Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Raúl 
          Zurita | Ariel Pérez Rosas | Autores | 
             
            
              
              
            
            Poesía 
              y hermenéutica: 
              Un diálogo con el poema 
                “La vida nueva” de Raúl Zurita, 
                desde los postulados de Hans-Georg Gadamer.
                
                Por Ariel Pérez Rosas
                La Paz, 2005
             
           
             
              
                  “Los poemas son como botellas arrojadas 
                  al mar...”
                  Paul Celan 
                  
                  “(...) siempre hay alguien, este o aquel, 
                  que encuentra el envío y lo recoge”.
                Hans-Georg Gadamer
            
            
                El ejercicio de interpretación que se 
                  desarrolla en estas páginas, no es otra cosa que un acto de 
                  escucha y habla; un diálogo franco entre la voz del poema La 
                    vida nueva, escrito por el poeta chileno Raúl Zurita en el año 1994 y el autor de este ensayo. Se trata de un intento 
                  de desciframiento, un des-ocultamiento del contenido de uno de los 
                  poemas herméticos más intensos que, a mi juicio, se 
                  han escrito en los últimos 20 años en el campo de la 
                literatura en lengua hispana.
          
          
          
          Breves consideraciones 
            hermenéuticas:
          A decir de Gadamer, “El poema no está ante nosotros como 
            algo con lo que alguien quisiera decir algo, por el contrario, se 
            yergue ahí en sí”. La palabra poética se 
            manifiesta ella misma en su decir; dicho de otro modo, se declara 
            por completo. Un poema es lenguaje que no sólo significa, sino 
            que es aquello que significa; un texto que se mantiene unido en sí 
            mismo por medio del sentido y el 
sonido, 
            y que cierra hasta la unidad un todo indisoluble. Lo que la poesía 
            evoca por medios lingüísticos es ciertamente, intuición, 
            presencia, existencia; sin embargo, cada individuo que recibe la palabra 
            poética y que dialoga con ella, encuentra un cumplimiento intuitivo 
            propio. Gadamer explica que “todo interpretar de la palabra poética 
            interpreta sólo lo que la misma poesía ya interpreta”. 
            En definitiva, ambos, poema e interpretación, se consuman en 
            medio del lenguaje.
          Este ejercicio de interpretación no pretende preguntarse por 
            lo que el poeta Raúl Zurita haya querido decir. Pues, siguiendo 
            los postulados de Gadamer, lo que el poeta haya querido decir no puede 
            ni debe resultar vinculante para la interpretación hermenéutica.
            
            Desde esta perspectiva, ni Raúl Zurita como poeta, ni el interprete, 
            poseemos legitimación propia, puesto que, como nos advierte 
            Gadamer, “allí donde hay un poema, ambos quedan siempre 
            rebasados por aquello que propiamente es”. Es evidente, entonces, 
            que, tanto poeta como interprete, terminamos subordinándonos 
            a la palabra poética; al mundo construido dentro del poema.
          Gadamer expone magistralmente su tesis respecto a la poesía 
            en los siguientes términos: “(...) la obra de arte literaria 
            tiene, más o menos, su existencia para el oído interior. 
            El oído interior percibe la conformación lingüística 
            ideal, algo que nadie podrá oír nunca. Pues la conformación 
            lingüística ideal exige de la voz humana algo inalcanzable, 
            y éste es precisamente el modo de ser de un texto literario” 
            .
          Sí, todo acto interpretativo tiene limitaciones, las que el 
            propio texto le impone. Al realizar este ejercicio interpretativo, 
            espero descifrar el contenido del poema La vida nueva, y si 
            lo hago correctamente, habré encontrado su sentido. Es, por 
            tanto, un intento de desciframiento, como si se tratara de signos 
            de escritura que se han vuelto casi ilegibles; de ahí que a 
            este poema lo haya calificado de hermético. Nadie que conoce 
            este poema duda que algo hay en él; sin embargo, hay que ponderar 
            muchos elementos, adivinarlos, comprenderlos; oírlos, en suma, 
            para apropiarse de él. 
          Al fin y al cabo, no me queda más que hacer mi propio oficio, 
            que consistirá, esencialmente en, “(...) a través 
            de pensar, mostrar lo que es. Y mostrar lo que es, en el pensar, significa 
            enseñar a ver algo que todos podemos llegar a ver y entender.” 
            . Mi desafío será entonces, señalar una dirección.          
          A continuación expongo el texto del poema en toda su extensión:
          
