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EL SOL NEGRO DE MATRIA

Por Raúl Zurita

 

Yo no elegí el operático decorado de la cordillera
pero
pinté de sal y rosa los Andes
para contemplar en él, el blancor de una patria,
Me vestí con los atavíos de mi madre (…)

 

 

 

 

Con este extraordinario comienzo; de tono mayor, épico, que se va con todo, se inicia Matria de Antonio Silva, y comienza un nuevo gran relato para aquello que persistimos en llamar la poesía latinoamericana. La obra de Antonio Silva, desde Andrógino y Analfabeta hasta este último libro, levanta un proyecto único que a través de las marcas del hibridaje, de la transculturización y de la pérdida, muestra una geografía donde los opuestos impuestos por el lenguaje del poder: homosexualidad y heterosexualidad, masculino y femenino, patria y matria, funden sus territorios y dejan de ser experimentados como contradictorios. Este trazado radical culmina en la última página del libro con la imagen suspendida de un pacto mediante el cual las líneas de filiación se reordenan borrando sus fronteras:

                        LA MADRE DE MI PADRE
                        SELLÓ DE SAL
                        LOS OJOS DE MI NATURAL
                        MENTE
                        MADRE

Desde su primera línea poema entonces hasta esa MENTE/ MADRE del final,  este libro es un alucinante dispositivo que dialoga y litiga, más que con una generación determinada, con esa idea del poema que encarnan los poetas fundacionales, vale decir, los poetas muertos. Como todas las poesías poderosas, la de Antonio Silva modifica el pasado y es difícil leer a sus antecesores sin teñirse de su mirada. Es lo que sucede con Huidobro (el de los cantos III y VII del Altazor donde primero se señala que los idiomas que hablamos son idiomas muertos, para luego demolerlos), con Neruda, (no tanto el de las Residencias como el del Canto General), con Lezama Lima, quienes encuentran en estos poemas un nuevo sentido, un doblez tan alucinante como inesperado.

Las relaciones de un texto de la envergadura de Matria son múltiples y seguirán multiplicándose en el futuro, pero la marca fundamental es con César Vallejo. En rigor, estos poemas representan una de las más hondas respuestas que este opaco comienzo de milenio le ha dado a la interrogación que Vallejo dejó abierta en el poema “España aparta de mí este cáliz” sobre el idioma impuesto y las víctimas de ese idioma. La pregunta fue por el dolor. Él vio que en estas tierras signadas por la conquista la felicidad jamás será posible porque el dolor es inseparable del idioma impuesto, literalmente, que cada una de sus letras “es el origen de la pena”. En su sentido más urgente y desesperado Matria es una reescenificación de ese origen, de ese dolor incrustado en las entrañas mismas del castellano y ya en su primer poema se nos dice que su tarea ha sido inventarles una patria y una futura lengua a los despatriados:

He inventado una patria para los despatriados
mi pequeña Itaca, mi futura lengua (…)

Líneas más adelantes se nos dirá que esa “futura lengua”, será un idioma “Quechua Aymara Naguatl”, mostrándonos que antes que nada los despatriados son los expulsos de un idioma que carga en cada una de sus palabras, en cada signo y vocablo, la memoria de la infinita violencia que significó su implantación. Es el tema central, y exactamente es eso lo que nos muestran permanentemente los grandes poemas del mal llamado nuevo mundo. En otras palabras: cada vez que recorremos las letras de este A B E C E D A R I O como está nombrado en el poema “Zapatos de campesina” de Matria, nosotros los lectores volvemos a hacer presente el genocidio que significó la imposición de la lengua en que están escritos los poemas. Pero esa lengua somos nosotros. Al leer nosotros somos los victimarios, nosotros somos ese origen de la pena.

Los poemas de Silva son así territorios donde las palabras marginadas irrumpen en el decorado del idioma imperial, acosándolo, purgándolo, recordándonos que en la violencia original del idioma estaba ya prefigurada la violencia racial, social, económica, política, que atraviesa la historia de estas ex colonias. El castellano se levanta como el primer victimario y la impronta de su tragedia; sus cientos de miles de víctimas arrasadas, segregadas, muertas, por y en la lengua que nosotros hablamos, no podía sino reiterarse en todos los ámbitos de la vida:

