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Entrevista al poeta Raúl Zurita

Greta A. Montero Barra


“El color de los desiertos y sus infinitos tonos y metamorfosis con los cambios de luz del día, es el color más parecido a los de la piel humana. No tenemos el color de la selva amazónica ni el color del mar ni del cielo ni de los glaciares, tenemos los colores del desierto; esa gama inabarcable de tonos ocres que es también la gama inabarcable de los tonos de nuestros rasgos…”     Raúl Zurita

- Un elemento que marca tu poesía es la alusión al cuerpo de las geografías de Chile, como ocurre en tus libros Purgatorio (1979) y Anteparaíso (1982). ¿Fue quizás con el poema Áreas verdes que iniciaste tu escritura sobre estos espacios? ¿Qué hechos y/o reflexiones te llevaron a situar sobre este real-imaginario parte importante de la poesía que tú has escrito?
- Es curioso porque yo soy alguien absolutamente urbano, no tengo una infancia en la selva fría como Neruda, mi experiencia con los paisajes es como la de cualquiera, pero esos paisajes emergen y emergen casi como si se expresaran solos, y tal vez es así, tal vez todo lo que estos seres cercados por el lenguaje que somos, nos decimos, no son sino fragmentos, partículas, pequeños ángulos de los sueños que sueña la tierra y que esos sueños prevalecerán sobre el corto episodio de lo humano ¿Por “escriturales” por emplear frase pornográfica, es algo más hondo y arrasador, que te demuele, que te deja exhausto. Como si efectivamente esos paisajes contuvieran más alma –más alma humana- que todas las construcciones que nos muestra la historia.

- Cuéntanos sobre la relación particular que mantienes con el desierto y tu percepción de él como un lugar donde reina el espejismo y lo infinito.
- Seguramente uno es un mal lector de sí mismo, pero he sentido que el desierto, pero también la cordillera de los Andes, las rompientes, el Pacífico son formas de las pasiones humanas y que las pasiones humanas siempre se encarnan en escenarios concretos. Pienso que a diferencia de la poesía celebratoria tipo Neruda y la Mistral, que en general no soporto, ese vate que se para frente al mar y le larga un do de pecho de la mamma mia, los paisajes en Purgatorio, Anteparaíso, La Vida Nueva, son siempre dinámicos. El desierto cubre el cielo, las montañas marchan y de pronto son las rompientes estallando sobre la playa. Entonces no es el desierto en sí, es ese gastado término: el alma humana. El color de los desiertos y sus infinitos tonos y metamorfosis con los cambios de luz del día, es el color más parecido a los de la piel humana. No tenemos el color de la selva amazónica ni el color del mar ni del cielo ni de los glaciares, tenemos los colores del desierto; esa gama inabarcable de tonos ocres que es también la gama inabarcable de los tonos de nuestros rasgos.

- A principios de los noventa o finales de los ochenta comenzaste a desligarte del Partido Comunista. ¿Se produjo este cambio a partir de un dogma de fe, fundado en una nueva percepción de lo sobrenatural en tu vida? ¿Representó esta decisión una manera diferente de enfrentar el hecho creativo y el fenómeno cultural, a menudo patrimonio de la izquierda política en Latinoamérica?
- No sé si voy a decepcionarlos, pero para nada. Me salí simplemente porque me había convencido que había que participar y activamente en el plebiscito del “No” y el Partido Comunista decía que no había que participar. Ellos partían de una premisa convincente pero errada: ¿se imaginan ustedes a Pinochet con su carita hablando por televisión y diciendo “perdimos”? La verdad es que costaba imaginárselo. Bueno, participé del plebiscito muy resueltamente y sentí que con eso me marginaba solo y le evitaba a amigos a los que quería mucho de  tener que echarme. El problema es que ahora no estoy tan seguro que ellos estuviesen tan equivocados. La de suplir una derrota del 11 de septiembre de 1973 era una derrota destinada a ser reiterada. Todo el Chile de hoy es la muestra más descarnada y dolorosa de que esa derrota no se ha revertido. Es algo sobrecogedor, está absolutamente internalizada, pero ese es otro tema.