           
             
               
                
                  “Como una vergüenza que yo tenía 
                    empecé a soñar,
                    miré sí, soñé que estaba acurrucada 
                    contra la
                    pared igual que una india chamana y que una
                    gran cantidad de gente me rodeaba mirándome y
                    yo toda sola, muerta de vergüenza, trataba de
                    cubrirme. Iba a parir, y mi terror era qué 
                    hacer para cortarle el cordón a la guagua cuando
                    ella saliera. Cada vez más encogida ya no sabía
                    dónde poner la vista, y lo único que quería 
                    era 
                    hacerme más chica y más chica para desaparecer 
                    de los ojos que me observaban. Parí. Entonces 
                    le tomé el cordón con la boca y lo corté
                    mordiéndolo. Creí que todo había pasado, 
                    pero
                    detrás venía otra pujando. Cuando ya estaba
                    afuera también le corte el cordón con los dientes. 
                    Pero todavía venía una más y detrás 
                    de esa otra;
                    y luego otra y otra y otra más, que igual parí,
                    una por una, rebanándoles el colgajo a
                    mordiscos. Entonces me fui para adentro y me 
                    vi entera las entrañas. Me veía como por una
                    ventana transparente, toda por dentro me miré 
                    y allí estaba el cordón umbilical colgando, 
                    igual que una tripa, cortado, goteando sangre.”
                  
                
              
            
          
          
            La voz de la vida nueva (ejercicio 
            interpretativo): 
          El poema se nos abre como una alegoría; un conjunto de imágenes 
            míticas construidas en torno a la figura de una mujer y a la 
            escenificación de su parto. Es el yo poético femenino 
            el que habla, el que refiere desde su mundo onírico, la figura 
            de una india chamana que “muerta de vergüenza” (como lo 
            expresa el poeta), va pariendo una a una sus guaguas. Pero ¿quién 
            es esa voz de mujer; ese yo poético femenino que dice y sueña 
            en primera persona y que se desdobla en una india chamana para recrear 
            el mito fundacional del alumbramiento? Para descifrarlo se hace necesario 
            recurrir a las metáforas del tiempo y a la interpretación 
            de la cábala, pues, como iremos descubriendo en el transcurso 
            del poema, éste no sólo está estructurado sobre 
            la base de tres momentos sucesivos, planos secuenciales o temporalidades, 
            sino también, el mito del alumbramiento se repite secuencialmente 
            siete veces. El tres y el siete. En la cábala, el tres representa 
            la convicción de que nada puede limitar a lo que contiene el 
            todo, es el equilibrio dinámico que fragmenta interiormente 
            la unidad en tres momentos: la pasividad, la actividad y la unión 
            o el resultado de los otros dos. Simboliza lo activo sobre lo pasivo, 
            el orden interior de toda creación, pero también el 
            equilibrio necesario entre el cielo, la superficie de la tierra y 
            su interior, “mundos” descritos por Dante Alighieri no sólo 
            en su Divina Comedia, si no también en el poema la Vita 
            nouva, del cual Zurita saca el nombre para nombrar su propia creación: 
            La vida nueva. 
          Mencionemos pues los tres momentos en los que se divide el poema: 
            El primero, el de la referencia al presente directo que nos sitúa 
            en el ahora y que nos plantea una suerte de primer plano temporal; 
            el segundo, que relata la odisea de los siete alumbramientos; un mundo 
            onírico narrado desde el yo poético, momento de intensidad 
            suprema en el que la acción va cobrando vigor en velocidad 
            y profundidad, tal como lo señala la cábala; y, el tercero, 
            un momento de profundo recogimiento, una suerte de viaje interior 
            o de retorno al origen, es decir, el momento de la unión; un 
            volver a la unidad. 
          Así, el primer momento estaría representado por el 
            siguiente fragmento, que es, precisamente, el que abre el poema:
          
           
             
              
                
                  “Como una vergüenza que yo tenía 
                    empecé a soñar,
                    miré sí, soñé...” 
                  
