Raúl Zurita en Poetry International 2004 
            
            "Deberíamos estar llorando" 
        Por 
          Manuel Toledo 
          BBC Mundo 
         
         
        Poetry International, uno de los principales festivales de poesía 
          del mundo, dedicó este año un espacio a dos poetas de Chile,
          Pablo 
          Neruda y Raúl Zurita. 
          
        
         Neruda, cuyo centenario se sigue celebrando, 
participó en la primera edición del festival londinense, en 1967. 
Esta vez sus textos fueron leídos por la poeta británica Ruth Patel e 
interpretados musicalmente por el chileno Ángel Parra y su grupo. 
Raúl Zurita, quien nació en Santiago en 1950, es autor de obras
 como  Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su 
amor desaparecido (1985), El amor de Chile (1987) y 
La vida nueva (1994). En el año 2000, Zurita recibió el Premio 
Nacional de Literatura de Chile.
Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su 
amor desaparecido (1985), El amor de Chile (1987) y 
La vida nueva (1994). En el año 2000, Zurita recibió el Premio 
Nacional de Literatura de Chile. 
En Londres leyó fragmentos de su último poemario, INRI, dedicado a 
los desaparecidos durante el gobierno militar de Augusto Pinochet. 
Sobre éste y otros temas, el poeta conversó con BBC Mundo.
- ¿Cómo comenzaste a escribir poesía? 
 Primero, creo que fue una vocación y después fue por desesperación. 
En realidad, yo estudié ingeniería, nada que tuviera que ver con letras. 
Mientras estudiaba, me di cuenta de que la poesía me importaba mucho. 
Después vino el golpe de Estado en Chile, yo estuve preso. Ya había 
terminado los estudios. Cuando salí, mi mundo estaba absolutamente roto 
y lo único que quería era conseguir un lugar estable, algo donde pudiera 
estar mínimamente tranquilo. Mientras menos lo conseguía, más escribía. 
Fue algo más bien producto de la desesperación, casi para no morirse.
- ¿Escribías solamente poesía o tratabas de escribir otros tipos
 de textos? 
Yo escribía sólo poesía, pero también en esa época -una época 
extremadamente difícil- formamos un colectivo que se llamó Colectivo de 
Acciones de Arte y, contra todo, hicimos un arte público de resistencia.
Fueron años llenos de miedo y, por otro lado, de hacer un arte, una 
poesía, más bastos que el dolor que se nos estaba causando.
 
- ¿En ese momento tu poesía se llegó a publicar?
Se publicó curiosamente en el año 79 porque tuvo el apoyo paradojal de un 
crítico literario muy de derecha. A veces estas personas trascienden eso.
 Él fue fundamental en que me publicaran. 
- ¿Tuvo eso algún efecto sobre tus compañeros  de izquierda, tus 
amigos?
de izquierda, tus 
amigos? 
No. Tuvo más bien un efecto adverso entre los que 
escribían. Pero nunca fue una situación absoluta. A este crítico, 
Ignacio Valente, yo le guardo una gratitud independiente de todo -por 
supuesto, no fue un asesino, no fue un torturador- porque en ese momento 
sentí que alguien oía al otro lado.  Yo estaba tan absolutamente 
desesperado, era todo tan absolutamente difícil y siguió siéndolo, 
que nunca voy a desconocer eso. 
- De esa época, ¿qué poemas consideras los más significativos? 
Hay dos libros, Purgatorio y Anteparaíso, que fueron publicados en esos 
años, donde creo que se recoge el sentimiento que estaba allí. Hay un 
poema de Anteparaíso que para mí es como la síntesis. Se llama 
"Pastoral":
Chile entero es un desierto
Sus llanuras se han mudado y sus ríos 
están más secos que las piedras
No hay un alma que camine por sus calles
y sólo los malos
parecieran estar en todas partes
¡Ah si tan sólo tú me tendieras tus brazos
las rocas se derretirían al verte!  
Siento que es un poema, en este libro, que recoge, por así decirlo, 
el clima físico, social, el estado de alma.
- ¿Y el título de ese libro...? 
 
