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Los Cantares de Zurita

por José Ignacio Silva A.
www.plagio.cl

 

“Cantares. Nuevas voces de la poesía chilena”
Selección de Raúl Zurita,
LOM, Santiago, 2004, 311 págs.


Nuevamente el poeta chileno Raúl Zurita está en el ojo del huracán, esta vez por la antología “Cantares, nuevas voces de la poesía chilena” (LOM, 2004). Hay que decir, en todo caso, que ya a estas alturas, cualquier cosa que esté ligada con Zurita le causa escozor a un grupo de personas. Palos porque boga, palos porque no boga.

Nada más lejos de la intención de este crítico está el involucrarse en esta chimuchina, antojadiza y escandalosa. No intentaré terciar en las majaderas discusiones, dimes y diretes que han surgido, como por ejemplo ese ruidoso y hueco combate de pesos menores que se ha librado hace algunas semanas en la Revista de Libros del Mercurio.

Porque lo que está más allá de todos los artículos de prensa, más allá de todos los fuegos cruzados, más allá de mi-canon-sobre-el-tuyo, más allá del aprende-a-leer, y más allá de toda la bulla pasajera, quedará el libro. Ése ha de ser el objetivo único de examen. Y cuando digo esto, también hay que superar las cortapisas que pone el propio antologador, que, pasado de entusiasmo, como es habitual en él a la hora de abordar el tema de la poesía joven, ha expuesto, por ejemplo, que la aparición de este libro es lo más grande que ha sucedido en la poesía chilena desde “Poemas y Antipoemas”. Reitero, hay que concentrarse exclusivamente en el libro. Y no puedo dejar de subrayar el “exclusivamente”.

Quizás es imposible confeccionar la antología perfecta. Siempre va a faltar alguien, siempre va a sobrar alguien, siempre habrá alguien que aportille el criterio de selección, siempre habrá alguien que aportille al seleccionador. Confeccionar una antología es hacer una apuesta que se sabe perdida de antemano. Pero igual se hacen. Y son necesarias. Esta también lo es.

Ahora, cabe a este crítico (y a todos los críticos) el señalar lo anterior, quién falta, quién sobra, referirse a los criterios de selección. El aportillar al antologador es labor indeseable, y que, lamentablemente, encuentra en este caso particular –el de Raúl Zurita- a hartos especimenes que se encargan de tan triste empresa. La idea es enmendarle la plana al antologador, pero con un objetivo que seguramente es compartido, el “hacer canon” (no “canonizar”), esto es, dar a conocer, divulgar a los poetas que habrán de animar las letras chilenas de acá en adelante, y contribuir a armar el panorama literario. Esto es labor tanto del antologador como del crítico. Juntos construyen el canon (divorciemos la palabra “canon” de todo prejuicio, por favor).

Vamos al libro. A este le sobran páginas, o años. Quizás el tope temporal debió haber sido, con mucho, 1981. El mezclar y equiparar a poetas como los consagrados -a estas alturas el rótulo está bien puesto- Germán Carrasco, Javier Bello o Leonardo Sanhueza, con desconocidos y jovencísimos como Luisa Rivera y Eduardo Fuentes, ciertamente no le hace bien al conjunto, si es que lo que se pretende es obtener un corpus armónico, coherente y que mantenga un buen estándar de calidad. Ya se sabe que, “quien mucho abarca, poco aprieta”.

Segundo. Da la impresión de que ser parte de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales es una buena credencial para figurar en el libro. Hay figuras que merecen estar por derecho propio, como Alejandro Zambra y Rodrigo Rojas, “compañeros de trabajo” de Raúl Zurita. Los colegas portalianos de Zurita se ganaron su derecho hace años, con buena poesía, que es lo fundamental. Lo delicado viene cuando se trata de los alumnos. Los pupilos, claro está, no comparten aún la altura de sus profesores, y es por ello que su presencia en esta antología es discutible. La intención seguramente es encomiable, pero en este caso, esta se debe supeditar a la armonía del conjunto. Zurita quiso darle un espaldarazo a niñitos que escriben sus cosas, y lo hacen relativamente bien para su edad (me refiero a los escolares), pero incluirlos fue un error. Recurro al fútbol, Juvenal Olmos no incluiría en la selección adulta a un chiquillo de la sub 17 que le pega bien y la domina, pero que jamás ha jugado en un primer equipo en su vida. Bueno, acá Zurita puso de titular al cabro "bueno pa' la pelota".