                
              
            
          
          Advirtamos que el yo poético, hasta aquí, es indeterminado; 
            es decir, no existe ninguna referencia al género de quien habla. 
            Indiscutiblemente nos encontramos en un primer plano temporal. Es 
            alguien que está en un estar-ahora-pasivo. Nada se nos dice 
            de dónde se encuentra; sin embargo el yo nos “relata”; nos 
            cuenta un acontecimiento: “empecé a soñar, miré 
            sí, soñé...” Una acción que, si bien 
            es acción en el sentido lato del término, se realiza 
            desde la pasividad de lo silencioso e indeterminado. Un sólo 
            dato se nos revela: la acción que se efectúa desde la 
            pasividad, se la realiza con la mediación de un sentimiento 
            contenido: la vergüenza: “Como una vergüenza que yo tenía 
            empecé a...” ¿Pero qué es lo que nos dice 
            esta vergüenza? Quien nos habla, es alguien que tiene 
            una suerte de ensimismamiento, un sentimiento contenido que, llegado 
            el momento -este momento-, se desborda, actuando como una suerte de 
            detonante de la acción que se viene: el sueño. Advirtamos, 
            también, que la acción de soñar se nos presenta 
            estrechamente vinculada (casi en una relación sinonímica) 
            con la acción de mirar “(...) empecé a soñar, 
            miré sí, soñé...” Aquí, mirar, 
            más que un mirar en el sentido externo del término, 
            se refiere al acto de “ver”, es decir, al verbo. Y aquí se 
            hace necesario hacer un paréntesis: todos lo verbos indican 
            acción, pasiones, operaciones con un sentido simbólico 
            inmediato que derivan de la simple transposición al plano espiritual 
            de su significación material o directa. Así, ver, 
            simboliza el acto de ver desde y con el espíritu; penetrar 
            con la imaginación a un mundo -que no es éste-, desde 
            otro mundo, que es éste. 
          El segundo momento estaría conformado por el siguiente fragmento:
          
           
             
               
                
                  “(...) estaba acurrucada contra la
                    pared igual que una india chamana y que una
                    gran cantidad de gente me rodeaba mirándome y
                    yo toda sola, muerta de vergüenza, trataba de
                    cubrirme. Iba a parir, y mi terror era qué 
                    hacer para cortarle el cordón a la guagua cuando
                    ella saliera. Cada vez más encogida ya no sabía
                    dónde poner la vista, y lo único que quería 
                    era 
                    hacerme más chica y más chica para desaparecer 
                    de los ojos que me observaban. Parí. Entonces 
                    le tomé el cordón con la boca y lo corté
                    mordiéndolo. Creí que todo había pasado, 
                    pero
                    detrás venía otra pujando. Cuando ya estaba
                    afuera también le corte el cordón con los dientes. 
                    Pero todavía venía una más y detrás 
                    de esa otra;
                    y luego otra y otra y otra más, que igual parí,
                    una por una, rebanándoles el colgajo a
                    mordiscos.”
                  