            de sangre mi vestido
            jamás americana,

Los seres que pueblan Matria son así, antes que nada, efectos del lenguaje, pliegues de él. Marginados, violentados, violados primero por el lenguaje impuesto, esos personajes se nos presentan en la escritura de Silva como una pulsión de esa misma lengua, esto es: de las culpas, remordimientos y esperanzas que el hecho del habla implica. Las palabras en Matria están permanentemente a punto de transformarse en las palabras de las lenguas marginadas, en ese “quechua aymara naguatl” levantando el mapa de una ciudad que existe únicamente porque revela la profunda conflagración de un idioma que no ha alcanzado la paz con sus hablantes y que, por lo mismo, no puede sino transformarlo todo; un continente, un país, un barrio, en periferia, en margen.. Pero esto no es menor. Me atrevo a afirmar que si algo como la poesía latinoamericana existe con Vallejo, Huidobro, la Mistral, de Rokha, Neruda, es porque esa poesía es la constatación más profunda y demoledora de un idioma que no puede nombrar inocentemente la violencia porque él es la violencia. Es en ese límite donde se escribe este libro y la poesía de Silva reinventa a sus propios precursores. De partida comparte con los poetas fundacionales el esplendor de la escritura, salvo que ese esplendor tiene en Silva un signo opuesto: oscuro, desmembrador, inquietante. Matria va orillando el borde de sus propias palabras como si quien escribiera lo hiciese también bajo una doble impulso; por una parte el de reinstalar el principio del placer en el corazón de un idioma católico y castigador mediante el uso de los tonos mayores, de los incontables niveles fónicos y rítmicos, de los contrapuntos, produciendo el efecto de un gran decorado, de un escenario crepuscular y radiante a la vez, mucho más cercano al barroco, con el peso histórico que ello significa, que a los amaneramientos del neobarroco, dicho en breve, mucho más cerca de Góngora y del Neruda de las Alturas de Macchu Picchu que de Severo Sarduy, y por otra parte, el impuso de romper con las propias palabras, triturarlas, reducirlas a sus meros efectos sonoros para que ellas efectivamente permitan la instalación de un nuevo significado.

Me ha parecido que parte de lo magistral de Matria radica en mostrarnos esa lengua sitiada, quebrada entre la memoria de su propia violencia y el impulso del placer. Pero palabras como poesía, poemas, poetas, nos parecen, y a veces no sin razón, altamente sospechosas, y sin embargo es necesario revindicarlas porque nada de este libro ni de su autor es decible si sacamos esas palabras. Se trata entonces de una extraordinaria poesía y de un extraordinario poeta, y de un extraordinario poeta a secas, sin más, en el sentido más ortodoxo del término, con un alucinante manejo del sonido, de los quiebres sintácticos, de las aliteraciones, con cierres maestros como Periferia de tu canto, del poema “Una patria”, capaz de llevar el idioma a su máxima magnificencia  que no es otra que la magnificencia de las grandes exequias. Lo que se está mostrando es una ceremonia fúnebre; la de un idioma que sus propias palabras entierran:

Qué vas a hacer con esta lengua difunta
Con esta diadema sonora, con esta cabellera de amor que peina el deseo

Es otra vez el gran tono, el máximo resplandor, pero es un resplandor que no ilumina ninguna plenitud, sino al contrario, que hace más evidente su mancha, su indisimulable vacío, la herida que lo corroe. En otras palabras, el resplandor del lenguaje en Matria devela todas las fisuras, grietas y derrumbes, que están en la piel viva del lenguaje. Pero la piel viva del lenguaje es la piel viva de nuestros cuerpos. Limitamos con las palabras, limitamos con las palabras atroces de un idioma que al hablarlo nos convierte en los beneficiarios y cómplices de un gigantesco acto de fuerza pero que al mismo tiempo es el que nos da una pertenencia, un lugar. Esa contradicción irresoluble es lo que encarnan los personajes de este libro: sus permanentes quiebres de géneros, sus travestismos, sus nombres cruzados, sus santidades plurales e invertidas, son aquello que la sociedad, la sociedad chilena actual, quiere usufructuar pero jamás exhibir como esos ejemplares padres de familia que se suicidan porque descubren que tienen Sida. Lo que emerge entonces es la belleza estupefaciente de un sol negro que se levanta con todo lo reprimido y cuya capacidad subversiva radica en el hecho de que en la poesía de Silva no existe la más mínima sombra de auto conmiseración. Es una poesía brillante y dura, sin concesiones:

            Penetrar y ser penetrado
            esa es la ley del universo

Creo también que leer Matria desde perspectivas generacionales o de género es válido, pero reductor. Un libro como este vuelve a recordarnos que tanto en poesía como en la vida, lo crucial es lo sexual, no lo hetero, lo homo o lo bisexual, y me ha parecido también que estos poemas están más cerca de esa forma de eternidad que encarnan los poetas muertos, Huidobro, Neruda, Mistral, Vallejo, que de los poetas de esta o aquella generación. Al mismo tiempo entiendo perfectamente que un poeta de la potencia de Héctor Hernández lo sitúe como el mejor poeta de los 90 y que lo sienta como el gran referente. Cuando la reacción reaparece en todos los ámbitos, -y en poesía a través de cerros de poetas tan nuevísimos como viejísimos, que quieren revivir los discursos de las buenas abuelitas: el buen poema, el oficio, el pulido, y cosas tan nauseabundas como esas, (sí, el buen poema, pero con demencia, con desborde, con mirada, con riesgo, con enfermedad)- es necesario agrupar fuerzas y reconocer aquellas obras que apuestan por  lo otro. Por lo que no es esto, por aquello que no es lo que está y que debería estar.

Es la apuesta de Matria y de su universo maravilloso y maldito. Se trata entonces de uno de los remarcables libros de la poesía chilena y Chile entero está concernido en él aunque sólo lo sepan cuatro personas. Parodiando a Pound diré, lo siento tanto por ti, Chile, porque no conoces a esas cuatro personas.



 

 

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El Sol Negro de Matria.
Poesía de Antonio Silva.
Presentación por Raúl Zurita.