Entonces, al criterio temporal, debe unirse este también, es decir, de los portalianos, solamente los académicos. Y de los niñitos, ojalá los que ya hayan rendido la PSU. Ya vendrá el tiempo de los alumnos. Si son buenos poetas, saldrán a la luz por sus propios medios, algo similar esbozó Raúl Zurita a la hora de referirse a las omisiones.

Unido a lo anterior, podríamos mencionar a los que faltaron, que perfectamente podrían (y quizás deberían) reemplazar a algunos que figuran, especialmente hacia el final de la selección. Si bien el antologador pide sentidas disculpas por los poetas que no están, el hecho no cambia, simplemente no están, y hay que decir quiénes de los que no están deberían estar, especialmente cuando hay algunos que están, pero que no deberían estar... todavía. Por ejemplo, Se echa de menos a Rodrigo Olavarría (figuran sus “partners” de “Poquita Fe”, Héctor Hernández y Felipe Ruiz). El “criminal” Jaime Pinos, que escribió uno de los libros de poesía más interesantes del último tiempo, no fue incluido. Úrsula Starke, Marcela Saldaño y Antonia Torres, tampoco. El químico orquestal Max del Solar tampoco está, ni Cristóbal Joannon. Los “templarios” Enrique Winter, Michelle Reich, Mario Ortega, tampoco clasificaron. Tampoco está Héctor Figueroa, ni ninguno de sus “esperpénticos” compañeros. Otro gran ausente es el poeta porteño Ismael Gavilán, cuyo volumen, “Fabulaciones del aire de otros reynos” es uno de los mejores y menos conocidos poemarios editados en los últimos años. Juan Cristóbal Romero, autor de "Marulla", y también de la notable antología de Armando Uribe, "El viejo laurel", ni en las cómicas. La lista puede seguir, y es necesario que la lista de “Cantares” se modifique teniendo en cuenta estos nombres, y otros que se le escapan al crítico que suscribe estas líneas.

En otra esfera de cosas, hay también faltas. Poco cuidado en la edición. Por ejemplo, luego de los poemas de Andrés Anwandter se señala que estos vinieron del libro “Espcies internacionales”. Tal cual. Otra similar, el libro de David Bustos (recién editado por Ediciones del Temple) figura con el erróneo nombre “Zen para patrones”. El poema "La niña Lucía" de Paula Ilabaca, que fue publicado por primera vez en el número 7 de esta revista, en esta antología se llama "La niña rosa", y es fechado el 2002, cuando fue publicado el 2003. Existen más faltas de ortografía que las deseables y en definitiva se demuestra insuficiente atención en la edición. Esto es inadmisible para un libro que se supone que es lo mejor después de “Poemas y Antipoemas”, ¿o no?. En realidad, es inadmisible para cualquier tipo de libro.

Con todo, esta antología, como todas, es necesaria, que haya aparecido es mejor que se haya mantenido en silencio, pues, si hiciéramos el necesario ejercicio de abstraernos de la contingencia más o menos desagradable que ha rodeado la aparición de este libro, y nos concentramos en su contenido, veremos que existe un volumen que supera a su predecesor, este es, la Antología de la nueva poesía chilena, confeccionada por Francisco Véjar, que también recibió una buena dosis de palos. Ahora, también es necesario que también se corrijan las selecciones y las fallas en las siguientes ediciones, para que Zurita y la poesía joven de Chile "canten" en un tono mejor de lo que hay ahora.



 

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