                
              
            
          
          Es en este segundo momento cuando se nos revela el yo poético 
            en su género. Es la voz de una mujer quien nos habla, es un 
            yo femenino. Esta constatación cobra particular significación 
            al momento de reparar en que la mano que escribió este poema 
            es masculina. Estamos pues, frente a un desdoblamiento, un acto de 
            reconocimiento de que sólo desde lo femenino es posible hablar 
            (decir-relatar) el mito fundacional de la creación. ¿No 
            es acaso este reconocimiento, un reconocimiento fáctico de 
            la dualidad, esa complementariedad indisoluble que existe entre lo 
            masculino y lo femenino; la totalidad? Pues bien, la voz poética 
            indeterminada del primer momento, se nos devela aquí como una 
            entidad “igual que una india chamana”. Es ella quien toma la 
            palabra para relatarnos, testimoniar su parto. Es ella quien consuma 
            el rito y quien, en definitiva, le da sentido al poema. ¿Pero 
            por qué una india chamana?, ¿Qué se esconde en 
            este personaje? Para nadie es desconocida la gran fuerza simbólica 
            y mítica que representa el chamanismo en nuestro continente 
            indoamericano. Es la dimensión mágica que entra en escena. 
            Es ella, que con sus poderes y saberes que le han sido conferidos 
            por la naturaleza (nuestra naturaleza) y sus ancestros, nos hace vivir 
            el mito fundacional de la creación; pero no de cualquiera, 
            sino la de la nuestra.
          La india chamana -nuestro yo poético- está acurrucada 
            contra una pared, tratando de cubrir su cuerpo ante una gran cantidad 
            de gente que la rodea y la mira, y, sin embargo, sola: “(...) estaba 
            acurrucada contra la pared igual que una india chamana y (...) una 
            gran cantidad de gente me rodeaba mirándome y yo toda sola, 
            muerta de vergüenza, trataba de cubrirme”. Encontramos aquí 
            una india chamana indefensa, casi acorralada por quienes la miran; 
            descubierta. ¿Acaso podría haber una imagen literaria, 
            una escenificación más precisa del momento del “Descubrimiento 
            de América” que ésta? ¿Acaso quienes la miran 
            no representan al otro, ese otro que como todo otro es un extranjero, 
            un otro yo, en este caso, incapaz de dialogar, de asombrarse, de conmoverse 
            ante la desgarradora escena? 
          Y ahí aparece nuevamente una referencia a la vergüenza, 
            pero esta vez su significado es claro, aunque binario. Por una parte 
            hace referencia al pudor frente al otro desconocido del cual la india 
            chamana quiere ocultarse, cubrirse con el propósito de proteger 
            su humanidad, pero también y, simbólicamente, a ese 
            acontecimiento tan íntimo y propio, casi virginal, como es 
            el del alumbramiento. Sin embargo, esta no es la única connotación 
            de vergüenza a la que hace referencia esta mujer india. En el 
            mundo mítico, al cual pertenece la alegoría que se encuentra 
            contenida en este poema, existe un pasaje, una transición fundamental 
            que alude a la desaparición de la mujer una vez cumplida su 
            misión maternal y también a la “muerte” de la virgen 
            como tal para dar paso a la madre; sin embargo, en ambas connotaciones, 
            la vergüenza aparece como mediadora: en la primera aseveración, 
            mediando el espacio íntimo y propio de la india chamana con 
            el de los otros, el de los que miran, entre un adentro y un afuera; 
            y en la segunda aseveración, mediando temporalmente entre lo 
            virginal y lo maternal, entre un antes y un después. 
          Pero la india no sólo tiene vergüenza, sino también 
            miedo. Miedo de no saber qué hacer para cortarle el cordón 
            a su futuro bebé cuando éste nazca: “(...) mi terror 
            era qué hacer para cortarle el cordón a la guagua cuando 
            ella saliera”. Estamos, pues, ante una madre inexperta, con terror 
            ante lo desconocido. ¿De qué otro modo podría 
            sentirse un “continente nuevo” que está a punto de parir a 
            sus hijos? El futuro incierto desconcierta a la chamana, le atemoriza. 
            Mientras la mirada de los otros es persistente y punzante, la suya, 
            por el contrario, es frágil. No sabe dónde mirar, dónde 
            poner la vista: “(…) no sabía dónde poner la vista, 
            y lo único que quería era hacerme más chica y 
            más chica para desaparecer de los ojos que me observaban.” 
            No se trata de un mutuo mirarse, de una relación simétrica 
            entre la india y los observadores; por el contrario, la desproporción 
