¿En 
            qué mes de 1894 nació, al fin, Pablo de Rokha? 
            ¿El 25 de noviembre, como sostiene su biógrafo Fernando 
            Lamberg, o el 17 de octubre, como afirma Lukó de Rokha, hija 
            del poeta? En el primer caso, De Rokha sería sagitario. En 
            el segundo, sería libra. Pablo de Rokha tenía mucho 
            más aspecto de sagitario que de libra. Pero dejemos de lado 
            las supersticiones zodiacales para abordar el tema de las costumbres.
            
            La vida de Pablo de Rokha no discurrió exactamente en un lecho 
            de rosas. Con más exactitud, discurrió en un lecho de 
            rocas. El apellido Rokha, dicho sea de paso, que adoptó en 
            su juventud en reemplazo de su nombre civil no podría traducirse 
            por lo que él deseaba o sugería pues, en vez de “roca”, 
            Rokha vendría a significar “roja”. Tendríamos así 
            que Pablo de Rokha no sería sino Pablo de “Roja”. Gracias a 
            los desvelos de gente juiciosa como Naín Nómez (no Laín 
            Gómez), Juan Pablo del Río y otros, la obra de Pablo 
            de Rokha, uno de los tres o cuatro grandes de la poesía chilena 
            de todos los tiempos, es desenterrada en estos días del panteón 
            en que la sepultó la ingratitud de una época ante el 
            asombro y el interés de los más jóvenes.
            
            Según José de Rokha, hijo del autor de ‘‘Morfología 
            del espanto”, en su mayor parte las anécdotas que salpican 
            el itinerario del poeta pertenecen de hecho al género de la 
            fábula. En explicación pública de lo que fue 
            la vida en familia del poeta, acontecimiento verificado en la Sala 
            América de la Biblioteca Nacional, el pintor José de 
            Rokha afirmó que en la apreciación anecdótica 
            del poeta desbarran por igual los especialistas en ditirambos y los 
            maestros en diatribas. De acuerdo con sus palabras, Pablo, su padre, 
            estuvo lejos de constituir el valentón algo megalómano 
            que pretendieron destacar algunos. Como padre de familia, integrante 
            él mismo de un elenco de 22 hermanos, con algunos de los cuales 
            cortó amarras ya a horas del alba, no le fue fácil parar 
            la olla cotidiana sin mengua del ropaje de arrogancia con que 
            suele vestirse el trasformador del mundo. Cuesta muchísimo, 
            en suma, vivir al mismo tiempo la fase de la creación poética 
            y la fase del hombre que provee el sustento ordinario de los suyos.
            
            En efecto, la lucha por los garbanzos de que hablan los españoles 
            exhibe caracteres notablemente prosaicos. La lucha por la poesía 
            llevó por lo común a los líridas antiguos a practicar 
            una suerte de celibato. Si la Mistral y Neruda se hubieran llenado 
            de hijos (Pablo de Rokha fue padre de nueve), es seguro que el destino 
            de ambos habría mostrado líneas menos nítidas. 
            Hombre pobre, no pobre hombre -“caballero proletario”, como le gustaba 
            definirse-, Pablo de Rokha concebía la existencia al modo de 
            un combate descomunal o colosal contra las impías fuerzas del 
            filisteismo.
            
            José de Rokha recordó sus horas de niñez pasadas 
            en una casa modesta de la modesta calle Caupolicán, al otro 
            lado del Mapocho. Allí se probó que el escritor es una 
            institución virtualmente incapacitada para ganar plata. Las 
            necesidades apremiantes obligaban al padre a recurrir a los servicios 
            de la agencia de empeño (a cargo por lo general de un paisano 
            español) situada en las cercanías. Había tiempos 
            en que el viaje de los niños a la agencia de don Miguel, don 
            Pepe o quien fuera, resultaba trajín diario. Don Miguel o don 
            Pepe ostentaban la conducta de un hidalgo. Subían los valores 
            de la prenda en oferta para servir mejor al poeta en apuros. De esta 
            forma, yendo y viniendo, la vajilla de ochenta piezas de cristal se 
            redujo a un lotecito de veinte. El caballero de la agencia de empeños 
            seguía prestando el dinero como si se tratara del lote de ochenta.
            
            Lo más doloroso se produjo cuando el padre pidió a José 
            que fuese a empeñar el más hermoso par de zapatos de 
            la casa: los zapatos que usaba precisamente Pablo y que, con verdadero 
            amor, lustraba el propio José soñando acaso en un futuro 
            de pintor brillante. Aquellos zapatos, tasados a ojo de niño 
            por José en la posibilidad de un préstamo de 12 pesos, 
            no lograron sacar en la realidad ni uno más que siete.La desilusión 
            invadió al muchacho. 
          Pero todo eso no era terrible en comparación 
            con el pavor que infundía un personaje de moda en dichos lugares 
            y que no figuró jamás en nuestros libros: el “Págueme”. 
            Según José de Rokha, el “Págueme” era un auténtico 
            fantoche o cocoliche de carne y hueso, un mastodonte de hombre, vestido 
            con ropa de etiqueta y tarro de pelo. Este fantoche llegaba a la puerta 
            de una casa y profería el enorme grito de batalla: “Fulano 
            de tal, págueme”. La insolencia y la vergüenza anonadaban 
            a los moradores. Armado por los comerciantes del barrio, el “Págueme’’ 
            hallaba escasa resistencia entre los vecinos que mantenían 
            deudas insolutas.
            
