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La voz de mujer madura
De lobos, águilas, árboles y peces


Por Jéssica Atal
Revista de Libros de El Mercurio. Sábado 2 de Marzo de 2002





Dos mujeres que hablan de animales y cuerpos (los propios y ajenos). En una, la comunicación con el mundo exterior es plena. En la otra, la vía hacia un mundo sinuoso siempre bordea los límites de lo abstracto. En ambas, la poesía es profunda, atractiva y sensual.

Si comparamos los libros anteriores de Soledad Fariña con este Narciso y los árboles (Cuarto Propio, 2001), vemos una evolución de su voz poética hacia una economía de lenguaje, imágenes y textos, que no descuida en absoluto el ritmo y la sonoridad de los versos.

Hay sensualidad. Narciso es un semental de pasiones. La atmósfera es húmeda y temblorosa. Especial relevancia, como siempre en la poesía de Fariña, tienen los sentidos. Su poesía son las manos, la boca, los ojos, oídos y perfumes. El tacto hace poesía. Pero hay cavidades que hablan de carencias. Cavidades tanto a nivel semántico como formal: la palabra es saltona, deja espacios y "huecos vacíos" como heridas abiertas.

Soledad Fariña escribe con sutileza poemas que, a partir de sus imágenes etéreas, casi parecen estar soñándose. Peces aparecen por todas partes invitándonos a flotar, a entrar en un estado de ensueño.

No hay el menor rastro violento ni amargo (salvo aquellas heridas abiertas...). La ausencia sólo se cuestiona, no se condena. La poesía se expresa, el ser se expresa sin otra finalidad que sentir su propio pulso. Por eso, en la primera parte del libro, Narciso (o Narcisa, en este caso) no deja nunca de mirarse en su reflejo, de cantar según su íntimo compás.

Ya la sintaxis de la segunda parte, "Los árboles", resulta más familiar. Vemos a Soledad Fariña haciéndose una con la Naturaleza, envolviéndose en sus ramajes, desapegándose del "yo". Gran refugio. Sabio, además. Nunca deja de contener a la hora de nostalgias y vacíos.

Hay, por último, cinco poemas sueltos en esta obra, de mujer herida, de mujer amante, de ser desesperado, de todo eso que quedó dando vueltas por ahí, sin haber logrado cuajarse por completo. Es lo que no se supo, en cierto punto, si desechar o guardar para más adelante. Es posible presumir, entonces, que por un exceso de Narciso, o por afán de mostrarse la mujer entera, ese resto termina entregándose a los leones, para que hagan de estos titubeos lo que quieran.

Seguimos en el reino animal con De lobos y del águila. Bi-bestiario (Be-uve-dráis, 2001), de Ximena Godoy Arcaya. Pero en términos muy distintos. Este es un libro que no muestra transparencias, donde una puesta en escena extremadamente minuciosa nos llega a través de un lenguaje duro, aunque elegante y sublime, que parece emanar no del espíritu libre sino de la razón conducida por una imperancia estética rígida y, hasta diría, orgullosa.

Un "Paisaje desmembrado, abierto y severo" se va configurando, de todos modos, a través del lenguaje conceptual y algo hermético de la autora. Máscaras y destierros, luces sombrías delinean el viaje poético. "De bruces el cuerpo busca al alma./ Dulce frialdad de muerte murmurada".

La ruta incierta, pero aguda, que nos lleva a recorrer este libro merece, y necesita, más de una lectura para seguir el rastro de lobos, el vuelo del águila o la cabalgata nocturna de "La Donna". Aunque hable de seres con cuerpo, esta poesía no logra (o no intenta) rozarlos, porque la mirada es siempre desde alturas, la nostalgia es "regia", el ave "imperiosa y solitaria".

En "Eros", una elegía al amado que murió, se da un juego de seducción peligroso, que parece desembocar en los brazos de la muerte. Vemos un Eros transformado en Thanatos. Y el dolor no deja de reflejarse en imágenes impecables y soberbias. El Eros solitario no tiene corazón.

Finalmente, en "Contra-día", Ximena Godoy suelta amarras. Salta a la luz y se confiesa. Se humaniza. "Vine de visita a este mundo,/ y me quedé en mí para navegar". Quiere abrazarlo todo, y nosotros, lectores, nos dejamos abrazar. Surge una compasión, una empatía hacia esta poesía "sin olvido", que no logra esconder del todo una oscura obsesión con el pasado, en un "monótono vaivén" que no tiene "Ni regreso, ni ida".


 


 

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De lobos, águilas, árboles y peces.
Poesía de Soledad Fariña y Ximena Godoy Arcaya
La voz de mujer madura.
Por Jéssica Atal.
Revista de Libros de El Mercurio. Sábado 2 de Marzo de 2002