Es parte de una trilogía, Purgatorio, Anteparaíso y otro que se llama 
La vida nueva, que tiene algo que ver con Dante. Pero el Infierno no era 
escribible porque el infierno era lo que estábamos viendo. Y el anteparaíso 
es algo donde, a pesar de todo, está el vislumbre de una posible e 
hipotética libertad, de una posible e hipotética felicidad. 
- ¿Los lectores en Chile, tal vez los críticos, lo vieron con ese 
optimismo? 
Esos libros causaron en ese momento un gran impacto 
porque, en realidad, se había producido un tremendo vacío. La gran 
mayoría de los intelectuales chilenos se habían visto obligados al 
exilio. Yo me quedé. Entonces, estas obras, con las de otros amigos, 
contribuyeron a mantener la continuidad de lo que había sido lo que 
podemos llamar la gran poesía chilena, Neruda, Gabriela Mistral...
Entonces, en ese desierto, en ese páramo, en ese universo terrible, 
continuamos escribiendo poesía. 
- Mencionaste a Dante. 
Supongo que, como estos libros muestran, debe haber sido influyente en 
tu obra o tal vez en tu comprensión de la poesía. ¿Qué otros autores crees 
que significaron algo importante para ti? 
El Dante, pero sobre todo por una razón: mi abuela y mi madre son
 italianas. Mi madre quedó viuda cuando mi papá tenía 31 años y yo viví 
solamente con estas dos mujeres. 
Mi abuela no volvió nunca a Italia y sentía una nostalgia infinita. 
Entonces siempre nos hablaba, a mí y a mi hermana menor, de Italia, 
del mar de Italia, y nos contaba cosas de Dante. Nosotros no entendíamos, 
pero ésa fue la influencia fundamental. No por algo intelectual, 
sino porque cada vez que escribo es como si, en alguna parte, estuviera 
escuchando nuevamente la voz de mi abuela, hablándome de esos 
pedazos. Fuera de eso, es todo, todo lo que he leído. Sonaría 
grandilocuente: Homero, Virgilio, Lucrecio, Rimbaud, Whitman, y la 
admiración por Neruda, pero una admiración de la que me tratado de 
mantener al margen. 
- ¿Además de Neruda, qué otros poetas 
chilenos lees? 
A Nicanor Parra, a Vicente Huidobro, a Pablo 
de Rokha, fundamentalmente a ellos. Y algunos amigos, compañeros míos: 
Diego Maquieira, José Ángel Cuevas.
¿De los poetas más jóvenes qué me puedes decir? 
Son impresionantes, son extraordinarios, son absolutamente 
alucinantes.
Lo que sucede es que el Chile que emergió después 
de la dictadura no tiene nada que ver con lo que yo alguna vez soñé, ni 
con lo que alguna vez quise.  Siempre pensamos en una sociedad 
igualitaria, solidaria, y surgió exactamente lo contrario. Entonces, estos
 jóvenes de 20 a 30 años están emergiendo con una poesía que es una 
crítica feroz al neoliberalismo, a la absoluta adscripción a las políticas
 norteamericanas. Y no es una poesía política en el sentido tradicional 
del término, sino que frente a esta especie de mundo en que se nos quiere
 decir que somos felices, muestran el infierno de la infelicidad y el 
desamparo a que esta sociedad chilena y este país están condenando a 
tantos. 
- Me parece que eso tal vez también se puede ver en 
otros poetas jóvenes, por ejemplo algunos de los que están escribiendo 
en mapudungun.
Exactamente. Por supuesto, Lionel Lienlaf, Elicura
 Chihuailaf, Jaime Luís Huenún...constituyen un movimiento enorme, 
desde la poesía de resistencia. 
- ¿Qué significó para ti 
recibir el Premio Nacional de Literatura? 
Fue un pandemonio, fue una polémica feroz, a la que ya estoy más o 
menos acostumbrado. Parece que, después de Neruda, fui el tipo más 
joven a quien se lo daban. Yo tenía 50 años, pero entre los tantos 
ataques, decían que era muy joven. Fue muy agradable sentir, a 
la venerable edad de 50 años, que me volvían a llamar joven. 
- Este año, el 2004, ha sido importante para la redifusión de la poesía 
chilena: el centenario de Neruda, los 90 de Nicanor Parra, Gonzalo Rojas 
recibió el Cervantes. 
Otro gran poeta chileno, por supuesto...
- El mismo hecho de 
que tú seas el único poeta hispanoamericano invitado al Poetry Festival.
Me alegró mucho estar. Fue un acto realmente maravilloso. Pero siento, 
muy profundamente, que todo poeta latinoamericano es todos los poetas 
latinoamericanos. Puedo ser yo, puede ser Antonio Cisneros del Perú, 
puede ser Rafael Hernández de México. Cuando alguien habla, yo me siento
 parte de aquel que está hablando. 
¿Crees que existe un diálogo en la poesía latinoamericana contemporánea, 
entre los poetas de diferentes países? 
Existe un diálogo mucho más profundo y mucho más de fondo que incluso 
la voluntad de mantenerlo. Sí. Somos. 
- Has venido a Londres 
a presentar un nuevo libro, INRI. ¿Cuándo se publicó? 
En 2003 en Chile y México y ahora se publica en España, en Visor.
 
