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Presentación de "TUGURIO" de Jorge Ramírez Avila
Camondo Editorial


Por Rodrigo Verdugo


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Para referirnos a algunos aspectos de “Tugurio”,  tercera obra del poeta, novelista y actor Jorge Ramírez Avila hay que remitirse a una obra anterior suya: “Halo de Pezón”, publicada en las míticas ediciones del Teniente Bello, allá en la década de los 80. La crítica literaria de ese entonces, en especial Luis Sánchez Latorre, Filebo, la consigno dentro de las formas renovadas de aproximarse a la sexualidad y al erotismo, rompiendo y distanciándose por ejemplo de los modos adoptados en la poética nerudiana. Este rompimiento que se inaugura con Nicanor Parra, —donde se dan los primeros indicios de un enfrentamiento entre seducción versus producción— es heredado por Enrique Lihn quien lo traspasa a varios poetas de los 80: Diego Maqueira, Claudio Bertoni, Rodrigo Lira, Tomas Harris y por supuesto Jorge Ramírez Avila. En muchas de las obras de los autores antes mencionados es más que evidente la imposibilidad de una perspectiva lirica sobre el amor. Dentro de un tratamiento más moderno y a estas a últimas diríamos postmoderno de la sexualidad y de paso del erotismo, da cuenta “Halo de Pezón”, sumándose también a los rompimientos con los cogidos morales impuestos al lenguaje. Si en Neruda celebrar el despertar de la sexualidad era a escala cósmica y terrestre, Ramírez Avila viene a ponerlo en entredicho dentro de la propia experiencia adolescente en un plano mucho directo y con un habla por cierto más directa.


Jorge Ramírez Avila

El despertar sexual ocurre a pesar del propio sujeto, será entonces que desde “Halo de Pezón” hasta “Tugurio”, la poética de Jorge Ramírez Avila, se expande discursivamente desde esa sexualidad, a pesar de sí misma, hasta la vulnerabilidad masculina. Pero dentro de este desenfadado abordaje de lo erótico, hay algunas salvedades, que ya venían ensayándose en la anti poesía de Nicanor Parra, donde el ser femenino es más bien objeto de reparo por parte del hablante, quien lejos de celebrarla o de acentuar la vinculación mujer-naturaleza, apunta a una degradación no solo de eros sino de las relaciones amorosas. Por otra parte, las fuerzas de la naturaleza quedan escindidas de la figura de la amada, rompiéndose así los modos anteriores de celebración de lo sexual, trabajados por Pablo Neruda y también por Vicente Huidobro. “Tugurio”, texto poético en VII actos, nos muestra a modo de una progresión narrativa desde su primer acto, un hablante quien, acorralado por la fantasmagoría genealógica, que lo subyuga —casi al modo de José Donoso:

“A cada tramo me asaltan los ancestros
con lisas y canas mechas
y ya no sé cuál de ellos vive
ni se cual es un espectro”.

Posteriormente va buscando como el flañeur baudeleriano una instancia para la liberación de los sentidos:

“La puerta de una cantina se parece a la del cielo como a la del infierno”.

Allí emerge el escenario del tugurio, donde la aparición al modo de bello lucero, (al decir de Enrique Lihn) en este caso una bailarina, dará lugar más que a la urgencia erótica, a una fantasmagorizacion del objeto del deseo del poeta. Si bien el código de la corporalidad en “Halo de Pezón”, es más evidente y directo, en “Tugurio” se asiste a una suerte de metamorfosis de ese objeto de deseo, esta bailarina que aparece, desaparece y en quien la materia adopta como en toda mujer, la sensualidad vital de la naturaleza, que busca ser corroborada:

“La veo donde sea que voy y nos ninguna.
Se que existe la olí,
Zapatos de taco alto; sensuales y elegantes
Correa angosta, delicada hebilla, pie desnudo”.

A pesar de perseguir la radicalidad de lo corpóreo y lo sexual, esta fantasmagorizacion del propio deseo, no puede ser superada, puesto que lo erótico queda reducido a imagen y artificio, y la experiencia amatoria queda o podría quedar sujeta a lo falso:

¿Dónde se escabullo?
¿Puede aparecer y desaparecer?

“Falsa alegría de falsos hombres que buscan falsas mujeres para un falso amor”.

El hablante no puede a ciencia cierta confirmar si fue aparición o una experiencia corporal. Ante esta duda, nos dice:

“Hice cuanto pude por encontrarte
Cuando ya vencido fue el milagro de tu aparición en la calle”.

Finalmente la radicalidad de lo corpóreo es confirmada:

“Real, dicen mis manos
Calor embriagador que lubrica los cuerpos
Entonces yo ahí, yo en la altura justa de la zarza”.

Pero esta fantasmagorizacion del deseo, sigue sin ser superada, pues esta aparición se impone por momentos a la radicalidad de lo corpóreo, a la urgencia del deseo, -sin embargo y al igual que en “Halo de Pezón”, viene un descargo, un reparo contra el ese ser femenino tan buscado y perseguido, como ocurre en muchos momentos de la poesía de Claudio Bertoni:

“Ojalá te ataque
un temblor del cuerpo
que te deje una trizadura irreparable
en esa tu vana piel como la porcelana”.

Finalmente, la bailarina, que metamorfoseo y fantasmagorizo a la vez el deseo del poeta, termina tomando voz en el poema, en este fragmento que con ese decir tan propio de la poética de los 80 remata:

“Yo una de todas
maraca puesta la concha
al alcance de tu mano.
Iluminada como la virgen
rodeada de velas en su gruta,
me aparecí bajo los faroles de la calle.
Ensartada hice
la asunción del cielo”.




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