            es enorme. Por un lado hay una suerte de mirar perdido; conscientemente 
            perdido: el de la india chamana que no quiere ver al otro, o más 
            precisamente, que no quiere ver cómo los otros la miran, y 
            por el otro lado, una gran cantidad de gente que la observa, violando 
            así, no sólo su espacio vital, sino que, a demás, 
            la necesaria intimidad para tener su parto: “(...) una gran cantidad 
            de gente me rodeaba mirándome y yo toda sola...” Fijemos 
            nuestra atención, ahora, en el proceso continuo de ensimismamiento 
            que nos relata el yo poético (una suerte de implosión 
            continua) que aparece reiteradamente descrita en diferentes momentos 
            del poema, pero que comienza a hacerse evidente en este momento: “Cada 
            vez más encogida (...) lo único que quería era 
            hacerme más chica y más chica para desaparecer ante 
            los ojos que me observaban.” Nótese aquí que no 
            se trata de un simple ensimismamiento, más bien estamos frente 
            al inicio de un viaje hacia un adentro; hacia “su” adentro, tal como 
            lo describe en el siguiente fragmento, mismo que analizaré 
            más adelante: “Entonces me fui para adentro y me vi entera 
            las entrañas.” 
          El viaje. El viaje hacia dentro. Esta metáfora, recurrente 
            en la literatura universal y en el mundo mítico, no es nunca 
            la mera traslación en el espacio, sino la tensión de 
            búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la experiencia 
            que se deriva del mismo. El verdadero viaje no es nunca una huída 
            o un sometimiento, como podría suponerse, sino más bien, 
            una evolución esencial; una búsqueda espiritual; un 
            retornar a la madre que, en el caso de la india chamana, es ella misma 
            (la representación del símbolo de la pachamama 
            o madre tierra del mudo andino). Nos encontramos, pues, ante la imagen 
            de la madre tierra, un continente indoamericano que, en su representación 
            femenina (la india chamana), y ante el embate del otro (lo externo, 
            el que mira), comienza a mirarse, a viajar hacia su adentro en la 
            búsqueda de su “purificación”.
          Ocupémonos ahora del parto. El texto nos habla de un nacimiento 
            múltiple y desenfrenado, es el momento de mayor intensidad 
            en el poema. La mujer india se ve sorprendida, tal como lo refiere 
            este fragmento: “Parí. (...) Creí que todo había 
            pasado, pero detrás venía otra pujando. (...) Pero todavía 
            venía una más y detrás de esa otra; y luego otra 
            y otra y otra más, que igual parí, una por una...” 
            Pero ¿por qué este asombro? La fuerza del parto es de 
            tal intensidad, que ni siquiera ella misma imagina lo que se estaba 
            gestando en su vientre. No es una, sino siete las guaguas que nacen. 
            Sin embargo, esta referencia al siete no es casual. Anotemos que en 
            la cábala este número representa el orden necesario, 
            es el número sustantivo del cielo y la tierra, la potencialidad 
            máxima de ser, el símbolo de la transformación. 
            Ahora sí las siete guaguas cobran sentido; lo que se estaba 
            germinando en el vientre de la india chamana era el cambio; la transformación. 
            Más no una transformación cualquiera, sino una que se 
            sustenta en una búsqueda hacia dentro, en el interior del “sí 
            misma”, o lo que podríamos interpretar también, como 
            una búsqueda “en nuestras propias raíces”. Lo que nace, 
            por tanto, no son sólo guaguas, sino, la potencialidad de ser.
          En el poema, el nacimiento de las siete guaguas va acompañado 
            de siete mordiscos: “Parí. Entonces le tomé el cordón 
            con la boca y lo corté mordiéndolo (...) Cuando ya estaba 
            afuera también le corté el cordón con los dientes 
            (...) una por una, rebanándoles el colgajo a mordiscos.” 
            La referencia a lo propio es clara, nada ni nadie externo le corta 
            el cordón a las guaguas, es la india chamana quien, con sus 
            propios dientes, realiza el rito. Este acto es profundamente significativo, 
            puesto que se trata de cortar toda forma de ligadura, de romper la 
            conexión esencial, y, por lo tanto, de un desprendimiento sublime 
            de la madre, un acto de amor inconmensurable; es, en definitiva, un“dejar 
            ir”. Así, las siete guaguas ya tienen vida propia, cada una 
            de ellas recorrerá su propio camino, o mejor dicho, cada una 
            de ellas, es, en sí misma, un nuevo camino: la vida nueva.          
          El tercer momento estaría conformado por el siguiente fragmento:
          
