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La patria inesperada
INRI de Raúl Zurita


Por Eduardo San José
La Nueva España Nº878, Jueves 14 de Abril de 2005


Comprometiendo su poesía en uno de los temas -las torturas y desapariciones sucedidas durante la dictadura chilena- que bien pueden hacer que la mejor intención se convierta en un pobre e irrespetuoso ejercicio literario, Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) saca la pesada herencia poética de su país de los almanaques profesorales para devolvérsela al inmediato interés público. Al mismo tiempo, «INRI» no es un limitado corolario político a la barbarie, sino una honda reflexión acerca de cómo recobrar para el ánimo y para la mirada un país, cualquier país, tras el paso criminal de un Estado que pretendió suprimir a muchos de sus habitantes.

El telurismo de dos de los llamados volcanes de la poesía chilena, Gabriela Mistral y Neruda, se transforma aquí en vivencia panteísta y animista teñida de un pretextual cristianismo que recordará al primer Lorca de «Libro de poemas» en su utilización sostenida de símbolos naturales que remiten a los misterios cristianos. El telurismo de Zurita se fija antes en el cielo: así, uno de los mayores méritos del libro es comenzar ex abrupto con una enigmática lluvia de carne, que el lector acabará identificando con los funestos vuelos de la muerte («Sorprendentes carnadas llueven del cielo / Sorprendentes carnadas sobre el mar»), tras lo cual se sentirá cerca de aquel primer desconcierto de la sociedad bienpensante ante lo que sucedía.

La alegoría descubre el territorio nacional como una cruz y ahora gigantesco cementerio, que, lejos de repudiar, los chilenos deben asumir como lugar de resurrección para el aniquilado cuerpo social: «Hablamos, dicen, de una patria nueva, de un / amor nuevo que no estaba contemplado» (página 59). Las flores en el desierto, la cordillera a la que muchos fueron arrojados y las arremetidas del mar señalan votivamente la memoria de los muertos en la mirada de esa madre, Viviana, que intenta sobrevivir a su país tras la desaparición del hijo. Entonces «una flor es un rostro en la / soledad del desierto como un rostro es una flor / en la soledad de las cosas» (página 101). Los poemas se reparten en bloques alrededor de obsesivas letanías con escasas variaciones, en las que todo el significado se crea alrededor del sonido, impidiendo visualizar esos mismos espacios naturales: porque «les sacaron los ojos ¿sabías? Les arrancaron los / ojos de las cuencas. Por eso en estos poemas / nadie ve, sólo oye» (página 101). Estremece una súbita página 93 en blanco, que acabamos descubriendo como un poema troquelado en el alfabeto Braille.


 

 


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La patria inesperada.
Por Eduardo San José.
(INRI de Raúl Zurita).
Fuente: La Nueva España Nº878,
Jueves 14 de Abril de 2005.