Me acerco a esta obra desde un lugar íntimo y reflexivo, como mujer, como filósofa, como pedagoga y como lectora que ha habitado la vigilia, el amor roto y el lenguaje como refugio y rasguño. Al leer “Herencia del insomne”, me encontré en espacios de la existencia humana que no siempre queremos habitar, como la fragilidad masculina, la imposibilidad del amor redentor, y el cuerpo como territorio de duelo. Rodrigo Verdugo nos entrega aquí una constelación de imágenes radicales, cada verso es una fractura que ilumina, y la palabra poética aparece como cobijo del mundo que ha extraviado sus mapas, dibujando sentidos desde la grieta, desde el temblor y desde la vigilia.
En estos tiempos donde la masculinidad suele polarizarse entre la negación culpable y el endurecimiento reaccionario, este poemario nos confronta con una masculinidad que ya no puede sostener el mandato de firmeza, control o heroicidad y ofrece una tercera vía, la del reconocimiento desgarrado y honesto de la vulnerabilidad. Aquí, el hombre es el padre extraviado, el hijo herido, el amante ausente o el cuerpo enfermo, entonces, lo masculino aparece como fractura, pero a la vez como una posibilidad de mirar y habitar la humanidad.

Rodrigo Verdugo
En este libro, no hay escenas de encuentro pleno, sino rituales vacíos, camas compartidas con la sombra y frases que duelen más por lo que no dicen.
Y, sin embargo, hay amor, hay deseo, hay cuerpos que siguen buscándose, aunque ya no sepan para qué. Es ese tipo de amor que no salva, pero tampoco desaparece, sino que persiste como pregunta abierta, como gesto inacabado, como alianza espumosa.
Un amor que no es refugio, sino prueba, un deseo que es desborde y figuras femeninas que se deshacen en símbolos que no pueden sostenerse, aparecen desde una escritura que no busca cerrar sentido, sino abrirlo hasta el vértigo. Así, nos instala en una ética del insomnio existencial, en una vigilia que no permite cerrar los ojos frente al sinsentido del mundo. “Herencia del insomne” carga con herencias que no pidió, con duelos no resueltos, con vínculos que no cuajaron y su poesía emerge como única forma de estar con los ojos abiertos, como lenguaje de los que no tienen consuelo. En este sentido, es también un acto filosófico y político, en tanto enuncia lo que no tiene forma, visibiliza lo que tiembla, y pone palabras donde el lenguaje parecía agotado, para abrazar desde la compañía que nos recuerda que incluso cuando no hay manual, cuando todo se cae, aún podemos escribir, aún podemos leer, aún podemos —aunque sea entre ruinas— tratar de amar.
En el universo poético de Rodrigo Verdugo, el vínculo no redime, más bien, carga, arrastra y enferma. Pero también resiste como posibilidad, en esa zona liminal donde los cuerpos se siguen buscando, aunque ya no sepan para qué. Entre estos cuerpos, este duelo, este insomnio colectivo, aparece un poema que me dedica, y que leo también como un gesto hacia quienes hemos elegido —o sido elegidas por— otras formas de amar.
Mientras ellos
entran
a un motel
yo me refugio
bajo las frazadas
con un terror cósmico.
Este poema no es sobre el rechazo del deseo, sino sobre su transformación en abismo. Mientras “ellos” —una pareja genérica, quizá símbolo de lo normado— entran a cumplir el rito de lo sexual, el hablante se repliega a su cama, no a descansar, sino a temblar. A experimentar algo que nombra como terror cósmico: una angustia que no es psicológica, sino ontológica. Algo que compartimos quienes no sabemos si el amor todavía nos puede sostener. Rodrigo Verdugo expresa así que, frente al ruido del deseo normado hay otro modo de existir en el amor, uno que tiembla, que se esconde, que no se consuma, pero no por cobardía, sino por desbordamiento metafísico. Ese “terror cósmico” es un estremecimiento ante lo infinito, ante el sinsentido del mundo cuando el amor se convierte en ritual vacío. De esta manera, la prostitución de los afectos, las herencias ilegibles, las sexualidades rotas, las religiones invertidas, los cuerpos sin piedad, los rituales vaciados, expresan formas de alienación contemporánea que la escritura dibuja como intento desesperado por nombrar lo que ya no se sostiene. Finalmente, la imposibilidad de dormir en paz es la metáfora de una subjetividad hiperconsciente del sinsentido, nosotros los insomnes estamos condenados a recordar, a cargar con cuerpos y dolores simbólicos, y en esta bruma, nos dice el poeta podemos hacer una alianza espumosa entre quienes seguimos soñando, a pesar de todo, con algún tipo de luz.
Gracias, Rodrigo Verdugo, por este libro que arde y abriga.
Léanlo con los ojos abiertos y también con los ojos cerrados.
En las mañanas de insomnio, en las noches de sueños y en los días claroscuros.

(*) Licenciada en Filosofía, Licenciada en Educación,
Magíster en Ética Social y Desarrollo Humano, Doctoranda en Cs. Sociales
Sgto. 2025