1.
Antofagasta no es la misma ciudad de hace veinte años. Ni tampoco Iquique o el soleado Mejillones,
que, para quienes no lo conocen, es una extraña mezcla entre industrias de energía, playas y
campamentos. Las mencionadas ciudades, ubicadas en el norte de Chile, caben en el concepto
intercultural. Puede decirse: unas más que otras. Y aquí surge una pregunta: De qué manera
entendemos la interculturalidad. La respuesta está en el diálogo permanente y evidente entre las
diversas culturas dentro de una ciudad. Dejemos hasta ahí el concepto de la interculturalidad, porque
si lo estiramos en extenso, se puede transformar en una utopía, pues el diálogo permanente nunca es
tal.
La interculturalidad que se vive en el norte pende de una cuerda tensionada. La tolerancia es frágil.

Rodrigo Ramos Bañados acompañado por los alumnos del Doctorado de Ciencias Sociales de la UPLA
en la presentación de su ponencia “Migraciones, subjetivación desde la Literatura Comparada”
6 de octubre 2025
Dos aspectos a considerar:
La migración utilitariamente pasará por un filtro político, del cual continúa atrapada no solo en Chile,
sino a nivel mundial. Se trata de migrantes pobres que llegan casi con lo puesto desde África,
Centroamérica y últimamente Venezuela. Todos ellos se desplazan debido a problemas de violencia en
sus respectivos países. La bienvenida en el nuevo país es de rechazo. Ese rechazo,
entendido desde la amenaza hacia lo que no se conoce, es reaccionado por la comunidad nativa bajo
una idea de protección hacia su espacio y sus costumbres. De manera exacerbada, esa protección coquetea con un nacionalismo con recompensa política, que alcanza la agresión (como sucedió en
Iquique).
1. El migrante afro está doblemente condenado, primero por ser pobre y luego por ser afro.
Esto último por una propaganda, también política, que lo ha estereotipado de manera histórica y
condenado, para ciertas personas, como el último peldaño social. Asunto que no parece cambiar en
algunas partes del mundo desde la época del esclavismo.
Vuelvo a la interculturalidad, como la posibilidad de tolerancia entre las culturas.
Entre las ciudades del norte de Chile citadas, todas impactadas en los últimos 20 años por una
migración explosiva desde el norte de Sudamérica, tomo el caso de Antofagasta para describir el
proceso de interculturalidad.
2.
La ciudad de Antofagasta, que se hace llamar capital minera de Chile, cuenta con una población de
al menos 500 mil habitantes. La ciudad mantiene una población flotante minera —que crece y decrece
de acuerdo al precio del cobre— y universitaria —concentra las principales universidades de la
macrozona norte—. La población extranjera, según el último censo, en la urbe alcanza al menos un
25% de sus habitantes (150 mil habitantes). De estos extranjeros, la mayoría son colombianos y
bolivianos. Luego vienen peruanos, venezolanos y argentinos. Dos factores para instalarse en
Antofagasta: posibilidad de trabajo y buen clima.
En la educación pública o “la municipalizada”, al menos el 60% de los estudiantes son
extranjeros o hijos de extranjeros con chilenos.
Y es en la educación pública donde se vive el proceso de interculturalidad a plenitud, desde hace
algunos años, al principio por iniciativa de algunos directores y actualmente por las circunstancias.
Las últimas Fiestas Patrias chilenas, en tanto, dan la posibilidad para que los escolares manifiesten
su cultura a través de danzas tradicionales de sus países. Las Fiestas Patrias dieron la posibilidad de
una fiesta intercultural. Obviamente, es un tema no exento de debate.
También en el contexto de Fiestas Patrias, la mejor exhibición de esta interculturalidad es todo lo
que se observó en las ramadas o fondas. Uno de los videos más vistos en las últimas en Antofagasta
fue el de una batalla de caporales, que es una danza boliviana, en las ramadas. La cueca y la salsa
también pueden convivir en esta mezcolanza. En oferta gastronómica: la “Empanadarepa” y la
consolidación del “Terremoto” como la bebida favorita por parte de los extranjeros. Ni hablar de los
nombres de las ramadas, algunos con alusiones a otros países. En conclusión: una fiesta chilena,
transformada en una fiesta intercultural.
Ese “trozo de torta” intercultural demuestra el grado de tolerancia con la cultura del otro país que se
ha alcanzado en Antofagasta, en los últimos veinte años. Esto puede responder al lazo familiar que
se ha alcanzado después de una primera generación de migrantes. Los hijos de chilenos con
colombianos o viceversa, por ejemplo, necesitan de una ciudad intercultural para vivir.
2.
Iquique (Tarapacá) y Antofagasta son consecuencia de la migración. Primero la migración china en
Chile, cuando los territorios correspondían a Perú y Bolivia, respectivamente. En ambos lugares, para
erradicar a la población histórica tanto peruana como boliviana, se aplicó la llamada “chilenización”
(que puede leerse en El Dios Cautivo, del historiador Sergio González Miranda, Editorial LOM), que
fue una razia compulsiva a través de las Ligas Patrióticas —mezcla cívica y militar— contra
peruanos y bolivianos apoyada por el gobierno. En Tarapacá fue más profunda y traumática.
Millares de peruanos regresaron cabizbajos a Lima, a recomenzar su vida.
