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Lyrics, de Sergio Coddou
(Ediciones Rottweiler, Stgo., Chile, 2005)

Por Cristián Gómez O.


Colaborador habitual de algunos medios santiaguinos -El Metropolitano cuando existía, Casagrande cuando era una revista publicada en papel y el Artes y Letras de vez en cuando-, Sergio Coddou hace su presentación en sociedad no sé si en gloria y majestad, pero sí con cartas credenciales que serían bien recibidas en cualquier lugar del mundo. No es casual, me parece, que su libro goce del favor de los críticos que lo han comentado.

Dentro de lo que hoy en día se está editando en Chile -que no es poco-, Lyrics ofrece ciertas particularidades que lo hacen fácilmente distinguible del resto de las publicaciones. La primera sería la que anuncia con el título. Equiparar este volumen a un cancionero es casi como convertir a nuestro Coddou en un trovador a la vez medieval y santiaguino. El oxímoron tal vez se resuelva al titular con la palabra inglesa, en lugar del castellano "letras": el contenido de la canción, por así decirlo. Pero estos poemas que son canciones no son, por suerte, sólo eso. No son una versión pop de la poesía más reciente en Chile. Si bien Grínor Rojo emparienta al autor de Lyrics con Fuguet y Electorat, en tanto comparten una proveniencia social y ciertos gustos comunes, no creo que el libro de Coddou pueda ser leído exclusivamente desde esa perspectiva. El imaginario de Coddou, en el que se fecundan mutuamente cierta zona de la música pop -y remarquemos el cierta zona, no precisamente la más fácil ni la más comercial- y la poesía tanto latinoamericana como de habla inglesa, parece ser un ámbito compartido por más de alguno de los creadores que ocupan hoy una visibilidad más o menos pública que no obsta para que la literatura -y la poesía como la mejor de sus cenicientas- al dar las doce vuelva con religiosa puntualidad a sus cuarteles de invierno. Entre los que compartirían este imaginario, con mayor o menor transparencia, mayor o menor opacidad, dependiendo de los nombres que se barajen, los primeros que se me vienen a la cabeza son los de Germán Carrasco, Víctor Hugo Díaz, Andrés Anwandter, Alejandro Zambra. Si Coddou tiene en un lugar de privilegio de su banda sonora los nombres de Tom Waits, Lou Reed, Bryan Eno o Nick Cave, con Carrasco nos pasamos al jazz y Thelonius y Mingus y Parker. Las diferencias, si bien no son menores, hablan aun así de una sintonía que tiene si no la categoría, sí al menos el aire de una comunidad.

Las comparaciones, que podrían continuarse, no tienen en este caso nada de odiosas: el recorrido citadino de Coddou se asemeja a los de Zambra -Mudanza- o Víctor H. Díaz en cualquiera de sus textos. Creo que, en realidad, casi cualquiera de los libros de poesía publicados en Chile (y no voy más allá de sus fronteras sólo porque es el tema que mejor (creo que) conozco), cuya temática gira en torno o tiene como un necesario telón de fondo a la urbe o a la atmósfera de la urbe, todos estos libros se supeditan a la frase de Lihn que podría inaugurar y clausurar todo este tipo de lírica: "Esta ciudad no existe para mí ni yo existo para ella". Claro que en el caso de Lyrics, el paisaje citadino o bien es un banco de plaza impersonal y conciso, un hito serial a la manera de Philip Glass, o bien un hotel de paredes invisibles o bien una ciudad que "flota sobre nuestras cabezas". En cualquier caso, la desrealización del entorno tiene menos del afán deliberado por adelgazar su presencia que de una re-elaboración del mismo: "no voy a hablar desde ninguna parte", reza el título de otro de sus poemas. Esto, que para nosotros resulta perfectamente imposible, Coddou se lo propone como un empeño por darle rostro a la acelerada mueca de su época, a la cual se refiere en las notas explicativas que cierran el libro. Este no hablar desde ninguna parte se traduce en una contradicción que no encuentra resolución en el libro y que tal vez sea una de sus mayores virtudes, a saber: la figura romántica del rockero/poeta, el poema en prosa versus el verso libre y, lo que tal vez sea mucho más importante, el oxímoron entre esas palabras en inglés y sus cognates en castellano, de los que nos interesa fundamentalmente el de su título, "lyrics". Si esta palabra nos retrotrae en español al campo de la lírica, bien sabemos -bien lo sabe Coddou en especial- que su versión inglesa significa en cambio letras de canciones, ni más ni menos. La equivalencia, que el autor la hace explícita en sus Liner Notes, permite leer el libro de Coddou, tal como decíamos más arriba, como un cancionero, pero con la salvedad de que estas canciones probablemente no gozarán de la misma popularidad de sus contraparte radiales. La ironía contenida en la comparación no redunda, sin embargo, en ninguna clase de autocompasión ni en quejas ni vivisecciones sobre la condición de la poesía contemporánea. El hablante parece tener claro el lugar que ocupa su discurso y desde allí, sin mayores complicaciones, lo emite: "en el sofisticado lupanar en que se ha transformado tu discurso, puedo descansar al fin con mi lastre".

