Su 
feroz rosa pegado como nunca antes a la vida
o sobre la imprecación 
de Zurita
Por 
Pavella Coppola Palacios
(Publicado en Periódico Literario 
Carajo, Edición Nº 8, septiembre de 2006)
La 
ventana que hiendo para leer a Raúl Zurita es la ventana del sonido. 
La que permite ante todo escuchar, aquélla registradora de un primer impacto 
sonoro. Mediante tal hendidura, la poesía de Zurita se torna canto, pero 
canto de un rito. 
Su obra nos enrostra una poética de la imprecación; 
cierta súplica avanzando a paso agigantado desde sus primeras publicaciones. 
Prix y precis, voces latinas significando súplica anidan en el corazón 
de la palabra imprecación. En tal concierto, la imprecación sucede 
como un gran torbellino en alianza con nuestros oídos, depósitos 
fisiológicos, cajas de resonancias para nuestra escucha. 
Pero, 
el canto es musicalidad ante todo, posibilidad estética en que la palabra, 
el sentido, diríamos, se torna sumisa, porque la avalancha sonora arremete 
con fuerza como si se tratara de una primera 
posibilidad 
rituálica en donde lo sonoro acontece antes de todo, antes del propio hombre 
y su saber semántico. 
Tal posibilidad sonora, tal situación 
musical, se despliega como enunciación de algo que ofrecerá luego 
el sentido de la palabra como un complemento que otorga el hombre al sonido para 
transformar esa materialidad incluso en una posibilidad ontológica. En 
este primitivo escenario, en esta primera circunstancia del asombro sonoro, intento 
buscar los elementos estéticos de la poética de la imprecación 
de nuestro Premio Nacional. 
Entonces, como si se nos exigiera desentrañar 
los mecanismos internos de tal canto, sugerimos pensar la imprecación poética 
de su obra: Sorprendentes carnadas llueven del cielo. / Sorprendentes carnadas 
sobre el mar. / Abajo el océano, arriba las inusitadas nubes de un día 
claro./Sorprendentes carnadas llueven sobre el mar./ Hubo un amor que llueve, 
hubo un día claro que llueve/ ahora sobre el mar(…), leemos al inicio 
de la primera parte, "El mar", de su libro INRI, publicado 
el 2003. En esta primera estrofa cuatro palabras construyen el sistema poético: 
el calificativo sorprendente, tres veces repetido, el verbo llover, utilizado 
otras cuatro, el sustantivo carnada, mencionado tres veces y el sustantivo mar, 
desplegado otras tres. Un sistema poético cerrado, edificado con mínimos 
recursos lingüísticos, cuya fórmula es la reiteración 
discursiva, configura la estructura imprecativa de la poesía de Zurita. 
Tal reiteración, frecuente organicidad formal de la composición 
es connatural a las leyes particulares de toda composición estética. 
No obstante, en este caso, la sucesión reiterativa en Zurita, obedece a 
mi juicio, a un asunto más allá de lo estrictamente formal: se trata 
de una estrategia discursiva exigida por toda obra totalizadora, panorámica: 
suerte de obsesión creativa, cuyo núcleo semántico es la 
imposibilidad del poeta de ser más allá de la finitud. 
Entonces, 
la salida trágica, la apertura dionisiaca de su poesía; entonces, 
la exigencia desgarradora de su canto, porque tal cántico en tanto musicalidad 
requiere de recursos melódicos que permitan sobresignificar la ofrenda 
trágica de su existencia como si mediante la ostentación de lo reiterado 
la pesadez de tal avalancha lingüística, y por tanto, la carga de 
avalancha sonora, el sujeto hablante aullara ante las cosas (ante el paisaje omnipotente) 
advenidas para que su finitud terrestre se diluya ante la inmensidad panorámica 
que es su poesía y que a su vez también resulta ser el ruidoso paisaje 
enrostrándolo dramáticamente. 
En este sentido, la musicalidad 
imprecadora de Zurita acontece como soporte sonoro de un significado trágico 
propio del sujeto dirimido ante la cosa, esto es, ante el paisaje grandioso, ante 
la escenografía desplegada como inmenso telón de la teatralidad 
desarrollada en sus páginas: Al frente las montañas emergen como 
una gasa de/ tul curvándose contra las sombras. La nieve de la / cordillera 
fosforece levemente, como una gasa que/flota./Arriba las infinitas estrellas y 
el cielo negro./Las palabras son leves, las estrellas son leves. 
Pero, 
prosigamos en el tejido del sujeto hablante y de su paisaje; sugerimos, por muy 
evidente que resulte, el cruce entre palabra, paisaje y política -además- 
pues el drama político es el fin último de su súplica: INRI 
es un libro político, poderoso en una suerte de sobre exposición 
de ciertos vocablos, en su avasallador despliegue lírico: ultimátum 
del desagarro. 
INRI resulta ser la continuidad de la desaparición 
humana en la desaparición de la sinonimia. En esta obra el léxico 
se reduce, pues la posibilidad de sustitución lingüística no 
es posible, porque sólo cordillera se nombra cordillera y nieve es nieve 
y el mar es únicamente la palabra mar. 
Un doble movimiento pareciera 
soportar a este libro: una súplica desgarrada, especie de aullido, suerte 
de quijada hendida formalmente presente mediante un ropaje musical
 
reiterativo, y la ausencia, esto es, la reducción sinonímica donde 
ciertas palabras son y no otras. Reiteración y reducción actúan 
de manera tal que tensan la atmósfera poética como si se tratase 
de una tensión manierista de la imagen poética del desaparecido, 
de los desaparecidos: El revés rosado de los párpados./ Es el 
rosa revés de/los lagrimales cuando lloran./ Los arrojaron y ahora/ son 
grumos de nieve rosada abrazados por la gasa/de tul que fosforecen las cordilleras./ 
Mañana vendrá/el deshielo y oirán la piedad de las montañas, 
oirán/ el vendaje rosa de la nieve que llora desde los/lagrimales color 
sangre de todas las montañas, de/ todos los ríos y deshielos. 
La correspondencia de la desvanecencia del desaparecido político 
con la ausencia de sinonimia en la estructura poética permite dar cuenta 
de lo incorpóreo como significado último en el acontecer del canto 
desgarrado.
Tal desmaterialización pareciera a primera vista contradictoria 
a la eficacia de la reiteración como recurso estético, pues la reiteración 
es llenadora, aglutinadora, es exceso; pareciera , así las cosas, que el 
lector frecuentara un derrotero ambivalente: ejes opuestos: uno, hacia la apertura 
, otro direccionado en vista a un enclaustramiento, o, dicho de otro modo: saciar 
la sed del desgarro y vaciar la materia de lo existente es el positivo manierismo 
del poeta Zurita.
En consecuencia, el ostensible desgarro del sujeto hablante 
resulta ser la tensión estructural y semántica habitando todos los 
lugares signados y significados de este Iesus Nazarerenus Rex Iudareroum enropando 
a Susana, a Odette, también a Bruno que "Sólo es una línea 
blanca que cae y se/ levanta".