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INRI,
LA OBSESIÓN DE TALLAR PAISAJES
(Prólogo de INRI, de Raúl Zurita. Edit. Visor, Madrid, 2004)


ALEJANDRO TARRAB
Poeta Mexicano



Umbral


La tradición poética de Chile guarda nombres fundamentales: Humberto Díaz-Casanueva, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Pablo y Winétt de Rokha… Pareciera que las cosas en ese país sólo pudieran ser nombradas en verso. Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) se ciñe a esta tradición desde la publicación de su primer libro en 1979, Purgatorio, hasta su publicación más reciente, INRI; un canto para la permanencia y el memorial de lo que se desvanece ante un acto de crueldad. Las siguientes líneas trazan los significados de algunos de los elementos contenidos en el libro e intentan ubicar la magnitud de este texto respecto a la trayectoria de un poeta que recientemente recibió el Premio Nacional de Literatura de su país (2000) y cuya poesía, traducida a cerca de una decena de idiomas, ha venido siendo reconocida como una de las más sólidas y fascinantes de la literatura contemporánea.

La poesía de Raúl Zurita parte de la cicatriz, de la entraña; es una fuerza de impacto, una suerte de golpe solar vertido en palabras, en actos poéticos. Este desbordamiento interior, esta herida, se extiende en el poeta chileno más allá del papel, hasta las cordilleras, hasta la vastedad del cielo; como si ese sentir no cupiera en un solo cuerpo y tuviera que abrirse ilimitadamente. Aquí, el paisaje y la palabra se hacen uno, se funden en un mismo acto de expresión: "Yo hice gestos desesperados en la época más difícil de mi vida y de Chile […] Solamente después supe que con ellos había comenzado mi poesía". Una poesía que es el éxodo de las almas hacia un mundo seguramente mejor que el nuestro: "algo así como atravesar este tiempo, cruzarlo. Amarrado a las palabras como en una balsa y despertarse en otro tiempo".

El deseo poético de Zurita es erigir un lenguaje que cuente un nuevo comienzo; transcribir los millones de sueños anónimos, todos esos sueños infinitos y casi intraducibles que son una fuerza de vuelo, de liberación y de quimera. Así escribió "La Vida Nueva" en junio de 1982 sobre el cielo neoyorquino y cavó surcos inmensos en el Desierto de Atacama en agosto de 1993 para dejar inscrito: "ni pena ni miedo". Cuando el poeta lleve a cabo su "última obra", la inscripción de las 22 frases de su poema "Diálogo con Chile" sobre los enormes acantilados del norte de su país, frases que serán vistas sólo desde el mar se estará en presencia de la palabra en toda su magnificencia, se estará en presencia de "el poema".

El deseo poético de Zurita es erigir un lenguaje que cuente un nuevo comienzo, transcribir los millones de sueños anónimos, todos esos sueños infinitos y casi intraducibles que son una fuerza de vuelo, de ilusión y de quimera. Este deseo lo encontramos a lo largo de toda su obra, pero adquiere un acento particular en La Vida Nueva y en INRI. En el primero, a partir de una serie de sueños relatados en 1983 por varios pobladores de una inmensa toma de terrenos, inicia el renacimiento de todos los paisajes; en el segundo, los sueños van pegados a todas esas vidas, a todos esos cuerpos que arrojó la dictadura y que ahora caen como lluvia, como verdadera tormenta de indignación, sobre la extensión de los paisajes. El poema para Zurita cumple con esta función develadora del desasosiego; es "el modo más agónico con que eso, que alguna vez llamamos sagrado, trata todavía de comunicarse con nosotros".


INRI: corolario de una obra total

I

Parece claro que la obra de Zurita -incluidos aquí los actos de escritura en el cielo y en la tierra- sigue una secuencia que responde al concepto de obra completa u obra total que se han planteado varios autores, entre ellos Mallarmé. El propio Zurita lo ha expuesto así en numerosas ocasiones; sin embargo, ¿qué tipo de secuencia es ésta? y ¿qué lugar ocupa INRI dentro de esta continuidad? Purgatorio, Anteparaíso y La Vida Nueva, responden, como se ha visto, a la estructura utilizada por Dante en La Divina Comedia. Esto nos habla, más que de un plan de obra, de una concepción definida del trazado de la misma. El poeta reconoce, desde un primer momento, los puntos álgidos y las heridas en el horizonte, y proyecta sus versos en ese sentido. Dentro de esta secuencia, INRI es un epitafio inscrito allí donde la brutalidad y el autoritarismo dejaron caer los sueños; "de pronto me parece el corolario, el fin previsible de lo que ya estaba en [mis libros anteriores]. Algo que asume la forma de un duelo donde todos los ríos, la cordillera, el Pacífico se yerguen sólo como un memorial. Nuevamente siento la obsesión de tallar esos paisajes".

