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REEDICIÓN DE "PURGATORIO"

Zurita o la cicatriz perdida

Revista de Libros de El Mecurio
Domingo 6 de mayo de 2007



La publicación de "Purgatorio", en 1979, marcó un antes y un después en la poesía chilena, pero también dividió a la crítica y la enfrentó a un tipo de literatura que exigía otros criterios para juzgar una escritura hecha desde experiencias vitales extremas.

Cuando se publicó Purgatorio, Zurita no podía hojearlo en las librerías. Le tenían prohibida la entrada. Era un conocido ladrón de libros. No los robaba por placer, sino para reducirlos, según contó en una entrevista reciente. Lo habían pillado en todas partes, así que debió buscar otros rumbos. Fue vendedor de una AFP y de una empresa de computadores. La necesidad tiene cara de hereje. Andaba tan desastrado que una vez lo bajaron de una micro. Raúl Zurita ha repetido que escribió Purgatorio desde la humillación más baja a la que puede llegar un ser humano. Un sobreviviente, como le gustaba llamarse. De la tortura, la pobreza, la perturbación mental. Un Ecce Homo que, desesperado, vuelve a poner la otra mejilla una y otra vez.

"Purgatorio es un libro, pero también la marca de mi mejilla, un tránsito literario, pero también un tiempo concreto de vida... es mi tránsito por la experiencia de lo precario y doloroso...", declaró a María Eugenia Brito en 1981 (Apsi).

El tiempo puede ser tan piadoso que a veces no sólo borra las heridas, sino hasta sus marcas. En la primera edición de Purgatorio, publicada en 1979 por Universitaria, aparecía en la portada una ampliación de la cicatriz dejada por la quemadura que el autor se infligió en una mejilla. La cuarta edición (1996) del mismo libro reproducía, en su lugar, un óleo de Roberto Matta (L'oeuf de l'oéil). La reciente edición de la Universidad Diego Portales repite en la tapa, la borrosa foto carné en blanco y negro del poeta incluida en la primera parte del libro. Restituye, además, la dedicatoria a Diamela Eltit ("la santísima trinidad y la pornografía"), omitida en la edición de 1996. La cicatriz ha desaparecido en el camino.

Cuando Zurita publicó en el único número de la revista Manuscritos (1975), un anticipo de los poemas que después integraría, con modificaciones, al libro Purgatorio, se produjo un corte en la literatura chilena. Primero, en el sentido de que marcó un antes y un después en la poesía, pero también en que dividió a la crítica. De un lado, Ignacio Valente consagró a Zurita entre los poetas de la "primera fila nacional", como digno descendiente de los grandes de su lírica. "¿Quién es este poeta, que a los veinticuatro años irrumpe con una voz enteramente propia y ya formada, con un timbre de inequívoca propiedad a pesar de lo exiguo de su obra?", se preguntaba el crítico de El Mercurio, celebrando la precisión científica de su lenguaje lleno de digresiones experimentales, físicas y metafísicas.

Sin embargo, él mismo comprobaría, cuatro años más tarde, en la crítica a Purgatorio, que en su breve trayecto el joven poeta había conseguido más denuestos que elogios. Valente sale al paso y rompe lanzas por él contestando los juicios extremadamente negativos que le dedica Juan Andrés Piña en el prólogo a la antología de nueve jóvenes poetas de la Universidad Católica (Uno x uno, Nascimento). En la misma crítica, Valente confiesa que al anunciar su artículo sobre Purgatorio, ciertas personas lo conminaron a no escribir sobre "ese loco". A lo cual responde: "No les he hecho caso, pues yo no soy aquí juez o dispensador de salud síquica o moral, sino de calidad literaria".

No se crea, sin embargo, que su texto es un elogio incondicional. Rescatando la "excelente poesía" de Zurita, Valente descarta del libro lo que califica como su "arsenal biográfico, clínico". Se refiere a los recursos visuales integrados al texto: el informe psiquiátrico que diagnosticaba una psicosis de tipo epiléptico; las seis páginas en colores de un electroencefalograma; el documento manuscrito de su desdoblamiento en una prostituta. "Comprendo que Zurita quiera incluir esas piezas como testimonios vivos de su Purgatorio; pero yo prefiero que un poeta atestigüe de sí a través de sus solos poemas: lo demás sobra", sentenció Valente.

A pesar de estas reservas, consagró a Purgatorio como el más novedoso y promisorio de los poemarios que le habían llegado en el último tiempo, lo cual dejaba en un segundo plano los de David Turkeltaub, Manuel Silva Acevedo, Juan Cameron, Pedro Lastra y Enrique Lihn (A partir de Manhattan), mencionados al comienzo del artículo.