- En la última frase del poema de INRI, escribiste: “Están muertos, sólo en un sueño se soñó que revivían”. Refiérenos sobre su proceso de escritura, el descarnado enfrentamiento con la muerte y el reencuentro con la vida, la propia, que pudo significar un libro como INRI, para quienes aun hasta hoy en día no habían podido cumplir el duelo que sienten que les demandaba la ausencia de sus seres queridos.
- Frente a la muerte, frente a un hijo o marido desaparecido, que puede significar algo. Absolutamente nada, allí se pierden todas las significaciones. La mayor derrota de INRI y del Canto a su amor desaparecido es que fueron escritos. El único gran poema habría sido no escribirlos porque eso significaría que los hechos que en esos libros se narran jamás ocurrieron. No fue así, ocurrieron, y las palabras llegan para reparar algo, una mínima parte, de aquello que sobrepasa para siempre a las palabras. Pequeños ritos que nos muestras que una de las condiciones más tremendas de lo que entendemos por sociedad, por historia, por vida y sobrevivencia a pesar de las muertes, de los crímenes, de los genocidios, es que los vivos deben continuar vivos, los vivos tienen el imperativo de seguir vivos, no pueden hacer otra cosa, entonces se crean estos ritos reparatorios, estas exequias simbólicas, se escriben libros como INRI porque el lenguaje trata de cubrir como sea el vacío de sí mismo. Entonces los vivos seguimos vivos con ese sentimiento a la vez aliviante y culpable de que no fuimos nosotros, de que nosotros no desaparecimos. INRI no da cuenta de esos muertos, de esos desaparecidos, en verdad ningún libro podrá hacerlo. Es sólo un pequeño registro para que los vivos sigamos vivos. Si es un gran poema, en caso incluso a pesar de lo que dije recién, fuese un gran poema, no sería de la reparación sino de la vergüenza.

- Has dicho, respecto al poeta, que vive en una lucha constante por decir lo indecible. ¿Consideras que en algún momento el espíritu reprime la expresividad del cuerpo o viceversa? ¿Cómo se manifiesta esto en el lenguaje?
- Lo indecible es eso, indecible. Lo que hace el pobre poeta es establecer una lucha absolutamente desigual, despiadadamente desigual con el silencio, por arrancarle al silencio todavía un par de significaciones. Baudelaire en sus poemas en prosa dice eso, no lo sé literal y no tengo el libro, pero es más o menos esto: Señor, me vas dar un tiempo más, permite que todavía pueda escribir un par de poemas hermosos para no sentirme el peor de los hombres, peor incluso que aquellos que desprecio. No hay un tal cuerpo ni un tal espíritu. La poesía es la máxima muestra de eso. Las palabras del poema son y están atravesadas por el viento del sentido y a la vez son ellas ese viento y ese sentido.

- ¿Cómo has aplicado en tu vida el sentido de Obra de Arte Total, de Richard Wagner, y en tu experiencia en el colectivo CADA  (Colectivo de Acciones de Arte)?
- Es el terco dato de la existencia, del afuera del poema. El fin de la poesía es desaparecer para que quede sólo el espectáculo a veces alucinante, a veces nauseabundo, a veces insípido de la vida. El artista que ha llevado más lejos esa idea de la obra total es Kafka. Es la K de Kafka. El asunto es endemoniadamente conmovedor. Uno lee El castillo y esta K ¿pero qué es K? Es el intento más desesperado porque ese alguien que vendrá o no vendrá, que acudirá a la cita que le planteó ese que escribía o que no vendrá, es decir, esa sombra que desde este lado de la escritura llamamos el lector, vea la vida de ese K, de Kafka, su vida real, su  real y su muerte, y que la vea en la trama de la ficción que ese mismo K ha construido. De lo que se trata en última instancia es de que la vida sea el único poema, la única obra de arte que merezca la pena ser abrazada y contemplada. Ese es el sueño que levanta toda obra de arte, desaparecer para que veamos el afuera de la obra. K es la máxima expresión en un mundo desgarrado de ese sueño sin desgarro. En lo que a mí respecta, y en lo que pueda a duras penas levantar reclamo la mirada sobre mi vida, no por supuesto porque crea que ella tiene algo especial, lo seres humanos somos repetidas metáforas de lo mismo, sino porque es el dato básico, el soporte no es el papel, no es el cielo, no es el libro, no es el desierto, el soporte es tu vida. La obra total es esa, no nos fue dado otra.