            La mañana en que el “Págueme” llegó a la casa 
            de Pablo de Rokha presagió rayos y tormentas. Por las ventanas 
            aparecieron ojos fijos. En ese mismo instante José de Rokha 
            observó la trasfiguración de su padre. Al estentóreo 
            e impudoroso bufido de “Págueme”, Pablo de Rokha se colocó 
            con otro grito más sonoro, delante del agresor vestido de etiqueta. 
            El poeta arrebató el báculo de que se acompañaba 
            el cobrador disfrazado y dándole golpes en las piernas lo exhortó 
            a la fuga.
            
            El derrumbe bochornoso del “Págueme” desacreditó en 
            el comercio del lugar tan indigno procedimiento de cobranza. Ello 
            no permitiría librar de cuitas la difícil vida del poeta, 
            pero al menos lo autorizaría a decir que había derrotado 
            a un enemigo fantástico.
           
          
            
            Escritos inéditos de Pablo de Rokha
           Las Últimas Noticias 
            / Lunes 12 de abril de 1999 
            
            por Filebo
          
            Con Pablo de Rokha no había nada más dificil que ser 
            objetivos...
            Como él casi nunca lo era...
            Naín Nómez, que, según nuestros datos, no alcanzó 
            a conocer personalmente a Pablo de Rokha, ha llevado su adhesión 
            a la memoria literaria del controvertido maestro del vanguardismo 
            literario
            en Chile al ejercicio del albaceazgo.
            
            No deja escrito inédito de Pablo de Rokha sin revisar. De esta 
            búsqueda prolija, según se lee en un semanario santiaguino, 
            ha extraído tres libros: “Infinito contra infinito", “Cuero 
            de diablo” y “Rugido de Latinoamérica”.
            
            Entre paréntesis, existe un libro muy sólido de Guillermo 
            Blanco titulado “Cuero de diablo”. Se trata de una perdurable colección 
            de cuentos que Zig-Zag publicó en 1966.
            
            De acuerdo con la crónica que relata las exploraciones de Nómez 
            por los registros inéditos del autor de “Idioma del mundo”, 
            “... no todo lo que escribió De Rokha durante los años 
            1967 y 1968 saldrá a la luz en la nueva publicación. 
            Nómez reconoce que existe mucho material secundario (fue un 
            escritor prolífico, autor de 38 volúmenes) y hay varias 
            páginas de diatribas contra personajes de la época, 
            aparte de su pública y mutua animosidad con Pablo Neruda. Por 
            ejemplo, se expresa con
            virulencia respecto del conocido crítico Hernán Díaz 
            Arrieta (Alone) ...”
            
            “A Alone lo trata de homosexual, lo que para De Rokha era un insulto 
            importante. Lo acusa de haberse vendido a Neruda y a muchas otras 
            cosas, ya sea (o fuese, ¿no?) por dinero, fama o
            status.. .”
            
            Recordamos cierta expresión que usaba Carlos Droguett para 
            descalificar al Neruda de los años 60: “Ya está recalentando 
            comida”. Escarbar en los postreros archivos de un maestro que ha escrito 
            en abundancia y que ha publicado en abundancia, si es por traer a 
            colación la imagen culinaria de Carlos Droguett, es como querer 
            matar el de Rokha hambre con el raspado de la olla. A nuestro juicio 
            es allí donde no debe acceder nunca el exégeta.
            
            Para nosotros, que mantuvimos una leal amistad con Pablo de Rokha, 
            amistad que nos permitió compartir la charla llena de franqueza 
            alrededor de un sabroso guiso llamado chanfaina, la
            aparición de las Memorias resultó una novedad absoluta 
            por lo inesperada.
            
            Nunca imaginamos a De Rokha escribiendo memorias. Pues bien, la presencia 
            del poeta y
            profesor Nómez en los cotos de la descendencia de Pablo de 
            Rokha hizo posible el milagro de reunir páginas dispersas que 
            parecían inarticuladas y que a la postre constituían 
            la historia personal
            del gran vate contándose a sí mismo.
            
            Como decíamos al comienzo, la objetividad no era el signo de 
            mayor fortaleza de Pablo de Rokha. Con él, frente a él, 
            inevitablemente había que tomar partido. En forma curiosa, 
            el día de 1965 en que celebró en su casa la obtención 
            del Premio Nacional de Literatura, de su extenso comistrajo gozaron 
            por igual amigos y enemigos. A vuelo de pájaro calculamos en 
            una veintena el número de sus detractores que comían 
            y bebían a expensas del hombrón generoso.
            
            Eso tenía Pablo de Rokha: muy de capilla o fanático 
            en sus posturas literarias, pero completamente manirroto en sus manifestaciones 
            de amor por el prójimo. Ese día del Premio Nacional, 
            era él, Pablo de Rokha, el primero en saber que su modesto 
            y amable hogar de la calle Valladolid, en La Reina, era visitado en 
            simpática algarabía por tenaces oponentes de antaño.
            
            En nuestra mesurada opinión, donde hay un trabajo de fondo 
            que exige la comparecencia de voluntariosos rokhianos es en las páginas 
            de la revista “Multitud”. En esas páginas, Pablo de
            Rokha, con este nombre o con algún otro seudónimo, escribió 
            ensayos notables, tanto en el campo de la crítica como en el 
            de la polémica. Reunir en un volumen tales ensayos daría 
            lugar a un nuevo libro de la mejor vena del autor de “Arenga sobre 
            el arte”.