los otros, y no en el servil de la manipulación programadora para el provecho propio) abrió una brecha de imaginación y reflexividad en nuestra cordillera, no en la mistraliana que nos aupa las entrañas, sino en la perniciosa que nos aísla, en la muralla impalpable de la inercia de los de adentro y de la indiferencia de los de fuera. Gonzalo Rojas hizo conciencia y país dialogando con la tradición presente, soterrada, de nuestro continente, que nos conversa a través de sus escritores (porque se habla con la lengua pero se conversa con el cuerpo) en el lenguaje cifrado de los mitos, de las formas de convivencia y de la oralidad. Esos "Encuentros..." dieron un mentís al peso de la noche, fueron la cara pública de la conducta cívica con que Gonzalo Rojas - poeta de la pluma pero también de la vida- modernizó poéticamente el estado de conciencia de nuestra cultura moral.

Su poesía y recitales tan vivos ponen en escena comportamientos rituales nuestros que tiñen de singularidad temas dolorosamente frecuentes en el mundo hispanoamericano: el exilio, el intraexilio, la doble censura (tanto la que prohíbe llanamente como la más retorcida que censura obligando a hacer). Estos gestos verbales, tan frecuentes en la poesía de Rojas, son otros tantos guiños cómplices, pragmáticos más que verbales, a lectores involucrados con el poeta en costumbres, usos y presuposiciones comunitarias. Sus poemas cambian según la velocidad en que los leamos. El ritmo de su lectura no siempre coincide con el de su comprensión: sus poemas nos invitan al salto mental, sus versos asemejan relámpagos que iluminan oscuridades que hay que descifrar. Sus poemas construyen columnas de sentidos y de aire rítmico tan rotundos y crípticos como un aforismo. Aquí está el origen de esa sensación fantasma que a menudo sentimos sus lectores: de leer algo que sus poemas no dicen, pero que sin embargo significan, ya que ese algo está bien ahí. Experiencia de una familiaridad que nos descubre solidarios por encima de viejas diferencias políticas o históricas. Esta es la generosidad de su poesía: el autoexamen personal o social siempre aspira al espacio de una libertad en movimiento, nunca al replegado laberinto del resentimiento ("aire,/ más aire,/ no para respirarlo sino para vivirlo").

Su poesía, indudablemente, pertenece a la familia de los dinamiteros verbales: Marcial, Quevedo, Breton, entre los sobresalientes del lado de allá; Vallejo, Kerouac, De Rokha, entre los de acá. Pero, a diferencia de ellos, su énfasis está en el tono, en los múltiples mecanismos expresivos de orden prosódico, con que nos despierta figuras contrapuestas, entonaciones de otros tantos paisanos de lo nuestro (lo muestra Jaime Giordano). Está el tono estoico: "Dices que te vas. Bueno, te vas/ hoy mismo en ese avión al sur te vas/ tan ligera como viniste.../... Usted/ fue feliz. Yo fui feliz. El adiós sangriento/ fue feliz". El tono autodenigrativo: "He comido con los burgueses,/ he bailado con los burgueses,/ .../ He visto el asco en su raíz,/ la obscuridad en su raíz". El tono sarcástico, de doble vaivén, que tanto profana lo sagrado (en "Contra la muerte") como también sacraliza lo profano (en "Réquiem de una mariposa", por ejemplo). El tono desengañado del autoengaño, después del descalabro de las utopías del Este en el Oeste y en el Este (en "Domicilio en el Báltico"). Su tono fastidiado frente a los fascinados por la palabra totalitaria: profesores narcisos, artistas super-ego o poetas del politizar y no poetizar. Funcionarios todos del salvacionismo solidario y de la adhesión total, variantes siempre de la palabra servil o del callar sucio.

El entusiasmo torrencial, que vitaliza todo lo que toca, es otro rasgo permanente en la poesía, en la enseñanza y en el trato de Gonzalo Rojas. Aparece a través del Ritmo, con mayúscula. El Ritmo es el gran religador y defensor de la libertad humana cuando rescata "el largo parentesco entre las cosas", los hombres y sus pasiones. Palpita desde el subsuelo genésico de Lebu - Leufü: "torrente hondo", cuna del poeta- al peregrinar del profesor y viajero Gonzalo Rojas, quien
- como Homero- va y viene desde Ilión a Dios: "el oleaje de las barcas/ exige ritmo/ Homero/ vio a Dios". El Ritmo libera porque abre en "los objetos la puerta de mí mismo" así como arroja al sujeto al "parto de lo sonoro" y a su comunión en abismo con la mujer: gran religadora porque "Eva y Cipris concentran el misterio/ del corazón del mundo" (Rubén Darío). La mujer, en especial la baudeleriana - replica hoy día Rojas- es "materia de encarnación radiante", "Eternidad/ que no se ve" porque hace sensible al mundo: "partícula fugaz de libertad visible". La mujer traduce al ritmo y encarna el diálogo del hombre con las materias vivas del mundo. La mujer, como el poeta, es un latido en el río de las tradiciones; por eso, su trato hace del presente un manantial de presencias. Ritmo, mujer y visión se entrelazan para este poeta alumbrado por Diotima, en la huella del otro mayeuta, también fundador y practicante de la ética libérrima como conducta.

 

París, noviembre 2003




 

BAUDELERIANA

(poema inédito)


Astucias que le son y astucias que no le son
dijera Ovidio: los tacones
le son, ojalá altos, lo bestial
visible, los pezones, no importa
lo exiguo del formato, el beso
bien pintado, parisino
el aroma, azulosos
sin exceso los párpados, sigiloso
el zarpazo drogo y longilíneo
de su altivez, visionario
el fulgor, especialmente eso, visionario el fulgor.
Y, claro, áureos los centímetros
ciento setenta del encanto
del tobillo a las hebras
torrenciales del pelo. - Piénsese
irrumpe entonces a esa altura Borges con asfixia, ¿quién sino el Aleph pudiera entera esquiza y
bestia así olfatear, besarla en el hocico,
durarla, perdurarla en su enigma, airearla,
mancharla por lo hondo hasta serla, al galope
tendido del tedio?. ¿Quién,
especialmente eso, la hartara?
Especialmente nada, muchachos, ¡videntes
de otra edad! ¡Borges,
Publio Ovidio!, nada: lo cierto
es que no hay nada, salvo
cada 28 sangre
de parir y ése es el juego. De ahí vinimos viniendo los
poetas malheridos aullando
mujer, gimiendo
hermosura, Eternidad
que no se ve: especialmente eso, muchachos,
que no se ve.



 

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Gonzalo Rojas: Con la poesía, más vivo el vivir.
por Roberto Hozven.
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio
sábado 13 de diciembre de 2003.
Foto: Associated Press