Es un libro que recoge algo que todos sabíamos. Pero de pronto un 
presidente se para frente a una pantalla y dice que es cierto: cientos 
y cientos y cientos de cuerpos jamás serán encontrados porque fueron 
arrojados al mar, ríos y cordilleras de Chile, desde aviones. Eso fue tan
 impresionante que INRI surgió exactamente de ahí. No porque no lo 
supiéramos, sino por ver que alguien finalmente reconociera algo que se 
sabía desde siempre. 
- Después de tu presentación aquí en 
Londres, una mujer que supongo que era chilena te dijo que había llorado 
mientras leías. ¿Consideras que este libro y otras cosas que se están 
haciendo en Chile y Argentina están sanando una herida que nunca se 
había curado? 
Creo que están cumpliendo, al menos simbólicamente,
 con el duelo que nunca se ha realizado. Pero no remplazan el duelo social
 que realmente falta. En nuestros países -Argentina, Chile, Uruguay- 
deberíamos estar llorando, llorando, no creyendo que somos libres, 
que todo es estupendo, que el mercado... deberíamos estar llorando. 
- ¿Quisieras leernos algunos fragmentos de 
este libro?
Claro. Éste es un libro que relata como una caída y al final hay 
casi un atisbo de resurrección. El final es éste: 
 El INRI de los paisajes. 
Epílogo.
 
Cientos de cuerpos fueron arrojados sobre las montañas,
lagos y mar de Chile. Un sueño quizás 
soñó que habían unas flores, que habían unas rompientes,
un océano subiéndolos salvos 
desde sus tumbas en los paisajes. No. 
Están muertos. Fueron ya dichas las inexistentes flores.
Fue ya dicha la inexistente mañana. 
- De lo que leíste en el festival, 
algo que me impresionó mucho fue la parte del desierto.
 
Abajo las infinitas piedras del desierto, montañas de piedras,
laderas, infinitas piedras sobre el desierto
como un mar. Arriba el cielo, el cielo azul que cae. 
Las piedras gritan al estrellarse con el aire,
 
con el cielo que cae. 
El desierto grita. Hay un muro de cal con nombres.
 