En INRI la naturaleza es símbolo de declinación y florecimiento; es receptáculo, contenedor y, a su vez, reintegrador de todas las fuerzas: los cuerpos desaparecidos, violentados, caen al mar y a las cumbres nevadas como una especie de desesperanza ("días que ya nunca serán"); después está el mar del desierto con su oleaje de piedras que se funde con el sol, y un poco más lejos un barco ("Nadie diría que puede haber un barco en el medio del desierto […] Nadie lo diría pero está allí"), una embarcación herrumbrosa que se extingue con su tripulación de olvidados; ahí está el grito de los puertos y de las piedras azotados por el viento, por la vastedad del océano que se invierte y se precipita; esto movilizado en todos los sentidos por esos cuerpos, esos seres ciegos -porque "les vaciaron los ojos ¿sabías? Les arrancaron los ojos de las cuencas"-: todos esos cuerpos sin nombre, todos esos nombres débilmente aferrados a la permanencia y que sólo el paisaje y el tiempo, sólo el mar y los ríos, las cumbres absolutas de todas las cordilleras, el desierto y las maravillosas flores podían traer de vuelta.

II

Toda vista implica tonalidades que la develan. En el paisaje de la resurrección hay una luminosidad que muestra esperanza, un cielo escrito con cuerpos deslumbrantes; aquí el color dominante es el blanco, pero no el blanco frío, mate, que denota ausencia y muerte, sino el blanco encendido del alba, que lleva implícito un sinnúmero de sucesos posibles, el blanco que emerge para combinarse con el resto de las gamas. Ahora bien, sería absurdo olvidar que en cualquier camino de luz van implícitas estaciones sombrías: son los "ya no" que el poema nombra como golpes para la memoria; es el océano sagrado de Chile ardiendo, clamando su camposanto. INRI retoma este memorial de voces y lo inscribe en una amplia progresión de matices.
La lluvia de los cuerpos comienza en las aguas. Aguas violentadas por cardúmenes que buscan en espirales sus carnadas:

Se dice que llueven asombrosas carnadas
adheridas de pedazos de cielo sobre el mar […]
Oí un cielo y un mar alucinantes, oí soles
estallados de amor cayendo como frutos, oí
torbellinos de peces devorando las carnes rosa
de sorprendentes carnadas.

Y lo que parece un festín grotesco, una escena apocalíptica, no es más que el comienzo de la renovación. Los peces, asociados al nacimiento, a la fecundidad y a la restauración cíclica, son el comienzo de una absorción que trastocará la geografía de los elementos. En la mitología hindú, por ejemplo, matsya es uno de los avatares de Vishnú; es él quien rescata a Manu, el primer hombre, del gran diluvio. Más asociada con la obra de Zurita está la representación de Cristo como un pescador y de los cristianos como peces nadando en el agua bautismal (instrumento de su regeneración). El propio Jesús es representado a lo largo de los siglos como un pez: "Sorprendentes carnadas llovieron sobre el mar santo, sobre los peces santos". Peces alimentados de impresionantes llanuras de tiempo que nunca será, de sueños y de cielos que nunca serán, "de brazos que no lograron abrazarse, de manos que no alcanzaron a tocar", ahora ascienden al cielo: aquí comienza el viaje de renovación, el INRI de los paisajes.

El siguiente ciclo de restauración plasmado en INRI es el fuego. Si consideramos la existencia de diferentes clases de fuego (fuegos de los mundos terrenos, fuegos intermedios -rayos-, y fuegos celestiales; fuego purificador y fuego de destrucción, entre muchos otros), podríamos afirmar que Zurita prepara con este elemento el terreno para una floración. El fuego comienza con la lluvia santa de los cuerpos violentados; en el paisaje incendiado se mezclan diferentes imágenes que ascienden y descienden formando un increíble círculo de fuego, un fuego abrazador que no sofoca: los peces, como pequeños soles, suben cantando con la voz tomada del cielo; los cuerpos arden mientras se precipitan hacia todos los paisajes; el cielo y las aguas son un todo incendiado:

[…] Viviana oye cielos enteros caer como almendros
en flor, como rosadas mejillas en flor sobre el mar salvo
de Chile.

La zarza del mar de Chile arde, arde sin consumirse.