Tales comparaciones, era de esperar, no le ganaron a Zurita nuevos amigos y dieron origen a envidiosos versos no exentos de ingenio, como aquellos tan citados de Rodrigo Lira: "no sólo es poeta, el superpoeta zurita / además lo parece". Parte de la genial obra de Lira, se entiende ahora, fue parodia de los gestos de Zurita. Basta revisar su "Curriculum Vitae".

Quién imaginaría hoy que uno de sus admiradores de entonces fue Enrique Lafourcade. El escritor confesó en una crónica de 1980 que había leído Purgatorio a instancias de Valente, quien le aseguró que Zurita no era un poeta más. Rendido a la evidencia, terminó por plegarse a sus juicios. "Se trata de un libro total, de un solo gemido, de un único descenso", afirmaba el entonces cronista de Qué Pasa. Y se admiraba de que "tres obras fundamentales de nuestro renacer poético" tuvieran esa estructura, y que esa "trinidad" (sic) hubiera sido publicada en el plazo de un año. Se refería a Purgatorio, Futurologías, de José Miguel Ibáñez, y la edición definitiva de Venus en el pudridero, de Eduardo Anguita.

Nada menos que Anguita, quien había dicho a propósito de Zurita: "Una voz que no se escuchaba desde los tiempos augurales de Huidobro y Neruda". Después amplió el alcance de sus dichos: "No tiene similares en la poesía chilena ni en toda la del idioma".

Otras voces salieron en apoyo del joven vate. Gonzalo Rojas lo situó junto a Nicanor Parra y Enrique Lihn entre los mejores poetas del momento. Volodia Teitelboim, en el extranjero, hizo lo propio, cuidándose de mencionar nombres. Iván Carrasco advirtió que Zurita estaba reescribiendo la Divina Comedia más allá de la literatura. Carlos Decap, desde las páginas del diario El Sur, de Concepción, salió a defender la integridad del trabajo poético de Zurita, con sus anexos visuales y las radicales acciones de arte paralelas: "El Proyecto de Zurita se propone poetizar la vida social y socializar la palabra poética. Esto es, transformar la sociedad en comunidad creadora, en poema vivo; y el poema en vida social, en imagen encarnada".

Purgatorio, entonces, es más que un libro; es la crónica de una acción que se extiende entre 1970 y 1979.

El artista tiene derecho a usar todos los medios a su alcance, incluso su cuerpo, y así lo entendió Zurita en su respuesta a la obra del pintor Juan Domingo Dávila con sus "componentes correlativos de placer y dolor". El más extremo de los cuales, no hace falta recordarlo, causó un escándalo de proporciones en la galería de arte CAL (Coordinación Artística Latinoamericana). En la misma sala, Purgatorio dio origen a una muestra visual en la que participaron Carlos Leppe, Eugenio Dittborn y Carlos Altamirano.

Como el tiempo a veces da vuelta en círculos, a este último artista, desde su actual trabajo en la editorial de la UDP, le tocó diseñar la nueva edición de Purgatorio. Muy en su estilo, la foto de Zurita que Altamirano colocó en la portada del libro es el registro de una identidad sin rasgos emotivos, un seudo retrato que preserva - y magnifica- la materialidad borrosa del documento original.

Es una gran portada, sin duda, pero la cicatriz de Zurita, ¿DÓNDE ESTÁ?

 

* * *

Dos poetas y su lectura de "Purgatorio"

José Ángel Cuevas (1945):

Sentí un estremecimiento, sentí que había cambiado para siempre la poesía chilena, que miles de egos, ellos, piezas oscuras, piezas claras, quedaban atrás. Pero más que nada, se volvía a rehacer un País que estaba destrozado, que ya podía reencontrarse con su textura, sus pastorales, playas, desiertos infinitos. Eso lo vi nítido. El país que quedó hecho pedazos el 73. Fue como volver a revivir después de una larga pena.

Paula Ilabaca (1979)

Desconozco otra escritura que no sea la del cuerpo. O la escritura desde el cuerpo, desde el territorio personal que se convierte y confabula con la inmediatez de lo salino, lo ripioso y lo anacrónico que puede resultar Chile. O el Desierto de Atacama, donde se convierten las voces en estridencias; incluso las más pequeñas y breves que se cruzan entre los autos, las camionetas, los buses de pasajeros y las bestias que allí habitan, las bestias que hemos visto guarecerse en los rincones de un país hecho desierto. Lo anterior me provoca Purgatorio, lo anterior y los versos de Zurita diseminados por nuestro país que parece ser su tejido en el libro. Parte de la voz de Raúl, de la voz de Purgatorio, se cuela en nuestra diversidad - la llamada novísima poesía chilena- en la recaudación de antojos de prolijos niños poetas que nos sumamos a la estela de su lamento, a los vestigios y despojos que quedan de Chile en la lectura de los poemas de Purgatorio.

 

 

 

 

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