           
             
              
                
                  Entonces me fui para adentro y me 
  vi entera las entrañas. Me veía como por una
  ventana transparente, toda por dentro me miré 
  y allí estaba el cordón umbilical colgando, 
                    igual que una tripa, cortado, goteando sangre.
                                    
                
              
            
          
          El fragmento comienza con la referencia al viaje –del cual ya hemos 
            hablado-: “Entonces me fui para adentro y me vi entera las entrañas”, 
            sin embargo, más que el viaje en sí mismo, es el momento 
            en el que se encuentra éste y la visión que tiene la 
            india chamana lo más importantes aquí: Se trata de una 
            llegada, de la culminación de un recorrido a través 
            de un camino que está en ella misma, que es ella misma. Aquí, 
            la autorreferencia representa un papel primordial, se trata de un 
            autorreconocerse, de un encontrarse consigo misma. La imagen en clara 
            y poderosa: “(...) toda por dentro me miré y allí 
            estaba el cordón umbilical colgando, igual que una tripa, cortado, 
            goteando sangre.” Es la propia imagen de sí la que se repite. 
            Es el religare, el retorno a sí mismo. Empero, la visión 
            interna de la chamana no es directa, nótese que esta mediada 
            por una ventana transparente: “Me veía como por una ventana 
            transparente...” Curiosa imagen y a la vez determinante. La ventana, 
            en el mudo mítico, representa la conciencia, especialmente 
            cuando está asociada al cuerpo. Por constituir un agujero, 
            expresa la idea de penetración, de posibilidad, de lontananza. 
            Estamos, pues, ante la representación evidente de aquello que 
            los místicos describen como “haber logrado la conciencia”.          
          Y es aquí, en este preciso instante, en el exacto final del 
            texto, cuando por vez primera se menciona aquello que ha estado presente 
            a lo largo de todo el poema, pero que, sin embargo, no se lo ha nombrado; 
            me refiero a la “sangre”: “(...) allí estaba el cordón 
            umbilical colgando, igual que una tripa, cortado, goteando sangre.” 
            Y no podía ser de otro modo, la sangre, el color rojo se expresan 
            mutuamente; las cualidades pasionales del rojo infunden su significado 
            simbólico a la sangre; en la sangre derramada vemos el símbolo 
            perfecto del sacrificio. Es la ofrenda de la india chamana a los espíritus 
            y a los dioses. Es la madre tierra que se ha redimido. El rito cósmico 
            se ha consumado.
            
          
           
          
          
           
          Textos 
            consultados:
          
          - Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario 
            de símbolos, Ediciones Siruela, España 1997.
            
            - Gadamer, Hans-George, Estética y hermenéutica, 
            Editorial Técnos, Madrid 1998. 
            
            - Gadamer, Hans-George, Verdad y Método, Tómos 
            I y II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992.
          - Gadamer, Hans-George, Hermenéutica 
            de la Modernidad. Conversaciones con Silvio Vietta, Editorial 
            Trotta, S.A., Madrid 2004.
            
            - Gadamer, Hans-George, Quién soy yo y quién eres 
            tú?, Editorial Herder S.A., Barcelona 1999.
            
            - Zurita, Raúl, La vida nueva, Editorial Universitaria, 
            Santiago 1994.