Arden las llanuras santas del cielo cayendo. Carnadas de
hombres caen sobre la zarza llameante del océano.
[…]
Peces en llamas saltan, asombrosas carnadas arden en el
mar. Llovieron cielos santos. Zarzas de Chile, he allí
vuestros hijos. Zarzas de Chile, he allí el mar ardiendo.


La nieve de las cumbres guarda en su entraña cielos suspendidos. El hielo de las cordilleras es una gran gasa que espera la caída de los cuerpos. Esos otros cuerpos que también fueron arrojados y que ahora giran en el aire: "Frente a la inmensidad semejan raros copos de nieve". La extrema frialdad de las montañas encerrará todos sus sueños, hasta que el deshielo los haga unirse con las corrientes de los ríos y del mar; con todos esos "ríos arrojados", con esos "ríos [que] se lanzan desde el cielo", con todos los "ríos que emergen", con "los ríos que se aman". De esta forma nace Chile y la música sinfónica de las aguas en La Vida Nueva; de esta forma comienza el ascenso del pacífico y el salve de las piedras y de los torrentes: "somos el sueño que todo Chile lloro mirando,/ responden los albos glaciares ciñéndose desde/ el océano hacia el sur de este mundo, como/ todo el amor, como todo el amor".

Hablamos del domino de las aguas en La Vida Nueva e INRI, no como un tema predominante -hecho que no se descarta-, sino como un vehículo que unirá diversos elementos, como materia de vida y centro de regeneración. En lo que podrían ser aguas quietas (estanques, hielo), siempre hay un punto de fuga, un instante en el que el elemento se desborda. En La Vida Nueva los ríos se arrojan, cruzan el mar, vuelven al cielo, emigran. En la parte final del libro, cuando "Los torrentes hablan de sí mismos" Zurita dice: "los lagos inmensos donde nuestros ojos se pierden/ y nacen los torrentes que juntan los míos con los tuyos". En la imagen hay contemplación, la mirada absorta en la quietud de un agua profunda, hay un espacio en blanco, un silencio colmado de ensoñación; después llega el murmullo de la corriente, todo fluye hacia la otra mirada que nos espera. En INRI ya hemos visto esas aguas envolviendo a los cuerpos y precipitándose hacia el mar y las cordilleras; en estas vistas el mar nunca está en calma, no es el mar del bañista ni tampoco el mar diáfano en el que se distingue todo lo que lo habita; el mar de INRI está violentado por su propio deseo de resurrección, el mar de INRI busca, junto con todo los paisajes de Chile, su momento de ascensión:

Y las montañas nuevas ocupando el lugar de los mares y
los mares nuevos ocupando el lugar de las montañas
subían y sus miembros subían igual que los pastos sobre el
arrebolado cielo.
[…] Y era el mar de los Andes ascendiendo y eran las cumbres
del Pacífico toda la luz que ascendía prendiendo las cordilleras
y las cuencas vacías de sus ojos se iban para arriba y era el
océano encendido sobre las montañas el que llenaba las
cuencas de sus ojos.

El desierto, asociado a la simbología solar (luz, fuego) y lunar (noche, hielo), implica una serie de consideraciones: el que se adentra en el desierto necesariamente se aventura, obedece un instinto de búsqueda y se expone a lo indefinido: los espejismos son la ansiedad del agua y del propio ser. La imagen absolutamente fascinante, de un inmenso barco herrumbroso, recostado en las piedras del desierto, responde a este carácter de búsqueda y se aleja al parecer de la alucinación, de lo indeterminado. El propio Zurita lo reitera gradualmente en su anáfora: "Nadie diría que puede haber un barco en el medio del desierto […] Nadie lo diría pero está allí […]Nadie diría que un barco puede hundirse en medio del desierto, pero se hunde". Esta embarcación de desaparecidos naufragando en la arena infinita es la simbolización de todo lo perdido ("si uno murió por todos es que todos están muertos"); y a su vez, la fracción sombría que conlleva todo renacimiento.