- Gonzalo Rojas te ha situado al lado de Nicanor Parra y Enrique Lihn, como uno de los mayores poetas chilenos de la actualidad. ¿Qué importancia, vigencia y continuidad atribuyes a la poesía chilena a partir de estos poetas y otros que quizás tú  puedas mencionar?
- Todos mentimos, mentimos mucho, y creo que ese ranking Gonzalo hoy no lo sostendría, pero en el momento que lo dijo yo tenía veintitantos y se lo agradecí, se lo agradecí, me estaba empezando a acostumbrar a las malas palabras y declaraciones como esas en un momento dado pueden salvarle la vida a un tipo. Pero me preguntas por Parra, por Enrique Lihn. Mi devoción por Nicanor Parra es total. A Enrique Lihn le debo la publicación de Purgatorio, fue el que lo llevó a la Editorial Universitaria en un momento de Chile en que no publicaban nada, donde la recibió Eduardo Anguita que fue el otro poeta que luchó porque saliera, bueno, decía que Enrique Lihn tiene el defecto de gustarle tanto a los poetas particularmente poco dotados que se corre el serio riesgo del contagio. La verdad es que hay tantas toneladas de poesía del yo que el asunto se vuelve fatigoso. Toneladas de poesía autistas dedicadas al registro de unas cuantas emociones privadas: mi angustia, mi soledad, mi pesar, mí mí mi mí. Si viniera un marciano y la única información que tuviera de Chile fuera los libros de poesía de Jorge Teiller por citar alguien célebre, la muerte puede ser una excelente maquilladora, pero también de Uribe, de Arteche, en fin, llegaría a la conclusión de que en Chile nunca pasó absolutamente nada, pero nada de nada. Y no hablo de denuncia, sino sólo que en alguna parte estuviera registrado el temblor, el tartamudeo, como si lo está en Diego Maquieira, en Carlos Cociña y en esa impresionante imprecación nostálgica, rockera, arrasada por todo lo que se perdió que es la poesía de José Ángel Cuevas. Esa poesía nos muestra el mundo, todo lo desolado y entumido de un país, y contestándote lo que me preguntas después, que ha querido ocultar su propia cara, que no ha querido mirar su sombra. Eso solamente la poesía lo puede mostrar. El que la poesía haya renunciado a los temas cruciales cediéndoselos a la narrativa, al ensayo o a la crónica, ha sido una de las tragedias intelectuales más grandes de la segunda mitad del siglo XX, sus consecuencias son devastadoras –y me refiero al mundo real- y todavía no estamos ni siquiera en condiciones de dimensionar la pérdida de lo que eso significa.

- Con relación a Neruda has señalado que mientras su poesía parte de la plenitud, la tuya lo hace desde el derrumbe, la fragilidad y el miedo, ¿qué más puedes expresar sobre esto y con qué otros poetas sientes que compartes esta cosmovisión del dolor?
- Yo no podía sino hablar desde el quiebre, desde qué otro lugar podía haberlo hecho Siento que tuve casi que empezar a emprender a hablar de nuevo y ni siquiera para escribir poesía, sino para saber cómo decirle a alguien te quiero. El gran Neruda siempre habló desde la plenitud,  incluso en las Residencias, el creyó en el lenguaje, de allí su inmensidad,  su genio, su a veces insoportable retórica y palabrería.

 


 

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Greta A. Montero Barra