Hay un muro blanco y pequeñas botellas 
con flores de plástico
que gritan al doblarse bajo el viento. 
Un poco más lejos hay un barco. Nadie diría que puede
haber un barco en el medio del desierto. Es un barco
grande, herrumbroso, recostado encima de las piedras. 
Nadie lo diría, pero está allí. El mismo cielo que cae 
sobre las piedras cae sobre él. 
Todas las piedras gritan. 
Gritan, el desierto de Chile grita. Nadie diría 
que esto puede ser, pero gritan. 
- Este barco me recordó, 
en Cien años de soledad, un galeón que hay perdido en medio de un campo 
de amapolas. Es una imagen tan fuerte que parece real.
Parece real, sí. Por eso, se dice siempre: "Nadie diría que puede ser, 
pero está". Aunque no lo crea, hay está. En realidad, una vez en Chile 
vi un barco, donde se había retirado la marea, que llevaba como 50 años
 en medio de un pedregal impresionante.
- Este libro tiene muchas imágenes que tienen que ver con el dolor, 
también hay imágenes del paisaje chileno. Hay un verso que habla de que 
el Pacífico está cubierto como de flores...
Sí. Lo que sucede es que es una especie de ascenso, como la Pasión, pero
a través de los paisajes. De pronto, todos estos paisajes se hunden y
 vuelven a emerger. Todo el relato es casi como la Resurrección. Entonces 
Chile se cubre entero de flores, el Pacífico son flores, la cordillera 
son flores. Empieza algo, como si fuera inminente que van a reaparecer 
todos. Incluso termina con una cosa casi de júbilo. Pero al final se dice 
que no, que eso no es real, que eso es sólo un sueño.
- 
En tu poesía la naturaleza chilena siempre tiene un papel importante. 
Recuerdo algunos poemas anteriores tuyos sobre los ríos...
Sí, creo que es por esto. No porque los encuentre tan bellos o no. 
No es una admiración, a pesar de que creo que Chile tiene una naturaleza
 impresionante, una geografía impresionante. Es más bien porque en esa 
época del golpe y bajo la dictadura de Pinochet, sentí que los paisajes 
eran una especie de reserva, algo que estaba allí desde siempre y que 
seguiría estando. Entonces me daban como una medida de una solidez, 
de algo anterior que nos decía que íbamos a sobrevivir a todo esto 
también. 
En INRI también hablas mucho de la parte sensorial 
y hay algunas páginas que están escritas en braille.
Lo que pasa es que hubo una confesión de uno de los generales que 
participaron en todas estas masacres, quien dijo que, antes de matarlos,
 les sacaban los ojos con cuchillos corvos. Eso me pareció tan increíble, 
tan demencial, que en este libro nunca se pronuncia la palabra 
"ver". Siempre se dice "oír", "oí tal cosa", "oí un desierto", 
"oí los chillidos", "oí los gritos". Solamente al final aparece la 
palabra "ver". Hay unos escritos en braille porque yo sentía que tenía
 que representar esa ceguera absoluta, donde solamente las cosas se oyen, 
pero no se pueden ver. 
- Cuentan que en algún momento de 
tu vida, durante la época de que estás hablando, tú estuviste 
voluntariamente a punto de llegar a esa ceguera.
Sí. Afortunadamente no resultó. Era una cosa muy demencial. Después 
entendí que -incluso hubo un ensayo sobre eso, de una crítica 
norteamericana- uno nunca sabe por qué hace las cosas. A lo mejor lo
 haces porque no puedes más, estás volviéndote loco. Y fue muy demencial: 
me arrojé, efectivamente, amoníaco puro a los ojos. Creo que era para 
unir la herida con un cuerpo herido, el cuerpo total de Chile.
 Era 
casi como fusionarse con eso. En ese mundo donde estaba desapareciendo 
gente, sentía la necesidad física de unirme a esa tierra, de unirme a 
donde estaban esos cuerpos, de herirme tal como estaba herido todo su 
territorio. 
- Una última pregunta, ¿crees que la poesía
sirve para exorcizar el dolor o la locura? 
No para erradicarlos, desgraciadamente. Pero siempre su papel ha 
sido mostrar, hasta el fondo, los abismos de crueldad y de locura y, 
al mismo tiempo, la infinita iluminación que arrasa la vida de los 
seres humanos. Casi siempre son las dos cosas al mismo tiempo. En el
mismo momento que se están quemando a 1.500 tipos en una hoguera, 
en otra parte estaba Giotto pintando unos cuadros de una dulzura 
infinita. Entonces, la demencia es que le toque finalmente al poeta,
 en un mundo de víctimas y victimarios, ser siempre la primera
víctima, pero ser siempre también el primero que, no obstante todo,
 se levanta para decir que vendrán nuevos días.