La “chilenización” significó una revolución cultural en Tarapacá, adiestrando a las nuevas
generaciones (principios del siglo XX) en lo chileno. El desfile, aún vigente, es la expresión más viva
del sentimiento patrio en estos lares. Cada domingo desfila un colegio en la plaza pública, con una
banda de guerra del mismo colegio.
La historia en común del norte, a través de la minería, atrajo migrantes europeos, croatas, españoles
e ingleses, que formaron su oligarquía. A diferencia del migrante afro, esta vez la propaganda política
favorece al migrante blanco y europeo en el primer lugar de la escala social.
En Iquique, en los años ochenta -del siglo pasado-, aparece la migración por la Zona Franca de
Iquique, Zofri, con paquistaníes e hindúes. En adelante, hay una extensa pausa en cuanto a
migraciones.
En la primera década de los dos mil, irrumpe la migración colombiana, específicamente en
Antofagasta, principalmente por el desplazamiento de la población de las ciudades del océano
Pacífico, afrodescendiente, por la guerra interna de Colombia. Luego se suma el Valle del Cauca y
después otras regiones de Colombia, atraídas por esta “Antofalombia”.
Iquique, en tanto, como consecuencia de su memoria de chilenización y los relatos históricos de
la Guerra del Pacífico, tiene un acervo más reaccionario que Antofagasta.
La cuerda se rompió y sucedió la quema de enseres a migrantes venezolanos en Iquique, en 2021.
Donde, por suerte, no hubo fallecidos. Más allá de victimizar al migrante o condenar la reacción de
la comunidad, donde hubo evidentes intereses políticos, se trató de un incidente cuyo origen fue la
improvisación estatal. El Estado no se hizo cargo de una ola migratoria que arribaba al norte del país
en total descontrol, en el periodo final de la pandemia. La ola, cuyo destino era Santiago, se intentó
frenar en Iquique, provocando la reacción de la comunidad.
"Nos sentimos humillados, tratados como animales": venezolanos afectados por la protesta que
terminó con la quema de pertenencias de migrantes en Chile. (reportaje de la BBC).
3.
El escritor debe tener una responsabilidad social con su territorio, por ser parte de éste. Esta
frase la dije una vez en una entrevista, por mi libro “Trocha” (Narrativa Punto Aparte, 2020), que es
una crónica sobre los hechos de Iquique. Esta frase también cobra sentido en mi novela “Ciudad
Berraca” (Alfaguara, 2018).
En el norte de Chile, la alusión a la migración es poca en la literatura, pero puede hallarse en el libro
“Chonpen” (Navaja Editorial, 2022), donde se hace referencia a la migración venezolana en Iquique
con un correlato al pie de página. Francisca Palma, en el libro Iconoclasta (Navaja editorial, 2023),
aborda desde la mirada de un grupo de chicos de Alto Hospicio, migrantes del altiplano, el robo de la
cabeza de un monumento de Prat en el contexto de un desfile escolar.
En estos casos, la comprensión de la realidad proviene de escritores chilenos, del norte de Chile.
Las necesidades urgentes de sobrevivir pueden ser la excusa para que no surja una obra sólida
todavía en el norte, desde la mirada de un migrante venezolano o colombiano; sin embargo, hay
atisbos como estos: los cuentos del concurso “Antofagasta en 100 palabras”:
El Barbero de Cali
Caminó tres kilómetros desde la toma; necesitaba quinientos pesos para la micro que lo llevaría al
centro. Se cansó de escuchar: “No te da vergüenza, negro, con ese cuerpo pedir limosnas. Anda a
trabajar en una minera. Triste gente sin imaginación. Es cierto que era fornido, es cierto que podía
tirar pala hasta el infierno; también podía detenerse para mirar a otro tan pobre como él. Pero se trata
de lo que debía hacer. Caminando, llegó a la peluquería por primera vez, donde le esperaban las
lociones, las navajas, las tijeras y los azabaches sillones.
(65 años)
De arepas y Antofagasta
Llegué a Antofagasta con una chaqueta gruesa... en pleno verano. Pensé que el desierto era puro calor,
pero ese viento me hizo dudar si había aterrizado en la Patagonia. Los primeros días no entendía nada:
¿“al tiro”? ¿“pololo”? ¿Por qué todo termina en “po”? Intenté hacer arepas y se me quemaron: el gas
aquí parece que viene directo del infierno. Pero sobreviví. Encontré pan de batalla, aprendí a decir
“cachai” y ahora hasta reclamo por el precio de la palta como un chileno más. No he dejado de ser
venezolano, pero Antofagasta me adoptó... con todo y mis cuentos largos.
(15 años)
La voz del mercado
El Mercado Central de Antofagasta está repleto de acentos. Uno canta a todo pulmón con ritmo
caribeño; otro, con pie de cueca, comienza a deleitar. Una señora mezcla quechua y español, mientras
niños preguntan con tonos entre Chile y Venezuela cuánto cuesta el pan con palta. La cazuela invita
a probar, las arepas a gozar y las empanadas de pino perfuman con queso. Las palabras rebotan entre
puestos, chocan, se abrazan y se entienden a su manera. En Antofagasta, los acentos no se corrigen:
se comparten. Eso también es hablar chileno. Como una bandeja paisa, que todo lo une.
(13 años)