Hay mucho de esa embarcación negra de INRI, naufragando en el desierto con su tripulación de olvidados, en un suceso terrible que vivió el poeta durante el golpe militar de 1973: la reclusión de 800 personas en un barco durante tres semanas:

[…] la noche del 10 de septiembre estuve en el puerto solo, muy angustiado. A las seis de la mañana del 11 llegué a la Universidad a tomar desayuno y ver si podía dormir un poco. Allí me tomaron. Eran arrestos masivos de miles y miles de personas[…] De allí nos llevaron a un estadio y de allí al barco Maipo, que era un carguero civil de la Compañía Sudamericana de Vapores. Efectivamente yo había logrado conservar una carpeta con poemas. Como había unos poemas visuales (que están en Purgatorio), los militares creían que eran mensajes en clave y comenzaba la golpiza, pero extrañamente al final me los devolvían […] Como estaba amarrado sostenía la carpeta con los dientes. Un marino los vio: ah sí, dijo, son poemas estas huevadas, y tiró la carpeta al mar. Lo que pasó entonces es tan extraño, la carpeta me decía que había habido un antes, que ahora era algo que estaba sucediendo, pero que yo me llamaba Raúl Zurita y había tenido una vida antes. Después comenzó literalmente la pesadilla, no sabía quién era, si los golpes y el hacinamiento eran reales, claro, me dolía, o era un invento mío. Cuando volví en mí pensé en los que amaba […] no sabía absolutamente nada de ellos. Estuve con cientos y cientos de estudiantes, profesores, obreros que trabajaban en una constructora soviética.

Yo era partidario absoluto de la Unidad Popular de Allende, pero escribía una poesía que estaba completamente en las antípodas. No ocupaba cargos, fui arrestado entre miles.


La floración constituye lo anunciado desde el inicio de INRI: el nuevo principio, el retorno al centro, a un estado primordial, también representa el alma de los muertos o el espíritu de las cosas en general. En INRI están las flores artificiales que Mireya ofrenda a la tripulación de desaparecidos que naufraga en el desierto, y las flores naturales que tocan a los muertos, que repasan sus facciones, tal como lo hacen los ciegos. En esa imagen devastadora donde una mujer, que dice ser la madre de los desaparecidos, le ofrece flores de plástico, cada una con un nombre, a sus hijos muertos, que a su vez simbolizan a todos los muertos de la patria, la agonía de todo Chile; en esa imagen, las flores representan un simulacro de creación para el renacimiento de los cuerpos, una especie de salvación del anonimato: todos esos cuerpos sin nombre son rebautizados, renombrados y reconocidos, ahora pueden descansar en paz. El caso de las flores naturales no es muy distinto, aquí es la madre tierra quien toca los cuerpos, quien los reconoce. Las flores aquí llenan todo lo vacío, suplen la mirada de esos ojos que los tiranos arrancaron de sus cuencas, colman el espacio desértico del paisaje: "Desaparecieron entonces las cordilleras, desapareció/ el Pacífico y ahora Chile entero son flores".

Todo lo que se eleva busca una trascendencia. En las rompientes, el agua se divide y busca elevarse, atraída por las alturas. En INRI esta imagen está llevada a sus últimas consecuencias, las rompientes, los cuerpos arrojados sobre las cordilleras, sobre los ríos y sobre el mar de Chile, el paisaje entero está suspendido, flota sobre el cielo. Es la resurrección total de todos los panoramas, de todos esas carnadas que se recomponen, que ahora tienen cuerpo y nombre y que pueden entonar un canto:

[…] Infinitos peces que ascienden con días de sol
en la boca, con amores salvos, con pedazos de
costillas transformadas. Increíbles peces suben
desde las llamas del mar incendiado y cantan
con la voz tomada del cielo.

Para aquellas víctimas a quienes la tiranía les sofocó la mirada, el poema ofrece otro canto escrito en Braille: "Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos, habituadas a seguir siempre las tuyas, sienten en la oscuridad que descendemos".

Paradero

En la imagen de Cristo encontramos la reunión de los símbolos absolutos: lo alto y lo bajo, el cielo y la tierra, los cuatro elementos… La inscripción INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeórum/ Jesús de Nazaret Rey de los Judíos) representa la burla, la incredulidad, pero también la trascendencia, lo divino, el retorno y la salvación. INRI de Raúl Zurita simboliza este nacimiento nuevo de las almas y los paisajes, el otorgamiento de una identidad permanente para todos esos cuerpos anónimos que fueron arrojados a las fosas comunes de la geografía chilena. A su vez, este poemario representa el cierre de una secuencia en la obra del poeta chileno, y el inicio de algo seguramente insólito. Con todo, INRI es una cumbre que habla por sí misma, un corolario de vistas que se eleva y se suspende más allá de todo lo esperado por la literatura de nuestro tiempo.

 

 


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INRI, La obsesión de tallar paisajes.
Por Alejandro Tarrab.
Prólogo de INRI, de Raúl Zurita.
Edit. Visor, Madrid, 2004.