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ACCIDENTES DE UNA COMPOSICIÓN LAICA


Rosario Rivas Tarazona



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50,000 palestinos caen bajo el fuego del occidente,
atraviesan los silogismos oscuros de una constitución rota.

Palestina y la negación geométrica del estado:
4,000 muertos, la mayoría civiles, entre ellos
más de medio millar de niños y nonatos.
Poco menos de cinco millones desplazados
convertidos en polvo
Miles encarcelados sin acusación ni juicio,
4,082,300 expulsados por la ocupación israelí,
refugiados en sesenta campamentos,
Líbano, Jordania, Cisjordania, Gaza.
Sus nervios y conciencias expropiados
por la fuerza oficial del ejército,
sin derechos, sin ciudadanía,
residentes de una fosa diaria.
Y hay que añadir como corolario un millar de muertos,
698 civiles, 129 niños.

El espanto se retira a sus cuarteles,
marcando distancias ante la deflagración y el aroma ultra.
La bestia de todos los templos nos declara violentos,
en tiempos de oscuridad nos escupe sus tuétanos,
gritando su derecho de tierna duramadre.

Duerme la arteria su linaje y cornucopia
dentro de húmedas oficinas y cerrojos,
donde nacen las multitudes dirigentes.
Se ha decretado el final:
el asesino es justo,
el asesinado es culpable.
Aleluya y gloria a la bestia de todos los templos.

La soga del amanecer tiembla enloquecida,
la herida es atroz, irreparable:
un grito bajo el agua sacude 
los altos muros de huesos frescos.
El futuro desconoce los preparativos,
su espacio es el silencio de todas las hambres.

De pequeño, he asesinado nativos y soldados,
he arrasado tribus enteras,
saqueado y violado aldeas,
he derribado aviones, volcado tanques.
Y no sabía.

Una foto de la familia guarda luto;
una estrella de muerte ha nacido en la radio Bratislava.
La hora descubre todas las soledades
y sonríe en su tumba virgen.

Un patio huye de la tarde,
escondiéndose detrás de su grado cero.
El desprecio de las tropas intenta suicidarse,
saltando por la ventana de algún edificio por caer.
Agazapado, el hastío cierra las puertas
para no ser descubierto.

1870 bombas de fragmentación,
quemaduras de fósforo blanco,
1,200,000 unidades de munición
consumidas en treinta y cuatro días de agresión.
1,187 muertos, 4,060 heridos,
260,000 desplazados,
174 pueblos bombardeados, destruidos en parte.

En las calles, los puentes han encontrado manojos de césped.
El martirio con sigilo arremete en busca de autopistas;
la agonía desborda su banquete,
clava su estaca.

Nada más auténtico que este juego.
Desanda el arcano su proximidad de horror;
la rapiña se revuelca en su lujuria.
Cautiverio, entraña, desecho:
largo destello de cifras con nombres ausentes.
Las multitudes pasean los aceros;
el juego mutilado, huella de una apología de sangre.
Veredas, alaridos de esquina.
Nadie presiente que se llenarán todas las arcas
de olvido y espanto.

Desde la antigüedad, los sitios guardan
distancias nuevas.
La cal sin antepasados se recita a sí misma.
Acantilados y ríos de lenguas desconocidas
en los muros, un silencioso nocturno.
La ciudad dentro del pánico clausura el aforo
entre canciones imposibles.
Las alambradas recitan la hora del ángelus;
nadie escapa a la mano del cáliz.
La doncella nace viuda; el hijo, huérfano.

Carruseles en su laberinto
estallan entre los globos del parque.
Fuera de toda norma la bala se muda a los cauces.
Los puentes en la niebla para desafortunados.

Levanta esta función que no sea dicha,
que no hablen.
Declara la pantalla en blanco:
15, 20, 33 amperios de un fruto que se pudre.
El miedo y la fama suman los minúsculos
capítulos orientales en el huerto de los desahuciados.
Las alegorías son inútiles;
segregan los recuerdos en la fuga.
El barro celebra el día que desaparece
en progresiva desolación.

El grito ocupa su puesto, impaciente,
sobre un paisaje inacabado.
La máquina que mide el estallido del deseo
calcula eventos sobre los acantilados.
La espuma come larvas que han olvidado
la alquimia en los amarres del ditirambo.
El colibrí vomita trazos para huir de los presagios.

No escribe fábulas el viento,
y no es posible entonar un saludo que se pierde.
El sol es el viudo de los perros soviéticos;
la cruz es para los turistas
donde nunca ha existido un rito para huérfanos.
Han varado a los huéspedes,
arañando el bucle ebrio atado al vapor
y al artificio de las despedidas.
No decoran tu paso las caravanas,
solo la carcasa de un murmullo.
Fragua tu coito entre paisajes y atmósferas.
Allá los vivos, acá el pueblo:
todos están muertos.

Un concierto en off rasga la velocidad de la Luna.
Colapsan los drones y los limbos temporales.
Vivir hoy que están linchando las tibias,
y reclaman los sobrevivientes el detalle de sus siglas.
Arrojados todos al camino de otro cielo,
se encienden los luceros, gatos y vagabundos.
En desconcierto crece el césped
detrás de la charca; tu amor revela nuestra edad.
El trauma que fuera mi estado homosexual;
la inmortalidad se aburre de nosotros.

Leerás tú sin horror vacui en tu claro camerín.
Sedes, conferencias, remotas ánimas de súbito.
El adolescente que en su recital tardío
desinstala aplicaciones proletarias, crónicas promesas
para invitar al demonio a casa.

No ha habido electricidad ni galaxias.
En primera persona, nadie visita a los enfermos.
Después de la señal, deje su mensaje.
Los cartílagos anclados al horizonte
ante la aceleración del incendio
brota más transparente la coda,
y su enfermizo recuerdo se alterna en cada trazo.
Los anuncios del backstage prodigan excusas
a la sagrada mácula.
Venden el alma por un boleto interruptus y una falla.
No hay tripulación que saludar,
ni vuelos extraordinarios para inmigrantes.
Linajes de otro mundo,
el descaro de la ruta 88 al margen de la acústica.
Terminal vuelve al estreno;
la estrofa y el acento rebotan
ante el código de mantenimiento
y un océano de estática.
Vagan en pos de los hechos las máquinas de lo imposible.





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ACCIDENTES DE UNA COMPOSICIÓN LAICA.
[50,000 palestinos caen bajo el fuego del occidente].
Por Rosario Rivas Tarazona.