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GONZALO ROJAS

METAMORFOSIS DE LO MISMO
Visor. Madrid, 2000.
613 páginas

por Joaquín Marco



Se trata de la obra poética completa del autor reordenada por él mismo. Lo más recomendable son los personales ensayos en prosa de la última parte.


Pese a que Gonzalo Rojas (nacido en 1917) es hoy uno de los poetas más representativos de Hispanoamérica y fue galardonado, entre nosotros, con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1992, su obra no había sido suficientemente divulgada. Metamorfosis de lo mismo viene a cubrir en parte esta injusta ignorancia, como tantas otras que se producen en el ámbito de la creación. Se trata de la obra poética completa del autor reordenada por él mismo según determinados apartados temáticos: “Concierto”, “El alumbrado”, “¿Qué se ama cuando se ama?”, “Historia, Musa de la muerte”, “Materia de Testamento”, “La risa” y “Vertiente en pobre prosa”. Aconsejaría al lector que iniciara la lectura del volumen por esta última parte, donde se reúnen una serie de personales ensayos en prosa, que permiten iluminar el conjunto y prescindir de “Palabra previa”, breve prólogo excusable.

Discípulo directo de Vicente Huidobro, Rojas se integró al tardío movimiento surrealista chileno a través del grupo que reunía la revista surrealista “Mandrágora” (1938–1941). Pero abandonará pronto la poesía “de escuela”, sin llegar a practicar el surrealismo en el sentido más extremo o puro. Sin embargo, su obra tuvo que dialogar y situarse entre la de gigantes: Gabriela Mistral, a la que poco, mas algo debe; pero la atracción de la obra de Pablo Neruda le resultaría irresistible e inevitable, asimismo, pese a restar en otro escalón, la de Nicanor Parra y su “antipoesía”, casi coetáneas. El lector podrá comprobarlo en “Gracias y desgracias del antipoeta” (páginas 540 y siguientes). Hacerse con una voz propia, admitiendo deudas de Vallejo, de Paz, de Borges, de Pablo de Rokha; aunque también de Ezra Pound, de Cesare Pavese, de los clásicos latinos y también de los griegos, de algún poeta español y de cuanto pudo ir descubriendo en una vida viajera y cosmopolita no podía resultarle sencillo. No lo fue ni siquiera para Enrique Lihn.

La poesía de Gonzalo Rojas admite en un texto sobre Borges: “Otra cosa que habré dicho otras veces en cuanto al registro de influencias por demás necesario en mis interminables mocedades es ésta: Vallejo me dio el despojo y cierto balbuceo en diálogo con mi asma y mi tartamudez y desde ahí el descubrimiento del tono; Huidobro acaso el desenfado; Neruda cierto ritmo respiratorio que él aprendió en Whitman (tan caro a Borges) y en Baudelaire; pero yo gané el mío desde la asfixia. ¿Y Borges? El rigor, ‘l´ostinato rigore’ que dijo Leonardo. Y el desvelo. Un desvelo al que se llega sin prisa, por incesante crecimiento”. Como Machado se planteaba desde la duda, es, a la vez, clásico y romántico; es decir, moderno y tradicional.

Hay abundantes muestras de metapoesía en su obra que, así reunida, pretende mostrarnos su unidad interior, su coherencia: una voluntad de afirmación. Los poemas más recientes, ya de vejez, tras la muerte de su esposa, resultan conmovedores y pueden entenderse como un canto interminable a la vida y a la juventud de un hombre que ha superado ya los ochenta con el corazón de veinte. Las divisiones resultan naturalmente forzadas. “La risa”, por ejemplo, pretende reunir aquellos textos que mantienen un tono irónico, que buscan la sorpresa del lector mediante el humor, siempre inteligente y lúcido. Por ejemplo, “Del fulgor”: “Como 7 fueron los libros que escribí sobre tus ojos, no/ publiqué ninguno, dejé/ que pasara el tiempo, que pasara/ la imantación de tus ojos por/ los ventisqueros y el que se encargara/ fuera Dios.// Tampoco Él hizo gran cosa, te dejó llorar...” que muy bien podría formar parte de “¿Qué se ama cuando se ama?”, porque el tema fundamental es amoroso.

Del mismo modo, otros poemas de este apartado son formalmente bien diferentes. Porque, como ya apuntábamos, pese a la deuda vallejiana, presente sin duda, Rojas alterna fórmulas irracionales, derivadas del Neruda más conocido y del menos, con otras de un Huidobro cuya materia básica es la palabra lúdica. Sin embargo, no acostumbra a desdeñar el tema, incluso la anécdota, en el poema. Pero podemos advertir, asimismo, la desnudez expresiva. No en vano mostrará su lógica admiración por la obra de San Juan de la Cruz.

Al margen de una poesía inspirada en sus experiencias, utilizará tal vez con mayor frecuencia materiales de carácter cultural: lecturas poéticas, experiencias musicales o cinematográficas. No deja de ser curioso para el lector español el poema “Tristana”, dedicado al filme de Buñuel (inspirado en la novela de Galdós, que ya no se menciona), donde el lenguaje busca transmitirnos el mundo y algún título del constante surrealista aragonés, heterodoxo del movimiento, como Rojas. Su final sorprende: “...Dios quiere dioses, qué película/ tramara Luis Buñuel con nosotros: a ti/ por Vía Láctea te diera el papel de loba/ espléndida, a mi el de/ clown ciego por partidario/ de la botánica oculta:– Cámara,/ y transfiguración; a/ volar”. También utilizará el lenguaje conversacional, el de la nueva tecnología, preocupado como Huidobro por la ciencia, y no desdeña, ni siquiera, aunque en contados poemas, el uso estético de chilenismos. Metamorfosis de lo mismo nos ofrece un poeta de considerable entidad, aunque lejos de la cumbre de un Neruda o un Huidobro. La reordenación de los materiales nos permite tener a mano, además, una perspectiva propia del autor. Ha incluido, asimismo, algunos poemas no editados anteriormente en libro. Y sus páginas en prosa finales resultan del todo recomendables.

 

 

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Gonzalo Rojas: Metamorfosis de lo mismo.
Crítica por Joaquín Marco
Fuente: Suplemento Cultural, Diario El Mundo
España.