Retomo el tema de lo urbano porque en este libro no es menor. Y es que el hablante no intenta describir su experiencia de la ciudad -como lo hace por ejemplo, Yuri Pérez con su invención de San(to) Bernardo-, sino que precisamente se pregunta qué puede resultar de tal experiencia. Una somera descripción de aquellos que habitan la urbe de Lyrics nos los muestra sujetos a una profunda incerteza -casi epistemológica en el poema titulado "la ciudad flota sobre nuestras cabezas"- que, marcada por la fugacidad y su carácter inefable, no es posible conjurar tampoco en los espacios cerrados. Confróntese, sino, "El estado de las medias":

casi un objeto de deseo
sientes no poder completar tu anhelo
decorado por un hermoso aunque viejo sombrero
los pliegues intencionalmente arrugados de tu blusa
y tus labios sobremaquillados con desgano intrínseco y secreto.
tu sonrisa mutua en el espejo del baño
y sin lograr pasar del todo la servilleta por tus ojos
lloras luego de arreglarte la falda
y comprobar el estado de tus medias.

Mención aparte merece "Fourmillante cité" (Ciudad bullante o herviente, ya dirán los traductores del francés). Título tomado del primer verso de un poema baudelairiano -"Les Sept Vieillards", de los Tableaux parisiens- es digno de notar que Coddou, en esto de citar secretamente a Baudelaire, no esté solo. Antes lo había hecho J.L. Martínez al titular toda una sección de La nueva novela como "Epígrafe para un libro condenado", título de un soneto que Baudelaire había proyectado incluir en la segunda edición (1861) de Las flores del mal, pero que fue, finalmente, colocado por error al comienzo de la tercera edición de este libro. Después tenemos a Germán Carrasco, que toma de "Franciscae meae laudes" uno de los estribillos de sus Calas, "Piscina plena virtutis". Lista a la que ahora se agrega Coddou y que -probablemente- sea mucho más extensa. "Fourmillante cité", una recreación del largo poema baudelairiano en doce versos, nos muestra los fantasmagóricos moradores de una urbe que de pronto pierde su familiaridad y se torna irreconocible para el hablante, tanto para el de Baudelaire como para el de Lyrics.

Si este poema es una afirmación del individuo en medio de ese tiempo que se hace fantasmático, su espejo invertido se encuentra en otro de "índole" baudelairiana, como es "Poulet Malassis, Laughlin, Cotta, etc…v/s ( )*", donde, al hacer mención del editor de Las flores del mal, Auguste Poulet Malassis, traza una comparación entre la pobreza ¿franciscana? de nuestra institucionalidad neoliberal y la figura de ese editor medio heroico y subversivo que pagó con la cárcel el atrevimiento, para la Francia de la época, de publicar el libro de un autor que pronto pasaría a la categoría de proscrito, así como otros que lo acompañaban en el catálogo de esa casa editora, como Banville, Hamel, Merimeé y muchos más que sería largo de enumerar aquí.

Pero más que la suma de sus referentes, el primer libro de Coddou se puede leer con la actitud irreprochable del profano, del que entra sin conocimiento alguno, como el suscrito, a husmear entre las páginas que se suceden como las radios en el dial. Porque una cosa es cierta: estos poemas pueden prescindir del conocimiento musicológico como telón de fondo para hacer una lectura, tal vez no la misma que deseara el autor, tal vez errática, pero no por eso menos saludable. Que lector y autor no coincidan es motivo de regocijo (Bloom, entre tantos otros, dixit) antes que de preocupación.

En "Canción de cuna minimalista (Minimalist lullaby)" se ofrece lo que tal vez sea una explicación a esto de entender rock y poesía como las dos caras de una misma moneda: el paisaje o el intérprete podrán cambiar, pero la música, esos tonos de la rebeldía que interpretan tanto el sueño rockero como sus hermanos de armas que son los poetas librescos -parafraseo, desembozadamente, a Coddou-, seguirá una y la misma. Al alcance de pocos, de muchos, de todos.

 
 





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