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NOTAS DISPERSAS A PARTIR DEL CASO IGNACIO VALENTE

Por Rafael Rubio B.

 

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1.-No hay –no puede haber- un criterio objetivo para evaluar la calidad de un producto artístico. El concepto mismo de calidad no es ahistórico; por el contrario, es una noción cultural y, por lo mismo, sujeta a cambios. El postulado de que las obras actuales no tienen la calidad de productos literarios anteriores es literalmente lógico. No obstante, extraer de esa constatación un juicio valórico es incorrecto, en tanto expresa un prejuicio ideológico.  En resumen, nadie puede escribir poemas de la “misma” calidad que Enrique Lihn o Raúl Zurita, ni se le puede reprochar a Jorge Teillier no haber escrito sonetos como los de Martín Adán. 

2.-Creo en el derecho de todos los poetas a la visibilidad crítica, independientemente de su importancia como autores y de sus planteamientos estéticos. Los poetas considerados “menores” son tan necesarios como los “mayores”  y tienen sus mismos derechos. La crítica de los “gacetilleros” cumple, pues, un rol importante dentro de este escenario -¿utópicamente?- democrático.

3.-Ante la incertidumbre de la ausencia de criterios objetivos para la valoración de la poesía, me aferro a la materialidad del lenguaje. La poesía es una producción material en la medida en que los objetos con los que trabaja – las palabras - son entidades materiales. Tienen peso, sonido, textura. Susceptibles de ser analizados fonológica y fonéticamente –en la forma de espectrogramas y oscilogramas- son objetos concretos. Esa materialidad del poema permite cierta objetividad en su apreciación. La afirmación de que es imposible cualquier tipo de objetividad en la “valoración” de un poema es, pues, también un prejuicio ideológico. Ojo que hablo de “cierta” objetividad, pues el lenguaje, a la vez que un producto material es también un producto ideológico. Tomando esas precauciones, me atrevo a afirmar que sí existen algunos criterios materiales que permitirían detectar cuando un poeta nos quiere hacer pasar gato por liebre o liebre por gato.  Con esto, relativizo el punto 1.

4.-En resumen: aferrado a ese nicho de relativa certeza en el campo de la valoración crítica, me permito disentir de la afirmación de que el “panorama” poético actual es pobre. (La pobreza está en otra parte, como sabemos. Y no es una metáfora. ¿cierto?). Así, creo que poetas como Juan Cristóbal Romero, Yeny Díaz Wentén, César Cabello, Germán Carrasco, Sebastián del Pino, Jaime Huenún, Marcelo Guajardo, Roberto Onell, Gloria Dunkler y tantos otros –que admiro y respeto- son un testimonio categórico de una poesía viva, con un auspicioso estado de salud.

5.-En relación a la crítica académica- y en esto concuerdo con Ignacio Valente- el estado de salud es más bien precario. La autorreferencia en ese ámbito es una ley inquebrantable. Cuando los académicos –dentro de los que me cuento- escriben sobre una obra poética, pareciera que lo hacen para demostrar la viabilidad y productividad de un marco teórico, más que para demostrar la productividad de la obra.  Consecuentemente, toman como objeto de estudio obras que se ofrecen dócilmente a la teoría que pretenden validar. Sólo así se entiende que la crítica académica –seducida por los Estudios Culturales y de género-  haya mostrado tanto interés en los escarceos menores de Héctor Hernández, Diego Ramírez, Felipe Ruiz, entre otros poetas “marginales”. Sinceramente, creo que los fonetistas y lingüistas, en tanto sus preocupaciones se centran en la materialidad del lenguaje,  tienen más que decir sobre la poesía que los propios académicos y teóricos de la literatura.

6.-Estoy en completo desacuerdo conmigo mismo.

7.-Estoy en completo desacuerdo con la afirmación 6.



 

 

 

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Notas dispersas a partir del caso Ignacio Valente.
Por Rafael Rubio B.